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Percusión a sangre

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El Choque Urbano. Una sinfonía de sonidos ejecutada con bidones de plástico, toneles de lata, cacerolas, sartenes, pelotas de básquet, bolsas de nylon, sopapas y palos de escoba. O lo más conmovedor: el propio cuerpo. Para tocar candombe, chacarera y hasta música tecno. Así, este grupo crea arte sobre los escombros y compite con las computadoras.

S uele creerse que los poetas y los locos tienen una ventaja con respecto al resto de sus vecinos: pueden reinventar el mundo, crear sus reglas, imaginar sus sonidos, diseñar su propio lenguaje. Y todo, partiendo de la nada.
Los integrantes de El Choque Urbano tal vez no sean estrictamente poetas, ni padezcan el sufrimiento de la locura (salvo el cliché medieval según el cual los artistas son “locos”, lo cual representaría una curiosidad: los “cuerdos” son los que no se dedican al arte). Lo cierto es que este grupo, que promedia los 25 años, ha rediseñado el universo a partir de la nada, creando un espectáculo que es una sucesión de ritmos literalmente movilizadora, llamada La fábrica de sonidos, con el que han recorrido el país y sacudido varias veces a Buenos Aires.
¿En qué consiste El Choque Urbano? Hay que imaginar un terremoto de percusión. Los instrumentos son bidones de plástico, toneles de lata, cacerolas, sartenes, pelotas de básquet, bolsas de nylon, gigantescos tubos industriales, el pegajoso ritmo de las sopapas, dados, palos de escoba. O lo más conmovedor: el propio cuerpo. Para tocar candombe, chacarera, tecno, samba, malambo, chocan chapas, golpean el aire, bailan, corren, pelean, hacen piquetes, luchan por el poder, arman una sinfonía de fierro, ritmo y vida. Tienen mamelucos blancos. Hablan una jerga de palabras inventadas en un idioma alucinado y, sin embargo, cualquiera puede entenderlos.
 
El desafío de la bolsita
El Choque Urbano nació a partir de Caturga, un grupo de Catalinas Sur que hacía candombe y murga, y se inspiró luego en los ingleses de Stomp, que hacen algo parecido: tocar con cosas que se encuentran casi como descarte callejero, y hacerlo como un modo de desafío. En medios urbanos atragantados de consumos cada vez más sofisticados, la rebelión puede ser ésta: confirmar que lo único imprescindible son las ganas, el ingenio, el atrevimiento, la perseverancia.
Fabricio, uno de los integrantes del grupo, cuenta: “La idea original fue encontrar sonido en algo que se use para otra cosa. No inventamos instrumentos como Les Luthiers. Tomamos una bolsita de polietileno y tocamos. ¿Qué puedo hacer con la bolsita? Sacudirla en el aire, agitarla, inflarla y pegarle. De todas las formas, suena”. Y es cierto: suena. Se las escucha cada vez que El Choque genera esa sinfonía de percusión con humor, sincronía, trabajo colectivo, corazón y cabeza.
 
Escrache y DJ
El Choque tiene 15 integrantes más tres técnicos. La sala de ensayos está en Parque Patricios, con afiches de la Mesa de Escrache como el célebre mapa “Aquí viven genocidas”, o dibujos de la historieta El Eternauta. Fabricio: “Algunos somos bailarines, músicos, actores. Todos nos dedicamos a El Choque por completo. Creo que alguna de las chicas además da clases de danza. Pero esto nos lleva muchas horas”.
El espectáculo ahora está cambiando de tono. “Todavía no está cerrada la idea, pero lo más claro –dice Fabricio– es pensar en un dj: alguien pasando música todo el tiempo. Siempre se mantiene el beat, el mismo ritmo. Puede ser más lento, otro más rápido.” Pero un dj hace música tecno o electrónica, y El Choque es percusión de sangre y hueso.
Fabricio –que estudió percusión clásica en el conservatorio durante cinco años– cuenta: “El director artístico empezó a trabajar con programas de computación y música electrónica, empezó a jugar y crear a partir de eso y se le ocurrió pasarlo a los tachos para ver cómo funciona. Y funciona”. Así nacieron versiones totalmente inesperadas –y tecno– de Astor Piazzolla (Libertango). “Para nosotros fue un desafío pensar si cada uno con una pelota de básquet podía hacer el mismo malambo que hace un tipo con bombo. Se puede.” ¿Y cómo ensambla el malambo con la música tecno? “Son experiencias y hallazgos distintos. Lo que pasa es que todo está permitido hoy. Todas la fusiones.”
Fabricio habla con la alegría del que ha conocido los empleos, a veces bizarros, que les permiten vivir a los músicos, y ha sobrevivido para contarlo: “Te contratan para un cumple de 15, un bar mitzva, el cumpleaños de la abuela. Te disfrazás de pirata, de grecorromano, y tocás temas de Los Auténticos Decadentes. Al que hace la fiesta le sale más barato” dice Fabricio, que no disfrutó exactamente tales eventos.
Sigue Fabricio: “Uno se vuelve insensible con esa parte de la música y a muchos les resulta muy difícil combinar las dos cosas. Aquí es la primera vez que puedo vivir del grupo, hacer lo que me gusta, y vivir de eso”. El lujo de los tiempos.
“Cuando hacía esas cosas yo no me quejaba, porque por lo menos vivía de la música. Pero acá se combina poder vivir, con lo creativo. La diferencia es que podés tener la peor cara de culo, que a nadie le importa. Acá estás totalmente comprometido con lo que pasa todo el tiempo sobre el escenario.” El compromiso baja del escenario. Hay familiares de desaparecidos entre alguno de los integrantes del grupo, han tocado con las Madres de Plaza de Mayo, con grupos en resistencia. “Tenemos una connotación ideológica anti-genocida. El grupo se para fuerte en esos temas.” De ese modo El Choque puede cobrar mucho por actuar en el cumpleaños de 15, y nada cuando quiere “apoyar a gente sufrida. El grupo está del lado del pobre. Pero sin partidos políticos”.
 
Del exilio al redoblante
Santiago Ablín es el director artístico del grupo, y reconoce que los ingleses de Stomp fueron la inspiración para empezar a sacar música de tachos, latas y pelotas. “Con mis dos hermanos decidimos armar el grupo, vino Analía que es bailarina y novia de uno de mis hermanos, trajo a otra bailarina, y así el grupo se fue armando y entremezclando.” Salieron a la calle, en plenos tiempos de los cacerolazos y los piquetes, a buscar tachos y cosas que hicieran ruido. El grupo empezó a crear desde cero, buscando en los restos de aquel terremoto.
Santiago era percusionista, había estudiado batería con profesor particular durante seis años. A los 11 ya tocaba el redoblante en Catalinas Sur, de donde salió Caturga. “Me gustaba la música latina, se nota mucho en las chacareras que hacemos, samba brasileño. Somos muy abiertos y siempre escuché un poco de todo.”
Su blasón es haber tocado en asambleas, fábricas recuperadas (de donde hubo tal vez alguna inspiración para Fábrica de sonidos), marchas de la resistencia. “Me parece que ver a unos chabones como nosotros tocando con unos palos tiene mucho que ver con esas experiencias.” Los hermanos venían del exilio de toda la familia, que tuvo que escapar en tiempos de la dictadura.
Santiago define el espectáculo de El Choque como una resignificación de objetos (escuchar la música de las bolsas de polietileno es sólo comparable a haberlas visto bailar con el viento, en la película Belleza Americana o, solitarias, en cualquier callejón de cualquier ciudad).
 
Computadoras vs. humanos
Santiago cuenta que el espectáculo Fábrica de Sonidos tiene toda una historia relacionada con el poder en una fábrica, el capataz, los que se le enfrentan y sólo buscan reemplazarlo para a su vez dominar al resto. “El símbolo del poder es el megáfono” cuenta, en una parábola sobre la hegemonía que intenta ejercer el que grita más, o el que puede definir qué es lo que se dice.
En El Choque Urbano la decisión es la de armar una especie de cooperativa de trabajo, un colectivo de arte donde las luchas por el megáfono queden como tema artístico. Quitando los derechos de autor (música, coreografía y guión) de cada espectáculo, todas las ganancias se reparten equitativamente. Los propios integrantes del grupo decidieron reconocer ese plus por derecho de autor a sus compañeros.
¿Por qué la elección de lo electrónico? Santiago: “Me gustó darle vueltas a lo que hoy es un ritmo generado por una computadora. Hay cosas horribles de música electrónica, la mayoría de las que se oyen, pero hay cosas que me gustan, que si bien tienen un ritmo súper acelerado, nosotros podemos hacerlo más lento, más humano”. ¿Una rebelión contra la computadora? “Es distinto. Hay que ver qué genera como estilo musical que nosotros hagamos eso, con personas reales haciendo los sonidos que otros hacen con computadoras y cansándose, o entusiasmándose. Con gente transpirando ahí arriba. También apuntamos al baile, que la gente pueda ver el espectáculo parada y bailando. Quebrar espacios. Queremos dar vuelta la forma de hacer música, que pueda escuchar algo no hecho por compus, y que diga: ¿de dónde sale eso?”
La pregunta queda bamboleando como una bolsa de polietileno excitada por el viento, para ser respondida por los que pueden hacer cosas todavía inhóspitas para las computadoras: sentir, transpirar, reinventar el sentido de las cosas. Y crear desde cero.

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