CABA
Sierra maestra
MU en Traslasierra. La primera papa agroecológica con venta en el Mercado Central. Huertas comunitarias que le pelean a la malnutrición, el desempleo y la contaminación. La producción de uvas de mesa que eliminó el glifosato y duplica su rentabilidad. Experiencias y transiciones en Traslasierra: la comunidad boliviana, el salto en el consumo de productos campesinos, el ingeniero que se “deformó” y la mujer que entendió todo a partir de un linfoma. Vida y obra de quienes están construyendo nuevas lógicas y enseñanzas para producir, comer y vivir. Por Sergio Ciancaglini.

Sri Lanka queda a 15.442 kilómetros de Traslasierra, Córdoba: casi en las antípodas.
Ese país, una isla bella antes conocida como Ceylán, junto a la India, es el emblema que muestran ciertos sectores autopercibidos como progresistas y corporaciones multinacionales de agronegocios como un modelo de fracaso de la agroecología.
¿La razón? Según el sofisma, sus gobernantes decidieron eliminar de un día para el otro la importación de agroquímicos lo cual hizo caer la producción de alimentos y exportaciones (como el té) generando un colapso económico.
La realidad: ese país sufre una violenta crisis de deuda externa parecida a la generada por gobernantes de parajes a 15.442 kilómetros (50.000 millones de dólares), todo se agravó por la ausencia de industrias locales (salvo el turismo, hundido durante la pandemia), no hay divisas para pagar casi nada, cunden el desempleo y las protestas sociales, la inflación es del 30% anual (!), y la situación les ahoga la importación de combustible, medicamentos y alimentos, aunque volvieron a importar agrotóxicos en noviembre de 2021, apenas cuatro meses después de haberlos suspendido. Eso no impidió el default, el agravamiento de la crisis y la solicitud de los clásicos salvavidas de plomo al FMI.
Por lo tanto, corporaciones y progres tóxicos, sumadas al oficialismo y a la oposición, sin grieta, culpan a una supuesta “agroecología” de los desastres que había provocado un modelo económico de índole extractiva, neoliberal, neodesarrollista, especulativa o psicótica, según se prefiera.
Frente a quienes plantean ese panorama el ingeniero agrónomo del INTA de Villa Dolores, César Gramaglia, pronuncia una definición que proviene de la lengua cordobesa ancestral: “Culiaos”.
Agrega, conduciéndonos en camioneta junto al espectáculo maravilloso de las Sierras de Comechingones: “Son operaciones de marketing para seguir vendiendo químicos y transgénicos y hacerle creer a la gente que la solución a los problemas es hacer más de lo mismo”.
La agroecología no implica rupturas abruptas: los productores de Sri Lanka formateados durante décadas en el uso de agroquímicos provistos por las multinacionales no tenían idea de cómo producir sin esos insumos de un día para el otro. Por eso la agroecología casi obsesivamente plantea transiciones, evoluciones, diseños productivos y enfoques científicos para pasar de un modelo basado en pesticidas y fertilizantes químicos, a cultivos sanos, ricos y baratos para quien consume. Y rentables para los agricultores. (Tampoco podrían dejar de usarse combustibles fósiles de hoy para mañana: el mundo actual se convertiría en una pesadilla. Sin embargo es obvia y urgente la necesidad de ir abandonando petróleo & afines y crear transiciones hacia nuevas formas de energía y nuevas definiciones de “crecimiento” o “desarrollo”, porque la pesadilla ya está conviviendo con esta irrealidad mundial si no cambia la petrodependencia humana. Entre otras cosas.)
Gramaglia conduce una veloz recorrida por algunas de las experiencias agroecológicas locales –invisibles a la mirada de los ex medios de comunicación– que permite, a quien la realiza, un privilegio: acceder a otras palabras y paisajes. A otras producciones y horizontes.




Tenés que deformarte
Gramaglia es un +50 con un entusiasmo contagioso que nació en Santa Fe, se recibió de ingeniero agrónomo, y se casó con Daniela Barberis, quien ya en los 90 se interesaba por los temas de la alimentación y la vida sana. Era docente, hacía yoga y cursos de biodinámica, relata ella en referencia a una escuela de pensamiento que viene de la antroposofía y plantea paradigmas diferentes sobre cómo relacionarnos con el suelo, las producciones y todo lo que nos rodea. “Nos instalamos en Esperanza, Santa Fe, con la idea de cultivar huerta orgánica”. Tuvieron dos hijas. Daniela buscaba información sobre alimentación que le pasaba a su ingeniero consorte. César contraproponía cuestiones aduciendo su formación universitaria. “Entonces tenés que deformarte”, dijo ella una vez: comenzaba lo que hoy se llamaría deconstrucción.
Esperanza –como su nombre no lo indica– era escenario de fumigaciones masivas y de un basural a cielo abierto que el ingeniero considera “indescriptible”. Autoridades sordas y un vecindario algo sumiso ante la cuestión hicieron que César y Daniela se mudaran de las desesperanzas rumbo a Córdoba. Llegaron a Traslasierra en 2005, y en 2007 Gramaglia ya integraba el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) de Villa Dolores. Es técnico extensionista, especializado en agroecología, docente en la Universidad Nacional de los Comechingones y miembro de la Red de Agroecología del INTA (REDAE).
El ingeniero trabajó primero con experiencias de la agricultura familiar. “Aprendí de frutales, de cabras, de producción de hortalizas”. Ya planteaba omitir el uso de químicos. Transitó cursos sobre elaboración de bionsumos con el colombiano Jairo Restrepo (ver en el libro Agroecología-El futuro llegó, Ed. Lavaca). “Me faltaba una escala mayor, la comercialización y eso apareció en los últimos años. Gente que quiere producir más y mejor, para vender y vivir de eso”. Tales los casos que jalonan esta recorrida. Por ejemplo: jóvenes que han hecho el camino inverso al previsible, zarparon de las grandes urbes y decidieron instalarse en el campo a producir alimentos sanos, no contaminados, experiencia que será tema de la próxima MU. Lo mismo ocurre con familias campesinas, movimientos sociales, proyectos comercializadores o producciones de esa gran escala que a Gramaglia le fertilizaron las esperanzas. Como un cicerone, el ingeniero acompaña el viaje hacia otra transición: del cáncer a la agroecología.
Glifosato, linfoma y uvas
En la sierra hay verdaderos buenos aires: libres, limpios. Analía Sánchez Cruz anda abrigada con un saco de lana blanca entre los corredores de parras. Cuenta que empezó con miedo al fracaso, pero de pronto pronuncia una frase inusual en el mundo productivo argentino: “Soy una persona feliz”.
Es una de las responsables de la tradicional finca Sánchez Amezcua, 15 hectáreas de cultivo de uvas de mesa en San José. “Mis abuelos y mis padres se dedicaron a la fruticultura en Mendoza primero, y hace 40 años nos vinimos para aquí. Yo tenía 15. Empezamos con el durazno, pero tenía problemas con las heladas tardías y pasamos a la uva de mesa. Se diferencia de la del vino en que tiene la piel más gruesa y tolera mejor el traslado y el tiempo hasta que le llega al consumidor: mínimo pasan 15 días, y cuando es para exportación pueden ser hasta dos meses”. En cada hectárea se producen entre 20 y 25.000 kilos de uva por cosecha, parte de la cual además se exporta a Brasil.
La historia empezó a cambiar hace un año. “Yo venía con ciertas dudas, leí sobre la cuestión agroecológica, conocía al ingeniero Gramaglia, y decidimos hacer algo. Empezamos con una hectárea”. El plural implica a su padre Juan y a su hermano Adrián, que vive en San Juan y es ingeniero agrónomo.
¿Por qué el interés por hacer esa prueba productiva? “Mi ex esposo, Marcelo, tuvo cáncer, un linfoma. Falleció. Fue un clic para mí. Me puse a investigar y encontré que el glifosato podía ser causante de los linfomas”. Lo que dice Analía se dio por probado, por ejemplo, en 2018 y 2019 en los tres juicios que condenaron a Monsanto en los Estados Unidos. La empresa fue comprada por Bayer que terminó pagando privadamente al menos 11.000 millones de dólares –para evitar nuevos juicios– a miles de víctimas del glifosato Roundup con cáncer, especialmente Linfoma No Hodgkin (ver Monsantopapers en lavaca.org).
“Yo quería hacer la prueba de una producción sana, pero a la vez tenía miedo de que saliera mal”. La finca tiene cinco personas fijas trabajando, y unas 60 en la temporada de cosecha, 80% de ellas mujeres “porque siempre vimos que hacen un mejor trabajo, más a conciencia, que los varones” cuenta Analía. Por eso el miedo, pensando en una estructura familiar y laboral que involucra a muchas personas.
Se hizo la prueba en una hectárea de las 15. No se aplicaron fertilizantes químicos sino abono (guano) de gallinas y cabras, y bioinsumos sugeridos por Gramaglia para insectos y hongos.
Analía describe algunos resultados que además están documentados:
“La productividad fue la misma, 25.000 kilos en la hectárea”.
“La sanidad vegetal fue mucho mejor. En las otras hectáreas muchos granos (uvas) se rajaron, posiblemente por una ola de calor en el verano. Y entonces empiezan la pudrición, los patógenos, y se daña el resto del racimo. Las agroecológicas estaban todas sanas”.
“En la hectárea agroecológica hicimos preparados orgánicos, con azufre, y no hubo insectos, como sí en las comunes, donde tuvimos que tirar insecticidas”.
“El riego fue muy distinto. En la parte agroecológica, con una cobertura vegetal, el agua penetra y la tierra conserva la humedad. En el resto echábamos glifosato, que mata todo, y el suelo quedaba duro, compacto, como una cancha de bochas; el agua no entraba”.
“Económicamente, al no aplicar agroquímicos y pese a necesitar un poco más de mano de obra, el saldo es que ahorramos la mitad”. (Detalle: además de evitar venenos y tóxicos, se brinda trabajo.)
“Dejamos de gastar aproximadamente 950 dólares por hectárea en químicos, de los cuales 300 corresponden a glifosato. Eso significó reducir el costo total de producción en un 50%, y aumentar al doble la rentabilidad”.
“Vendemos la uva agroecológica al mismo precio que la otra”.
La experiencia hace que ahora prevean subir, primero, de una a cuatro las hectáreas agroecológicas, para dar luego el salto a toda la finca. Eso permitirá que en lugar de cinco sean diez los empleos directos, sin contar una mayor producción de alimento sano con superior en contenido de energía (kcal), carbohidratos, fibra, magnesio, potasio, fósforo y polifenoles, según los estudios de la ingeniera Dolores Raigón en la Universidad Politécnica de Valencia (MU 157 ).
Falta una frase de Analía que, frente a los linfomas y los miedos, ratifica cuál es la mejor venganza:
“Ya le dije a César que soy feliz porque dejamos de usar glifosato en toda la finca”.
Traducción: eliminaron el herbicida como primer paso a convertir a todo Sánchez Amezcua en un emprendimiento agroecológico. Nico, el hijo de Analía (30 años) celebra liberarse de agroquímicos: “Hay un producto que usan en la papa, el clorpirifós, que se siente mucho en la zona. No queremos ninguna de esas cosas cerca”. Para quienes se ofenden ante el término “agrotóxicos”, vale señalar que el pesticida clorpirifós fue prohibido en 2021 por el SENASA para todos los cultivos del país, aunque todavía se lo sigue oliendo.
Analía cuenta que Adrián, su hermano ingeniero, tomó todo con pinzas hasta que la realidad productiva lo convenció. Y Juan, su padre, agrega: “El rinde fue bueno, la fruta vino bien, donde había glifosato el agua no iba a la tierra y las uvas se dañaban, en cambio ahora el agua se aprovecha mucho mejor. Le vimos el lado positivo a los yuyos. Vamos a poner una cobertura de pasto permanente con centeno, para que el suelo siga enriqueciéndose”. Camina Juan entre las parras con sus 80 otoños más que bien llevados, y conjugando verbos y acciones en tiempo futuro.


Locro con ojos
Mónica, Lili, Graciela, Dora, Carlos, Horacio y Lita están en la huerta orgánica comunitaria de San Pedro. Andan jugando por allí también las pequeñas Mili y Luciana, sin los riesgos que implicaría un campo fumigado. El impulso de la huerta provino de la radio comunitaria FM Sierras Comechingones, y Carlos Stancich aclara que las dos hectáreas fueron cedidas por el dueño del campo, Elpidio González, mejor conocido como Cacho.
Cultivan entre otras cosas orégano, achicoria, lechuga, rabanito, zanahoria criolla y maíz blanco del que nacieron mazamorras y locros mentados como antológicos: “Mucho más ricos que con el maíz común, porque esto es todo natural” dice Graciela. Hay ocho familias que trabajan en esta huerta con la idea de ir logrando el sustento y ya han llegado a producir excedentes. “Llevamos verdura a la feria de San Pedro y sabiendo que era orgánica nos la sacaban de la mano”. Orgánico en este caso es lo agroecológico, y no lo “orgánico certificado” que implica un sobreprecio para mercados de alto poder adquisitivo.
¿Cuánto pueden producir dos hectáreas? Según las cuentas de Gramaglia: “Hay trabajos como los del ingeniero Fernando Pia (en el libro Huerta orgánica biointensiva) que demuestran que se pueden cosechar normalmente 13 kilos anuales de hortalizas por metro cuadrado. Seamos modestos, pongamos 10 kilos. En 2 hectáreas (20.000 metros) son 200.000 kilos anuales”.
La Organización Mundial de la Salud ha planteado un mínimo imprescindible de 400 gramos diarios de hortalizas por persona, 146 kilos en el año. Por lo tanto dos hectáreas bien trabajadas pueden alimentar a más de 1.300 personas, más de 300 familias. Si fuesen 20 hectáreas, 3.000 familias, dando trabajo además a decenas de personas dedicadas a la agricultura, en un país contaminado, vacío y vaciado de alimentos sanos, y también de empleo. Repitiendo y ampliando la ecuación en cada ciudad y cada pueblo (como ocurre en muchos de los municipios que integran la Renama–Red Nacional de fomento a la agroecología) se logra producción, trabajo y una inédita salud socioambiental. Únicas perjudicadas: las corporaciones y su club de los negocios raros.
Las mujeres de la huerta dicen que lo mejor de trabajar allí, además del locro y la mazamorra, es el compañerismo. “Compartimos todo, es muy lindo, trabajar en la tierra hace bien” diagnostica Dora. Carlos sugiere: “El mejor gasto que puede hacer un gobierno es dar semillas y fomentar las huertas. Es un aprendizaje. Pero lo hacés una vez, y te abre los ojos para siempre”.



La papa del desafío
La primera papa comercial agroecológica del país nació en Traslasierra con la marca La Cerrillense de la familia de Mauricio Cardinali. “Pero le doy la derecha a mi esposa, que es la que siempre impulsa este tipo de cosas” dice él sobre Erica Ryder, con quien tienen tres hijos de 22, 18 y 14 años. Cultivan 10 hectáreas anuales de papa agroecológica (5 en verano, 5 en invierno) que representan por ahora el 5% de las producción total que venden en el Mercado Central (nave 8, puesto 9) en bolsas diferenciadas de las convencionales. “Mi papá Sergio siempre hizo huerta sin echar ningún veneno” dice Cardinali, confirmando cuál suele ser la elección de quienes producen a la hora de comer.
Cantidades según Mauricio: “Cuando empezamos cosechamos 450 bolsas con el apoyo del INTA y de Gramaglia. El segundo año, 8.000 bolsas, y el tercero, 12.500. Lo que va a seguir empujando el crecimiento para mí es la demanda. Hoy vendemos la agroecológica un poco más cara por una cuestión de rendimiento”. El precio de la papa convencional no lo pone el productor sino que surge de oferta y demanda, y en la agroecológica Cardinali sí puede colocar un precio que define como “de compensación”.
César Gramaglia le dice: “Estoy convencido de que aquí se puede sacar más plata que con la papa convencional vendiéndola al mismo precio. Te propongo un desafío ahora en agosto, en la próxima siembra. Que la hagamos con toda la música, con abono orgánico sólido”. Mauricio responde: “No encuentro la maquinaria para abonar con bioinsumos que son distintos que los químicos, la estoy pidiendo porque quiero hacer todo para que el cultivo agroecológico rinda igual que el otro”. Los informes comparativos del INTA plantean que cada hectárea convencional gasta 1.254,49 dólares en agroquímicos (sobre todo fertilizantes), contra un costo productivo de 455,90 dòlares en el diseño agroecológico: 798,59 dólares a favor de este último.
El desafío queda planteado. Cardinali aclara: “Con la producción convencional no envenenamos a nadie, ni mucho menos. Trabajamos con químicos autorizados, que usamos en la menor medida posible cuidando el producto y el ambiente”. ¿Y los otros productores? Duda, pero reconoce: “Algunos pueden estar haciendo otras cosas”.
Gramaglia considera que el cultivo de 15.000 hectáreas anuales de papa es un grave problema socioambiental de Córdoba por los pesticidas y por eso valora la experiencia. Cardinali: “Se hace difícil cambiar, nadie quiere hacerlo. Eso es lo que hay que revertir de a poco. Por ejemplo, yo uso maíz transgénico para los animales porque no encuentro otras semillas. Pero con la modificación genética de la papa que se está haciendo en San Luis, todos los productores estamos en contra. Podríamos trabajar los maíces libremente, como lo estamos haciendo con las semillas de la papa para que sean libres de esas cosas, pero estamos ante negocios para unas pocas empresas que tiran por la borda lo que hacen muchos productores”.
Erica integra la ONG Prevenir. “Buscamos frenar el uso irracional del agua frente al avance de la frontera agropecuaria, porque el agua es un valor social, no comercial. Hicimos un trabajo de limpieza de 33 kilómetros del río Los Sauces. Hablamos todo el tiempo del tema de los agroquímicos que es algo que no va más. Creo que esta época es como un canal de parto que hay que atravesar para salir a la luz. Pero la agroecología, la biodinámica, el cuidado del suelo y del monte, no van a ir para atrás. Esas cosas son el presente y el futuro”. Cree que lo anacrónico resiste: “Y más en una provincia como Córdoba, derechista, pacata y conservadora. Hay una resistencia muy grande, pero cuando esa resistencia se rompe, la explosión es igual de grande. Siempre es así, por eso tengo confianza”. Mauricio la mira: “Si es por ella, el 100% de la producción sería agroecológica. Habrá que seguir avanzando”.
Otro síntoma de avance. Monte Adentro es el local y la marca de los productos del Movimiento Campesino de Córdoba y la Unión Campesina de Traslasierra, donde Pablo Blank y Camila Galván calculan que a partir de la pandemia se triplicó el volumen de ventas y se crearon 7 redes de consumo (grupos de decenas de familias que coordinan juntas sus compras mensuales). De 15 locales que abastecían pasaron a 60, incluyendo restaurantes. “Mucha gente compra pensando en su alimentación, y sabiendo que desde aquí se genera trabajo. A los campesinos, tener un canal de comercialización les cambia la producción y la ecuación económica”. Los excelentes quesos de cabra de Monte Adentro, por ejemplo, pasaron de 1.000 a 2.000 unidades de venta.
En Carpintería (cruzando la frontera con San Luis) y en Los Mates, otras dos huertas combinan a la comunidad boliviana con el INTA y el Frente Darío Santillán en sendas huertas agroecológicas. Los Mates reúne a 122 asociados. Sixto Grimaldez, nacido en Potosí: “Cultivamos todo tipo de verduras y hemos solicitado espacio en la feria franca de Merlo (San Luis) que es zona turística. Pero además tenemos un merendero y queremos terminar una productora de alimentos balanceados”. Tienen la máquina pero no el galpón, cuya construcción está frenada hace dos años por falta de fondos de Nación: “No hay recursos para la economía popular. Nosotros queremos trabajar para el futuro, para nuestros hijos, y no que se la queden toda los políticos y las empresas”.
El proyecto agroecológico de Carpintería involucra a 22 familias también bolivianas buscando sustento propio y ventas de verduras al público. “Vinimos de Bolivia en 2005, pero ahora todo es al revés: aquí está mal y allá están mejor” dice Jennifer, haciendo tortas fritas poco agroecológicas pero riquísimas. “Aquí no hay empleo, o se paga mal. La huerta nos puede hacer recuperar el trabajo en el campo que siempre supimos hacer” propone Trinidad. Andan por allí también Soledad y Prudencia, nombres para pensar.
El lote sobre el que trabajan lo donó Pablo Vedia, también integrante de la comunidad, que ríe: “Es mío pero no es mío, porque no terminé de pagarlo. Los hombres trabajamos en la construcción, pero si nos dieran más terreno, más gente podría dedicarse a esto. Nuestra cultura es sembrar, cultivar, nos gusta lo agroecológico porque no nos enfermamos”. Jaime Yutra: “Lo que hizo Pablo al donar el lote es parte de la ayuda comunitaria entre familias y vecinos, la minka. Es sostenerse mutuamente. Que nadie esté mal”. Jhonny: “Para nosotros no existe el domingo, el feriado, el aumento de salarios. Lo único que existe es nuestro propio trabajo. Esta huerta puede ser muy importante para nosotros, y también para la gente que consuma productos sanos”. Me mira y dice: “Gracias. Nunca ningún periodista vino a hablar con nosotros”.
Comienzan a desenterrar papas agroecológicas bajo la mirada de Virginia Bianco, del INTA. Las semillas fueron donadas por la familia Cardinali. Las familias me honran regalándome en una bolsita rayada varias de esas papas recién salidas del suelo. Dato: se trata de las mejores papas que he tenido el placer de masticar en mucho tiempo por una extraña razón, además de la certeza de estar comiendo algo sano y con todos sus nutrientes: tienen gusto a papa.




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Cada trabajo, cada uva, cada minka y cada centímetro de este viaje tal vez puedan simbolizarse a partir de cinco palabras que mencionó Trinidad en Carpintería.
Palabras que en medio de un presente tóxico promueven la acción, la libertad, la fertilidad del mundo y de las personas. En su sencillez, acaso expresen un completo plan de acción, si es que logramos comprenderlas y cultivarlas en todo su alcance.
Dijo Trinidad: “Hay que buscar la vida”.
Producción realizada en colaboración con la Fundación Heinrich Böll – Cono Sur.
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
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