Nota
Puro cine: Antón Pirulero, de Patricio Escobar
Un nuevo documental describe cómo funciona la máquina de desaparecer personas en Argentina. Casos testigo, jueces, analistas, artistas y la irrupción de Santiago. Por Bruno Ciancaglini
Máquina: artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza
Mecanizar: dar la regularidad de una máquina a las acciones humanas
Persona: individuo de la especie humana
Desaparecer: dejar de existir.
Con esa serie de definiciones empieza Antón Pirulero, el último documental de Patricio Escobar, autor de otras películas como la ya mítica La crisis causó dos nuevas muertes, y otras que convendría mirar por estos tiempos: ¿Qué democracia? sobre las trampas del sistema representativo; Sonata en Sí menor, sobre el secuestro de 15 personas en un opertivo militar conjunto entre Uruguay y Argentina, y cómo la prensa encubrió esos crímenes; y Bienaventurados los mansos, sobre la promiscua relación entre la iglesia y el Estado.
Está claro: Escobar da en la tecla. Y esta no es la excepción: su nuevo documental ya en el comienzo se plantea una premisa clara: exhibir los mecanismos mediante los cuales el Estado opera como ejecutor, cómplice y agente necesario en los casos de desaparición forzada.
Algo habrá hecho
La película toma 8 casos (según CORREPI son 290 los desaparecidos post dictadura) que van de la década del 90 hasta la actualidad, entre ellos, los de Luciano Arruga, Daniel Solano e Iván Torres.
Patricio cuenta: “El documental lo empezamos cuando apareció el cuerpo de Luciano, a fines de 2014. En conferencia de prensa dijeron que lo podrían haber encontrado a pocos días de desaparecer. Eso me llamó la atención: ¿por qué no apareció antes y cómo se permitió que eso pasara?
Escobar empezó a investigar el caso y a delinear su nuevo documental, que contaría con la ayuda de Carolina Fernández en producción (en la foto), Lucas Pedulla en investigación periodística y Damián Finvarb en cámara. Luego de un año de leer causas, informes, entrevistar abogados, jueces y visitar organismos de derechos humanos, notaron que había muchos Lucianos en todo el país, casos que presentaban similitudes y puntos de contacto que permitían delinear patrones sistemáticos. A saber:
La mayoría de los desaparecidos son jóvenes, morochos y pobres.
En todos los casos están implicadas las fuerzas policiales.
Esas fuerzas, implicadas en el delito, son las encargadas de la investigación
La causa se investiga como “averiguación de paradero”.
La familia del desaparecido es considerada sospechosa y es investigada con intervenciones telefónicas.
En los primeros días, los más importantes, la investigación no avanza o hace hincapié en testimonios falsos que aseguran haber visto a la víctima viajando por la ruta hacia algún lugar.
Se toman como falsos los testimonios que aseguran haber visto a la víctima siendo golpeada o subida a un patrullero.
La abogada Verónica Heredia entrevistada para el documental, lo define así: “La desaparición forzada es la privación de libertad de una persona por agentes del Estado o con el apoyo del Estado seguida de la falta de información de reconocer esta falta de privación de la libertad. Todos los que participan en una desaparición forzada, están en blanco, no son grupos parapoliciales, cobran un sueldo del Estado. El policía cuando tortura sabe que hay un fiscal que lo va a avalar, y el fiscal sabe que hay un juez que lo va a avalar, y el juez sabe que hay una Cámara de Senadores que lo va a avalar. El Estado avala”.
En esa definición se sintetiza el concepto que le da el título a la película: cada cual atiende su juego.
Poner el ojo
El documental funciona a partir de entrevistas a abogados/as, antropólogos, jueces que van exponiendo los diferentes casos de desapariciones forzadas. El efecto es raro: si bien son muchos casos, pareciera que siempre se está hablando del mismo. Y eso es gracias al montaje, recurso que permite ensamblar las piezas de la maquinaria, saltar de un caso a otro, de una geografía a otra, de una década a otra, para unir los patrones comunes que permiten sortear las particularidades y pormenores de lo casos para dar cuenta de algo sistemático.
La mejor entrevista es al primer juez del caso Arruga, Gustavo Banco. A veces no es necesario forzar las imágenes o manipular una entrevista para exponer la postura ideológica de un personaje; Banco habla frente a cámara y su lenguaje gestual parece hacer más ruido que sus palabras: se lo ve nervioso, con la mirada tensa, se contradice de un instante a otro, agarra con fuerza la taza de café. La cámara suele captar cosas de las personas que ni ellas mismas logran percibir: Banco queda expuesto.
Otra decisión inteligente del documental es no entrevistar familiares (aparece solo la madre de Núñez, un joven desaparecido en Paraná). De ese modo, Escobar se concentra en los aspectos más formales y políticos de las desapariciones que en los efectos emocionales, evitando usar el dolor ajeno como elemento discursivo.
El documental se completa con fragmentos de diferentes intervenciones realizadas por el colectivo artístico Fin de un Mundo, experto en convertir en arte las denuncias de derechos humanos, del cual la productora Carolina Fernández forma parte. “Me parecía importante agregarle algo artístico pero que tenga que ver con lo callejero. Últimamente han surgido colectivos que salen de sus espacios encerrados e intervienen la calle y el documental podía incorporar eso para abordar la temática desde otro lugar y no quedarse solo con lo judicial”, cuenta Escobar.
Mientras estaban en plena post-producción, otro caso salió a la luz: Santiago Maldonado, 28 años, había desaparecido en Esquel luego de una represión por parte de Gendarmería en un corte de ruta.
Así, Patricio y su equipo, veían frente a sus ojos cómo esa máquina que ellos habían logrado plasmar en la estructura de la película, volvía a funcionar frente a sus ojos. Que Santiago estaba de viaje, que no se sabía si fue Gendarmería, que la familia era sospechosa, etc. La rueda seguía girando.
La obra de Patricio Escobar puede leerse como una serie de investigaciones que abordan la relación entre el poder y las instituciones. Su rasgo fundamental es asumir una posición política concreta sin abordar las películas como reveladoras de una verdad iluminada, sino como estudios precisos de mecanismos sistemáticos.
Entre el periodismo y la investigación, entre la Iglesia y el Estado, entre la democracia y el pueblo, cada una de sus películas logra atravesar esas instituciones cuya capacidad de poder reside en mantener las piezas que conforman su mecanismo separadas, aisladas, confusas.
Cuando las piezas del rompecabezas se unen, lo mecánico se hace visible.
Esa es la virtud del montaje.
Es decir, del cine.
Es decir, de Patricio Escobar.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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