CABA
Matanza tóxica. Fumigaciones y glifosato en los cuerpos en Virrey del Pino
En uno los municipios más poblados del país, las fumigaciones en Virrey del Pino lindan con poblaciones, escuelas y arroyos. Se ve así y a escala barrial cómo contamina el modelo agrotóxico. Lo confirmó –después de tres años de recorrer hospitales– una vecina en el caso de sus hijos y su marido, con glifosato en el cuerpo. ¿Cómo se frena la máquina de enfermar personas, agua y suelos, y quién paga por lo dañado? Transiciones: de una familia desesperada, a un barrio movilizado para defender la vida y la salud. Síntomas y alertas sociales que llevaron a la primera asamblea barrial. Por Sergio Ciancaglini.

Son 17 pasos.
Esa es la distancia entre la casa de Erika Gebel, Miguel Rodríguez y sus hijos hasta el misterioso campo de soja transgénica: solo hay que cruzar la pequeña calle de tierra Luis Burela en Virrey del Pino, La Matanza.
En ese campo se fumiga con glifosato, entre otros pesticidas. Erika no intuyó que era un problema: “Los chicos del barrio jugaban corriendo atrás del tractor. Cuando llegué yo decía: ‘¡mirá qué lindooo, cómo riegan!’ No pensás que van a estar haciendo algo peligroso delante de tu nariz”.
La nariz de Erika sin embargo empezó a percibir ese olor ácido que flotaba en el aire, vio las hemorragias de su hijo Adrián (9 años), los brotes inexplicables que parecían sarampión pero no eran, los dolores insólitos de su marido Miguel (55), las enfermedades de sus otros dos hijos Máximo (17) y Naiara (14), los insomnios.
Comenzó a recorrer un laberinto sanitario de tres años hasta llegar al área de Toxicología del Hospital Ricardo Gutiérrez, que mandó hacer estudios al laboratorio Farestaie de Mar del Plata. Estos determinaron que al menos Adrián y Miguel tienen glifosato intoxicándoles la vida. Los análisis mostraron además que ella misma, Máximo y Naiara tienen bajo nivel de colinesterasa, indicio de la exposición a plaguicidas.
La Matanza limita con la ciudad de Buenos Aires. El censo de 2010 le calculó 1.700.000 habitantes: segunda población del país – la primera es CABA-, por encima de las ciudades de Córdoba y Rosario. Proyecciones del INDEC estiman actualmente casi dos millones y medio de seres en ese universo, que ahora puede incluirse en la cartografía de los pueblos fumigados.
Erika, 42 años, es peluquera, esteticista y panadera, entre varias otras cosas. Mira el campo marrón frente a su casa con un gesto que mezcla intensidad, desesperación y un proyecto: “Me siento culpable como mamá. Fui una ignorante. Pero algo tengo que hacer”.

Mapas de la vida privada
Coordenadas de esta historia en el Google Earth: 34º 48’ 09” S, 58º 40’ 17” W. Allí está la casa de Erika. Graduando la plataforma a unos 1.500 o 1.700 metros de altura se ve la gigantesca herradura cuadrada, verde y marrón de soja –unas 300 hectáreas dicen en el barrio– al sur del arroyo Morales. En el medio de esa herradura sin suerte se ve el barrio conocido como “Oro Verde al fondo”, donde está la casa, y del otro lado del campo sojero, hacia la derecha, el cada vez más populoso barrio Nicole.
La imagen satelital no muestra que en Nicole hay tres escuelas que reúnen unos 3.400 alumnos de lunes a viernes, ni que hay más de 5.000 almas a tiro directo de los agrotóxicos: menos de 10 cuadras (aunque se sabe que su deriva ha llegado hasta la Antártida, y son conocidos los estudios que demuestran que gente que jamás pasó por un campo transgénico tiene glifosato en sangre).
Cosas que no se ven desde las alturas virtuales: Erika y Miguel tienen cinco perros, cinco gatos y un sauce llorón que ella plantó en el pequeño jardín de esa casa autoconstruida por la familia con maderas y con ilusiones. Hay sillas humildes que acomodan para la charla con una hospitalidad de otros tiempos. Hay una pequeña huerta en la que creían estar cultivando acelgas sanas, y funciona allí la panadería y casa de venta de comidas La Potranca donde, además del pan, la pareja amasa las incertidumbres y organiza un delivery no solo de alimentos, sino de información.
“Nos casamos hace 18 años con libreta roja y todo: no hay que tener miedo a fracasar” dice Erika. Vivían en Palermo. “Miguel trabajaba como herrero, yo atendía más de 200 clientas de estética corporal y peluquería. Siempre fui inquieta, me gusta leer, aprender cosas”. Nacieron Máximo, Naiara y Adrián.
Una transformación: “Nos vinimos hace 9 años por varios motivos. Comprar en Capital es imposible. Y yo quería salir de la contaminación de la ciudad”. Se queda pensando: “¿Te das cuenta de lo que dije?”.
Su historia: “Trabajaba muchas horas y estaba muy adaptada. En un momento dije: basta, quiero disfrutar de mis hijos. Busqué un lugar accesible económicamente, donde los chicos pudieran tener animales, donde pudieran correr y gritar. No un departamento donde se quejan los vecinos si hay ruido” describe la mujer que había decidido adaptarse a otra cosa. “Vine a ser feliz, normal. Igual que todos. A tener una vida”.
El lugar: “Aquí se mezclaba población, salita médica, colegio, y además teníamos tranquilidad y el aire libre. Yo decía: suerte que estamos frente al campo. Hoy lo pienso y me quiero morir”. Construyeron la casa. “Todas las plantas que ves las pusimos nosotros”. Miguel, que escucha la voz cantante de Erika, además de herrero había sido panadero. Ella trazó la estrategia: “Le dije: vos hacé el pan, que yo lo vendo”.
Los amaneceres con pan caliente. Miguel: “Hay que arrancar 4 de la mañana, o antes”. Erika se agenció una bicicleta para hacer las entregas barriales. Se mudaron su mamá Silvia, con su pareja Rodolfo (“mi papá de crianza y afecto”), e instalaron el kiosco Chiki junto a La Potranca. “Yo sigo manteniendo muchas cosas de estética y de peluquería. Hay que sumar”.
Hacía panes rellenos, bizcochitos, pan dulce, cremonas, pastafrolas. “Pero vino la pandemia y sumé comidas: canelones, sándwiches, milanesas, filet de merluza, empanadas, pizzas, hamburguesas de zapallo y garbanzos, de lentejas y remolacha. Dejamos de lado las facturas, porque por la pandemia no podía salir a vender porque era muy arriesgado para la salud”. Otra vez la sorpresa por sus propias palabras: “¿Ves la ironía de lo que estoy diciendo?”

¿Cómo anda el nene?
En 2015 su hijo Adrián tenía 3 años. “Empezaba el jardín de infantes y tuvo que usar lentes. Ya tiene 5 de aumento. No ve nada el nene. Y me decía ‘me arde la vista’. A Naiara le pasaba en la garganta, y le lloraban los ojos. Máximo tenía problemas de broncoespasmos, pero venía con asma de antes, así que yo no sabía si era eso. Y a todos nos sangraba mucho la nariz”. Ella misma se brotaba: “La piel, el cuello, por todas partes”.
Miguel sentía un dolor extraño: “Yo tenía un hormigueo en el cuero cabelludo, en la piel. No es un dolor normal, y la sensación de que el ojo se me iba a ir para afuera. Cuando vas al médico te dan una pastilla y listo. Pero no se te va”.
La odisea de Erika: “Llevaba a los chicos a la guardia del Hospital 32 (Simplemente Evita) o a la salita de Oro Verde. Y después sacaba turno con el médico de cabecera de la salita. En Capital los habían atendido en el Gutiérrez, mis hijos tienen todo desde siempre: historia clínica, controles, chequeos. Pero cuando vine dije: ¿Para qué me voy a ir al Gutiérrez si acá hay médicos que los van a atender? Yo confié. Error”.
Les decían que los problemas podían ser producto de la alergia. “La consulta era un trámite. ¿Cómo anda el nene? Bueno, lo pesamos, lo medimos, lo auscultamos, chau. Tráigalos la semana que viene a ver cómo siguen”.
Erika habló con una amiga de su hermano. “Está en algo relacionado con los pueblos fumigados, y me puse a ver por Internet. Esto fue hace unos tres años. Crucé al campo y le pregunté a Omar, el cuidador, si lo que tiraban era tóxico. Mi hijo mayor jugaba en el campo desde que vinimos y nunca nadie me dijo ‘no vengan, está envenenado’. No ves que estén fumigando con una protección, con una máscara de gas. Omar me aseguró que no había problema. ‘Tiran un veneno pero no te preocupes que no pasa nada. Y los bidones que tienen un olor feo los dejamos en el galpón de allá para que no molesten’, me dijo”.
Un día Omar se fue. “No sé por qué motivo. No lo vimos más. Y a los cuatro meses supimos que se murió de un infarto. La esposa murió también ahí nomás. Yo no sé qué les pasó, pero seguro que tenían glifosato en el cuerpo, y hoy sé que una de las cosas que te puede provocar es problemas cardiovasculares. Pero claro, no le iban a hacer una autopsia para ver si tenía agrotóxicos. Ellos estaban bien, trabajaban, tenían menos de 60 años. Nadie supo explicar lo que le pasó a esa pareja”.
Rodolfo, el padrastro de Erika, agrega un dato sobre el presente: “El otro día hablé con uno de los que trabajan en el campo, y me dijo que además del glifosato tiran 3 o 4 venenos más, los mezclan porque ya no hacen efecto”. Argentina ya supera los 500 millones de litros de agrotóxicos fumigados al año, lo que la convierte en el país más fumigado per cápita del planeta.
En 2018 Adrián tenía 6 años. “A lo de la vista y la nariz se le sumó que tenía broncoespasmos y otitis. Tuvo un brote que parecía sarampión. Pero no era, y tampoco nadie activó un protocolo para sarampión. No sabés cómo tenía la piel ese nene, y la fiebre. Era invierno y yo lo metía en palanganas con agua fría. Lloraba, inflamado, le picaba todo, le ardía la cara. Ahí dije: basta de la salita y el hospital de acá, y lo llevé al Gutiérrez. Pero tampoco sabían qué decirme”.
Sostiene Erica que hay un concepto que deja hipnotizados a los padres: “Te dicen ‘vamos a ver cómo está el estado de salud’. Vos te quedás tranquilo. Decís: lo van a ver, a cuidar. Le ponen el estetoscopio, le tocan la panza, esas cosas, pero no buscan la causa. A todos los médicos les dije que vivíamos frente a un campo de soja con fumigaciones, pero nadie dijo nada. Tampoco se activó ningún protocolo. Yo había sido una ignorante que no entendía lo que significaba eso. Pero los médicos no son ignorantes, saben al toque lo que le pasa a un chico. Y sin embargo no te dicen ni investigan nada”. Si los hospitales públicos definen así al estado de salud, tal vez haya que inventar una medicina que diagnostique la salud del estado.
La mujer tuvo un nuevo brote, pero de desesperación. ¿Qué representa cada ida al Gutiérrez? Erika sale en moto del barrio con sus hijos hasta la casa de un vecino donde deja el vehículo para toma un colectivo, un tren y otro colectivo. “Son unos 140 pesos ida y vuelta cada uno. El viaje son tres horas y media o cuatro de ida y otro tanto de vuelta. Cada vez que voy tengo un gasto promedio de 1.500 pesos. Llevo una vianda para los chicos y yo voy tomando mate”. Por su vida porteña Erika puede quedarse en casa de una familia conocida y viaja a veces un día antes. “Yo tengo esos recursos, y como mis chicos siempre se atendían en el Gutiérrez, no me mandan de nuevo para mi casa. Pero imaginate otra gente de La Matanza, ¿cómo hace?”.

El estudio
Pero ni siquiera en el Hospital Gutiérrez encontraba respuestas, hasta que pudo abrir sus propias puertas. “Fue en 2019. Sale mal un estudio de anemia de Naiara, y la doctora de adolescencia me dice que la vea una endocrinóloga porque piensa que puede estar afectada la tiroides. Pero me enojé, le seguía preguntando, y entonces la doctora me dice: ‘bueno, contáctese con pueblos fumigados, busque en Internet ’”.
Salió pensando: “de este hospital no me voy”. “Asocié: veneno, glifosato, me fui a Toxicología. Fijate que no me mandaron del propio hospital, que era lo lógico, sino que se me ocurrió a mí que no sé nada. Toqué el timbre. Les dije: nos pasa esto, esto y lo otro y vivimos frente a un campo fumigado. Me hicieron pasar, expliqué todo. Nadie me habló de alergias, y nos mandaron a hacer estudios en enero de 2020. Nos sacaron sangre y orina y las mandaron a analizar a Mar del Plata. Pero antes de saber los resultados, empezó la pandemia. Llamé y llamé mil veces, hasta que ahora me los dieron supongo que porque terminó la pandemia. ¿Terminó? Ya ni sé”.
El pasado 30 de septiembre la familia pudo confirmar que el pequeño Adrián y su padre tienen glifosato en sangre en porcentajes considerados alarmantes aunque la doctora Delia Aiassa, genetista de la Universidad de Río Cuarto, dice a MU que “no hay una dosis admisible, nada de eso tendría que estar en el cuerpo”.
Dos detalles.
- El estudio plantea que el glifosato es no detectable en el resto de la familia, lo cual no quiere decir que no esté presente. “El parámetro de medición de ese laboratorio marplatense (Farestaie) es muy alto, por lo cual no detecta dosis menores que pueden ser igualmente dañinas” explica la bióloga Alicia Massarini. Erika: “Es posible que lo tenga, como mis otros hijos, porque nos dio colinesterasa baja”. Aiassa agrega sobre esa enzima: “Cuando disminuye la colinesterasa quiere decir que hay exposición a compuestos organofosforados”. O sea, buena parte de los pesticidas que se utilizan actualmente.
- El estudio solo busca glifosato, con lo cual no se detectan los otros pesticidas que forman parte de las fumigaciones (y de los cuales daría cuenta la baja colinesterasa) y que pueden estar no solo en el aire sino incluso contaminando el agua. En los barrios de Oro Verde y Nicole más expuestos a las fumigaciones, todas las casas tienen agua de pozo de poca profundidad (35 o 40 metros). En lugares fumigados como Lobos ya se descubrió que por las fumigaciones están contaminadas incluso las fuentes de agua corriente.
Erika, al salir de la burocracia de una medicina un tanto hipoacúsica y afónica, pudo hablar con una de las toxicólogas del Hospital Gutiérrez: “Es espeluznante cuando te sientan y te dicen: ‘las muestras salieron mal, tu hijo y tu esposo tienen glifosato. Tu marido está muy comprometido’. Yo le digo: ‘¿Y qué tratamiento hay?’ ‘No hay tratamiento’. ‘¿Pero cómo se desintoxica?’ ‘No lo sabemos, hay que ir viendo’. Me dice: ‘¿Tuvo convulsiones tu marido?’ Pensé: ‘¿vos me estás diciendo que mi marido puede convulsionar, o mi hijo de 9 años?’ Yo en el barrio vi vecinos con convulsiones, es terrible. Estaba con Máximo que estuvo llorando tres días convencido de que su papá se iba a morir. Y no podés ir a la farmacia y decir ‘deme el desintoxicante de glifosato’. Lo único es parar de fumigar y que el cuerpo pueda empezar a reponerse”.

Efectos de los agrotóxicos
La toxicóloga funcionó como una doctora House o una Sherlock Holmes que ayudó a darles sentido a todos los signos y pistas que la familia venía sufriendo: “Me explicó que esto afecta al sistema nervioso central, que puede provocar autismo, problemas de la glándula tiroides, y ahí puede estar la causa del bajo peso de mi hija. Me habló de falta de concentración, hiperactividad, insomnio”. Cuenta Erika que en el Gutiérrez le pidieron que hablara sobre Adrián en su escuela, la 210. “La directora me dijo: ‘tu hijo tiene problemas de aprendizaje y de atención, pero acá les pasa a todos los chicos’. Yo la escuchaba y no lo podía creer. ¿Qué son, chicos de otro planeta?”
Agregó la toxicóloga en su enumeración dos posibilidades más: el cáncer, y el daño genético sobre todo en los menores por la exposición a los plaguicidas. El daño genético es efecto de un ataque a nivel cromosómico que potencia el riesgo de padecer cáncer a mediano y largo plazo, así como enfermedades cardiovasculares, malformaciones en la descendencia y abortos a repetición, entre otras consecuencias. En Dique Chico, Córdoba, las investigaciones de la doctora Aiassa determinaron daño genético en el 100% de las muestras tomadas en niños expuestos a los agrotóxicos. La toxicóloga permanece en el anonimato ya que informó a Erika que dejaría de atenderla si su nombre trasciende: a esas presiones están sometidas también las familias fumigadas, cuando en realidad el sistema sanitario debería estar alertando a toda la población afectada.
El reciente informe de la Sociedad Argentina de Pediatría “Efectos de los agrotóxicos en la salud infantil” (que puede leerse y descargarse completo buscándolo en www.lavaca.org) enumera, entre otras consecuencias de las fumigaciones: cáncer, disrupción endócrina, enfermedades neurodegenerativas, trastorno del neurodesarrollo infantil, malformaciones congénitas, tumores cerebrales, disfunciones del sistema nervioso central, autismo, problemas cardiovasculares, trastornos de conducta, leucemia, hipotiroidismo, asma bronquial, trastornos reproductivos. Erika: “No solo están dañando a mis hijos sino también a mis nietos. ¿Qué hago? ¿Quién se hace cargo?”. Le pregunto qué busca. “Que paren de fumigar, y que paguen por todo el daño que están haciendo”. Habla básicamente de esa escurridiza noción que expresa una palabra: justicia.
Barrio en movimiento
Erika supo la verdad de lo que pasaba con los agrotóxicos y su familia y al día siguiente, viernes 1º de octubre, salió a avisarle al vecindario lo que no le informan el Estado, la salud pública, la privada ni los ex medios periodísticos.
Los intentos de contacto de MU con el municipio encabezado por Fernando Espinoza encontraron dos argumentos: los funcionarios no hacen declaraciones “en on”, y aducen no poder tomar cartas en el asunto si alguien no hace una denuncia, cosa que la familia ya concretó. Habrá que ver si ocurre lo mismo que en situaciones como la de la virulenta contaminación del CEAMSE, del otro lado del arroyo Morales, o de Klaukol, empresa que sigue contaminando y reduciendo el vecindario como en sus mejores tiempos. En esos casos se supone que interviene el OPDS (Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible) aunque todo sigue igual. En el tema de la fumigación tampoco intervienen, al menos hasta ahora, defensores del pueblo, hospitales, organismos de derechos humanos, universidades, iglesias. El mayor apoyo es el del sindicato docente de La Matanza. Pero ni las autoridades de las escuelas parecen tomar el asunto como propio pese a que la Técnica 13 (secundaria), la 210 (primaria) y el jardín de infantes 1000 reúnen unos 3.400 alumnos cada día en el barrio Nicole, a 700 metros del campo fumigado.
Mientras tanto Erika y Miguel recorrieron al barrio. “Yo dije: en vez de quedarme llorando salgo a la calle, le aviso a la gente. Una chica acá a la vuelta me dijo que le duele toda la cara y que tiene como una rigidez muscular. De eso también me había hablado la toxicóloga. Otra vecina me contó que tuvo cáncer, le sacaron todo el tumor, pero se sigue sintiendo enferma y nadie le explica nada. Otra de acá atrás tiene cinco hijos, imaginate. Alguna gente me miraba medio raro. Yo les decía: podemos estar envenenados. Pero algunas me miraban como si estuviera loca”.
Toda madre desesperada en la historia argentina suele ser tratada de loca, aunque sea la única lúcida. Le hicieron una entrevista junto al campo, y enseguida se acercaron unos hombres, uno de los cuales llevaba una escopeta. “Eso te muestra cómo actúan. Estás sacándote una foto y ya agarran las armas”.
Miguel bajo el sauce: “En el Fernández me explicaron que los agrotóxicos actúan lento. Yo hoy parece que estoy bien, pero tengo el glifosato en el cuerpo que me provoca todo lo que te contamos, y más adelante puede ser peor todavía. Pero el vecino te ve bien, y dice: no pasa nada”. Ejemplo: Rodolfo, el padrastro de Erika que vive también frente al campo fumigado, parecía estar bien y tranquilo cuando hablé con él para esta nota, pero tuvo un inesperado infarto pocos días después del que por suerte se está recuperando. Erika: “En el hospital dijeron que es por el estrés. Él no estaba estresado. No puedo esperar otra cosa de los médicos. Pero creo que está totalmente relacionado con la fumigación”.
Miguel y Erika recorrieron con MU parte del barrio Nicole conversando con familias integrantes de la colectividad paraguaya principalmente, cuyas casas lindan con el campo fumigado. Livio, uno de los tantos albañiles que habitan allí: “Sé que se usan venenos. Tendrían que estar mucho más lejos. Es un peligro”. Alicia, embarazada de 5 meses: “No sabía lo que esto puede causar. Tengo turno dentro de 10 días en el hospital. Voy a preguntar. Ojalá no pase nada”. Erika les dijo a las mujeres: “Yo lo explico como puedo chicas. No quiero asustarlas. Pero la verdad, asústense, porque esto es re grave”.
Un maestro y delegado de SUTEBA, Norberto Mondalier, le propuso a Erika seguir difundiendo lo que ocurre en el barrio. “Se me ocurrió llamar a una asamblea” dice ella, a cuyo nacimiento asistió MU el 16 de octubre, frente al complejo de escuelas (13, 210 y 1000). Asistieron 25 personas a ese primer encuentro de Vecinos Envenenados por glifosato-La Matanza.
Norberto recordó allí que se dijo siempre que el campo era de la familia del ex intendente y ex vicegobernador bonaerense Alberto Balestrini, fallecido en 2017 luego de quedar postrado siete años por un ACV. El rumor barrial (el municipio asegura que no puede brindar información) plantea que el campo fue vendido. “No se sabe quién es el patrón” dice Norberto. “El patrón del mal” contesta una mujer velozmente.
Un vecino plantea que hay que andar con pies de plomo. Erika dice que no. “Ya estuve años andando con pies de plomo. ¿Para qué me sirvió?” Alguien propone hacer el reclamo para que la naciente asamblea sea recibida por funcionarios de Salud Pública municipal y provincial. Una vecina sugiere no hacer volantes: “Nunca los leo, los tiro. Mejor hablemos con la gente”. Se plantea que se pueda invitar a científicos e investigadores que le expliquen a la gente los efectos de lo que está pasando. Emiliano vive cerca del CEAMSE y cuenta: “Mi abuelo murió de cáncer, mi mamá tiene cáncer, mi sobrina tiene autismo, otro vecino al lado de casa se murió también de cáncer. Y hace unos años nadie tenía esas enfermedades. Lo que me da impresión es que hay cada vez más cementerios. Ya son tres, uno al lado del otro. Si no nos juntamos a hacer algo, estamos en el horno”.
Una mujer pide que la difusión sea clara, para que todo el mundo entienda. Siguen recordando casos de muertos y enfermos. Juan Silva, delegado de la escuela 210, me cuenta sobre los trastornos del espectro autista y de hiperactividad en las aulas. “No puedo decir si la causa es ambiental. Pero al menos habría que investigarlo”.
Alejandra relata que estaban discutiendo en Nicole cuestiones de seguridad e iluminación: “Pero es mucho más grave esto que no tener una luz”. Otra mujer reconoce que entró casi en pánico al escuchar las denuncias de Erika: “Hace 15 años que estoy respirando aquí, y puedo tener el veneno adentro. Quedo para lo que la asamblea diga de hacer”. Un hombre agrega que lo que están haciendo confronta con corporaciones y poderes muy grandes, noticia que no parece sorprender a nadie del grupo.
La historia no concluye aquí, apenas empieza. Miguel y Erika lograron algo infrecuente: transformaron un problema aparentemente individual, en una cuestión comunitaria. Lo familiar, en algo social. Se convirtieron en un medio de comunicación y la asamblea recién nacida simboliza ahora la posibilidad de no resignarse al mundo tóxico.
Erika mira a ese círculo de personas: “El miedo no nos va a liberar del veneno, ni nos va a hacer más felices. Lo único que va a lograr es que nos gobiernen por el miedo”. El grupo queda en silencio. Y ella agrega: “No hay que tener miedo de hablar. De lo que hay que tener miedo a esta altura es de callarnos, y de quedarnos sin hacer nada”.
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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