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De militante a funcionario
Los despachos oficiales están poblados por cuadros formados en la trinchera social. ¿Qué significa para ellos ser parte del Estado? Éstas son sus respuestas.
Federico Martelli era anarquista. Hace cuatro años, cuando nos conocimos, militaba en el barrio El Peligro, en las afueras de La Plata, con el Movimiento de Unidad Popular, una organización piquetera libertaria que agrupaba también a marxistas e independientes de izquierda. El mup era rojo como el corazón de una sandía.
Y además, era una organización atípica, llena de jóvenes que tenían como mentor a un militante ya septuagenario, Juan Carlos Cibelli, antiguo integrante de la guerrilla en las fal que en la década del 90 pasó a dedicarse a crear cooperativas.
En esa mezcla –adolescentes y viejos, clase media empobrecida y pobres de toda pobreza– y en ese clima de 2001, la organización era un refugio donde los sobrevivientes del desastre económico, perdido todo, se daban un festín con la única y gran ventaja que deja la catástrofe: la de poder empezar de cero. Aun en medio de la desesperación, parecía que todo podía ponerse patas para arriba. La sociedad -decía el MUP y también decía Martelli- aún podía reinventarse.
Cuatro años más tarde, Martelli está en otra cosa. Lo dice sin vueltas cuando le pregunto en qué anda: “En el armado político del kirchnerismo”.
El viaje
Martelli no es el bicho raro de Argentina 2006. El gobierno de Kirchner incorporó a su gestión a centenares de cuadros del movimiento social y referentes de ONG. Llegó al poder sin estructura propia y se nutrió de la cantera social. Quien se anime a hacer la experiencia de recorrer los ministerios y secretarías encontrará a funcionarios formados en Barrios de Pie, la Federación de Tierra y Vivienda, la cta, el CELS, Poder Ciudadano, H.I.J.O.S Capital y hasta la CORREPI, sólo por nombrar algunos.
Por el gobierno pasó y se fue flacso, cuando hubo que renegociar los contratos con las privatizadas (la experiencia terminó mal). Cuando el clima en Gualeguaychú se volvió inmanejable, el gobierno convirtió en funcionaria a Romina Picolotti; cuando la Picolotti no alcanzó, ofrecieron a la Asamblea poner a sus abogados a trabajar junto a la Cancillería. Tampoco la historia terminó bien, pero los vecinos no tienen un balance unívoco sobre la experiencia; muchos siguen pensando que era algo que había que hacer.
Y es que la relación del gobierno con los movimientos sociales que se suman a la gestión es compleja: ni pura ganancia ni pura pérdida. Aunque hay algo claro para todos: estar en el gobierno no implica que Kirchner cogobierne con ellos, ni que los consulte para tomar decisiones. La pregunta entonces es: ¿qué significa, exactamente, estar en el gobierno?
La reunión
Martelli cuenta:
La primera reunión fue en julio de 2003 (dos meses después de la asunción), pero no le dimos mucha bola. Nos plantearon cuál era el proyecto de Kirchner, por qué necesitaba rodearse de los sectores populares, de grupos que venían de la izquierda o que tenían, como nosotros, un alto componente de juventud.
¿El gobierno los llamó a la Casa Rosada?
No, ellos vinieron al local nuestro, en La Plata.
¿Quién fue?
Primero (Carlos) Kunkel, y el segundo contacto, en agosto de 2003, fue con (Rafael) Follonier. De ahí ya quedó un diálogo. Hubo un proceso largo, que hacia adentro nos llevó a un clima de ruptura muy desgastante: el mup estuvo un año y medio paralizado porque había dos sectores, uno oficialista y otro opositor, y no encontrábamos la forma de definirlo. Hay que tener en cuenta de dónde veníamos: de una etapa de resistencia. Cuando nos empezamos a juntar, en los 90, nosotros caracterizábamos que el modelo neoliberal no tenía una fecha de vencimiento; podíamos pasar 20 años en una situación de resistencia. Se fue Menem, se fue la Alianza, pero el neoliberalismo seguía.
¿Entonces?
Cuando Kirchner asume nos desorienta con sus primeras medidas, porque empieza a plantear en términos simbólicos cosas que nosotros defendíamos. A la vez, había llegado de la mano de Duhalde y eso lo marcaba mucho. No creíamos realmente que fuera a impulsar cambios de fondo.
¿Y qué cambió?
Primero, la opinión de la gente. Empezamos a remar contra la corriente. Y después, que Kirchner fue transformando en acción sus palabras. Igual seguimos todo el año 2004 en un debate interno. Recién en 2005 empezamos a trabajar de a poco con el gobierno. Bancamos algunas medidas, como escrachar a algunos diputados duhaldistas cuando asumieron. Después hicimos una movilización contra el alca, otra a favor de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Al final hubo ruptura.
Ahora hay dos MUP.
Sí, uno en el Frente Popular Darío Santillán (opositor) y nosotros que estamos construyendo el Frente de Unidad Popular, con otras organizaciones.
¿Todas kirchneristas?
Sí, estamos integrados al Frente para la Victoria.
Su celular está apoyado sobre la mesa; cada tanto se enciende y se sacude, con un llamado que él no atiende. Cuida la entrevista.
¿Qué cambia al trabajar para el gobierno?
Lo que nos cambia no es que estemos adentro o afuera del gobierno sino que creemos que cambió la etapa. Antes disputábamos recursos del Estado para satisfacer necesidades sociales. Ahora creemos que se trata de disputar por el sentido de la política pública. Uno se organiza en función de ser planificador y ejecutor de políticas.
La conversación entra en un bache. Martelli revisa los mensajes en su teléfono: tiene cinco. Cuenta que son porque está organizando una marcha en apoyo a la Ley de Educación.
La gestión
El piso 17 del Ministerio de Desarrollo Social, donde Jorge Ceballos tiene su despacho, los ruidos de la calle llegan atenuados. La oficina es amplia pero sobria, sin lujos. Debajo del escritorio asoma el pilón de periódicos del movimiento Barrios de Pie, que él dirige. Ceballos fue uno de los primeros convocados para ocupar un cargo en Desarrollo Social. Su movimiento se integró orgánicamente al gobierno: Barrios de Pie es el que más militantes tiene en el Estado.
Un ministro de Perón decía que para gobernar Argentina se necesitan cinco mil cuadros.
No tengo una dimensión exacta, pero diría que más -dice Ceballos.
¿Cuantos pusieron ustedes?
(No tiene ganas de contestar):
Muchos.
¿Decenas o centenares?
-…
¿.Miles?
No, miles no.
Su gestión expresa las más fuertes contradicciones del tema. Como referente de los desocupados, no hubo corte de ruta en el que Ceballos no pidiera la universalización de los planes sociales. Hoy gestiona los recursos que se reparten con políticas focalizadas y (¿hace falta decirlo?) con criterio clientelar.
La política social es el ala flaca del gobierno. Tan arbitraria que el propio Ceballos tuvo que hacerle un piquete al ministro de Planificación Julio De Vido porque los dejaban afuera de los planes sociales de vivienda. “Si somos aliados, que nos traten como aliados”, planteó.
¿Ya no defiende el reclamo por un ingreso universal?
No lo abandonamos, nos parece que tiene tiempos. El ingreso universal es dificil si tenés tasas de desocupación del 22 por ciento. Tendríamos que bajar al dígito para pensar en ingresos universales. Por otra parte, este gobierno creó tres millones de puestos de trabajo; creo que como respuesta a los desocupados es más interesante.
¿No es paradójico que cuando las organizaciones de desocupados se incluyen en el gobierno es cuando más lejos están de conseguir lo que pedían?
No sé si es paradójico. En algunas cosas hay políticas universales, como para las amas de casa que ahora tienen acceso a la jubilación. Pero el de los subsidios por desempleo es otro tema, porque venían muy desprestigiados en la sociedad.
Ceballos defiende el estar adentro. “Nosotros estamos haciendo experiencia en la gestión, en desarrollar políticas ya no para la organización sino para la sociedad. Ésas son cosas de escala que nunca habíamos hecho afuera del Estado. No habríamos podido.”
¿Por ejemplo?
De esta Subsecretaría dependen los promotores para el cambio social. Este año, los promotores hicieron un diagnóstico participativo. Relevaron ocho mil organizaciones de base, de las cuales 5.300 participaron del diagnóstico activamente. Ahora están dando respuestas en los barrios a esas necesidades. Trabajar con esa cantidad de organizaciones para nosotros, como organización que está dentro del Estado, es muy valioso.
¿Son organizaciones que suman al kirchnerismo?
No, son sociedades de fomento, clubes, asociaciones, ong.
No importa sumarlas; alcanza con tenerlas bajo el ala. De Kirchner, Barrios de Pie está aprendiendo eso: a conducir las fuerzas que no son propias.
La participación
En la sala de espera de la oficina de Gabriel Lerner hay un hombre y un chico. Acaban de llegar desde el interior después de viajar 700 kilómetros en busca de una mano que los salve. Si existe, sólo puede estar en Buenos Aires. Lerner, ex abogado de la CORREPI, es ahora director de Derechos y Programas del Consejo Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Connaf), un área que trabaja con chicos, donde todo es urgente.
Él dice lo que todos piensan: “No hubo ningún proceso de cambio profundo que no se haya hecho desde el Estado. Ahora, lo que puede sucederle a un funcionario que viene de la cantera social es que ya en el gobierno regule su nivel de intervención en algunas cuestiones”.
Que denuncie menos. O que reclame menos; ¿y no es eso lo que estamos viendo? Las organizaciones que protagonizaron la resistencia al modelo en los últimos diez años hoy están debilitadas.
Pero, ¿tenían tanta potencia? La explosión en masividad de las organizaciones sociales se dio a partir de un Estado al borde del colapso. Duhalde aceptó que las organizaciones gestionaran parte de la ayuda social que se daba a los carenciados. La gente dijo: “Los radicales nos chorean, los peronistas nos chorean, Barrios de Pie no nos chorea, la ccc no nos chorea, el po no nos chorea”. La gente eligió que la ayuda social no se diera a través de las redes históricas sino por intermedio de las organizaciones sociales. El gobierno de Duhalde, en particular, y una parte de la gestión de Kirchner al principio, escucharon eso y vieron que no había otra forma de mantener la gobernabilidad. Y ahí, creo, algunos compañeros se confundieron en su lectura política y supusieron que los diez mil que iban a una marcha detrás de tal cartel iban con una convicción política en torno al conjunto del proyecto. Yo no creo que la gente sea descerebrada. La gente tenía algunos puntos de acuerdo: movilizarse, que hubiera una distribución democrática de lo que se conseguía, tener un dirigente honesto a la cabeza. Pero de ahí a la revolución socialista hay mucha distancia.
Dejemos a un lado los deseos de los dirigentes. ¿No había un alto grado de participación política? ¿Y no le parece que lo que hace Kirchner es justamente lo contrario: desalentar esa participación?
Lerner admite:
Y a mí eso me preocupa. Es cierto que hay niveles de participación limitados y que ésa es una debilidad de este gobierno, porque no siempre vamos a crecer al 8 por ciento, ni siempre los norteamericanos van a tener su mirada puesta en Medio Oriente. Me parece que la modalidad de construcción del Presidente no facilita las formas que conocíamos de participación política. Y está el problema de que usa el factor sorpresa para tomar decisiones. Evidentemente eso le ha dado ventajas para gobernar, pero no ha facilitado los procesos participativos.
La credibilidad
La entrevista con Martelli ya llega al final. Le pregunto por qué cree que el gobierno convoca a los movimientos, pero les retacea poder.
Me parece que el gobierno dice “¿Quién me va a respaldar a mi? ¿Patria Libre, el MUP?, ¿Cuántos son?.” La organización comunitaria no expresada políticamente es mil veces mayor que nuestras organizaciones. Este gobierno tiene el 50 por ciento de adhesión y necesita del aparato del pj para llenar la Plaza de Mayo. Evidentemente la adhesión no se transformó en organización popular. Y las organizaciones tampoco estamos siendo canalizadoras. ¿Por qué? Porque la crisis de representación sigue abierta. A mí la gente no me cree. Y hay muchísimo oportunismo, mucho clientelismo, mucha vieja política dentro del Frente para la Victoria. Entonces, si el kirchnerismo en Lanús es Quindimil, yo no me sorprendo cuando la gente nos dice “para qué voy a ir a la Plaza de Mayo a poner el cuerpo por este tipo”.
El aire queda cargado de ambivalencia, de duda. Pero es sólo un momento. Su celular vuelve a sonar. Y en diez segundos más ya está metido en la organización de la próxima marcha.
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