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Generación recuperada: la nueva camada de la autogestión
Ocho jóvenes reflexionan sobre el significado de que una nueva generación esté siendo parte de recientes procesos de recuperación de fábricas y cooperativas sin patrón. Aceiteras, laboratorios, metalúrgicas, bares: un universo de trabajo, orgullo, y derechos. Las historias, las posibilidades y los desafíos que abre la autogestión. Por Lucas Pedulla.
El cuento dice así:
Había una vez en Isidro Casanova, partido de La Matanza, una empresa llamada SAMASI, metalúrgica productora de tornillos, remaches, bulones, pernos y especiales que se desempeñaba en diversos rubros como herrajes, aberturas, abrasivos y sanitarios desde 1967, y que en el delarruesco 2000 fue abandonada por sus dueños. De los 50 trabajadores que la integraban, una docena siguió yendo a la fábrica porque tenían la llave, para al menos estar juntos en tiempos de la peor crisis argentina. Muchos de ellos iban caminando para ahorrarse el colectivo. Un día, un vecino los alertó sobre la cooperativa de ladrillos Palmar, vecina de la zona. La idea se puso en marcha, y en 2002 nació la Cooperativa de Trabajo La Matanza Limitada, que continúa hasta hoy.
El cuento no lo cuenta ninguno de los socios fundadores, sino la sobrina de uno de ellos. Se llama Edith Garay, tiene 29 años, es la única mujer en la fábrica, y hace diez que se encarga de las cuestiones administrativas de la cooperativa, además de ser una de las voces más fuertes de la rama feminista del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER), una generación que cuenta con voz propia y con orgullo qué significa trabajar sin patrón: “Estamos haciendo un cambio de comisión en estas semanas y uno de los compañeros que va a ocupar un cargo en la Comisión Directiva va a ser el nieto de uno de los fundadores. Tiene 21 años. Imaginate: la cooperativa tiene ese tiempo de vida. Cuando su abuelo recuperó la fábrica, él era un bebé recién nacido”.
Edith cuenta así que el cuento se sigue escribiendo.
Y en primera persona del plural.
Organizo, luego existo
Estamos en un amplio y luminoso salón de la enorme Farmacoop, que ostenta nada menos que el título de ser el primer laboratorio recuperado del país. Durante dos años resistieron el vaciamiento de tres dueños distintos, luchando contra despidos, sueldos impagos, devaluación macrista y sindicato, pero en 2018 lograron ser una de las más de 40 fábricas recuperadas durante los cuatro años de Cambiemos. El motivo de la reunión parece natural, pero debe ser considerado en toda su dimensión: hay una nueva generación que se está haciendo cargo de la recuperación de empresas.
Alrededor de una larga mesa, están:
Karina Roja (38), Bruno Di Mauro (30) y Emanuel Stoleman (33), de Farmacoop. Son 55 asociadas y asociados.
Edith Garay (29), de Cooperativa de Trabajo La Matanza. Son 9 trabajadorxs.
Maximiliano Correa (31), de Aceitera La Matanza, recuperada en 2016: 80 compañeros y compañeras.
Marcelo López (37), de EITEC (la cooperativa que agrupa a las metalúrgicas Eitar y Tecno Forja, en Bernal), 190 trabajadorxs.
Analía González (41) y Yanina González (25), presidenta y secretaria de la flamante cooperativa La Nuova Piazza, confitería recuperada en septiembre, junto a otros diez compañeros.
El promedio es de 33 años. Parte de ellxs está hoy acompañando nuevos conflictos y asesorando nuevas cooperativas, como fue el caso de La Nirva (MU 148), 1893 (MU 150) o el café Piazza (págs. 18 y 19), tres de las empresas que se recuperaron durante la cuarentena.
¿Qué significa?
Di Mauro comienza: “Hay un método de lucha de recuperar empresas que ya tiene al menos 22 años. Muchas de ellas están haciendo un cambio generacional, como es el caso de Edith, y en otros casos formamos parte de los procesos de recuperación. Hay un recambio natural que iba a ocurrir. Tiene que ver un poco con la reactivación económica que empezó en 2003, donde un montón de pibes empezaron a conseguir trabajo en fábricas, un poco más estable, pero que después, por una razón u otra, explotó todo. No tiene que ver únicamente con momentos de crisis, porque no hubo un solo año en que no se recuperaran empresas. Por ahí tuvo que ver la incorporación de jóvenes a un mercado más formal, mientras tenemos memoria, aunque éramos chicos, de las experiencias de las movilizaciones durante los 90 y 2001. Muchas de esas experiencias hicieron que tengamos, de forma intuitiva, la organización antes de pensar qué vamos a hacer”.
Maximiliano Correa entró a la Aceitera cuando tenía 18 años. Pasó por las áreas de envasamiento, de mantenimiento técnico, fue delegado, formó parte de la lucha interna por meter al sindicato, y hoy es el secretario de la cooperativa. “El 60 por ciento de nuestros compañeros es gente mayor, y para ellos la lucha era una pérdida de tiempo porque no sabían si iba a tener un final feliz. Yo entré en la fábrica y estuve hasta que quebró, pero muchos venían de otras cinco o seis empresas, de empresarios que siempre les mintieron. La sensación era: para qué vamos a luchar si ya sabemos en qué termina. Los que no tuvimos ese manoseo, pasamos más al frente”.
Marcelo López concuerda. Eitar ocupó casi el 90% del mercado argentino durante 60 años fabricando válvulas para artefactos a gas: estufas, termotanques, cocinas, calefones. “En termoestatos somos los únicos. Para cocina hay otro fabricante, que en realidad importa la materia y ensambla. Podemos decir que somos los únicos en Argentina. Por eso decimos que nos metimos en medio de un negocio”. Los dueños abandonaron en mayo del 2019. El juez abrió un proceso lamado cram-down, donde pone en venta las acciones de la fábrica. Los trabajadores se organizaron en cooperativa para entrar en ese proceso y que no se meta cualquier otro grupo privado. “Hay un recambio generacional que es bueno y vino para bien. Muchos están convencidos de luchar y pelear. Hay un modelo capitalista que está fracasando. Las cooperativas desnudan las ganancias que tienen los capitales privados. Organizados, podemos”.
Analía, de Piazza, es la más grande de la mesa, y apunta que además de las generaciones también influyen los contextos políticos del país. “Pienso que, en realidad, lo que está caducando es un modo de producción capitalista. Se necesita ver otra cosa. En quienes somos más grandes, vemos también la necesidad. En Piazza veíamos que nos estábamos quedando sin laburo, sin sueldo, y lo que hicimos fue protegerlo. Por eso, lo que nos urge, es otro modelo. Otra posibilidad. Y allí aparece el modelo de la autogestión”.
Modo autogestivo
Analía también incorpora otra mirada: “Hoy hay chicos y chicas que ya no tienen miedo. Nosotros venimos de una generación 2001, donde trabajabas hasta 14 horas con tal de no perder el trabajo porque te decían que atrás había una cola de laburantes. Hoy hay chicos y chicas que ya no buscan estar en relación dependencia”.
Sin embargo, esa juventud permitiría –a priori– la posibilidad de conseguir otro empleo. ¿Por qué continuar bajo otras formas? Karina, de Farmacoop, recuerda que al llegar al laboratorio, proveniente de otro que era multinacional, se dio cuenta de las pésimas condiciones laborales: “Tarde o temprano iba a decaer. Por eso, tiene que ver con una mente más independiente y de no querer trabajar con un patrón. Las empresas privadas están quedando expuestas en el contexto de un sistema capitalista: es una incertidumbre en la que no ves nada a largo plazo. La lucha por el trabajo autogestionado es otra constancia. Y, desde la cooperativa, pensamos cómo podemos seguir innovando”.
El recorrido de Edith en Cooperativa La Matanza, sin embargo, fue distinto: vivió la recuperación a través de su tío: “Muchas veces no se tiene en cuenta la dimensión familiar: el que recupera el puesto de trabajo en la fábrica no es solo el trabajador, sino toda su familia, porque es la que acompaña el proceso”. Su tío le transmitió los valores cooperativos. Algunos compañeros no estaban de acuerdo en sumar familiares, porque pensaban que no iban a tener el mismo “entusiasmo” por no haber sido parte del proceso. Pero el deseo de Edith fue creciendo hasta que la incorporaron como socia. No fue sencillo: “Estuve cuatro años hasta que me asociaron, porque los que no eran socios tenían un retiro distinto. Empecé a cuestionarme yo, y después a ellos: ¿por qué las cosas son así? Tiene que ver con el machismo y con el reconocimiento del trabajo. La administración, lugar donde yo trabajo, queda como algo más secundario, mientras el resto se aboca más a la producción, por una cuestión física. Si ves una empresa privada, es al revés. Al movimiento le falta desprenderse un poco de esa idea: es un 50 y 50”.
La discusión por el machismo en las fábricas llevó a crear una comisión de géneros dentro del MNER, donde subrayan que las compañeras no solo realizan tareas abocadas a la administración de las cooperativas, sino también –y cada vez más– a la producción. Karina es parte de las compañeras que actualmente se movilizan a las empresas en conflicto no solo como forma de apoyo, sino también para hablar con las trabajadoras. “Hay una discusión que se está dando, y cada vez más fuerte. Las mujeres cumplen un rol clave porque son las que bancan desde la casa. Es muy importante verlo: cumplir un rol en la cooperativa, dejar a tu hijo para el inicio de la recuperación, quedarte en una toma, en una vereda. Hoy tratamos de acompañar a esas trabajadoras. Ya el sistema machista está incorporado en todas las empresas. Y tenemos que trabajar desde ahí”.
El objetivo social
Todes plantean la necesidad de la Ley de Recuperación de Unidades Productivas. Bruno: “Necesitamos que este método de lucha quede reconocido, para que la recuperación sea un proceso menos traumático y no sea algo que quede librado al criterio de un juez o a la capacidad de lucha de trabajadores y trabajadoras. Una cosa es recuperar una empresa en el conurbano o en la ciudad, donde tenés acceso al movimiento, ¿pero qué pasa con la fábrica en un pueblo al interior de alguna provincia, por ejemplo, sin acceso a medios o a algún puente con el movimiento? ¿Van a ir 10 laburantes al juzgado? ¿Vamos a enterarnos para poder ayudarlos?”.
La importancia de la ley no apunta a vivir del Estado, sino a la posibilidad de establecer otro tipo de seguridad jurídica para las empresas. Un ejemplo que precisa Edith: “Muchas de nuestras unidades no tienen la posibilidad de acceder a créditos porque no contamos con la propiedad en nuestro poder”. Resaltan como un avance que el Estado reconoció al sector con una dirección específica de Empresas Recuperadas dentro de la Secretaría de Economía Social, a cargo del referente del MNER e IMPA, Eduardo Vasco Murúa. Sin embargo, aún hay una incomprensión que quedó reflejada en el manejo de la política social durante la pandemia: mientras el Estado se hizo cargo de hasta dos Salarios Mínimo, Vital y Móvil con el programa de Asistencia a la Producción y el Trabajo (ATP), la ayuda a las cooperativas quedó supeditada a planillas que cada unidad debía presentar para acceder a programas como la Línea 1 ($6.500, aunque luego hubo un aumento por dos meses a $16.500) o Potenciar Trabajo ($8.500). Las empresas cooperativas quedaron fuera del ATP porque este estaba diseñado solo para empresas privadas con empleados en relación de dependencia. Además, tampoco podían acceder en plenitud a los otros dos programas, ya que fueron planteados según grados de vulnerabilidad: los programas no se complementan y se dan de baja si algunx de lxs socixs percibe otro ingreso “en blanco”. Ergo: Clarín y Techint cobraron las ATP, ¿pero las cooperativas? Bruno: “Teniendo que demostrar cuán pobres somos”.
¿A qué hay que apuntar entonces? Bruno lo piensa en clave sistémica: “Lo que hubo fue una recuperación de la autoestima de los jóvenes. Partimos con otra actitud, de saber que se puede ganar. Es verdad que nosotros somos los que más o menos podemos armar un CV lindo y salir a buscar trabajo, pero nos dimos cuenta de que acá hay una opción. Y no queremos seguir trabajando de esta manera, pensando si cada dos años nos quieren desalojar. Vamos a pelear por los mismos derechos que tiene cualquiera. No apuntamos a construir una cooperativa como una etapa de transición, no es para pegar el salto y poder trabajar con patrón o bajo el Estado. Estamos a la altura de cualquier empresa privada. No somos experiencias de subsistencia. Cada vez más estamos demostrando que cumplimos un objetivo social. Y, además, damos trabajo”.
La charla abre nuevos ejes, nuevas dimensiones, nuevos desafíos.
Algo queda claro: no es ningún cuento.
Y no solo se sigue pensando, sino ejerciendo de esta manera.
En primera persona del plural.
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