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Una historia modelo
Daniela Cott, una historia modelo. La apodan La Cenicienta. Tiene 15 años, diez hermanos y una humilde casa en Villa Ortúzar. Su historia de cartonera fue consumida en todo el mundo. Este mes compite en un certamen mundial, con grandes chances de ganar.
Descalza, mide 1,72. Desnuda, 85-58-89. Sin maquillaje, el color que la ilumina es el de sus ojos verdes. El último número que dicta la ficha es su edad: 15 años. Sin embargo, lo que la convirtió en una top model es su historia: Daniela Cott fue cartonera. No hizo falta mucho más para que esa máquina de devorar personas que es la fama la convirtiera en una muñeca de fantasía. Transitó programas de tevé locales e internacionales, fue nota en revistas femeninas y de economía (el Walt Street Journal, por ejemplo) y ganó un concurso internacional, que la llevará este mes a Turquía para competir por la corona mundial. Tienen grandes chances, si la agencia repite a nivel global su táctica local: consagrar a la ganadora por el voto electrónico del público, a través de un fotoblog que montó especialmente para la ocasión.
No hay metáforas en este cuento. La llaman La Cenicienta y con devota admiración, hablan de su historia. Tiene diez hermanos, un papá albañil –que fue denunciado por su madre por violencia doméstica, pero que ahora ha regresado al hogar– y una madre luchadora, a la que abrazó entre lágrimas cuando el jurado mencionó su triunfo por sobre 400 bellezas criollas que soñaban con ser la representante argentina en un evento internacional. Todavía no terminó la escuela primaria y tiene en sus manos las cicatrices del oficio que tuvo que aprender a los 13 años. “No es nada del otro mundo, pero hay que saber manejarse en la calle para que a uno le vaya bien”.
–¿Te referís a los peligros de la calle? –le pregunta un periodista.
–La calle no es tan peligrosa como se cree. Siempre hay gente que te cuida.
No es mucho más lo que su manager acuerda con la prensa que hay que hablar del tema, pero aun así Daniela deja escapar una reflexión sobre lo que allí aprendió:
–Yo les pediría a los políticos que les den a los cartoneros guantes, para que no se lastimen, y ropa de lluvia y un botiquín para emergencias.
Tampoco es mucho lo que se puede preguntar sobre la anorexia que sufrió cuando tenía 10 años (“fue culpa de mis sobrinos que me llamaban gorda”) ni de la angustia que le provocó su primer contacto con la máquina (“estuve dos días recorriendo programas de tevé y le rogué a mi manager poder volver aunque sea un rato a casa. En el colectivo me largué a llorar. Estaba muy angustiada”). Puede, en cambio, repetir cuantas veces quiera que aprendió a caminar en tacos altos con Daniela Cardone (“una divina”), que sueña con conocer a Valeria Mazza y que tiene miedo de volar a Turquía sola.
Se entiende, por supuesto, el cuidadoso marco que construyen a su alrededor quienes viven actualmente de ella. Lo merece, como una joya exótica que debe resguardarse en caja de terciopelo y con moño. Al principio, la caja era de la agencia Ricardo Piñeyro. Por su primer desfile Daniela cobró 500 pesos en ropa y 300 en efectivo. Luego del raid mediático, obtuvo un contrato para protagonizar una publicidad de cti llamada “Cambios”, donde por primera vez le daban un beso en cámara para promocionar las ventajas de “navegar a alta velocidad”. Ahora que los encargados de exhibirla y guardarla son los managers globales de la Agencia Elite, las cifras también son otras: en Madrid, el canal Antena 3 abonó 3.000 euros, más pasajes y estadía para dos personas, por una nota de 15 minutos y en Italia, el Corriere della Sera pagó 400 euros por cada una de las fotos que publicó de Daniela. Su cachet sigue leudando: desde febrero, la agencia pide 1.000 euros por cada producción fotográfica “dada su categoría de personaje”. Pero, tal como sucede en la industria de la basura, no todo el dinero que genera lo recibe Daniela: sus ingresos promedian –en el mejor de los casos– unos 4.000 al mes.
Como todo personaje de esta máquina moderna, Daniela tiene sus segundos de gloria inmortalizados en Youtube, donde se la puede ver hermosa y torpe, respondiendo espontáneamente preguntas previamente pactadas. Por ejemplo:
–¿Tenés miedo al rechazo?
–Sí
–¿De cuál de los dos mundos: del viejo o del nuevo?
–Del nuevo. Tengo miedo a que me discriminen, a que no les guste cómo soy.
También, como todo personaje moderno, tiene su fotocopiada historia archivada en el Google, bajo nada menos que 13.900 páginas. En la mayoría se repite el abracadabra con idéntica rima: el cazatalentos de una agencia de modelos le entregó su tarjeta cuando descubrió su belleza revolviendo un tacho de basura. La verdad –como siempre– es más increíble. Fue en pleno invierno de 2005, cuando Marina González Winkler –una diseñadora de collares de 29 años– volvía a su casa caminando, tras una movilizadora sesión con su psicóloga. En la esquina de Anchorena y Arenales se topó con Daniela. Lo que vio y lo que sintió fue suficiente como para que decidiera ir a su casa, buscar un pullover y una campera y correr a regalárselo. No le pareció suficiente e hizo algo más: le mostró dónde vivía, por si algún día necesitaba algo. Al la noche siguiente, Daniela le tocó el timbre: se había cortado un dedo y le pedía algo para curarse y poder seguir trabajando. Así, se hicieron amigas. “Un día le hice fotos en la terraza de mi casa y salió lindísima. Al siguiente, mientras iba caminando me topé con la agencia de Ricardo Piñeyro. Nunca antes me había fijado en ella, así que me pareció una señal y decidí entrar, mostrarles las fotos, contarles su historia. Y, aunque no lo podía creer, me contestaron: traela ya, que la contratamos”.
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