Fábricas Recuperadas
La combustión que permitió recuperar Aceitera La Matanza
El caso es emblemático del significado de la recuperación de empresas por parte de cooperativas de trabajadores. Este 29 de octubre se celebra el Día del Aceitero, para recordar el primer encuentro (en 1947) de la Federación que reúne a esos trabajadores. Pero esta historia va más allá, la publicamos como un homenaje e involucra a Aceitera La Matanza: sus trabajadores recuperaron una empresa de tres manzanas y media durante el primer año del macrismo, soportaron la violencia del desempleo y el costo de poner en marcha el sueño cooperativo. Hoy cosechan sus frutos: mayor producción, más fuentes de trabajo y retiros que están por sobre el convenio de los aceiteros. Publicada originalmente en MU 178.
Por Lucas Pedulla.
“Te la vuelo”.
Hay variables económicas que, en una tierra en crisis, algunas voces miden en riesgo país, los récords del blue, la segmentación tarifaria, los lock outs patronales o el déficit fiscal, pero que Maximiliano Correa, que no es economista sino operario aceitero, sintetizó en un concepto que nadie estudiará jamás en ningún posgrado de Oxford, Harvard o sus derivados.
-Tiro algo en los tanques de solvente y acá vuela todo, no queda nada.
El axioma se lo dijo a su expatrón, cara a cara.
Valga una breve traducción:
Tanques de solvente: dícese del proceso que implica la extracción de aceite del grano de girasol mediante el tratamiento con disolventes, como el hexano, un material calificado como “altamente inflamable”. Es el método más usado debido al alto porcentaje de aceite recuperado de los materiales que son prensados.
“Acá vuela todo”: dicho de una persona con dos hijos y una hija que, junto a otras 99, era obligada a trabajar en condiciones humillantes, con salarios atrasados, por fuera del convenio colectivo, y con amenazas de despidos, reacción química que acelera la combustión.
No queda nada: expresión que refiere a las tres hectáreas y media que ocupaba Agroindustrias Madero, con silos de cemento de dimensiones surrealistas, en el límite de las localidades de La Tablada y Villa Madero, en la también surrealista La Matanza.
Correa, que no es economista, cumplió.
La chispa fue la bronca y la posibilidad.
Sus compañeros, la combustión.
Voló todo: el modelo de precarización y vaciamiento de la fábrica estalló por los aires.
No quedó nada: esa estructura humillante de Agroindustrias Madero hoy es la Cooperativa de Trabajo Aceitera La Matanza, una empresa sin patrón.
La chispa
El fogonazo prendió en 2016.
Ese año, el primero del macrismo en Argentina, el empresario Carlos de Pina convocó a todos sus empleados para informarles que Agroindustrias Madero no era “solventable”, y que de 100 trabajadores iba a dejar a 70 en la calle. De Pina era dueño en triple escala: Molinos Navarro era la propietaria del predio, que le alquilaba a Agroindustrias Madero, dueña de todas las maquinarias, y esta le alquilaba, a su vez, a Biomadero, productora de biodiesel.
“Siempre fue un explotador: hubo compañeros que se pasaron trabajando acá adentro 36 horas de corrido”, recuerda Correa. El adentro de esta fábrica implica laberintos ascendentes entre tolvas, escaleras, prensas, tableros, más escaleras, y un ruido incesante de motores que nunca parecen detenerse. “Su idea no era irse de acá, sino echar a los quilomberos y empezar de nuevo: era el boom del biodiesel y toda la producción que hacíamos era para exportación. Por lo económico, esto era súper viable”.
En 2013 los trabajadores habían logrado meter al sindicato dentro de la fábrica. El primer reflejo patronal fue casi un cliché: echó a 20 obreros. “Estuvimos parados y logramos reintegrar a los compañeros. Ahí nos pudimos armar más fuerte: de un delegado pasamos a ser cuatro. Pudimos pelear por más cosas. Lo primero fue el salario. Estábamos fuera del convenio. Y después los pagos: pagaba cuando quería, siempre atrasado. Yo entré en 2009 y siempre fue así, muy desprolijo. En los últimos tiempos hasta le parábamos la planta si no pagaba al cuarto día hábil”.
Correa era uno de los cuatro delegados de la empresa. ¿Qué hizo el sindicato ante la comunicación de echar a 70 personas? “Acompañó la decisión del patrón porque dijo que era el mal menor. Su teoría: ‘Antes de quedar todos en la calle, no se metan, no hagan quilombo y que los despedidos cobren la indemnización’. Pero yo dije que no. Y ahí comenzó todo: nos agarró la euforia. Era a todo o nada”.
Este tipo de frases, en estos conflictos, también tiene su correlación práctica: ¿qué significaba a todo o nada en una aceitera de La Matanza? “Echamos al sindicato y casi le prendimos fuego el auto a la contadora de la empresa. Al otro día me llevaron a la comisaría con otro compañero porque nos denunciaron por amenazas y usurpación”.
Un día en el juzgado un trabajador de otra aceitera le preguntó si conocía a Eduardo Vasco Murúa, referente del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER), actualmente en la Dirección de Políticas de Inclusión Socioeconómica en el Ministerio de Desarrollo Social. Fueron a verlo, le comentaron su situación, y Murúa soltó una nueva chispa:
“Se puede”.
Correa: “Sin el movimiento no hay camino, es todo oscuro. Acá hubo mucho respaldo, que te da una inyección anímica muy grande. Uno piensa: ‘¿Una recuperada? Si ahora no nos podemos poner de acuerdo en cómo seguir, nos vamos a matar entre todos’. Pero lo hicimos, al menos en mi caso, por la rabia a todo lo que habíamos pasado. ¿Qué perdemos si nos va mal, si ya nos dejaron en la calle?”.
Los trabajadores hacían guardia en la fábrica, y comenzaron el camino cooperativo. “El sindicato nos decía que era imposible, que nos íbamos a esclavizar, que íbamos a tercerizar el laburo”, recuerda Correa, y deja el pie al remate de la historia: “Ahora, en lo que nos llevamos todos los meses, estamos en iguales y hasta mayores números que los del sindicato”. Cabe subrayar con mil crayones que el aceitero es uno de los gremios que mejor paritaria viene logrando hace años: la última revisión salarial llevó el básico inicial a $184.000 a partir del 1º de julio. Correa: “Nos metimos en la cabeza hacer todo lo posible, cuando arrancamos, para tener el retiro que nos merecemos. Y lo estamos logrando”. La diferencia es que ya no se trata del sueldo que paga una empresa, sino del fruto del trabajo cooperativo que se reparte entre quienes trabajan.
De la amenaza de 70 despidos a una cooperativa con retiros por sobre el convenio.
Correa confiesa: “Yo era uno de los 30 que no iban a echar”.
Inercia y odio
A Correa le dicen “Fino”, tiene 33 años, es secretario de la Cooperativa y parte de una nueva generación de procesos de recuperación de empresas. La historia del sector indica que fueron obreros y obreras, con una edad que el mercado laboral vomita, las personas que inventaron un camino distinto, cooperativo y autogestivo. ¿Qué empujó a Correa, con 27 años entonces y con mayores posibilidades de armar un currículum, cuando era uno de los que no iban a ser despedidos?
Piensa en tres aspectos:
“Por un lado, es la inercia y el odio: yo entré en 2009, y pensaba que si había tirado seis años de mi vida, podía un poquito más. Pero siempre era un poquito más, y otro poquito, y cuando te diste cuenta habían pasado dos años”.
“También me afectó que este fue mi primer laburo: no quería perderlo. Lo que me dio mucha fuerza fue que iba recorriendo otras recuperadas, y veía la historia de esos compañeros: no habíamos vivido nada de eso, a ellos los cagaron a palos, los metieron en cana. Estaba seguro de que se iba a poder”.
¿Y qué hay más acá del odio y de la inercia? “Mis viejos habían sido delegados y fueron echados los dos. Quedaron frustrados. Y esta era como mi revancha con ellos: poder devolverles lo que ellos no pudieron”. Se emociona: “Fue una parte emotiva porque ellos me dejaron como una ‘doctrina’, de lucha, de pelea, de no abandonar. Yo tengo dos hijos de 12 y 11, y una hija de 8: ¿qué les digo cuando llego a casa?, ¿que no luché? ¿Qué enseñanza les voy a dar si abandono? Mi vieja no quería saber nada: cuando me metí de delegado me dijo ‘pensá en tus hijos, te van a echar’, y cuando pasa todo esto me dice: ‘¿Viste, te dije?’. Ahora te voy a demostrar que puedo, pensé. Son muchas cosas: el odio, otras recuperadas, tus hijos, tu familia. Son distintas cosas que te llevan a decir ‘mandale, mandale y mandale y no aflojés’”.
Y no aflojaron.
Lo más grande que hay
El camino no fue fácil. El deseo cooperativo comenzó en 2016 pero los primeros ingresos fueron en 2018. Nahuel Llanes tiene 40 años, hace 15 que trabaja en el sector de molienda, y cuenta esos dos años “tremendos” enfrente de un tablero que muestra con colores y dibujos un mapa: indica sensores, variables, revoluciones de las norias, zarandas, cocinas, el sector donde se inicia el proceso que prepara el grano de girasol para sacar el mayor porcentaje de aceite. “¿Sabés lo que es estar dos años parados?”, pregunta. “Si una semana a un trabajador le cuesta la vida, imaginate dos años, sin llevar siquiera noticias a tu casa. Veníamos ocho horas acá por nada, ni para cargar la SUBE, y esperando alguna noticia de la jueza”.
¿Por qué seguir? “Soy una persona de mucha fe, y esa fe te da un regocijo. Otra cosa fue venir y ver que hay un grupo de personas que la está pasando tan mal como vos. Si aflojás, los perjudicás también a ellos. También está el pensar que puede haber un futuro si nosotros luchamos. Y lo principal es la familia: sin la familia, uno decae”.
Hicieron changas para llevar algo a sus casas (construcción, remisería, fletes, basura), y entre la desesperación y la fe, cuando estaban por firmar su primer convenio de producción autogestiva, la jueza les falló en contra. Correa: “Se me desmoronó todo. Sabíamos que si poníamos a girar la rueda, no parábamos más. El dueño también sabía, y por eso arregló con la jueza”. Movilizaron al juzgado y lograron conseguir la continuidad, pero el empresario con el que iban a firmar quedó desconfiado: decía que las máquinas no funcionaban y quería verlas en marcha. “¿Cómo hacemos si no tenemos un peso?”, pensaba Correa.
Y el milagro llegó: de tanto llamar a proveedores, consiguieron uno que tenía cuatro camiones de semillas. “Era un muchacho que también había quedado con bronca porque el dueño le quedó debiendo mucha plata. Le dijimos que traiga los camiones cuanto antes. Acá necesitás diez camiones por día, pero ya con esos cuatro podíamos armar todo para poner en marcha las máquinas y que venga esta gente empresaria”. Así fue y así la rueda empezó a girar.
Llanes se emociona al recordar qué implicó: “Acá me subestimaron, me maltrataron laboral y psicológicamente. Cuando era nuevo me mandaban a barrer debajo de la lluvia, o me verdugueaban de mil maneras. La cooperativa es otro mundo: antes éramos más egoístas con nosotros mismos, pero hoy nos hermanamos entre todos, y si hay un problema es del colectivo”.
Ramón Ávalos –35 años, 14 en la fábrica, sector prensa, tres hijos– coincide: “Para poder salir necesitamos un objetivo común, siempre a la par, porque si no tiramos todos de la misma rienda esto se va al carajo”.
Eduardo Escobar –40 años, 17 en la empresa, operario, dos hijos– también es maestro de tableros y no duda: “Trabajar sin patrón es lo más grande que hay”.
El alma en el cuerpo
En la entrada de la fábrica hay un bar con productos cooperativos que funciona, también, como bachillerato de adultos. Lo gestiona un grupo de vecinos que lleva adelante un espacio llamado Galpón Cultural. Correa explica: “Nos dieron una mano grande en visibilizar el conflicto en el barrio: la fábrica estaba mal vista por los olores y esto fue un cambio radical. El olor a ácido se sentía desde la rotonda de La Tablada. Nosotros invertimos y ahora estamos saliendo de la categoría de ‘agente contaminante’. En ese proceso, lo cultural fue clave”.
Afuera del bar se escuchan motores: de aquellos cuatro vehículos iniciales a este julio de cumpleaños en el que no paran de entrar y salir camiones (cada uno con 30 toneladas de granos de girasol), Correa refleja ese flujo en números de producción por día:
400 toneladas de molienda en pellet de girasol (alimento para animales).
100 toneladas de aceite refinado.
De esas 100, 75 son a granel y 25 de envasado, que comercializan con las marcas El Cortijo (aceite de girasol) y Lago Espejo (aceite de mezcla).
Los números reflejan también decisiones cooperativas: al retomar la producción había solo dos turnos de molienda. Correa: “Trabajábamos 15 días de corrido, 12 horas cada jornada, y sin franco, porque la fábrica necesitaba continuidad: no podíamos frenar porque el costo era inmenso. Empezamos a llamar a otros compañeros”. Cuando comenzaron a mover la rueda, no llegaban a 50 trabajadores: hoy son 100. Sumaron un turno más y recuperaron el sector de envasado, que había sido cerrado por el patrón: “Ahí trabajan hoy 11 compañeros”.
Todo esto es lo que le contaron al entonces presidente Alberto Fernández el 5 de mayo de 2022, cuando visitó la fábrica en el marco del Encuentro Federal de Empresas Recuperadas. Ese día recibieron, además, a 2.000 personas de cooperativas de distintas provincias, impulsaron la nueva presentación del proyecto de Ley de Recuperación de Unidades Productivas y lanzaron el ReNacER (Registro Nacional de Empresas Recuperadas), herramienta para conocer el detalle de un sector que reúne a más de 400 experiencias, con más de 18 mil trabajadorxs. Fue la primera vez en que un presidente argentino puso el pie en una fábrica recuperada.
Fernández dijo en la aceitera: “Hay que darle las herramientas a la economía popular para que siga creciendo”, pero los meses siguientes estuvieron atravesados por las discusiones de planes sociales vs. trabajo y lo que podía ser una esperanza de apoyo se diluyó. Piensa Correa: “Estamos constituidos como cooperativa de trabajo, pero somos una empresa recuperada. Desde ese rol generamos mucho más que el propio Estado porque recuperamos y generamos trabajo genuino, inserto en la cadena alimenticia: durante la pandemia fuimos una de las actividades esenciales. Nunca se había apostado a invertir en este sector, a comprar maquinaria, recién ahora se está viendo. Es posible generar, con la misma plata de los planes, puestos de trabajo: si demostramos que siendo 100 coatíes pudimos poner en funcionamiento una planta con estas dimensiones, ¿cómo ellos, en el gobierno, que son ingenieros o economistas no pudieron recuperar algo como Vincentín, por ejemplo?”.
¿Horizontes del movimiento? Además del proyecto de ley –cuya esencia buscaba facilitar los procesos de recuperación de las fábricas–, Correa plantea la jubilación: “Yo soy joven, pero tenemos muchos compañeros de 70 años. La cooperativa acompaña con un retiro, porque se jubilan con la mínima: de un ingreso aceitero pasan a cobrar la mínima, es como volver a quedarse sin laburo. Hay pedidos de reuniones, pero hay que actuar: tenemos que volver a tomar despachos”.
Otra vez, un concepto: su traducción en un derecho recuperado se está escribiendo.
Una pista se entiende en el sector de refinado. Allí está Cristian Gaitán, 32 años: había entrado en 2008, se fue a una empresa constructora y regresó en 2020. “Nunca me adapté, y cuando mis compañeros me dieron el ok para volver, me volvió el alma al cuerpo”, dice, pañuelo en la cabeza, delantal blanco, con una sonrisa de tres hectáreas y media: “Acá trabajaron mi hermano y mi papá que falleció en mayo: es mi segunda casa. La cooperativa representa que esto es nuestro: ¿qué mejor que hacer algo tuyo, propio, con todo el cariño del mundo?”.
Y rescata una palabra, hoy tan perdida en esta tierra en crisis, pero que entre los silos de cemento quizá revele un secreto de esta historia que no hace falta traducir:
“Estar acá es un orgullo”.
Nota
Las cosas que hay que hacer para trabajar – Capítulo 1
La nueva serie documental de lavaca: el mundo de la autogestión en Argentina a través de ocho capítulos sobre experiencias recientes de diferentes cooperativas que lograron recuperar empresas vaciadas o quebradas por las patronales. Con dirección de Patricio Escobar, autor de La crisis causó 2 nuevas muertes.
Capítulo 1
Dos mil personas que integran empresas recuperadas de toda la Argentina se reúnen en un acto histórico en la Aceitera La Matanza. ¿Qué buscan? Impulsar el proyecto de Ley de Recuperación de Unidades Productivas que facilite que cooperativas de trabajo pongan en marcha empresas quebradas o vaciadas por las patronales. El movimiento lleva 20 años sin ley, pero ha recuperado no sólo trabajo sino también dignidad y vida, con 400 fábricas en el país que dan trabajo en total a más de 14 mil obreras y obreros. Su lema: Ocupar, resistir y producir
Capítulo 2
Aceitera La Matanza fue la primera fábrica recuperada visitada por un presidente argentino durante su mandato. Alberto Fernández reconoció que siempre vio a las cooperativas como parte de la “economía informal” sin comprender que involucra otros modos de producción: “Ahora soy yo uno de los que tiene que convencer al resto de la Argentina de que la economía popular existe, y que hay que darle las herramientas para que siga creciendo”, dijo ante 2.000 trabajadoras y trabajadores. Sin embargo, durante la pandemia, la asistencia del Estado no fue la misma que para las empresas privadas. ¿Qué dice sobre esto? ¿Y qué le responden quienes trabajan?
Las cosas que hay que hacer para trabajar Dirección: Patricio Escobar.
Producción integral de Cooperativa de Trabajo Lavaca: Claudia Acuña, Sergio Ciancaglini, Anabella Arrascaeta, Lina Etchesuri, Sebastian Smok, María del Carmen Varela, Franco Ciancagini, Lucas Pedulla.
Fotografía: Lina Etchesuri y Sebastian Smok. Cámara: Patricio Escobar, Guillermo Guevara, Sebastian Smok.
Música: Guido Donato y Tomás Lobov.
Edición: Damián Finvarb.
Nota
Cooperativa de trabajo, imprenta, y usina de teatro: que cumplas felices 20 años, Gráfica Patricios
La imprenta Gráfica Patricios está cumpliendo 20 años desde la toma que permitió que los trabajadores pudieran salvarla del vaciamiento al que estaba siendo sometida por la antigua patronal. Este 20 de diciembre habrá un acto, y además la presentación de la obra de teatro Furia, en línea con una tendencia que Gráfica Patricios siempre supo implementar a partir de su relación con Norman Briski: el trabajo, la autogestión, y el arte. Incluimos aquí el anuncio de la celebración y, como homenaje a Gráfica Patricios, La rebelión de las máquinas, la historia de la recuperación publicada en aquel momento por lavaca, que forma parte del libro Sin Patrón – Fábricas y empresas recuperadas en la Argentina.
Por María del Carmen Varela
“Cuando nosotros ocupamos la fábrica, éramos 75 compañeros que quedábamos acá. Esos compañeros se mantuvieron 60, 70 días, se iban yendo y algunos no regresaban, hasta que quedamos 28”, relata Gustavo Cali Ojeda, —actual presidente de Cooperativa Gráfica Patricios— en la serie documental de 8 capítulos Lo que hay que hacer para trabajar, producida por lavaca y estrenada a comienzos de este año. Se refiere al año 2003, momento económico especialmente complicado, post debacle 2001 en el que Talleres Gráficos Conforti fue tomado por sus trabajadores luego de reclamar por el pago de los sueldos y fuera muy evidente el vaciamiento de la empresa por parte del dueño, Raúl Gonzalo.
Los cañones apuntaron hacia los trabajadores y fueron acusados de usurpación. Durante ese largo período de resistencia, el actor Norman Briski acompañó la toma y estrenó Maquinando, obra de teatro con los obreros como protagonistas. “Era una lucha alegre, no era una lucha cejijunta, ni intelectual”, cuenta Briski en el capítulo 4° de la serie.
Gustavo Cali Ojeda, presidente de la Cooperativa Gráfica Patricios, y el actor, director y dramaturgo Norman Briski, que acompañó la recuperación desde un primer momento, en la filmación del documental Las cosas que hay que hacer para trabajar.
Sin temor a spoilear, porque ya sabemos que la toma tuvo su recompensa, el enorme taller gráfico de Barracas fue convertido en cooperativa de trabajo y tiempo después se produjo la expropiación. Pasaron exactamente veinte años y este miércoles 20 de diciembre, Gráfica Patricios se prepara para celebrar. “Tenemos el compromiso de seguir y no bajar los brazos, queremos que nuestra cooperativa quede para nuestros hijos, nietos, que no se detenga el sueño del control obrero. Nos costó mucho construir en lo político y social para que después vengan estos gobiernos neoliberales y echen todo por tierra”, plantea Ojeda.
“Destaco el compromiso de nuestro sindicato gráfico, el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, MNER y otras organizaciones sociales. Me hubiera gustado más decisión política del gobierno saliente”. Con respecto a lo que sostuvo a la cooperativa durante estas dos décadas, Gustavo subraya: “El trabajo organizado, no nos olvidemos que pasamos una pandemia de casi tres años tremendos. Creo que lo imprescindible es la organización y el compromiso del trabajador. La toma de conciencia es la parte más difícil”. Gráfica Patricios no solo es una imprenta de excelencia sino que a lo largo de estos años han sabido albergar otras áreas como la educativa, sanitaria y de comunicación. En sus instalaciones de Av. Regimiento Patricios 1941 funciona la Escuela de Educación Media N° 2 “Trabajadores gráficos”, un Centro de Salud y Acción Comunitaria (CESAC) y Radio Gráfica FM 89.3.
Los veinte años de trabajo ininterrumpido se festejarán este 20 de diciembre con doble evento. A las 18 arrancará el acto y a las 20, la impronta teatral aportada desde siempre por Briski reactivará su potencia con la obra teatral Furia, creada y producida por TSO: Teatro Sanitario de Operaciones (www.teatrosanitario.com.ar).
Furia se estrenó en el Centro Cultural Haroldo Conti, ex ESMA, a veinte años del 2001. “Es una representación vía performance de lo que se vivió en esa época del 2001 que tiene tanta vigencia hoy en dia, por eso se llama así, el pueblo unido salió a la calle a reclamar sus derechos”, cuenta Kike López, director de TSO, compañía de teatro no convencional que viene produciendo obras desde 1996 con una calidad y creatividad destacables. Utilizan distintos lenguajes como el teatro aéreo, video, poesía y diversas técnicas para crear atmósferas que den contexto a la trama.
“Venimos trabajando hace años con empresas recuperadas. Una de nuestras casas es IMPA, hace más de veinte años que estamos ahí y ahora nos acercamos también a la Gráfica donde nos abrieron las puertas para poder presentar nuestras obras. La Gráfica abre su espacio a la cultura”, se alegra Kike. Durante noviembre hicieron funciones en las instalaciones del taller de su obra Mantua XP, que combina teatro aéreo, máquinas escenográficas, actuaciones entre el público, dj en vivo, coctelería y el uso de los elementos fuego, aire, agua y tierra.
Quiere decir que todo esto trata de nuestra historia, el teatro como herramienta para recuperarla y observarla de cerca como un espejo donde mirarnos desde un presente en conflicto. Kike: “En este momento necesitamos ver y esclarecer los hechos, tener memoria para no caer en errores y en procesos del pasado que si bien tenían otro contexto histórico, no funcionaron. La reflexión nos lleva a ponernos de un lado, lo humano siempre está primero”.
Si bien las entradas se agotaron casi apenas subido el formulario, habrá otras ocasiones para ver el trabajo de TSO en Gráfica Patricios. El año próximo vuelve Mantua y también talleres, seminarios y nuevas producciones teatrales.
Aquí reproducimos La rebelión de las máquinas, crónica publicada en 2003 por lavaca, que forma parte del libro Sin Patrón-Fábricas y empresas recuperadas en la Argentina.
La rebelión de las máquinas
por Sergio Ciancaglini
PRIMERA PARTE
Julio del 2003. Las paredes del edificio verde que ocupa media manzana en la Avenida Patricios al 1900, Barracas, Buenos Aires, podrían ser calificadas como murales informativos. Allí hay todo un tratado que detalla con pocas palabras la situación de los Talleres Gráficos Conforti. En letras blancas mayúsculas se relata:
- Trabajadores de Conforti por la fuente de trabajo. Nos deben más de un año de salarios. ¡¡No al vaciamiento!!
- Justicia para los trabajadores ¡¡Solución ya!!
- Más de 3 meses de lucha.
- Raúl Gonzalo, delincuente, pagá.
- No al vaciamiento de empresas.
- No al desalojo.
Aparece además una propuesta que, de acuerdo al efecto que provocan estas situaciones, resulta un dechado de precisión y armonía:
- Gonzalo, ladrón hijo de puta, pagá lo que debés.
Esta oración está desactualizada en su último tramo. Hoy los trabajadores de Conforti mantienen la primera parte del postulado, pero no parecen querer siquiera que les paguen lo que les deben.
Ahora exigen la expropiación definitiva de la empresa, para que se cumpla la ley y para hacer honor y poner en práctica las dos palabras más profundas pintadas allí, en blanco sobre verde:
- Queremos trabajar.
Barracas es uno de los barrios más originales de Buenos Aires, con sus manzanas en desnivel con respecto a la calle para no sucumbir a las inundaciones. Conforti está a media cuadra del Riachuelo. Las persianas bajas parecen los ojos cerrados de una empresa que está en coma, víctima de una inundación de otra clase y de uno de esos casos de corrupción empresaria tan emblemáticos de la llamada dirigencia nacional (si es que esas dos palabras conservan algún sentido).
Tapa de una de las ediciones de Sin Patrón, de lavaca, con prólogo de Naomi Klein y Avi Lewis.
Matar el tiempo
Una de las ediciones de Sin Patrón, con el prólogo de Naomi Klein y Avi Lewis, que incluye «La rebelión de las máquinas».
La reunión con los obreros de la Cooperativa Patricios es en un taller silencioso, oscuro, quieto, la mayor tristeza para cualquier gráfico o cualquier periodista.
En Terminator 3 se retoma una idea clásica de la ciencia ficción: la rebelión de las máquinas como un anuncio de la catástrofe humana. En la Argentina la catástrofe ya ocurrió, y la rebelión de las máquinas es, en todo caso, la que permitiría que fábricas y talleres como Conforti vuelvan a funcionar. Se trata de otro guion: las máquinas y los hombres aquí son aliados.
En el taller, las máquinas están en silencio, con sus ojos apagados. Los trabajadores estaban jugando a las cartas. En el fondo el juego es siempre el mismo: se trata de ir matando el tiempo, para evitar que el tiempo los mate a ellos.
Pero hay algo que se sobrepone al silencio: calculan que en unos 20 días esta situación puede cambiar definitivamente hacia un ambiente más ruidoso. Ellos, y las máquinas, recuperando su capacidad de trabajar.
La historia comenzó a desmoronarse entre 1998 y 1999 cuando el presidente de Conforti, Raúl Gonzalo, hombre más bien redondeado, decidido, veloz, de palabra fácil (“es de los que te convence que todo lo tuyo es de él, y le creés” dicen los obreros), siempre de barba y 4×4, comenzó a pagar poco y mal a sus obreros.
No faltaba trabajo.
Gustavo Ojeda, delegado gremial y ahora integrante de la Cooperativa Patricios que han conformado los trabajadores, recuerda que entre los clientes estaban El Cronista Comercial, las revistas de Cablevisión y Telecentro, Segundamano y Vía Aérea (que se entrega a los pasajeros de aviones) por nombrar unas pocas. Está dicho: no faltaba trabajo, faltaba pagarlo.
Había unos 80 obreros que aguantaban los retrasos y los recortes que consideraron un mal menor frente a las amenazas de despido o a los retiros voluntarios que cada vez fueron menos voluntarios. “Incluso muchos acuerdos homologados ante el Ministerio de Trabajo no se cumplían. O sea, se firmaba el acuerdo, y la plata no aparecía. Íbamos a reclamar al Ministerio, y la homologación no aparecía”.
En la Argentina el sistema de despidos fue privatizado para lograr una mayor eficiencia: despedir más y mejor con el disfraz del “acuerdo mutuo” entre trabajadores y empresas. Sin embargo, las homologaciones en este caso desaparecieron. Para Ojeda la única explicación a semejante enigma es un puño arriba de la mesa: “Alguien puso plata”.
Navidad con monedas
Siempre se puede estar peor. La Argentina lo supo en el 2001, cuando la recesión menemista y su empalme con la recordada gestión del señor De la Rúa y los suyos provocó un colapso absoluto de la economía. En ese ambiente, Gonzalo iba pagando cada vez menos. De sueldos cercanos a a los 1.000 pesos, pasó a pagar fracciones semanales de 150, luego de 100 y finalmente de 50.
De paso, humillaba: hacía que los trabajadores tuvieran que esperar hasta siete horas, fuera de su turno de trabajo, para cobrar esos 50 pesos.
Pero al mismo tiempo Gonzalo ensanchaba sus negocios, como propietario y presidente de Conforguías S.A., empresa a la que iban a parar clientes y contratos que funcionaban en Conforti.
Por eso los trabajadores empezaron a sospechar que ante sus ojos se producía un nuevo acto de magia negra: lo que estaba, desaparecía. Lo llamaron vaciamiento. A fines del 2001 quedaba un solo cliente para Conforti: el diario El País, de España, que tiene una pequeña tirada en Buenos Aires y Montevideo.
Raúl Gonzalo se presentó en convocatoria de acreedores. “Nosotros seguíamos trabajando” reconoce Juan José Rodríguez “y es más: los sábados y domingos trabajábamos gratis. Lo hacíamos pensando que iba a ser peor todavía si la empresa se cerraba”.
Cuando hacían asambleas reclamando pagos atrasados, Gonzalo bajaba a arengar a los gráficos. El señor Miguel Isidro Barrios todavía se asombra con los argumentos: “¿Sabe qué nos decía? Que la culpa de la crisis de la empresa era nuestra. Que hacíamos mal el trabajo y por eso los clientes se iban”.
Llegó diciembre del 2001. Corralito. Denuncia Ojeda: “Pero a éste el corralito no lo agarró. Iba a Uruguay a buscar la plata”. No se sabe cuánta, pero la Navidad de 2001 le pagó $10 (diez pesos) a cada uno de los obreros. A esa altura eran unos 80 empleados, así que Gonzalo invirtió 800 pesos para unas felices fiestas. Un dato curioso: pagó en monedas, porque fue el único cambio chico que consiguió.
A otros no les pagaba siquiera con diez monedas. La AFIP, los organismos previsionales, la obra social y el sindicato, sumados a los salarios caídos, generaron una deuda que –al estilo de la deuda externa argentina- iba siendo cada vez más inmanejable.
Para evitar pagar parte de esa deuda, el señor Raúl Gonzalo intentó un nuevo acto esotérico: declaró bajo juramento a la AFIP que no tenía empleados. Los esfumó.
Pero tiempo después, en marzo de este año, solicitó ante el Ministerio de Trabajo la apertura del Procedimiento Preventivo de Crisis para poder despedir a la mitad del personal.
Conclusión: no tenía empleados, pero iba a echar a la mitad.
Esta teoría sobre la subdivisión de la nada merecería un arduo debate filosófico, el Nobel de Física, o una reparación a las víctimas de la asociación ilícita entre este tipo de empresarios y un Estado neoliberal que los apoya como empresa prestadora de servicios.
La reactivación de la falsificación
A fines de febrero de 2003 los trabajadores se hartaron y comenzaron la llamada “retención de tareas”: al no cobrar, concurren a sus puestos de trabajo a no hacer nada. De todos modos colaboraban en lo indispensable para que siguiera editándose El País. Raúl Gonzalo informó que no podría pagarles ni los 50 pesos semanales que venían cobrando y el 10 de marzo comenzó el cese total de trabajo que continúa hasta hoy. El juez del concurso Juan José Dieuzeide nombró un veedor.
Gonzalo contraatacó iniciando una causa por “ocupación del establecimiento” exigiendo el desalojo de los trabajadores. La fábrica en realidad no estaba tomada ni ocupada, sino que los trabajadores concurrían en sus horarios. El propio veedor judicial elevó al juez un escrito describiendo que no había tal ocupación: el control de la planta –informó- lo realizaba la empresa de seguridad Libercoop y personal adicional de la Policía Federal Argentina, en contacto permanente con el propio Gonzalo.
Hubo más intentos de magia. Gonzalo sostenía que su deuda con los obreros era ínfima y que les había pagado todo el 2002. Para demostrarlo, hizo lo lógico: le presentó al Veedor judicial todos los recibos firmados por los trabajadores durante ese año.
Hubo sólo un detalle disonante: todas las firmas, en más de 300 recibos, eran falsas. A simple vista podía notarse que, además, la misma persona aparecía con firmas absolutamente dispares, cosa que pudo confirmar el propio juez comercial sin necesidad de revisa demasiado esos garabatos amorfos. Esto es algo que puede generar la indignación de cualquier ciudadano honesto, e incluso la de cualquier falsificador eficiente.
Justicia privada
Con el descubrimiento de la falsificación, y de todo lo que eso implica como delito, llegó la orden de detención.
Pero no para Raúl Gonzalo, sino para los obreros acusados de usurpación por la jueza del Juzgado Nacional Correccional número 2, Mónica Atucha de Ares. Esta señora demostró la velocidad de la que es capaz la justicia –a veces- aceptando la denuncia por usurpación, ordenando el desalojo de una fábrica que no estaba tomada, y dictando el procesamiento de 14 de los trabajadores que estaban en la planta el día que ella envió a un oficial de justicia a inspeccionar.
La jueza, como ocurrió con el juez provincial Marcelo Goldberg en el caso de Crometal, puso la defensa de la propiedad privada (aunque se trate de un evidente evasor y falsificador denunciado por vaciamiento) y el ejercicio del desalojo, por encima de cualquier otro interés y derecho. El juez Goldberg terminó pidiéndole disculpas personalmente a los obreros, apenas entendió que estaba poniéndose en la mira de un juicio político. Esta jueza, en cambio, sigue con la amenaza de desalojo pendiente.
Don Aniceto Sanabria, uno de los veteranos de la cooperativa dice en voz alta: “Aquí no hay justicia, ¿no?”. Ninguno de los que estamos con él en el taller tenemos nada nuevo que decir al respecto.
Los obreros presentaron la idea de una ley de expropiación, que tomaron algunos legisladores porteños.
Cuenta Gustavo Ojeda: “Nuestra intención es poner aquí una escuela de artes gráficas, un centro de salud para Barracas y La Boca, y un centro cultural”. El modelo de IMPA, contagiando a otras cooperativas.
Ghelco es contagioso
La idea de derivar el conflicto hacia una cooperativa surgió por el comentario que un policía le hizo al propio Gustavo. El agente les dijo: “Mirá: esta gente pasó por mil bolonquis y terminaron armando una cooperativa quedándose con la fábrica”. Le dio un número de teléfono. Gustavo se conectó así con Ghelco, a cargo de la Cooperativa de Trabajo Vieytes, productora de insumos para confitería y heladería. Luego Gustavo contó la experiencia en su sindicato gráfico, y allí lo conectaron con Eduardo Murúa, del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas.
“Para mi es una metamorfosis. Fui nueve años delegado gremial, y ahora tengo que pensar más en que todos vamos a ser dueños de la empresa” dice un sorprendido Ojeda.
El sindicato (Federación Gráfica Bonaerense) fue el que en mayor medida los apoyó económicamente durante este tiempo (anteriormente, los obreros de Chilavert no habían recibido apoyo alguno).
Cuando se les pregunta qué efecto tuvo toda esta situación en las familias, los hombres de la cooperativa son parcos. Ojeda dice: “Las familias nos apoyan” pero Cristóforo Gramajo hace una mueca y dice: “Fue muy duro”.
Medios callados
El conflicto tuvo una repercusión anoréxica en los medios. Los casos más extraños (por llamarlos de algún modo) fueron los de Canal 9, que les hizo una nota que jamás emitió al aire, lo mismo que el periódico Página/12 (que hasta mediados de los 90 se imprimió en Conforti). Dice Gustavo Ojeda: “Los de Página nos vinieron a hacer una nota, pero después supimos que no la publicaron por la relación que tiene Gonzalo con los capos de ese diario”.
Los obreros siguieron cruzándose con Gonzalo en el Ministerio de Trabajo y en el propio taller, al cual el empresario concurre de vez en cuando, releyendo acaso las referencias a su persona pintadas en las paredes verdes. En una reunión en el ministerio, Gonzalo planteó las dificultades en que se encontraba, con riesgo incluso de no poder pagar el seguro de su 4×4, ni el de la su señora esposa. De todos modos, esa dura caída bajo niveles de subsistencia automovilística no parece haberse concretado. Los obreros, poco después, vieron que ambos llegaban a Conforti en sus respectivas camionetas, lo cual debe llevar tranquilidad a los allegados y amigos de la familia, y a los promotores de seguros.
¿Cuál es el futuro? Si sale la Ley de Expropiación, calculan que en cinco o seis días lograrían afinar y aceitar todo el funcionamiento de las máquinas. Gustavo: “Tenemos al menos tres clientes muy fuertes que volverían con nosotros. Con uno que se concrete, ya comemos los 28 que quedamos en la cooperativa, pero además podemos ir recuperando poco a poco nuestro mercado”.
Bajo la mirada de Lauro Vázquez y Gustavo Miranda, dos de los más jóvenes integrantes de la cooperativa (unos pocos de treinta y pico, y de allí para arriba) don Aniceto Sanabria vuelve a tomar la palabra: “Usted hizo muchas preguntas. ¿Puedo yo hacerle una? ¿Por qué este Gonzalo no está preso? ¿Hay justicia?”
Tal vez convenga dejar el interrogante abierto. Al igual que el de saber si Conforti pasará finalmente a manos de sus trabajadores. Todo está empezando. La fábrica está impecablemente mantenida por los obreros. Sobre la mesa del taller quedó el mazo de cartas. Mientras las máquinas sean sólo un adorno, el mazo tendrá como trabajo un acto de magia: ir matando al tiempo que falta para saber qué contestarle a don Aniceto cuando pregunta si hay justicia.
SEGUNDA PARTE
(Agosto de 2004)
La Cooperativa de Trabajo Patricios consiguió la Ley de Expropiación de los talleres el 27 de febrero de 2004. Ya no hay pintadas. Y cada vez más, el lugar es un rugido de rotativas. “Empezamos poco a poco. Pero ahora ya trabajamos toda la semana” dice uno de los obreros sonriendo, mientras uno de sus compañeros conduce un carro a motor que va entre las máquinas llevando y trayendo cargamentos de revistas y folletos. Ya no juegan a las cartas. No hay que matar al tiempo. Cambió el alma de este lugar.
La Cooperativa Patricios reinauguró la planta el 7 de enero del 2004 y en febrero comenzó a producir. Tiene 28 miembros pero ya hay 6 aspirantes más que trabajan día a día: “La idea es que al elevar el volumen de trabajo, se incorporen definitivamente” postula Ojeda, que trabaja en las máquinas cada turno noche.
Recuperaron clientes. Poligráfica del Plata, para la impresión de revistas como Mía, Debate, o los folletos del supermercado Auchan (sólo en este caso, se trata de tiradas de 400.000 ejemplares). Otra gráfica: IPESA. Productos como Enfoques Alternativos (del Partido Comunista), El Vocero Boliviano, El Descamisado, revistas barriales y derivaciones de trabajo de editoriales como Perfil.
“Hay que pensar que aquí se hacían Página/12, El Cronista Comercial y la impresión local de El País, de España” recuerda Ojeda para explicar el potencial de la imprenta.
Empezaron realizando retiros de 100 pesos semanales cada uno. Hoy ya llegaron a los 200, con la idea de llegar a 1.000 pesos mensuales. “Y después categorizar a los compañeros” plantea Ojeda: todos cobran lo mismo, pero suponen que con el tiempo habrá que reconocer distintos niveles de responsabilidad. “Si no, los compañeros se achanchan. Vengo más tarde, o no vengo, total cobro lo mismo”.
El sueño de la cooperativa es que la imprenta vuelva a tener entre 200 y 250 operarios, aprovechando al máximo su potencial.
Gustavo –que fue delegado sindical diez años hasta el conflicto- no alberga un falso optimismo con respecto a que el movimiento de recuperación de fábricas sea contagioso: “El asunto es concientizar al trabajador para llevarlo a una lucha. Pero la verdad es que es muy difícil, muy tremendo. Muchas veces los compañeros sólo quieren ir al trabajo, cobrar y volverse a la casa”.
Pero aún en esos casos, ¿qué preferirían los trabajadores si pudieran elegir? ¿Trabajar con patrón (privado o estatal), o lo que están haciendo ahora? “Los que están acá, no se van más. Pero los compañeros que no saben lo que es trabajar en una cooperativa, capaz que prefieren seguir como están y desentenderse de los problemas. Por eso es bueno que conozcan cómo son las cosas en las cooperativas”.
Otras novedades:
* La Secretaría de Educación porteña abrió en la planta una escuela especializada en técnicas gráficas, como parte de un programa de reinserción de adolescentes que abandonaron la escuela. Ya hay 140 chicos de 15 a 19 años estudiando.
* Se ha mudado la Biblioteca de Barracas, con 30.000 tomos.
* Funciona un centro cultural donde se enseña desde danza y teatro hasta ajedrez, con festivales los fines de semana.
* Planean instalar un merendero para los chicos del barrio y un centro de salud. Se trata de proyectos, pero teniendo en cuenta la efectividad que han tenido hasta ahora con cada una de sus iniciativas, la Cooperativa tiene crédito.
Dice Gustavo: “Estoy muy entusiasmado con todo este proyecto. Hace pocos años pensar en recuperar una fábrica era una utopía. Sinceramente creo que esto es histórico para el movimiento obrero”.
En términos cotidianos, observa que cambió el clima de trabajo: “Estamos todos más sueltos, más tranquilos, sin miedo al castigo. Eso genera más responsabilidad. A la vez, hay que concientizar más a los compañeros para que se comprenda que hay que defender cada puesto de trabajo, y demostrar que podemos administrar la empresa mejor que nadie”.
Lo hacen cada día, que Gustavo vive como pequeñas batallas ganadas dentro de un gran conflicto entre dos sectores que describe del siguiente modo: “Hay tipos que se levantan a la mañana pensando cómo cagar a la gente, y otros que piensan cómo reconstruimos a esta Argentina que la hicieron pedazos”.
Nota
Las cosas que hay que hacer para trabajar – Capítulo 3
La nueva serie documental de lavaca: el mundo de la autogestión en Argentina a través de ocho capítulos sobre experiencias recientes de diferentes cooperativas que lograron recuperar empresas vaciadas o quebradas por las patronales. Con dirección de Patricio Escobar, autor de La crisis causó 2 nuevas muertes. Ya disponibles los capítulos 1, 2 y 3.
Capítulo 3
Desde su eclosión en 2001, que sigue replicándose, las fábricas recuperadas tienen un marco jurídico precario. El proyecto de ley de Recuperación de Unidades Productivas es un mecanismo que los trabajadores presentaron por segunda vez en el Congreso, luego de que perdiera estado parlamentario en 2020. Las palabras de diputados y diputadas que expresan discursivamente la importancia de la ley. Una de ellas es Victoria Tolosa Paz, actual ministra de Desarrollo Social. Sin embargo, al día de la fecha, la ley no fue sancionada. Otro diputado, Leonardo Grosso, y la teoría de la “ceguera epistémica”.
Capítulo 2
Aceitera La Matanza fue la primera fábrica recuperada visitada por un presidente argentino durante su mandato. Alberto Fernández reconoció que siempre vio a las cooperativas como parte de la “economía informal” sin comprender que involucra otros modos de producción: “Ahora soy yo uno de los que tiene que convencer al resto de la Argentina de que la economía popular existe, y que hay que darle las herramientas para que siga creciendo”, dijo ante 2.000 trabajadoras y trabajadores. Sin embargo, durante la pandemia, la asistencia del Estado no fue la misma que para las empresas privadas. ¿Qué dice sobre esto? ¿Y qué le responden quienes trabajan?
Capítulo 1
Dos mil personas que integran empresas recuperadas de toda la Argentina se reúnen en un acto histórico en la Aceitera La Matanza. ¿Qué buscan? Impulsar el proyecto de Ley de Recuperación de Unidades Productivas que facilite que cooperativas de trabajo pongan en marcha empresas quebradas o vaciadas por las patronales. El movimiento lleva 20 años sin ley, pero ha recuperado no sólo trabajo sino también dignidad y vida, con 400 fábricas en el país que dan trabajo en total a más de 14 mil obreras y obreros. Su lema: Ocupar, resistir y producir
Las cosas que hay que hacer para trabajar Dirección: Patricio Escobar.
Producción integral de Cooperativa de Trabajo Lavaca: Claudia Acuña, Sergio Ciancaglini, Anabella Arrascaeta, Lina Etchesuri, Sebastian Smok, María del Carmen Varela, Franco Ciancaglini, Lucas Pedulla.
Fotografía: Lina Etchesuri y Sebastian Smok.
Cámara: Patricio Escobar, Guillermo Guevara, Sebastian Smok.
Música: Guido Donato y Tomás Lobov.
Edición: Damián Finvarb.
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