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Más clarito, imposible

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El personaje creado por los porteños Carlos Trillo y Eduardo Maicas y dibujado por el español Jordi Bernet desnuda el universo de prostitutas y prostituyentes sin pudor y sin piedad. ¿Cuál fue el personaje más conflictivo para los editores?

“Q uiero una historieta de puta madre”, exigió el dibujante Gin –por entonces editor del semanario español El Jueves– a su coterráneo y colega Jordi Bernet, y a los guionistas argentinos Carlos Trillo y Eduardo Maicas. Los artistas se tomaron el pedido al pie de la letra y a la vez, levantaron la apuesta. Así nació Clara de Noche, la saga de una prostituta de tinta y papel que lleva a su hijo a cuestas por la vida.
Desde 1992, Clara Fernández brilla en la noche. Siempre haciendo equilibrio sobre esos tacos aguja y exhibiendo una silueta que ni el mejor cirujano plástico podría igualar. Inspirada en las curvas de la mítica playmate Bettie Page, la protagonista sabe cómo hacer para aumentar la temperatura corporal de clientes y lectores. De manera explícita, en sus viñetas abundan erecciones, fellatios, orgías, cunnilingus, poluciones nocturnas y coitos en todas las posiciones habidas en el Kamasutra, siempre acompañados con largas y expresivas onomatopeyas. Hasta los tradicionales globos de historieta se deforman ante tanto deseo.
Sin embargo, el desenfado corporal de Clara apenas puede ocultar su cara inmensamente tierna y su dolor de madre soltera y sola. Más de una vez le cuesta sostener su autoestima en alto frente a las vecinas que cuchichean y a los hombres que la llenan de groserías.
“Clara de noche exhibe su semipornografía de blanco y negro –opinó alguna vez el historietista Miguel Rep– y nos cuenta de una puta hermosa recibiendo tipos y dinero, más tipos y más dinero, aguantando las atropelladas por dinero, metáfora perfecta de nuestras relaciones urbanas.”
Trillo, uno de sus autores, la define así: “Clara es una buena mina, pero con un laburo de mierda. No es feliz”. El encargado de dejarlo en claro es el personaje de su hijo Pablito. Por ejemplo, cuando pregunta:
–“Mami… ¿yo cuánto le costé a papá?”
El nene tiene una relación ambigua con la actividad que le dan sustento a su madre: a veces se muestra molesto, pero otras lo asume con naturalidad. Por momentos lo sufre y en otros, le saca provecho para beneficio propio. Por un lado es el inconfundible chico de historieta que reflexiona con la altura propia de un adulto, pero por el otro es el típico pibe de carne y hueso, esa especie de pequeño dictador que sabe manejar a su madre hasta llenarla de culpa.
Una vez, Clara llevó unos clientes a su casa y Pablito se despertó a fuerza de jadeos y se acercó en pijama, con su osito a cuestas:
–¿Este sí es papá, mamita? –preguntó.
–No, éste tampoco es. Vení… Dormí. Cuando sea él, te lo voy a decir –le contestó la protagonista entre lágrimas.
 
Pablito se tornó, por supuesto, el personaje más conflictivo para los editores italianos. “Aquí tenemos demasiado cerca a El Vaticano”, argumentó el editor de la revista de comics Skorpio cuando comenzó a eliminar de la saga las entregas en las que aparecía el chico, alegando que temía ser acusado de alentar la pedofilia y otros pecados. En Argentina, también hubo algún intento de frenar la publicación cuando una ofendida lectora cordobesa se presentó ante la justicia, pero el reclamo no tuvo acogida.
Clara es, sin lugar a dudas, un personaje universal: lleva quince años publicándose en Barcelona, en Roma y en Buenos Aires, donde aparece en la contratapa del suplemento No del diario Página/12. También se tradujo al inglés –bajo el título de Betty for our– al alemán y al griego. Hace poco también la editó –en forma de álbum– el sello francés Fluide Glamour.
El secreto de tanto éxito global tal vez tenga que ver con que su realización resume, de alguna manera, una insólita multiculturalidad: los guionistas escriben en un café de Buenos Aires –”allí hay muchos personajes inspiradores”, resalta Maicas, uno de los guionistas–, pero se ilustra en Barcelona. Durante muchos años, incluso, Maicas y Bernet ni siquiera se conocían. El trabajo en equipo, pero a distancia, aportó más de una anécdota risueña, como cuando los guionistas redactaron que Clara iba con una pequeña pollera y Bernet no lograba entender qué tenía que dibujar: asociaba el término con polla, la forma coloquial española de llamar al órgano sexual masculino y entonces se imaginaba algún tipo de juguete erótico novedoso, que desconocía. Su desilusión fue total cuando descubrió que se trataba de una simple falda.
 
“Cuando hacía El Loco Chávez –confiesa Trillo– nos acusaban de machistas. Pensé que con Clara nos iban a matar”. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. El personaje se ha encumbrado para muchas fans, sobre todo europeas, como una mujer tan liberal como independiente y atractiva. El personaje se convirtió en bandera para un congreso feminista en Italia y en emblema de las mujeres en estado de prostitución de España. Apareció, incluso, en los estandartes que se llevaron en una de las más multitudinarias marchas que se haya organizado contra la guerra de Irak. La portaba un grupo de mujeres en estado de prostitución junto a la leyenda “No somos las madres de Aznar”, en referencia al entonces jefe de gobierno español, que se había asociado a George Bush para invadir Bagdag. Aunque, por supuesto, ha sido asimilada por el mercado sexual: en Madrid, además, es habitual encontrarla en los avisos clasificados junto a textos del tipo: “Sandra, la fogosa”. Y en Italia ya fabricaron su propia muñeca.
Otro secreto de su lectura multinacional tal vez sea que la historia no está ambientada en ningún tiempo y espacio preciso, más allá de alguna pequeña aparición de El Corte Inglés en los cuadritos. “Es la típica puta del farol de la esquina y tiene con qué”, describe Trillo. Clara no tiene patrón y no trabaja en saunas. Es autónoma. Y eso le facilita un poco las cosas, pero también le trae algunos problemas. Una vez, visitó a un contador para que le pusiera al día sus cuestiones impositivas. El profesional le pidió su libreta sanitaria, la certificación de ingresos y el registro de conducir para poder hacer su labor en regla dentro de los autos, y también facturas y cuit.
–Clarita, esto es lo último que te faltaba –le comenta el atildado profesional con un gesto de resignación.
–¿Q-q-q-que? – responde, temerosa.
–Que te rompa el culo el Estado.
–Ay, eso sí que debe doler –remata ella.
 
El personaje permite que desfilen por la historieta toda la variedad de especímenes masculinos: solteros, casados, adolescentes, mafiosos, pervertidos, pusilánimes, altaneros y hasta curas tentados por el pecado en plena confesión. No faltan el adolescente debutante, el eyaculador precoz ni el fornido marinero que la mayoría de las veces queda ridiculizado. Todos los arquetipos del prostituyente están allí. Su cuerpo tal vez sea una de las pocas cosas –junto al fútbol–, que son atravesadas por todas las clases sociales.
Clara de noche no pretende ser una historieta testimonial, pero con mucho humor deja traslucir la vida de una mujer que para mantener a su hijo vende su cuerpo al contado. El temor al sida, por ejemplo, aparece en más de una oportunidad y la protagonista siempre tiene sexo con preservativos. Las viñetas también se impregnan con otros personajes que desnudan la discriminación de una sociedad impiadosa, como cuando Virtudes Pérez, la entrañable amiga de Clara, se convierte en la comidilla del barrio porque tiene un hijo negro, después de haberse relacionado con un africano.
Los autores se preocupan por dejar registro de que hay otros tipos de prostituciones, tal vez más invisibles pero no menos humillantes, como en aquella historia donde aparece una secretaria ejecutiva sometiéndose a su jefe para poder conservar su puesto: “Por lo menos Clara sabe exactamente cuánto cobra por su trabajo”, dice resignada la blonda asistente.
Como contraparte, los valores de la amistad y la solidaridad también tiñen las viñetas: las prostitutas de papel, por citar un ejemplo, organizan desfiles a beneficio de sus antecesoras, que en sillas de ruedas, ya no pueden ejercer. O acompañan a sus colegas a la hora de parir, ante la ausencia de padres, tutores o encargados.
El trazo excitante de Bernet transmite algo de la esencia de Betty Boope, aquel personaje de largas pestañas y curvas sensuales que crearon Grim Natwick y los hermanos Fleisher. Pablito, incluso, tiene colgada su imagen en su cuarto. Pero Clara también es heredera de Male Call, la historieta de Milton Caniff que nació por encargo para sostener la moral de los combatientes de la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que Clara derrocha cierto erotismo de marketing explícito en sus viñetas, pero también deja espacio para derribar algunos mitos: es capaz de excitar clientes –teléfono inalámbrico mediante– mientras limpia los pisos de su casa y pasa el plumero por los muebles.
También de diálogos como éstos:
–Estos billetes son falsos– le protestó una vez a un prostituyente.
–Como tus orgasmos, nena.

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