CABA
Dulce de lucha: Cooperativa de Trabajo Mielcitas
Fabrica alfajores, galletitas y dos populares golosinas: los Naranjú y las Mielcitas. Había sido vaciada durante el macrismo, a lo que se agregó la pandemia. El proceso de lucha incluyó peleas no solo con el patrón sino con ministerios y sindicatos. Inspirada en otras recuperadas, levanta la producción con autogestión. De 88 integrantes, 66 son mujeres. Lo que sienten, lo que ganaron y lo que falta: una ley que fortalezca a estos procesos genuinos de generación de empleo. Por Lucas Pedulla.

«Mamá tiene que ir a trabajar”.
En medio de la angustia, de los nervios, y de tener un compañero de vida que también se había quedado sin trabajo, Silvina Valerio no quiso mentirle a su hijo de 5 años. “Mamá tiene que cuidar que nadie entre, hijo”, completaba la historia esta mujer de 39 años, con 19 de producción en la fábrica Suschen, productora de los alfajores homónimos y de golosinas como Mielcitas y Naranjú, ubicada en Rafael Castillo, galaxia bonaerense de La Matanza.
Atrás habían quedado los días en que Silvina tenía que escribir en un papelito el horario en el que iba al baño, porque lo que se estaba jugando en ese 2019, con audiencias laberínticas en el Ministerio del Trabajo y noches de vigilia en la empresa, era su trabajo.
Pero Silvina no recuerda ese momento desde la calle, tampoco desde un acampe, sino tomándose cinco minutos de su línea de producción para poder contar que hoy, en este frío 2022, habla como trabajadora de la Cooperativa de Trabajo Mielcitas.
Porque la historia tuvo un giro.
Y así elige contarlo: “El final fue: ‘Hijo, mamá recuperó la empresa’”.


Ocupar el miedo
El giro empieza en 2018.
Las primeras señales del vaciamiento llegaban en dos impactos de bolsillo:
la falta de pago de las cargas sociales,
obreras que pasaban de cobrar una asignación familiar a percibir una asignación universal. “¿Por qué si somos trabajadoras y tenemos un recibo de sueldo?”, se preguntaba Silvia Ayala, 46 años, y tenía un sentido claro: de percibir un derecho de trabajadoras en relación de dependencia pasaron a ser sujetas de un programa dirigido a trabajadoras desocupadas.
De los tres turnos históricos ya quedaba uno solo; de 300 trabajadorxs pasaron a ser 101; los pagos se empezaban atrasar; la empresa cambió su razón social, y el combo se completó cuando el patrón Roberto Duhalde mandó a toda la planta de vacaciones: “En ese lapso aprovecharon para vender una máquina de dulce de leche”.
El proceso se agravó durante 2019. “Nos decían que no había plata”, recuerda Silvia, que en ese entonces era delegada en la fábrica por el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación. “Empezamos a hacer las denuncias correspondientes en el Ministerio de Trabajo, pero siempre digo que acá se aguantó mucho el manoseo de la patronal. Primeramente, éramos todas mujeres, y en segundo lugar, todas teníamos miedo. Me incluyo. Ninguna quería perder el trabajo y no nos gustaba reclamar, por miedo a que nos fueran a echar o a tomar de punto”.
Lorena Peralta, 45 años, 27 en la empresa, trabaja en la producción de las semillas de girasol, y recuerda: “Fue muy triste ese proceso, y muy doloroso porque una nunca se la espera. La mayoría éramos mamás solteras. Por suerte, mi hijo es grande, tiene 29 años, pero lo feo era que me viera todos los días llorando”. Esther Diez, 39 años, 18 en la fábrica, sector de Mielcitas: “Mi nena tenía 6. Fue duro, pero no le mentía. ¿Qué le decía? Que mamá se iba a resguardar las fuentes de trabajo”.
Las audiencias naufragaban y la gota final llegó a principios de julio cuando descubrieron que el hijo del dueño se estaba llevando cajas con papeles administrativos. Esa noche decidieron quedarse a dormir. Se dividían en turnos: “Pasó algo que no sé si ocurrió en muchas cooperativas: la patronal seguía adentro, nos cruzábamos en los pasillos, hasta que finalmente se fueron”. Marcela Romero, 46 años, 22 de trabajo: “Fue tremendo: dormíamos sin saber si a la noche llegaba alguien y nos pasaba algo”.
El 11 de julio de ese año fueron al Ministerio y nadie de la parte patronal se presentó. A Silvia se le cruzaron varias imágenes: “Era venir a explicarle a la gente que nos quedamos en la calle. Era ver la angustia de un montón de compañeras. Era saber que somos todas mayores de 40, que todas tenemos hijos, que muchas éramos sostén de familia”.
Marta Zenteno, 45 años, sumó una pregunta clave: “¿A dónde vamos a ir a buscar trabajo?”.
El panorama se despejó mientras volvían en auto de una de esas reuniones, cuando alguien preguntó si conocían a IMPA.
-¿Qué es?- le respondieron con desconfianza.
-Una cooperativa.


Despejar el ruido
IMPA significa Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina, pero también significa una de las primeras empresas recuperadas en el país, desde 1998. Es decir, no sólo era una idea que se ponía en común, sino también el código de una posibilidad.
Sin embargo, el primer efecto fue de sospecha. “Me quedé ahí, en el auto, pensando qué les voy a dar de comer a mis hijos con una cooperativa -recuerda Silvia-. Te daban ganas de irte y conseguir trabajo por otro lado”.
Un día llegaron a la fábrica integrantes del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER). Uno de ellos era Eduardo Vasco Murúa, referente del MNER y de la propia IMPA, hoy a cargo de la Dirección de Políticas de Inclusión Económica dentro del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Silvia estaba reunida con el sindicato: “Los escuché dos o tres palabras y me fui. Estaba muy cansada y les dije a los del sindicato: ‘Atendelos vos’. El Vasco me dice: ‘Ya me vas a llamar’”, recuerda entre risas.
¿Por qué esa reacción? Silvia explica que, a lo largo del conflicto, se les acercaron personas de todos los credos, partidos y teorías universales, pero ninguna con una respuesta. “Por un lado, los chicos de la izquierda nos apoyaron, pero te queman la cabeza, diciendo que el Estado tiene que pagar esto y aquello; por otro, tenés a los que te traen un salvador que va a comprar la empresa y traer la materia prima. Hasta el día de hoy la gente te quema. Imaginate: nosotras no sabíamos nada, las chicas aprendieron a hablar por teléfono con proveedores, a usar la compu, a mí hasta el día de hoy me cuesta muchísimo. En ese momento todo el mundo te quería salvar o, mejor dicho, se quería salvar con nosotros. Hasta los mismos canales de televisión: venían porque las compañeras lloraban. Eso vende. Era 2019, momento de elecciones presidenciales, y toda esa gente hablaba con compañeras que lloraban porque se quedaron sin trabajo y no sabían qué les iban a dar de comer a sus hijos. Un día decidimos no hacer entrar a más nadie y resguardarnos”.
El sindicato tampoco ayudó. Dentro de las recuperaciones, son pocos los gremios que apoyaron los procesos de lucha en las cooperativas: el de la Alimentación, con Rodolfo Daer a la cabeza, no fue la excepción. “No hicieron nada más que hacernos pasar frío en actividades”, dice Marta. Silvia, que era delegada, coincide: “Se lavaron las manos. Lo entendí cuando salimos del Ministerio de Trabajo. Al otro día fuimos a hacer un escrache a la casa del patrón, pero nos enteramos de que les habían avisado y no había nadie”.
¿Por qué piensan? “Lo que pasa es que siempre arreglaron con la empresa. El sindicato es mantenido por los empresarios, y sin esa plata no puede sobrevivir. Acá también, y por eso se permitió que echaran a compañeras. Yo fui criada con mi papá laburante metalúrgico que salía afuera y peleaba contra la patronal, ¿entonces qué esperás como trabajadora? Que el sindicato te respalde. Un día vi que Daer levantó el teléfono y dijo: ‘Levanten todo’. Me quería matar: hacía dos días que no veía a mi hija, pero a ellos no les importa”.
Por todo esto que llevaban en sus cuerpos, las trabajadoras se ríen al recordar el cruce con el Vasco Murúa. Silvia cuenta el remate: “Los llamé a la semana para que me contaran qué quería decir una cooperativa”.
Hoy Silvia es la presidenta.

Planes & matecocidos
Las trabajadoras iniciaron los trámites, en enero de 2020 ya tenían la matrícula otorgada por el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), y cuando la AFIP les estaba por otorgar el CUIT para empezar a operar estalló la pandemia. Silvia: “Todo el año luchando, esperando los papeles, y de repente nos cancelaron todos los turnos”. Al ser actividad esencial por producción de alimentos, la flamante Cooperativa de Trabajo Mielcitas podía pensar otras estrategias en medio de las restricciones de circulación. Victoria Cañete, 40 años, 28 en la fábrica: “Las boletas de luz y de gas seguían llegando. Algunas vivimos cerca y vinimos caminando. Los teléfonos sonaban: ¡eran clientes haciendo pedidos! De a poco propusimos volver al trabajo, y más de una se enganchó”.
Las obreras hicieron un relevamiento interno para saber quiénes tenían complicaciones de salud. Silvia: “La primera etapa de la pandemia fue horrible, no sabíamos nada, y veíamos alrededor nuestro que la gente se moría. Teníamos compañeras que sufrían de asma, otra alérgicas, y nosotras mismas las sacábamos. Les decíamos que la cooperativa les iba a sostener el ingreso, pero que no vengan”. Marta no duda en que ser una cooperativa les permitió otro reflejo en tiempos de crisis: “Si hubiéramos estado bajo patrón directamente no estaríamos trabajando. Tampoco cobrando las quincenas. Y no hubieran hecho el cuidado de las compañeras: hubieran dejado a todas afuera y abierto otra razón social”.
También entendieron la diferencia en el esquema de asistencia social durante la pandemia: mientras el Estado pagó hasta dos salarios mínimos en empresas como Clarín o Techint, las cooperativas podían aplicar a dos programas (Línea 1 o Potenciar Trabajo, excluyentes uno del otro) que, en el mejor de los casos, llegaban a $16.500. Silvia: “La ayuda está bien, la necesitábamos, es plata que hacemos circular, pero no me gustaría seguir cobrando un plan por años: nosotros pedimos trabajo, tanto para nosotras como para la juventud”.
Ese trabajo recuperado puede verse en una recorrida por las líneas de producción de la empresa. ¿Qué recuperaron y qué significa trabajar sin patrón?
Marisa Verón trabaja desde el ’95: “Hoy me puedo tomar un matecocido”.
Mirta Ramírez, desde el ’94, ordena los alfajores en cajas con una velocidad que envidiaría cualquier arquero de fútbol: “Hoy podés pedir permiso para ir al médico y recuperar tus horas de trabajo”.
Esther Diez enumera: “Uno: tenés la libertad de que esto es tuyo. Dos: el material sale mejor. ¿Por qué? El laburo es el mismo, pero se trabaja sin esa presión”.
Sabrina Franco, 42 años y 23 en la fábrica, resume: “Tranquilidad”.

La pista del orgullo
Hoy son 88 personas asociadas a la cooperativa, el 90 por ciento son mujeres. Ellas forman parte de la rama de Géneros que se abrió en el MNER: “El primer encuentro de las trabajadoras del movimiento se hizo en Mielcitas: éramos más de 100 compañeras -dice Silvia-. Nos reconocimos. Desde el acoso laboral cuando teníamos patrones hasta dejar a nuestros hijos al cuidado de algún familiar. Nos decíamos mujeres sin patrones”.
Lo que pusieron en marcha estas mujeres sin patrones no se detiene. Mejoraron la calidad de los productos y eso impactó en las ventas. Elena Reisch, 47 años, 20 en la fábrica, secretaria de la cooperativa: “El que te pedía 20 cajas nos empezó a pedir 50, después 100, después 1.000. Eso te llena de orgullo. De Mielcitas hacemos 200 cajas por día en un solo turno. Mejoramos el alfajor y hoy estamos sacando más de 2.000 cajas por día. En época de producción, el Naranjú hacemos 2.500 por día. Tenemos mucha demanda”.
Hoy proyectan incorporar nuevas líneas de trabajo para aumentar la producción, mejorar la calidad del agua, y trabajadorxs de Farmacoop (el primer laboratorio recuperado del mundo) las están ayudando en la construcción de un laboratorio propio para la certificación de la producción. Piensa Silvia: “Tenemos más responsabilidades, nos quita mucho sueño, pero te da esa parte de poder soñar a que esto va a crecer y va a quedar. Me dio esas ganas de soñar que esto va a quedar para el hijo de Marta, para la hija de Vicky, para nuestros familiares. No sabía lo que era una cooperativa, pero esta lucha me dio la posibilidad de saberlo, de conocer todos los días a una persona distinta que me cuenta una experiencia distinta a nosotros. Todo lo que pasó me quitó muchísimo, pero sigo apostando”.
Elena cuenta alguna de las nuevas apuestas: “Si bien tenemos un movimiento que nos ayuda, no contamos con una ley que nos avala en el derecho a ocupar el lugar: nos ven que usurpamos la fábrica, pero no los derechos que nos arrebataron”. Por esa razón, el MNER presentó en el Congreso el proyecto de Ley de Recuperación de Unidades Productivas para contar con un resorte legal que facilite los trámites de propiedad de las empresas. Otro desafío es la jubilación: “Es la preocupación de las chicas. ¿Cómo vamos a hacer el día de mañana? Hoy somos monotributistas y vivimos en Argentina”.
Otro desafío, quizá uno de los más importantes, es el interno: “Lo que cuesta es llegar a las compañeras y dejar en claro que lo estamos haciendo es un proyecto a futuro, para que esto nos trascienda a nosotras y que vaya de generación en generación, y que no nos vean como un nuevo patrón”, dice Elena. Al ser una cooperativa joven, con décadas de administraciones que no permitían ir al baño o enfermarte, y en la que hoy destacan la tranquilidad de poder tomarte un matecocido, esa memoria es parte de una construcción.
Por eso, Elena subraya una palabra clave: orgullo. ¿Allí hay una pista? Silvia lo piensa en perspectiva: “De este lado una ve mucho orgullo y que no hay imposibles, que todo es posible, y tampoco es imposible llegar a los compañeros. Ese es uno de los logros a los que queremos llegar: que los compañeros estén conformes, que estén convencidos de lo que hicimos, porque esto lo hicimos en conjunto. Si no está la que pone el dulce, si no está la que empaca, esto no sería posible. Y ahí vamos: a que se la crean. Esto es nuestro”.
En mayo, casi la totalidad de las compañeras fueron al Encuentro Federal de Empresas Recuperadas que el movimiento realizó en la Cooperativa Aceitera La Matanza, donde participó el propio presidente Alberto Fernández. Marta recuerda: “Mandamos a hacer una remera que decía ‘Mielcitas’ y todos se acercaban a saludarlas, a felicitarlas. Ese día vinieron más entusiasmadas. Y es importante, porque no todas toman dimensión de la historia que creamos. Nos enteramos de que en las reuniones que tenían los patrones decían: ‘¿Cómo hacen estas negritas para seguir viviendo’? Pensaron que nos íbamos a quedar en el molde y que iban a seguir haciendo lo que quisieran, pero todo tiene un límite. El maltrato era mucho y dijimos basta. Marcamos una historia, y eso es lo que nos tenemos que creer”.
La historia futura
¿Cómo hicieron, en el momento más difícil, para separar el ruido de lo importante? Silvia: “En lo personal, fue un intento. A mis 40 años no sabía lo que era una cooperativa ni una empresa recuperada. Si te digo que sabía, me estoy mintiendo a mí misma. Siempre supe trabajar bajo patrón, tener mi plata y listo. Hoy me preguntás y no lo puedo creer: lo estoy aprendiendo cada día en estos tres años. Pero sí sé que este lugar es nuestro y que mañana les puede quedar a mi hijo, a mi nieto, a un familiar. La idea no es llegar a viejitas y venderla”.
¿Cuál es, entonces?
Silvia no duda: “Criar futuro”.
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
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