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Válvula de escape: Eitar y Tecno Forja, recuperadas
Es una metalúrgica modelo de válvulas para cocinas, termotanques y estufas, con 180 trabajadoras y trabajadores que evitaron su vaciamiento en pleno macrismo y conformaron una cooperativa para recuperar las fuentes de trabajo. El pasaje del locro solidario a la tesorería de una empresa. El rol sindical, el gesto de un jubilado, la proyección de un mercado. ¿Qué es el mal? Imágenes de la relación de dependencia y el valor de la autogestión. Por Lucas Pedulla.
Era martes, y a Liliana Paz no le sorprendió que le dijeran que se podía retirar temprano. No había material, y sin material no había qué producir. “La gente se fue confiada y era algo normal”, recuerda hoy, y esboza una sonrisa frente a lo que 250 trabajadoras y trabajadores de las metalúrgicas Eitar y Tecno Forja consideraban normal aquel 21 de mayo de 2019: la semana laboral se había reducido a tres días –a veces, dos–, no habían cobrado vacaciones ni aguinaldo, y el trabajo iba mermando cada vez más. Ese martes, claro, se fueron.
A la noche, el teléfono del delegado Marcelo López rompió esa naturalidad. Atendió. Del otro lado, escuchó a un compañero que vivía justo enfrente de la fábrica y una desesperación en su voz que no dejaba margen: “Marcelo, me llamó el de vigilancia. Los dueños metieron la camioneta por el costado, bajaron el tejido y están bajando cajas. Acá pasa algo extraño”.
Marcelo, que estaba por acostarse, salió de su casa. Se encontró con su compañero y ambos fueron sinceros con el empleado de seguridad: “No te vamos a comprometer, pero tenemos que entrar. Vos poné en el acta que rompimos el candado”.
Entraron. Las máquinas –pesadas, gigantes– estaban, pero faltaban computadoras de las oficinas de todos los gerentes. Fueron a la casa de uno de ellos, eran las dos de la madrugada, tocaron timbre una y otra vez, nadie salía, y volvieron a la fábrica, donde ya no eran Marcelo, el compañero y el de seguridad, sino 250 personas que vivían de la empresa, la calle repleta. La noche en Bernal, municipio de Quilmes, sur del conurbano bonaerense, exigía una acción.
“Muchachos, todos adentro”, fue la respuesta.
Rompieron el candado para que el trabajador de seguridad tuviera su resguardo.
Y desde ese minuto no salieron.
Por eso Liliana, tres años después, recuerda ese día con otra sonrisa que ahora esboza para explicar otro tipo de normalidad: “Soy la tesorera de la cooperativa”.
Ciclo macrista
“Nosotros inauguramos y cerramos el ciclo macrista”, dice Marcelo.
La inauguración: en marzo de 2016 la fábrica atravesó un conflicto que duró tres meses por 80 despidos. Por su dureza y por lo simbólico significó el cierre de una etapa de crecimiento que Marcelo grafica con algunas imágenes: “Entré a trabajar en febrero de 2003 con 19 años a una fábrica que tenía 80 trabajadores. Venía en bicicleta y los cuatro o cinco autos que veías eran de los supervisores. En 2011, ya éramos 500 obreros y los autos eran de los trabajadores: venía en bici el que quería hacer deporte”.
Se hacían los llamados turnos americanos: seis días de trabajo por dos de descanso. “La fábrica no paraba nunca: mañana, tarde y noche, las 24 horas de producción”. El 90% era para el mercado interno. Marcelo elige datos INDEC de 2017 para dimensionar, aun en el macrismo (“ese año algo funcionó porque había elecciones legislativas”), el alcance de la producción:
“Nosotros fabricamos válvulas para cocinas, hornos, termotanques. En 2017 se vendieron 857.287 cocinas. Cada cocina lleva cinco válvulas, así que a ese número multiplicalo por cinco. Antes, en 2012 estaríamos arriba de 1.200.000 por año”.
Entre sus clientes estaban Orbis (700 mil unidades de robinetes al año, 650 mil de válvulas de cocinas domiciliarias, 15 mil de termostatos para estufas), Longvie (500 mil, 500 mil y 20 mil), Ecotermo (60 mil unidades al año de termostatos para termotanques).
En el marco de ese crecimiento, en 2009 instalaron una comisión interna. Marcelo: “Teníamos compañeros y compañeras con 14 años de agencia”. Liliana era una de ellas: entró en el 98 y estuvo cinco años en esa modalidad. Todos los años tenía que renunciar, no le reconocían vacaciones ni antigüedad. Marcelo: “De repente, pasaron de 14 a 28 días de vacaciones, y del 1% al 14% más de sueldo por antigüedad. Además de la tranquilidad de un trabajo efectivo”.
Ese ciclo de expansión empezó a ondular con bajas y subas de producción, e impactó en un dato: el puesto de trabajo que quedaba vacante no se reponía. “Por goteo se achicó la planta, pero en marzo de 2016 fue la primera vez que hubo despidos fuertes”. Una fue su compañera: “Armaron las listas de forma cruel”. La caída del consumo fue la excusa. La fábrica estuvo tomada tres meses con carpas y festivales, y con amenazas del Ministerio de Trabajo bonaerense: “Si no se van esos 80, se van a ir todos”. El conflicto se levantó con los últimos ofrecimientos de indemnización. “De los tres turnos quedó solamente el de la mañana, algo chiquito en la tarde, y al año siguiente empezaron con reducción de salarios”.
Así llega mayo del 2019: 15 días antes del vaciamiento, murió el fundador Lino Gazzotto, y la empresa de 60 años quedó en manos de su hijo Raúl y de Mario Bortot. Les duró 15 días.
Marcelo y una sensación: “Cuando estás en relación de dependencia te acostumbrás y tenés tu vida armada a eso: sabés que suena el timbre y a las tres de la tarde te fuiste a tu casa, que a fin de año tenés vacaciones y aguinaldo. Grave error. Porque cuando eso termina, quedás perdido. Pero lo que sí teníamos era el concepto de resistir. No sabíamos para qué, sí que teníamos que aguantar. El para qué se fue dando después. Primero, porque pensamos que era una estrategia y el patrón iba a volver. Después, porque alguien iba a venir a comprar. Y después aclaramos más el pensamiento, y dijimos: la ponemos en marcha”.
Y así fue.
Un kilo de pan
Melina Acuña tiene 34 años y tres hijos: el más chico tiene la edad de la cooperativa. “Cuando los dueños se fueron estaba embarazada de cuatro meses. Fue muy duro. Pero acá estoy. Cuando empezó la idea de la cooperativa no sabíamos cuánto íbamos a durar, pero seguimos. Hoy pienso que trabajar en otra empresa no te da las mismas posibilidades que tenés acá: estamos tranquilos, producimos y tenemos un lindo grupo”.
Las dos empresas que forman parte del predio, Eitar y Tecno Forja (la segunda hacía la inyección y forjado de materiales para la primera), se unieron en la cooperativa EITEC. El camino tuvo algunas particularidades. La primera fue el acompañamiento del sindicato, algo inusual en estas experiencias, que suelen implicar boicoteos, amenazas y alianzas con los expatrones. Pero la seccional Quilmes de la UOM, en tiempos de Francisco Barba Gutiérrez, apoyó la recuperación. Marcelo: “Esta seccional tiene esa historia, con ocho empresas recuperadas, ninguna tan grande como esta. La posibilidad apareció desde el propio sindicato”.
La segunda particularidad fue el proceso judicial. Los expatrones pidieron la quiebra, pero el juez la rechazó y abrió un mecanismo llamado cram down, que pone en venta las acciones de la fábrica frente a terceros. Marcelo: “Eso también nos impulsó: la cooperativa era el único camino legal que teníamos para pedir la continuidad. De hecho, el cram down sigue: los plazos se vencieron, fuimos los únicos que nos anotamos. Presentamos una propuesta de producción, financiera y comercial, y pusimos todos los salarios caídos y las indemnizaciones como aporte a la compra de las acciones”. Hoy analizan nuevas estrategias para que la situación se resuelva, acompañados del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER).
El barrio fue otro actor. Hicieron festivales, ferias, campeonatos de fútbol con la UOM y puestos de choripanes para sostener los meses más duros. Uno de los actos más conmovedores fue el de un vecino jubilado que todos los días dejaba un kilo de pan. “Éramos 200, pero no importaba. Era la acción: ‘Che, estamos acá’”. El gesto era tan importante para sostener un grupo que también tuvo momentos tristes con la pérdida de algunos compañeros que se enfermaron. Melina: “Toda la mala sangre que nos hicimos repercutió hasta en la salud”.
Ese camino fue constituyendo una identidad. Marcelo: “Hoy si me preguntás si tengo miedo a quedarme otra vez sin laburo te digo que no. Los compañeros te apuntalan”.
La tesorera Liliana completa: “Hoy nos sentimos más cómodos”.
Las uñas recuperadas
El mayor porcentaje de la planta son trabajadoras. “Manipulamos piezas muy pequeñas, de forma manual, y las mujeres prestamos más atención”, dice Melina. Hace dos meses, la asamblea votó nuevamente a Marcelo como presidente: “Me sorprende hasta mí. A veces, pienso, es por la experiencia gremial. Pero acá, quien se quiera postular, se postula”.
Carmen Fernández, 62 años, 30 en la fábrica, y con soplete en mano limpia las virutas de las válvulas de robinetes. Tiene las uñas pintadas: “Lo que hicimos fue luchar todos juntos para cuidar la fábrica. Luchar y poner alegría”. Carmen es una artista: recicla botellas, las pinta con acrílico y las regala a compañeras de otros sectores: “Más alegría a la fábrica y más alegría a mis compañeros”.
Mariela Delagostino –46 años, 16 en la empresa–, Mirta Alfonso –54 años, 11 de obrera– y Lorena Aguirre –43 años, desde los 16 en su puesto de trabajo– responden qué recuperaron: “La dignidad”. Mariela: “El trabajo es lo que nos dignifica”. Lorena: “Mi vida es esto. Me fortalece. Me ayuda a tener fuerza para seguir luchando”. Mariela y lo que lograron: “A veces nos cuesta corrernos del plano y mirarnos de afuera, y no tomamos conciencia del paso enorme que dimos y a donde llegamos: lo que conseguimos es muy importante”. Mirta y lo importante: “Nos mantuvimos de pie”. Mariela y un concepto: “Trabajar sin patrón es la responsabilidad de seguir cumpliendo tu trabajo junto con tus compañeros. Podemos hacerlo porque nosotros fuimos siempre el sostén de la fábrica”. Deja tres ingredientes indispensables: “Con unión, trabajo y una meta de que esto siga para nosotros, siempre se puede”.
Isabel Gaona tiene 12 años en la fábrica, hace válvulas de gas para termotanques: “Tengo 56, a mi edad ya no conseguía un empleo efectivo”. Vanesa, 36 años, desde 2006 en este sector: “Antes no podía mirar ni el celular. Ahora trabajo más tranquila, sin tanta presión, y los días que no trabajo puedo estar más con mi nena”.
Claudia Esquivel –43– y Diego Cáceres –37– tienen ahora una nueva tarea: se encargan del almacén de ReCoop, una iniciativa del MNER de distribución mayorista de productos cooperativos dentro de las fábricas. Diego es obrero de Tecno Forja: “Es una herramienta para que compañeros se puedan llevar la mercadería directamente de acá: ahorran tiempo y dinero, porque es más barato”. Claudia: “Es la satisfacción de ayudar, porque la pasamos mal”.
Qué es el mal, según una trabajadora: “Tener una bolsa de alimento solamente para darles a tus hijos”. Diego suma: “Estar a mates. Hacer feria y que los compañeros tengan que traer sus cosas, su ropa, para vender”. Claudia: “Me fui a trabajar cama adentro para que a mis hijos no les falte nada. Hoy tener esto me llena de placer y de orgullo”. El placer, aclaran, es doble: lo que ahora es el almacén antes era la oficina de personal: “Cuando te llamaban acá es porque venías a cobrar tu sueldo o porque estaba todo mal”. Diego y el saber: “Esto lo aprendimos, no éramos almaceneros. Y vienen de todos los sectores: yo antes trabajaba, pero no conocés a todos. Hoy hablamos con todos los compañeros: es un almacén de barrio dentro de la fábrica”.
Se queda pensando: “Bueno, es que somos un barrio: somos 180 personas”.
Reglas claras
Marzo de 2020. “Pandemia”, resume Marcelo. Un contraste: “En nuestra corta historia nunca estuvimos tan bien como en esos cuatro meses de 2020”. Al principio cortaron la producción, pero de a poco empezaron a volver quienes vivían más cerca de la fábrica. Sintieron el impacto en el consumo del Ingreso Federal de Emergencia (IFE): “Trabajamos mucho con fabricantes de cocinas industriales, con gente que se ponía un emprendimiento y tenía un hornito. Ibas al corralón y había lista de espera. Por eso, lo que vemos es que el problema es la distribución y lo concentrada que está la economía”.
En 2021 la producción –el país– se enfrió. “Del mercado que teníamos prácticamente no pudimos reconstruir nada, pero sí desarrollamos otro, en una escala por ahora chica: cocinas industriales, termotanques, cocinas domiciliarias. Son clientes chicos pero que tienen liquidez. El segundo paso es la proyección con los clientes más grandes”.
La estrategia, primero, fue entender ese mercado. Luego, analizar cuál es la espalda necesaria: “Necesitás 500 millones para jugar con los grandes: invertir, esperar la vuelta, y recién repartir. Por eso hicimos al revés, y así fuimos creciendo. Pero de julio para acá los precios fueron una locura: nos aumentó 60% la materia prima. En dólares. Y nuestro principal competidor, que tiene todo el mercado, trae los robinetes importados. No hace nada. Ese es el problema: necesitamos reglas claras e igualdad de condiciones con el que importa. Que el Estado, al menos, lo arancele. Los privados hoy quieren automatizar este proceso, que es complejo por su calibración, con tres personas: acá somos 180 familias, tenemos 10 proveedores que dependen mucho de nosotros. Si sumás todo, EITEC tiene un universo de 300 puestos de trabajo entre directos e indirectos, además de que todo lo que se genera acá va al consumo, y no al dólar blue. Queremos las mismas condiciones. Después, depende de nosotros”.
La nueva normalidad
El padre de Liliana, la tesorera, también era metalúrgico. Trabajaba en un taller que hacía tareas para AYSA. En la semana santa de 2001, el patrón les dijo que se tomaran el fin de semana largo. Confiados, se fueron a sus casas: el lunes se encontraron la fábrica vaciada. “Repetí la misma historia –dice Liliana–. A mi papá le pasó con 22 años en la fábrica, y yo tenía acá 22 años”. Su papá changueó hasta llegar a la jubilación. Liliana siguió otro camino.
El 25 de mayo de 2019, durante la toma, empezaron con venta de locro para juntar fondos. “¿Quién quiere cobrar?”, preguntaron, y nadie se animó. Liliana levantó la mano. Después se vinieron los campeonatos de fútbol de la UOM. Liliana rindió los gastos. Luego, un festival grande para todo el barrio. Liliana se encargó de las compras. Con esa experiencia, en la primera elección de autoridades, sus compañeros no dudaron: eligieron a Liliana como la tesorera. “¿Qué fue lo más loco? Aprender. Yo terminé la secundaria a los 50 años”.
Melina Acuña, que se desempeñaba en el área de calidad, hoy también está en la administración: se ocupa de proyectos, rendiciones, los monotributos de sus compañerxs. Liliana descubrió el puesto desde el locro, ¿y Melina? “Es quererlo y querer que esto funcione. Es el compromiso. Decidimos ocupar estos lugares que ocupamos por sentido de pertenencia”.
Liliana se emociona. Su papá, luego del vaciamiento, también quiso formar una cooperativa: “No resultó, no tenían el aguante que teníamos acá”. Su papá le decía: “Mirá que a nosotros no nos fue bien”, pero luego, cuando la vio en este nuevo rol, la felicitó: “Pensé que iban a terminar igual que nosotros, pero ustedes van para adelante”.
¿Qué te genera eso?
Me pone bien.
Liliana sonríe de oreja a oreja, con total normalidad.
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