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El arte de la participación

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Crónica del más acá

El guardia abre la puerta con gesto adusto, pregunta con la menor cantidad de palabras posibles si mi intención es mirar la muestra y me indica que debo dejar el portafolios en la recepción. Lleva gorra, handy y cartuchera en la cintura –en la que imagino que no guarda lápices– y me acompaña hasta el umbral de la sala. Por un momento dudo si todo –la custodia, el tremendo vacío de ese pomposo edificio– forma parte de lo que el artista ideó para su intervención porteña. No es que sea tonta –que lo soy– ni ignorante –que también– pero llegué hasta aquí para resolver una inquietud que me desacomodaba la idea previa que tenía acerca del catalán Antoni Muntadas.
Muntadas –según leí y entendí– es un artista de los sentidos, en la acepción más moderna del término. Trabaja sobre las representaciones, es decir, con los códigos del paisaje contemporáneo, que él define como irremediablemente mediático. No son las cosas, sino sus íconos lo que le interesan. Sus obras reflexionan sobre la ideología de la imagen, sobre los mecanismos de poder invisibles que la sustentan, sobre su control político, pero también sobre la manera en la cual el desarrollo de las telecomunicaciones ha transformado la percepción del espacio y del tiempo. Para decirlo a partir de sus propias preguntas: ¿qué es lo que miramos?, ¿cómo está construida esa imagen?, ¿quién la construye?, ¿cómo la aguantás?
Muntadas está, entonces, en Buenos Aires, pero de una forma muy-muntadas. Es decir, partido en cuatro. Una pata de su exhibición está en el Centro Cultural Recoleta, donde se concentran sus proyectos globales con escala argentina. Uno de ellos es Media Sities, cuya traducción –con perdón de Muntadas que, justamente, se dedica especialmente a las derivaciones que tiene esto de trasladar culturas con un simple cambio de términos– es algo así como “sitios que han sido marcados por la historia y comunican memoria”. Ahí están, entonces, las fotos que juegan a ese ayer y hoy para rescatar olvidos: el asesinato de Rucci, el regreso de Perón, Cromañón.
La segunda pata está en el Centro Cultural de España y sus piezas más interesantes son los videos que arman y desarman discursos mediáticos y su The File Room, propuesta que creó en 1994 desde un sitio web, para recopilar los casos de censura a lo largo de la historia de la humanidad. Muntadas impulsó esta “performance” en Internet a partir de que él mismo había sido censurado por la televisión española.
La tercera pata sacudió al centro porteño con la pegatina de carteles que anunciaban el eslogan de toda su propuesta: “Atención: la percepción requiere participación”. Atención, entonces, porque estamos en la cuarta escala: la sede de la Fundación Telefónica, la corporación ícono del negocio de la comunicación en Argentina.
Mi inquietud, entonces, es la siguiente: ¿quién querrá ver este tipo de arte en un lugar como éste? La respuesta es tranquilizante: nadie. Tuve el privilegio de ser la única visitante que durante larga media hora disfrutó de lo que –quiero creer– es una ironía. Muntadas eligió exhibir allí su obra The board room, creada en 1987. La instalación consiste en un cuarto de paredes negras, una mesa, 13 sillas y 13 retratos. Se trata, según indica el texto del programa, de una recreación del “lugar desde el cual se toman decisiones y se ejerce el poder”. Es decir, la típica sala de reunión donde uno imagina sentada a la junta directiva de una corporación como Telefónica. “La galería de retratos está compuesta por fotografías de diferentes líderes religiosos y apóstoles mediáticos”, dice el programa. Creo reconocer a George Bush y a Henry Kissinger, así que tomo la frase como una nueva ironía. Cada retrato tiene insertado en la boca un pequeño televisor que emite arengas telepredicadoras. La mezcla de todas esas voces en una, abruma. Su letanía me impregna, como un mal olor.
Ya a salvo, en la esquina de mi casa, me espera una sorpresa. Hay humo y suenan ruidosas bocinas. Una chica sonriente me entrega un volante que explica las razones del piquete: “Los trabajadores telefónicos estamos reclamando una recomposición salarial del 25% porque es justo y porque la empresa puede pagarlo”. En los carteles que llevan los manifestantes puede leerse una apelación a la participación aún más directa que la de Muntadas:
“Si te cagó Telefónica, tocá bocina”.
Percibo que eso explica los eufóricos bocinazos.

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El día de los lápices

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Alumnos, padres y docentes de esta escuela porteña a la que concurren 2.500 chicos que tienen entre 5 y 20 años, sostienen una batalla para defenderla de un deterioro que huele a corrupción. Confirmando sus peores pronósticos, el flamante techo de una de las aulas se cayó el domingo 3 de junio y desde entonces ganaron la calle con movilizaciones y asambleas para exigir una solución. Ésta es la historia de las absurdas respuestas que les ofrecieron los funcionarios, las oscuras redes de negocios que descubrieron, y de cómo se organizaron, impulsados por un Centro de Estudiantes que es para los adultos la demostración de que no todo está perdido. El lema de esta movida: “Que la educación pública no sea una utopía”.
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La pastilla para portarse bien

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Ritalina. Es el psicofármaco pediátrico más recetado. En Estados Unidos es una plaga y aquí, una tendencia peligrosa: según los registros, ya se duplicó la importación de la droga. Los especialistas alertan sobre el diagnóstico irresponsable de un síndrome que parece inventado por los laboratorios, para tranquilidad de maestros y padres.
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Campeonato de fútbol callejero: El verdadero «jogo bonito»

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Todo comenzó en Paso del Rey con la idea de rescatar a los chicos de la calle y terminó con los chicos rescatando lo mejor de fútbol. Ahora, ya es una competencia nacional de la que participan 80 organizaciones y más de 3.000 jugadores de entre 6 y 23 años que acuerdan antes de cada partido su propio reglamento.
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