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El veneno del barrio

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La planta de Atanor en San Nicolás que se incendió el domingo tiene un largo historial de denuncias por contaminación en el Barrio Química, que en seis manzanas cuenta doscientas muertes. Compartimos la investigación publicada en la MU 105 que está en kioskos para dar contexto al desastre de una fábrica que había sido clausurada por arrojar residuos de agrotóxicos al río y fue reabierta sin control estatal. ▶ LUCAS PEDULLA
En el Barrio Química, partido de San Nicolás, a 230 kilóme­tros de Buenos Aires, entre calles de tierra, otras asfalta­das, pájaros y una extraña ar­monía, esta mujer de 65 años habla sobre una preocupación que lleva una década: algo, en este barrio aparentemente sere­no, los está enfermando. Marta Roma se levanta y dice:
-Esperen acá.
Marta regresa con una remera blanca que tiene estampado en el pecho un mapa de las seis manzanas del vecindario. Se ven así 163 cruces negras censadas por los vecinos, que miran hacia una enorme palabra: “Atanor”.
Marta señala las calles Argerich y Alem:
“Fijate: veintiún muertes solo ahí, en menos de dos años. Que nos digan por qué frente a Atanor hay tantos muertos y en­fermos. Yo tengo problemas respiratorios, principio de tiroidismo… hay familias en­teras que murieron”.
Hace un mes el juez de Ejecución Penal de San Nicolás, Facundo Puente, ordenó la clausura preventiva de una de las plantas de agrotóxicos de Atanor al probar que allí se arrojaban químicos al arroyo Jaguardón, que desemboca en el río Paraná.
La noticia de hoy es que la planta volvió a funcionar.
La noticia de siempre es que siguen su­mando cruces. Lo que no hace el Estado, como tema de salud pública, lo contabili­zan los vecinos. Al margen de los enfermos que siguen vivos, la actualización del mapa de la muerte llega a 200 casos: “El más re­ciente fue acá a la vuelta”, relata Marta: “Una nena de 6 años”.

El veneno del barrio

Foto: Martina Perosa


En su página web la empresa informa: “En Atanor creemos que la sustentabilidad del negocio es el único camino posible para el futuro”. Presenta sus ocho plantas: Munro, Pilar, Baradero y San Nicolás (Bue­nos Aires), Río Tercero (Córdoba), Ingenios Concepción y Marapa (Tucumán), y la mina de sal Valuveal (La Pampa).
La planta del Barrio Química cuenta con 115 “colaboradores” y produce:

  • 12 mil toneladas al año de atrazina.
  • 8 mil toneladas al año de simazina.
  • 600 toneladas al año de formulación de herbicidas 2,4D y 2,4DB.
  • 500 toneladas al año de formulación de “insecticidas y otros”.

Atanor se presenta como “el único pro­ductor de 2,4D y 2,4DB del Mercosur y el segundo productor de glifosato de Argen­tina y uno de los principales productores de Atrazina a nivel mundial”. También destaca la formulación de cipermetrina y clorpirifos, usados en fumigaciones sobre plantaciones transgénicas.
En julio de 2015 la Agencia Internacio­nal para la Investigación sobre Cáncer (IARC) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que el 2,4D -segundo herbicida más utilizado en Argentina, pro­hibido y limitado en seis provincias-, es “posiblemente cancerígeno”. La misma categoría que el glifosato, el agrotóxico más utilizado en el país, con 200 millones de litros al año. Atanor fabrica 130 millo­nes de litros. El tercer agrotóxico más uti­lizado es la atrazina.
Atanor produce todos.

Lo tenés adentro

“Nacido y criado en este barrio”, di­ce Roberto Pereyra, 48 años, pen­sionado, y cuenta que los terrenos se lotearon cuando la fábrica ya funciona­ba. “Hay muchos afectados. Yo estoy con problemas respiratorios y tengo heptaclo­ro en sangre”. El heptacloro es un plagui­cida prohibido en Argentina y el mundo: “En la Fiscalía me preguntaron a qué dis­tancia vivo de la fábrica. Usted verá: una cuadra”.
Dos de sus tres hijos tienen problemas respiratorios: “Viven con medicamen­tos”. Su mujer, María Victoria Delgado, cuenta: “Tengo picazón siempre, se me hacen granos, me rasco y me rasco. Y ven­go con problemas respiratorios de antes, con inhalador. Pero lo que me asombra es la cantidad de fallecidos de cáncer que hay en el barrio. Mucho cáncer de pulmón”.
Roberto: “La empresa sigue derraman­do líquidos, pero nadie se toma esto ense­rio. Una vez hubo una neblina anaranjada, y se huele a tóxicos, como un gas. Según de dónde sople el viento, agarrate. ¿Por qué no se va la gente? Muchos se han ido. Otros no tenemos dónde. Es un barrio humilde, obrero. ¿A dónde quieren que vayamos?”.

Cuando la ropa pica

Dora Duque vive en una casita de material y techo de chapa con su mamá de 99 años, dos perros y el canto de casi una decena de pájaros.
“Entendías al lavar la ropa. Lo que ten­días afuera quedaba impregnado de ese color amarillo, que no sale. Y si te la ponés, te agarra una picazón que más vale tirar la prenda y listo. También cae como una ce­niza negra. Es horrible. Es un olor que me corta la respiración y me va lastimando la garganta hasta dejarme afónica. Los ojos me lloran y la nariz me pica. Todo sale de Atanor. Mis hermanos vivían del otro lado, en un ranchito. Tomaban agua de ahí. Mu­rieron de cáncer: uno de colon, al otro le agarró parte de la carótida en la garganta. Ese trabajaba en Atanor”.
Se llamaba Hugo Rolando Duque. “Una vez lo mandaron a hacer una fosa profun­da, llegaron unos tipos de blanco, con máscaras, y enterraban cosas. Escombros, materiales. Cuando volvía de trabajar Hu­go tenía la nariz amarilla. Cuando empe­zaron las denuncias lo entrevistaban por­que sabía mucho. Una vez le dijeron, con abogados, que no hablara, se iba a meter en problemas. Pero él siguió contando lo que sabía, hasta que falleció”.
Atanor pertenece al grupo multinacio­nal Albaugh LLC, con sede en Estados Uni­dos, y un 20% de su paquete accionario en manos de la agroquímica china Huapont Nutrichem Co. Nació en 1938 como una so­ciedad mixta privada y estatal. En 1988 Compañía Química S.A (de Bunge y Born) adquirió el 34% de las acciones y obtuvo así acciones de YPF y Fabricaciones Militares. En 1997, Albaugh compró el 51% del capital a Bunge y Born. En 2005 vendió la planta de Llavallol tras las denuncias por el vuelco de desechos tóxicos al Riachuelo.
Atanor es además la mayor corporación azucarera del país: de la caña extraen com­ponentes para la formulación del glifosa­to. Pero la agencia de noticias Bloomberg informó que Atanor proyecta vender sus dos ingenios (Concepción y Marapa) por 200 millones de dólares “en tanto se con­centra en su negocio de protección de cul­tivos, y pone la mira en activos que podrían salir a la venta ante la fusión de Bayer-Monsanto”. La facturación de Ata­nor alcanza los 600 millones de dólares anuales. La firma posee en el país el 10 por ciento de cuota de mercado de productos vinculados al agronegocio, equivalente a 2.500 millones de dólares.
El veneno del barrio

Corrupciones

Las primeras denuncias de conta­minación fueron realizadas por los propios trabajadores. Hubo causas judiciales, penales y administrativas, acompañadas por el Foro de Medio Am­biente de San Nicolás (Fomea), Protección Ambiental del Río Paraná y la asociación civil Optar, dedicada a brindar trabajo a jó­venes con discapacidad.
“Cuando hay una población con índices tan elevados de enfermedad y muerte en proximidades de una empresa que mani­pula elementos químicos de manera tan desaprensiva como lo hace Atanor, es pre­sumible que allí esté la causa de las enfer­medades que denunciamos”, dice Fabián Maggi, abogado de un grupo de vecinos.
“Cuando hay contaminación no hay so­lamente un empresario contaminador si­no un funcionario corrupto. Atanor no tie­ne permisos de descarga de efluentes gaseosos al aire, ni líquidos al río. Sin em­bargo el OPDS (Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible), que es la autori­dad de aplicación, le dio el certificado de aptitud ambiental. Otra situación se plan­tea con la Autoridad del Agua (ADA) y sus convenios con Atanor, donde la propia empresa pagó viáticos y alojamientos a los inspectores que debían fiscalizarla. Es una franca muestra de corrupción de funcio­narios. Todo está denunciado”. El cuadro de lo denunciado por el doctor Maggi se completa con la noticia de que está mal habilitada la enorme chimenea que des­prende gases y esa nube anaranjada que cada tanto ven los vecinos, y se comprobó lo que había denunciado Hugo Duque: se enterraron residuos tóxicos, como lo de­mostró el trabajo de otro de los impulsores de que tampoco la información sea ente­rrada: el ingeniero Martín Solé.
A fines de agosto el juez Facundo Puen­te allanó Atanor y clausuró provisoria­mente la planta de síntesis de atrazina al corroborar las denuncias por contamina­ción. Prohibió el vertido de efluentes, y el ingreso de camiones desde otras plantas de la empresa, con materiales para ser vol­cados al río. Obligó a informar qué trans­portan esos camiones. La Cámara de Ape­laciones confirmó la medida, pero solicitó que la empresa estuviera en funciona­miento para extraer muestras de agua. Puente lo hizo. Maggi: “El juez simple­mente levantó la clausura. La actividad de Atanor quedó sin control alguno”.
MU se comunicó con el juzgado, pero el juez pidió licencia tras el fallo.
En la Municipalidad no contestaron al pedido de entrevista.
En Atanor, tampoco.

Atanor desde adentro

Uno de los trabajadores que disparó las primeras denuncias es Darío Álvarez, 50 años. Comenzó a tra­bajar en la planta de San Nicolás a fines de los 90. Lo echaron en 2005 por un acciden­te laboral. Hoy está con problemas alérgi­cos y dolores en las articulaciones.
“Envasaba y formulaba agroquímicos. Salían para Dow o Nidera, pero todo era de Atanor. ¿Derrames? Permanentemente. Eran de 2 mil y hasta 5 mil litros. Muchas veces no te dabas cuenta porque no andaba la alarma. No tenían un dique, una pileta para controlar. Todo iba al río, y después te hacían lavar. Yo no entendía la peligrosi­dad del producto. Pero teníamos los brazos salpicados, porque las máquinas además eran viejas y andaban mal. Un par de ve­ces, envasando Herbifen, me deshidraté, me tuve que ir a casa con medicamentos, todo acalambrado”.
Dice que nunca vio a un inspector del OPDS. “Aprobaban todo sin mirar nada. Solo iba Prefectura, pero la empresa se en­teraba antes, y nos hacía limpiar bien”.
Álvarez habla de sus compañeros: “Néstor Moreno entró conmigo. Tenía 36 años. Estaba en el sector Glifosato. Me di­jeron que le agarró leucemia, pero murió reventado: le sangraban los ojos, los oídos. A otro, Néstor Acosta, le sacaron un riñón. En la planta de salicílico todos fueron ope­rados del ano, de apendicitis, tenían pro­blemas estomacales, la piel quemada. Si se volcaba la cipermetrina, por ejemplo, no podías respirar. Un día el supervisor aga­rró un frasco para ver si estaba bien la nu­meración. Después fue al baño, y al hacer pis se tocó los testículos: se le inflamaron así. La irritación que te provocaba en los ojos te dejaba enceguecido. Una vez estalló un tanque y ahí fue cuando toda una nube naranja invadió San Niolás. No había plan de contingencia, y la seguridad siempre dejó mucho que desear”.
¿Por qué pasaba eso? “Por falta de in­versión. Y juegan con la desinformación. Cuando ingresamos nos dieron una char­la: no podíamos decir absolutamente nada de lo que veíamos ahí. Teníamos que fir­mar una especie de acuerdo, como si fuera de silencio. Te instalaban un miedo: si ha­blabas, te quedabas sin laburo”.
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Lina duele

Otra puerta del Barrio Química se abre. Otra historia. Carolina Ale­jandra Cruz, 38 años, empleada doméstica, invita a pasar. Y a escuchar.
Su hija Lina nació en 2010. “Vivía con­gestionada, con alergias, broncoespasmo. A los 3 años la operamos de los oídos. A los 5 años volvió a escuchar mal, ponía la TV fuerte. Volvimos a operarla en junio del año pasado. Y supimos lo que nunca imaginé”.
¿Qué es lo que Carolina no imaginaba? “Un viernes Lina fue al jardín. Una de mis sobrinas me dijo: ‘Tía, tiene elevada la cos­tillita’. Pensé que era un golpe. La llevé a la guardia, no la quisieron atender. No tenía dolor. Fui de nuevo. Le hicieron una eco­grafía y una placa. Me dijeron que había que hacerle un estudio de alta complejidad que ahí no podían hacer. Preparé el bolso y fui­mos a Rosario. Le hicieron una tomografía y le diagnosticaron un tumor. Ya era sába­do. Se me vino el mundo abajo. ¿De qué era? ¿De dónde viene? Si en mi familia no tengo a nadie con eso. ‘Está muy complica­do’, me decían. Respiraba mal. A la noche, en el sanatorio, se puso morada. La deriva­ron. Me decían que tenía líquido en los pul­mones, que le estaba oprimiendo el cora­zón. Imaginate: de un viernes en el jardín a un domingo en un sanatorio. El lunes le hi­cieron una punción para saber qué tenía, para ponerle un nombre y ver con qué clase de quimio iban a empezar. Era rabdiomio­sarcoma estadio IV. Ese día la oncóloga me dijo: ‘Es un 40 ó 50% de cura’. Apostába­mos que se iba a achicar para poder operar­se. Pasaron los meses, pero los estudios no respondían como ellos querían. Y no po­dían hacer la cirugía de alta complejidad. Había que ir al Italiano o al Garrahan. Deci­dimos el Garrahan. No queríamos pensar lo peor. Nunca tratamos de mentirle a Lina. Dijimos: que ella entienda a su manera. Así fue. Le hicieron rayos, quimio oral, pero no avanzaba. En el hotel del Garrahan tuvo un episodio de ahogamiento. Un llamado de atención. No podía estar ahí, tenía que es­tar en el hospital. Ya no respiraba muy bien, estaba somnolienta. Vinieron los tíos, toda la familia. Ya estaba medio dor­midita. Me pedía solamente hacer pis. Ese día la bañé, comió, cantamos. No pensé que se me iba. Pero se fue”.
Lina murió el 25 de julio de 2016.
La enfermera especialista en cuidados paliativos del Garrahan, Mercedes Mechi Méndez, con experiencia en atender niños con cáncer que llegan de sitios en contacto con agrotóxicos, le preguntó a la familia si vivían cerca de alguna fábrica, de alguna empresa, de una zona potencialmente pe­ligrosa. Le contestaron que sí.
Enfrente.
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4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

Un abrazo contra la motosierra

Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

Un abrazo contra la motosierra

La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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