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Pedagogía del entusiasmo

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Ni estatal ni privada: gestión social. Ésta es la propuesta de una escuela que se dedicó a democratizar en serio y a fondo la educación, creando un espacio en el cual alumnos, padres y docentes comparten preocupaciones y construyen soluciones. A punto de inaugurar la secundaria, así es la experiencia de estos maestros que partieron de un valor simple y contundente: todos somos iguales ante el pizarrón. Y dieron vuelta la historia. Por Sergio Ciancaglini.

Pedagogía del entusiasmoPara llegar a Creciendo Juntos hay que ir a Moreno por un acceso convencional, doblar a la derecha por una calle como tantas, bordear un supermercado idéntico a los demás, andar dos cuadras comunes y corrientes, volver a doblar, y de ese modo se arriba a una de las escuelas más extrañas que se puedan imaginar.
No es estatal ni es privada.
No fue creada, sino que se fue creando a sí misma.
Los chicos quieren ir (¡).
Aprenden (?).
Los docentes no faltan (!).
No se cometen discursos sobre “los ciudadanos del mañana”, “los valores de la patria”, “la trascendencia del saber” ni otras supersticiones.
Las familias que pueden, pagan una cuota, quizá la más baja del país, que no ha aumentado en los últimos cinco (5) años.
Las que no pueden pagar siguen teniendo allí garantizada la educación de sus hijos.
Cuando los chicos gritan, nadie grita que no griten, pero logran que se callen.
Sus integrantes adultos se rebelan frente al actual esquema educativo, pero cuestionan también a las alternativas progres como la Educación Popular.
No creen en la hipótesis izquierdo-ganadera que dictamina que la escuela es un inexorable reproductor de rebaños humanos.
No rezan a la ilusión opuesta y ministerial que cada Día del Maestro anuncia que la escuela, por su mera existencia, es una usina de personas libres, capacitadas y felices.
Estos docentes son personas comprometidas socialmente, pero se rebelan también frente a la adicción sindical al paro indiscriminado. Los chicos, por lo tanto, no pierden días de clase.
Algunos maestros de este lugar ni siquiera consideran que la docencia sea un trabajo.
De modo claramente antidepresivo, creen que, en general, algo se puede hacer. Y lo hacen.
Desde la calle se ve a los chicos jugando en el gran terreno-patio-canchita alrededor del cual se construyeron las aulas. No es común que desde afuera se pueda ver lo que ocurre dentro de una escuela. Se escuchan las risotadas. Cristina De Vita, la directora, hace sonar la campana metálica para que todos vuelvan a clase. Luego se acerca a la entrada. Y abre la puerta.

Ni privada ni estatal: gestión social
La Comunidad Educativa Creciendo Juntos está ubicada en un barrio de trabajadores: cuando se le pregunta a los chicos por los oficios paternos y maternos hablan de obreros, mecánicos, jardineros, colectiveros, personal doméstico. Concurren unos 270 estudiantes de 1º a 9º grado y 150 al Jardín de Infantes. La cuota es de 35 pesos mensuales, y 30 pesos cada hermano. Hace cinco años que los integrantes de Creciendo Juntos no aumentan, por lo que corren el riesgo de que el gobierno, o al menos el indec, los nombre Ciudadanos Ilustres. El que no puede pagar hace algún trabajo para la escuela.
Siempre fue complicado para ellos definirse, porque técnicamente son una escuela privada, que recibe subsidio estatal únicamente para el pago a los 30 docentes que trabajan allí. “Nos veían con los delantales blancos y decían: esto no es privado. Y es cierto, nos sentimos una escuela pública. Entonces nos decían: pero ustedes no son estatales. Y nosotros contestamos: no queremos ser estatales. Queremos lo público, que es donde la gente está bien y está feliz”.
Todo lo que no sea salarios (empezando por la propia construcción y mantenimiento de la escuela, hasta los materiales didácticos, la comida, luz, gas, agua, y la compra de uno de los terrenos, etc.) corre a cargo de lo que la Comunidad Educativa logre inventar para subsistir.
Creciendo Juntos sabía exactamente lo que estaba haciendo, pero no había palabras para nombrarlo. “En la Ley de Educación apareció otra palabra: reconoce que la educación puede ser con gestión estatal, gestión privada, o con gestión social” cuenta Juan Manuel Giménez, profesor de Ciencias Naturales y marido de Cristina.
“Hay escuelas y bachilleratos en fábricas recuperadas (Maderera Córdoba, impa y Chilavert, por ejemplo) que entran en esta definición. Pero en la provincia de Buenos Aires no existe el concepto de gestión social. Está el Estado, la Iglesia (colegios privados) o nada”. ¿Creciendo Juntos sería la nada?

Del cementerio a la escuela
Hace unos 30 años, Barrio Parque era un lugar de viejos inmigrantes españoles, polacos, italianos, que tenían pequeñas quintas. En estas últimas décadas migraron los expulsados económicos de las provincias y países limítrofes. Cristina y Juan llegaron al Barrio Parque a fines de los 70, empujados desde la Capital a fuerza de la suba de los alquileres en los beneméritos tiempos de la dictadura militar. Cristina se consideraba una militante social, le atraían las experiencias cooperativas y de las sociedades de fomento y Juan venía del peronismo juvenil. Tenían dos hijos (tuvieron cuatro más) y se instalaron en la casa de los padres de Juan, a intentar una nueva vida. El barrio era de calles de tierra, muy aislado del centro de Moreno, y la oferta educativa un tanto tétrica. Para llegar a un jardín de infantes había que recorrer 30 cuadras de tierra complicadas para todas las edades.
Entre los vecinos nació la idea de construir un jardín. La moción ganó, en la Sociedad de Fomento, frente a la de instalar una cancha de bochas. En 1987 obtuvo la gobernación Antonio Cafiero. Su ministro de Gobierno y vecino de Moreno Luis Brunatti los apoyó para consiguir materiales. Se pusieron a levantar la escuela, a idear rifas y fiestas para recaudar fondos. Les donaron cruces de un cementerio que picaron metódicamente para convertirlas en paredes escolares. El trayecto desde los cementerios hasta la educación es acaso inverso al que parecen proponer endémicamente las llamadas “autoridades competentes”.
Juan y Cristina eran docentes, y pensaban. Querían un tipo de educación menos prehistórica que la vigente con respecto a los contenidos, pero también al tipo de relación entre la escuela, los chicos y los familiares. Juan: “Siempre nos gustó la idea de algo abierto, no ese modelo de escuela-fortaleza que aísla lo que pasa adentro y afuera. Hoy, la puerta de rejas la cerramos con llave por obvia seguridad, pero aquí no entra el que no quiere”.
Con el Jardín funcionando, los padres se miraron y decidieron lo obvio: “Ahora hay que seguir con 1º grado”. Rifas, bailes, donaciones, ingenio, músculo, y se lanzaron a seguir construyendo el aula para ese grado que comenzó a funcionar con 30 chicos. Y de ahí a 2º, a 3º… y cada año iban tirándose a la pileta, dicen. En 1999 egresó la primera promoción de 9º grado.
El primer terreno era de la Sociedad de Fomento. Otro tramo lo ocuparon sin dar ni pedir demasiada tregua. El resto pudieron comprarlo con un crédito obtenido por los propios docentes.

Ustedes no pueden
Toda esta historia fue acompañada por una transgresión. “Cambiamos todos los usos de este tipo de escuelas, empezamos a buscar un mayor clima de libertad, nos volcamos al constructivismo, a formas más cooperativas de encarar la relación con los chicos y el aprendizaje, que parecían vedadas en un barrio como éste”. Traducción: los avances pedagógicos, la idea de un aprendizaje creador y participativo, parecían exclusivamente remitidos a ciertos institutos privados progresistas dispuestos a salir de la prehistoria escolar. En Creciendo Juntos aplicaron esto en el Jardín de un barrio pobre. “Nos dijeron: ustedes no pueden hacer eso en primaria. Y lo hicimos igual”. Tomaron una referencia, la escuela Mundo Nuevo de Capital que en aquellos tiempos era una cooperativa de padres y maestros. Adriana Castro fue una de las docentes de esa escuela que se ofreció a brindar un taller para iniciar el 1º grado con esos criterios. Creciendo Juntos demostró que los funcionarios, los teóricos y los opinadores que pensaban que esa educación era impracticable en un barrio pobre, eran lisa y llanamente ignorantes y mal educados, en el sentido más genuino del término.
La clave, en la que no mucha gente cree sinceramente, es pensar que la educación es para todos. “Todos pueden hacer razonamientos matemáticos, leer, estudiar” dice Adriana. “Y si aparecen problemas, hay que dialogar para ver qué hacer. Lo mismo pasa con la disciplina. Si hay un conflicto podría acudirse a sistemas burocráticos, de castigos. Pero acá se pueden construir leyes, normas, discusiones”. Imaginemos dos chicos peleando. Lo clásico y veloz es el castigo. En Creciendo Juntos optan por la conversación, incluso la participación de todo el grupo, comprender el problema y solucionarlo, o repararlo, más que congelarlo o conformarse con disculpas vacías.
En algunos colegios privados todas esas buenas intenciones, es sabido, son marketing para pescar padres. En Creciendo Juntos no existe el marketing, no hay a quién vendérselo, sino la necesidad real de solucionar problemas de discriminación, de poder entre los chicos, de conducta. “Se trata de horizontalizar las discusiones, que se hable, que existan el afecto y la aceptación de la diferencia. Acá hay nenes de verdad integrados pese a que pueden tener, por ejemplo, limitaciones cognitivas. Pero para cada uno se piensa y se elabora un proyecto de integración genuina. Acá no remamos sólo con lengua o matemáticas, sino con la convivencia”. Ejemplo mínimo: se decidió que ante los alborotos de los chiquilines, en lugar de vociferar, golpear pizarrones o trompear escritorios, cada docente simplemente levante la mano. Cuando lo ven, los chicos van haciendo lo mismo hasta que todos comprenden que el maestro pide silencio. Decenas de esos pequeños gestos generan un clima que cada lector puede imaginar sin que nadie venga a enseñárselo.

Charla en el aula
Reunión con chicos de 7º, 8º y 9º grado. Espontáneamente se arma una ronda. Daiana dice que la diferencia que observa con las escuelas a las que van algunas amigas suyas (estatales) es que “ahí no te escuchan”. Jeremías agrega que cuando hay un problema en una estatal, hay que ir a arreglarlo afuera: “Acá nos reunimos y en vez de salir a pegarnos, hablamos”. Jessica: “En otros colegios los profesores no tienen interés. Acá sí, se puede charlar con ellos y somos todos por igual. Hay más libertad, y se habla con tranquilidad”.
¿Y la parte educativa? Nicolás habla con fluidez: “Yo vengo de una escuela que era estricta, te daban montones de cosas, copiaba y copiaba, pero la verdad es que no entendía nada porque no tenía tiempo para razonar lo que copiaba. Acá me dan menos cosas, pero la diferencia es que entiendo”. Cuenta que se repasa para los que no captaron un tema, y luego lo trabajan juntos los que entienden y los que no. Miguel: “Pero aprendés más porque en otros lados hay mucha huelga”. Daiana: “Casi nunca tienen clase”.
¿Creen que sirve la educación? Nicolás: “Me dijeron que sin educación no tenés mucho futuro, me parece que es cierto. Yo quiero ser programador de computación. Me sirven Lengua y Matemáticas, pero Historia y Ciencias Naturales no. Igual capaz que está bien estudiar eso”. Jeremías quiere estudiar ingeniería y agronomía. Daiana no lo pensó. Jessica, fotografía. Miguel asegura que va a ser plomero. Y otra chica dice que va a hacer documentalista. En la escuela tienen taller de teatro, video ficción y video documental (y los chicos ya se han ganado varios premios).
¿Qué es la mala educación? Primera respuesta: “El que insulta mucho”. Siguieron conversando, le dieron vueltas al tema, y llegaron a otra idea: “Mala educación es no tener respeto por las otras personas. Creerse más que los otros”. No había ningún maestro revoloteándoles alrededor para dictarles esa respuesta.

Quemar escuelas
En otra aula están reunidas las madres y docentes que participan en un taller de lectura, donde los libros son disparadores de temas y reflexiones. Están leyendo uno de Franco Berardi, Bifo (el italiano reseñado en Biforcaciones, en el último número de MU). En la ronda están Juan y Cristina, Augusto Bogazzi (Historia), los jóvenes Juan Manuel Brunatti (Matemáticas) y Rocío Farías (Plástica). Dejan el libro, y se arma la rueda de charla.
¿Es diferente esta escuela? Una de las mamás reconoce que sí: “Acá siempre encontrás a los maestros”. Otra de las mujeres tiene un kiosco y vio hace poco a una vecina, directora de una escuela estatal: “Como no estaba en la escuela, le digo: ¿están de paro? Y me dice: no, pedí licencia porque tengo que hacer el contrapiso de mi casa”.
Augusto reconoce: “Uno siente que la educación está ausente o absolutamente fragmentada”. Hay quienes simbólicamente dicen: hay que quemar las escuelas. “Pero no las queman. Los discursos sobre la escuela son así, ajenos. Que la escuela no sirve para nada, que hay que hacer esto o lo otro, pero siempre se habla en un rol de espectadores, no de partícipes. La idea que descubrí acá es que nosotros también somos actores, podemos hacer algo”. Otra de las madres informa: “Todos somos los dueños de la escuela”. Jamás había escuchado esta frase en un ámbito escolar. No implica algo idílico, hay muchas familias que tienen un estilo más desapegado. Juan: “Eso es lo que menos nos gusta, y lo que tratamos de revertir. No todos participan”, cuenta, aunque lo llamativo para el visitante es ver el flujo de decenas de padres y madres (no son todos, claro) entrando y saliendo del lugar, sintiéndose dueños, ejerciendo el inusual arte de la charla.
Una madre –suele ocurrir– se queja de que su hijo “se tira a chanta”. Juan: “Pero aun en esos casos, no faltan. No es que vengan a estudiar necesariamente, pero les funciona la escuela como lugar de encuentro”. Una madre: “Es cierto, el castigo de mi nena es no venir a la escuela. Vienen acá como si fuera a Disneylandia”.
Augusto: “Aunque los chicos no quieran estudiar, yo creo que es posible revertir ese desinterés viendo la situación de otra manera. Si uno quiere pensar cuál es el sentido de la educación, eso no lo va a encontrar en las teorías necesariamente, sino que también surge de la práctica y se sostiene con el entusiasmo”, palabra que no suele armonizar con lo escolar.
Pero acá se habla de entusiasmo y encuentro mientras la realidad parece ser un cúmulo de desquicios, violencia, desinterés. “Ningún problema, violencia incluso, debería ser ajeno a lo que se hace en la escuela. Es parte de la realidad que te toca vivir. Si lo tomás como un problema ajeno, transferís la culpa a otro. La construcción de la educación tiene que estar impregnada con esa realidad que en otro momento se dejaba afuera. Ya no se puede. Está acá. Lo que necesitás, sí, es apropiarte del problema para ver qué se puede hacer”.
¿Qué significa apropiarse del problema? No esconderlo ni negarlo: enfrentarlo. Cristina cuenta que ante alguna cuestión de drogas de uno de los chicos, se siguió la secuencia de pensar primero en el asunto, como para trabajarlo con delicadeza: “Te puede pasar que hables con la familia, que no lo sepa, y lo saquen al chico de la escuela” (o sea, nadie piensa en expulsión, sino todo lo contrario). En el caso más grave que tuvieron, se pudo conversar, abrir con la familia el asunto, buscar apoyo de instituciones específicas para ayudar a la rehabilitación, mientras el chico seguía en la escuela. “Le dieron algo así como el alta después de un año y medio, y el chiquito además trajo materiales y compartió lo que le pasó y toda la información con los otros nenes”.
El mecanismo también funciona para realidades como la violencia familiar, o el abuso hacia los niños. Pero apropiarse del problema significa, dice Cristina, “trabajar también más en prevención. Hacemos talleres de educación sexual para que los chicos entiendan las situaciones que pueden vivir, y cómo en esos casos no hay que encerrarse en el silencio”. La cumbia que escuchan los chicos ya refleja esas realidades, con lo cual la escuela busca dar una vuelta más: además de reconocerlas, vislumbrar cómo enfrentarlas. Todo esto ¿es o no educación?

Crítica a la Educación Popular
La duda: ¿este conjunto de búsquedas parte de alguna teoría pedagógica, de alguna doctrina educativa? Augusto: “La pregunta es cómo pensar no en función de una ideología preconcebida, sino de lo que uno está observando”. Juan: “Nos podían gustar ideas como las de Paulo Freire y la Educación Popular, pero creo que le dimos una vuelta, porque ahí se planteaban cuestiones elitistas, relacionadas con la concientización. Nos gusta más la idea que plantea El maestro ignorante”. En este número de MU se publica parte de ese libro de Jacques Ranciere. El debate es vastísimo, pero los docentes de Creciendo Juntos cuestionan de qué modo la Educación Popular parte de la idea de que el que enseña es consciente, y el otro no, contra la noción de reconocer la igualdad de las inteligencias para promover una emancipación intelectual en la que el estudiante más que recibir explicaciones, descubra y utilice sus propias capacidades.
Ambos modelos dicen buscar el pensamiento crítico y la autonomía de la persona, pero en Creciendo Juntos ya no ven que la Educación Popular esté consiguiendo lo que propone teóricamente. “Se ha puesto todo muy esquemático, hay técnicas muy buenas de romper el hielo en las reuniones, y se mantiene el concepto de que la educación no es sólo para algunos. Pero eso solo no alcanza” dice Cristina. En la práctica, en esta escuela parecen estar apostando a que la educación, más que una transmisión de un saber (dar clase) es un contagio del entusiasmo por pensar y conocer (crecer juntos, incluso con un maestro “ignorante” que no pretenda saberlo todo).
También debaten la noción según la cual la escuela no puede cambiar nada, y es una simple reproductora del sistema. “En el Gran Buenos Aires ni siquiera reproducen el sistema, sólo expulsan gente” dice Augusto. “Pero nosotros creemos que se puede romper con esa idea”. Cristina: “Eso de que si hacemos una escuela bien hecha somos funcionales al sistema… y bueno, ¿entonces qué hay que hacer? Me cansé de esa manera de ver las cosas. No sé si tengo ganas de ver las cosas tan macro. Me dirán conformista, pero no lo soy, porque sí creo que puedo hacer cosas, acá, y estoy absolutamente creída de que esas cosas generan transformaciones”.
Sobre la cuestión sindical, plantean: “No es que estemos en contra de parar. Hemos hecho paros y también cortes de ruta. Lo que pasa es que lo conversamos y lo decidimos nosotros. Paramos por el asesinato de Fuentealba, pero no adherimos a los paros exclusivamente salariales. No porque estemos contentos con lo que nos paga el Estado, sino porque no creemos que haya un derecho del maestro superior al de la familia o los chicos de tener una educación”. Han recibido críticas tanto de las conducciones sindicales, como de las listas opositoras y de izquierda. “No les vemos mucha diferencia en la lógica con la que piensan. La diferencia es que unos están más cerca del gobierno. Pero parecería que lo salarial invalida que los gremios debatan sobre calidad escolar, contenidos, justicia”.
Juan: “Es que para mí, te digo la verdad, la educación no es sólo un trabajo. Es un trabajo y muchas cosas más”. Un arte, un modo de vivir, un estilo de convivencia, o lo que cada lector prefiera pensar.

Dónde está el centro del problema
Guste o no, esta escuela está mostrando aspectos nuevos desde los cuales observar las cuestiones educativas. Augusto habla de lo general: “Lo principal es cómo abordamos las cuestiones incluso pedagógicas, que son distintas cada vez. El horizonte de imprevisibilidad se va corriendo. Lo imprevisible es cada vez más común. Por eso los que planifican la educación siempre corren detrás de los problemas y siempre llegan tarde, porque están alejados del centro de la cuestión, que es la escuela”. Además de estar en el centro, el problema de los docentes radica en dos ejercicios difíciles: observar y pensar. “Con sólo estar en el lugar no garantizo respuestas. Cada circunstancia requiere del concurso de todos nosotros para observar y pensar. Y ése es un esfuerzo muy grande”, dice Augusto, que agrega otro dato técnico: “Las escuelas son muy verticales. Y la verticalidad no es una herramienta muy útil para pensar, sino para obedecer órdenes. Por eso nosotros pretendemos ser una escuela horizontal”. Juan Manuel cuenta que esa actitud docente implica reunirse, charlar cada problema de los chicos, buscarle variantes y tomar decisiones. Por ejemplo, 7º, 8º y 9º grado comparten muchas actividades, y eso ha potenciado a cada uno de los cursos.
Una madre plantea: “A los chicos no les preocupa nada, no piensan en el futuro”. Augusto: “El futuro está cuestionado y la escuela está programada para pensar en el futuro, graduarse: quien mejor se gradúe supuestamente tendrá un futuro más asegurado. Pero si la vida se transformó en puro presente y no se ve el futuro, lo que tratamos de hacer es no compartimentar actividades y trabajar con los chicos ese puro presente”. Ya no se trataría de estudiar para “un porvenir venturoso” sino de convertir el aprendizaje en una experiencia que hoy tenga valor en sí mismo. “Estamos logrando cosas fuertes” dicen.
Juan Manuel, con Matemáticas: “Lo principal es las ganas que uno le pone. Yo creía que lo importante era la didáctica, el modo de enseñar algo. Pero ahora descubrimos que lo más importante es dónde se para uno para enseñar, si desde un lugar de conocimiento que hay que transmitir, o desde ver cómo aproximarnos juntos al conocimiento”.
En términos prácticos, Juan Manuel no obliga a memorizar fórmulas, sino que plantea problemas, espera respuestas de los chicos, plantea preguntas, hace que los chicos inventen problemas que proponen a otro grupo, y mil estrategias más, pero sobre todo la noción de permitir que emerjan el pensamiento y la capacidad de razonamiento de cada chico. Augusto en Historia lee, comenta, propone, muestra películas, cuenta. “Todo es búsqueda” dice. Cristina aporta otro descubrimiento: “No se puede hacer esto con piloto automático”.
¿Quedan preparados los chicos frente a estudios futuros? Juan Manuel ha detectado que varios de los egresados del 9º grado logran desenvolverse bastante bien en escuelas técnicas, por ejemplo. “Si no conocen un tema, saben cómo estudiar, cómo buscarle la vuelta”. Cristina: “Estoy convencida de que aunque no sepan algo específico, salen con las herramientas para poder aprender. Acá hay chicos que te decían: ésto no lo puedo hacer, es demasiado para mí. Pero al tiempo se producen cambios fuertes”. Una posible clave: el clima de convivencia volcado a la enseñanza genera una apertura en la predisposición del chico frente al estudio, y moviliza esa capacidad que a veces ni él sabe o cree que tiene. ¿Se puede lograr?
“Es que dentro del ámbito de la escuela todo es posible” dice Augusto, “y ese todo posible, que es invisible para el sistema legal, lo es en términos de voluntad. Nada te impide hacer algo si hay consenso de las personas dentro de la escuela. Para eso hay que charlar y juntarse”. El propio Augusto cree que en la idea de la educación con gestión social hay un germen de algo que permite no resignarse. Reconoce la contracara: “El sistema está produciendo personas superfluas”. Juan Manuel contesta: “Si los chicos son supefluos, yo también. Pero no me considero así. Sigo viendo que es posible crear cosas a pesar de las dificultades”. Augusto: “La cuestión es quién define la realidad. ¿Los que nos quieren convertir en supefluos? Yo me pregunto si eso es inexorable, o si lo podés dar vuelta. Todo nuestro planteo educativo está ligado a eso: la cosa puede darse vuelta. Y si no, me tendría que ir al sindicato, o salir a quemar escuelas”. Nadie hará semejante cosa. En realidad están trabajando para inaugurar en 2008 el 1er año del último ciclo. Es tiempo de soñar. ¿Qué van a hacer ahí? “Lo que acabamos de conversar”.
Cristina cree que el fondo de lo que están proponiendo incluye una apuesta contra la resignación. Las cosas que se dicen en Moreno deberían ser más escuchadas. “Hay una idea de que los chicos tienen la vida hipotecada. Que por más que estudien y aprendan nada va a cambiar. Que su vida está determinada. A nosotros nos parece que no. Nadie nace con una cruz. Por eso hicimos esta escuela: nadie tiene el destino marcado”.

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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