CABA
Lisandro Aristimuño: La buena noticia
Sus canciones soplan con identidad patagónica. Compone con una inspiración: “Menos es más”. Y crea temas que tienen más clima que rima. Así hizo su propio trayecto este músico que recorrió el largo camino de la independencia hasta llegar a donde quiere estar. Bienvenidos, entonces, al universo de Lisandro Aristimuño, un delicado mundo de sonidos donde es posible disfrutar.
por Sergio Ciancaglini. Lisandro Aristimuño tiene varios problemas:
1) Es joven, en tiempos en los que la música reivindica al geriátrico.
2) No fue fabricado en ningún reality.
3) No está de novio con una actriz o una vedette, sino con su novia.
4) No hace productos, sino canciones.
5) Está a favor de la piratería.
Se trata acaso del autor más original e interesante surgido en Argentina en lo que va de este estrambótico siglo. No escribe himnos ni jingles, otro de sus problemas. No predica ni grita, cuenta. Es serio, parece tímido, sabe lo que quiere: “Me siento más como un artesano”, dice. Tal vez sus temas son entonces como collares, anillos o aros que acompañan sin pesar ni pesares. La música que podría sonar en esos momentos en los que uno se queda hipnotizado ante ciertos rayos de luz, la lluvia, o un recuerdo.
Cada oreja irá detectando en cada canción una genética de rock, bossa nova, folklore, blues, García, Mozart…, lo que cada quien encuentre, transmitido con sonidos digitales o la calidez de un cello.
Con eso, sin disfrazarse de lo que quieren las discográficas y sin considerar que Buenos Aires sea el centro del universo, Lisandro ha ido tejiendo una red que muestra que más que hacerloquedicenquehayquehacer, conviene aprender a escucharse. Lleva tres discos editados –Azules turquesas, Ese asunto de la ventana y 39º–; hace ya tiempo que vive de la música y construye un enigma: ¿se puede crear y vivir sin depender de los holdings mediáticos, discográficos y esdrújulos?
Cuando habla sobre la actualidad dice: “Odio a la derecha, odio que privaticen todo, estoy totalmente en desacuerdo con gente como Macri”. Se rebela también frente a temas menos “políticos” como el sometimiento que implica para millones de jóvenes el pago de un alquiler para tener donde vivir, o los ruidos de la ciudad. Me muestra dos taponcitos azules. “Me los pongo en los oídos para salir a la calle.” Lisandro no es obvio: en ningún caso hará temas quejándose o denunciando explícitamente al ruido ni a la derecha. “Me parece que ayudo a que las cosas cambien haciendo canciones que le sirvan a la gente para saber que no está sola.”
Yendo del noviazgo al living
Nació en Viedma, Río Negro, hace 29 años. Su padre es arquitecto y director de teatro. Su madre es actriz. Lisandro es el segundo de cuatro hermanos, en una familia donde los padres trabajaban juntos, y la idea del emprendimiento familiar era melodía cotidiana. Hoy Lisandro trabaja con dos de sus hermanos. “Cuando era chico a mi padre lo trasladaron en el trabajo, y la primaria la hice en Luis Beltrán, cerca de Choele-Choel. Después volví a Viedma para el secundario.” Ya le gustaba la música: “Mis viejos me cuentan que cuando era chiquito, ponían música y yo iba a abrazar los bafles”. En aquellos tiempos había 33 revoluciones por minuto, al menos en los discos de vinilo. Lisandro podía abrazar al jazz, a Yupanqui, o a los Beatles, con coros de su madre desde la cocina. Aprendió desde siempre que todo puede ser valioso: “Violeta Parra y Björk”.
Al volver a Viedma y empezar el secundario hizo dos cosas cruciales: se puso de novio y comenzó a explorar una guitarra. Además del amor y el noviazgo, la sensibilidad de Lisandro había sido preñada por el primer disco que le ganó el alma: Yendo de la cama al living, de Charly García. “Fue lo primero que descubrí yo mismo. Ya era un disco viejo, pero era impresionante. García era genial, pero creo que es más genial todavía ahora.”
Al tiempo, el joven Aristimuño empezó a tocar covers en los bares de Viedma, interpretando a Soda, Virus, Spinetta, Fabulosos Cadillac. Sus grupos fueron Marca Registrada y La Bisogna. “Había muchos conjuntos, eran como equipitos de fútbol, los bares aprovechaban eso y te ponían a tocar todos los viernes.” No florecían demasiados cantantes: “Así que me largué. Iban las chicas del secundario a verte, era un juego”. El muchacho iba afinando esa voz con eco spinetteano dulcificado por una dosis de bagliettismo, revuelto en lisandrismo puro (o lo que cada oreja decida recordar cuando lo escucha).
Los discos de Hugo, su padre, seguían emitiendo sorpresas. “Había folklore, que también me gustaba. No es que se escuche folklore en el sur sino que se escuchaba en mi casa. En Viedma la mayoría de la gente escucha música chatarra. Shakira, productos masivos. No hay disquerías así que la música se vende en los supermercados. Góndolas de discos de Sony, emi, las multinacionales, nada interesante.” (Las disquerías son un rubro poco rencoroso, nunca respondieron vendiendo bananas, gaseosas, jabones ni fiambres.)
La primera canción compuesta por el pequeño Lisandro se llamó Cielo negro, y tenía toda una historia: “El río Negro desemboca en el mar cerca de Viedma, en un balneario que se llama La Boca. Es un río con olas, que sube y baja con la marea. Un barco derramó petróleo y todos estábamos alterados con eso, porque morían los peces y los lobos marinos. Era una canción ecológica, muy inocente”. Más que cantar inocencia, Lisandro estaba perdiéndola: ya empezaba a oler la dócil relación entre petróleo y muerte.
El conservatorio y el casino
Lisandro terminó el secundario y, al revés de lo que venía ocurriendo con generaciones enteras de jóvenes, decidió marcharse de casa. Salir a hacer su propia vida. Viajó a Mendoza, su novia a Santa Fe. Se escribían y se hablaban. La vida no era fácil: “En Mendoza me costaba conocer gente para hacer música”.
Tuvo allí dos oficios: pintor de casas, y vendedor de máquinas para cortar el pelo. Pudo tocar con una cellista mendocina: “Graciela Prado, una genia, buscaba un bajista y me aceptó”. Intentó estudiar composición. “Duré un mes, me aburrió muchísimo.” Pintaba casas y vendía rapadoras sin excesivo éxito ni alegría. En el verano volvió a Viedma, se reencontró con su novia. Ella volvió a viajar. La pareja empezaba a ser resistente a la distancia. Lisandro resolvió cambiar de destino, y probar suerte en General Roca. “Allí hay una villa artística, súper moderna, tipo la película Fama, medio elitista pero por lo menos pensada para el lado del arte, con profesores rusos, alemanes. Intenté otra vez estudiar composición.” El lugar es el Instituto Nacional Superior de Artes, que alberga a la Fundación Cultural Patagonia, un lujo donde fluyen la música y la enseñanza. Pero Lisandro no funcionó allí. “Me aburrí muchísimo. Sacaba buenas notas pero era como ir a aprender a andar en bicicleta después de haber andado mucho solo por el barrio y el campo. Vas y te explican cómo se fabrica una goma, pero vos lo que querés es andar en bici y sentir el aire en la cara.” (Cuando lo explica, sin proponérselo deja flotando un dilema: el instituto genera excelentes intérpretes de las partituras que hacen otros. ¿En qué medida los estudios avanzados de cualquier área en Argentina no repiten ese modelo de muchos intérpretes y pocos creadores, mucha goma y poco viento?) Lisandro: “El problema es que lo hacían todo muy cuadrado, matemático. Poné re-re, mi-mi, bla-bla, y te sale tal cosa. Gente muy antigua dando clases, muy cerrados en lo clásico, en Mozart que es un genio, pero sin pensar que también podrían dar algo para entusiasmarte más. Yo no pude. Tenía 16 años, todas las pilas, y quería otra cosa. Duré dos meses”.
Escena siguiente: Lisandro Aristimuño con ropas brillantes y peinado impecable, se presenta a tocar en lo que él mismo llama El Lugar Macabro o La Boca del Lobo: el casino. “Como dejé de estudiar música y mi viejo no me mandaba más guita, enganché con un amigo que tocaba en los casinos del sur. Fernando Barilo, un solista grosso que sigue tocando. Yo lo acompañaba en coros y guitarra eléctrica. Era mejor que pintar paredes. Tocábamos latino, o lo que fuese, a pedido del público.” Podían ser tangos, boleros o música de góndola. “Te imaginás que la gente iba a jugar, y de golpe nosotros éramos parte del show mientras tomaban un whisky, pero a nadie le importaba nada.”
Para Lisandro la gracia de esa época no estuvo en el trabajo, sino en los trayectos: “Nos recorrimos la Patagonia, íbamos por todos los casinos en esa camioneta a la que llamábamos la chanchita, como unos hippies que escuchábamos música y conocíamos lugares increíbles, algo medio quijotesco. Yo me hacía esa película. Llegábamos a un lugar, nos vestíamos para el show, y a tocar”. Esa película sobre jóvenes apostando al futuro entre damas y caballeros apostando a segunda docena, alguna vez debería filmarse. (Un detalle: los casinos de la Patagonia donde tocaba Lisandro pertenecen a Casino Club, de Cristóbal López, el empresario kirchnerista que ahora también es petrolero, dueño de medios de comunicación, de las tragamonedas del hipódromo de Palermo, y del casino flotante porteño. Todas las oscuridades de esa historia están narradas en la edición 5 de mu.)
Cómo hacer
Miraba la chanchita por la Patagonia. Comodoro Rivadavia, Caleta Olivia, Trelew, Río Gallegos, Rada Tilly, Playa Unión. “Mate, charla, y conocer toda esa belleza. Tocábamos los fines de semana, después yo me compraba instrumentos en Neuquén. Componía, grababa, les mostraba a mis amigos. En el año 2000 no aguanté más y decidí presentarme en vivo en el teatro que tenía mi viejo en Viedma.” El Tubo era un teatro under, independiente, donde podían entrar unas 50 personas. Por vía paterna tenía solucionado ese tema. “Hice una gacetilla y la repartí en las radios. Fui al diario Río Negro, les dije que iba a tocar, por si les interesaba hacerme una nota. Dijeron que sí y salió. Además, mínimamente era conocido de tocar covers.” Hubo dos conciertos en El Tubo y Lisandro se sintió feliz. “Fue como una vomitada, no aguantaba más la necesidad de mostrar mis canciones, ni el laburo de tocar en el casino y dije: es el momento.”
En 2001 volvió a irse, esta vez a Buenos Aires. Un detalle que conviene rescatar a esta altura: su noviazgo seguía siendo con aquella chica de Viedma, Luz, que hoy además es su manager. “Era un amor de terminal, muy fuerte, juntaba plata para ir a verla, o nos encontrábamos en el verano. Cuando me vine a Buenos Aires nos instalamos en Palermo. Ella estudiaba Comunicación, y yo hice un curso para maestro jardinero, para poder trabajar en algo si me iba mal con la música.” Lisandro alcanzó a cantar en algunos cumpleaños de 15, pero pronto surgió un disco, Azules turquesas, donde pintaba colores ya no en las paredes.
Los comentaristas empezaron a percibir toques folk, madera noble de cellos y zumbidos electrónicos. “No hay una fórmula de meter un poco de esto y de aquello, como una receta. Yo respeto demasiado a la música y no quiero armar un producto: quiero sentir lo que hago.”
¿Cuál es el secreto para que un rionegrino que pintaba paredes y tocaba en los casinos llegue a Buenos Aires, viva de lo suyo, y empiece a crecer como para editar tres discos y recorrer el país con sus conciertos? Lisandro reconoce que no sabe muy bien qué contestar: “Te puedo explicar lo que hice. No conocía gente, así que grababa solo en la computadora con todos los instrumentos digitales. Pongo la batería que tiene la máquina, suponete. Después empecé a conocer a los músicos, y fui intercalando cada arreglo de guitarra, bajo, cuerdas”. Luego hay que conseguir compacts vírgenes, un marcador y una mochila. “Grabé 40 copias, les puse nombre, mail y teléfono con el marcador, las metí en una mochila, y me fui a recorrer todas las discográficas que encontré por Internet.”
Lisandro se topaba con secretarias y ejercía los buenos modales: “Buenos días, soy músico, vengo a traer un disco. Era en plena crisis y me decían: si querés dejalo, pero no editamos ni a Diego Torres”. Finalmente encontró una productora con el nombre que podría tener también la historia de su amor: Los Años Luz. Y así editó el primer disco. Retomando lo que veníamos hablando, dice: “Me parece que la diferencia consiste en valorar tus canciones o valorar la fama”.
Algunos secretos
Lisandro Aristimuño pertenece a una generación proclive a la llamada piratería musical. “Yo estoy súper a favor de eso.”
¿Pero no te perjudica?
No, para mí es una forma de abrir y de lograr, siendo independiente, llegar a lugares donde el disco no llega. A mí me interesa que llegue la música, no ganar plata.
Las empresas se ponen en contra diciendo que defienden a los autores.
Cosa de multinacionales, no de artistas independientes. No estoy de acuerdo con eso de que el disco es cultura. El disco es un plástico. Las canciones son lo de adentro. Ésa es la cultura.
¿Y de qué vivís?
De los conciertos, ése es mi “sueldo”, y si a alguien le gusta lo que hago capaz que algún disco se compra.
Sus conciertos van recorriendo el país como si anduviera aún en la chanchita. En Buenos Aires ya reúne a casi mil personas cuando se presenta en lugares que van quedando chicos, pero también puede ir a cualquier provincia, y se ha hecho oír en España. “La principal cuestión es que tengas algo para decir.” No le apasiona que lo incorporen a núcleos posibles de autores como Jorge Drexler, Kevin Johansen, Paulinho Mosca, aunque reconoce sintonías. “Lo que pasa es que en los 80 y 90 pesaba el estilo, la apariencia. Soy punk, soy esto o aquello. Hoy lo que lidera todo es la canción. La gente necesita canciones. Pero cada uno lo hace a su manera.” Aire de la época: el contenido empieza a ganarle batallas a las etiquetas.
Lisandro no es lineal: “Veo un documental sobre milicos, y si hago una canción, intento no decir milico hijo de puta sino entrar en el juego del arte”. ¿Y cómo definir ese juego? “Con Gabo Ferro, que es un músico y un tipo bárbaro, charlábamos una teoría: menos es más. Yo busco eso, despojar las canciones, llegar a mucho, con poco. Me gusta la poesía de Alejandra Pizarnik, esa sencillez. Y el folklore, que tiene un formato cortito. Soy así en la vida, no soy ambicioso.” Menos es más, significa desembarazarse de la pesadez, la viscosidad, el aturdimiento, la tristeza. Quizá tenga que ver con el vuelo, la movilidad, la luz y la fluidez.
Lisandro me muestra sus compras más recientes, que extrae de la mochila. Un disco de James Taylor y otro de Chris Cornell. Lo mío, en cambio, es una pirateada de un disco de un tal Aristimuño, para sentir hasta dónde vuelan esas artesanías que Lisandro reveló en apenas tres palabras: menos es más.
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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