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Autogestión en la comarca. Clínica recuperada en El Bolsón, Río Negro

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Empresa recuperada a comienzo de siglo en la Comarca Andina y conformada en su mayoría por mujeres. Tiene capacidad para 50 internaciones y maneja además un geriátrico. Cómo resistieron al vaciamiento. De las patronales inútiles y sobrevivir limpiando casas, a la ocupación, el cooperativismo y la creación de puestos de trabajo. Texto: Lucas Pedulla

Autogestión en la comarca. Clínica recuperada en El Bolsón, Río Negro
Isa, la presidenta de la cooperativa, rodeada por Leonor y Alicia.

Liliana Bilotti nunca podría haber imaginado en 1980 que dejar su conurbano Haedo para viajar con su marido al patagónico Bolsón le significaría, dos décadas después, un brindis de año nuevo en una clínica en recuperación para cuidar su trabajo y futuro.

Al llegar, Liliana no pudo descansar ni dos días. Consiguió enseguida trabajo en una clínica que vivía de su relación con obras sociales. Se llamaba Andes. “Eran tres dueños en una sociedad de responsabilidad limitada, pero con los años dejaron de darle bolilla a la clínica”, recuerda. Por eso apareció una sociedad de médicos llamada Sanar a quien le cedieron la concesión: “También fue un desastre, no sirvió de nada”. Mientras tanto, ella era la única que acumulaba trabajo administrativo: “No tenía gente que me ayudara. Con contracciones para parir, facturaba: facturé hasta en la sala de partos”. 

Así llegó la Sociedad Española de Socorros Mutuos, que generó entusiasmo porque tenían clínicas en Buenos Aires, aunque tampoco funcionó. La solución fue traer un médico gerente de Buenos Aires: “Lo cierto es que el tipo arrastraba juicios por mala praxis y debía una fortuna, por lo que cada peso que entraba lo despachaba a Buenos Aires. No dejaba nada para el sostenimiento y así arrastró todo: a los proveedores y a nuestros sueldos”.

Primero fueron 20 días sin cobrar.

Luego, otros 20.

Y otros 20.

Y otros. 

Liliana menea la cabeza: “La deuda llegó a 8 meses de atraso”.

Las obras sociales pagaban en cheques que el gerente viajaba a cobrar a Bariloche. Como Liliana facturaba, sabía que había plata que tenía que ingresar. “¿Con eso vas a pagar los sueldos?”, preguntaba. Pero no. Otro cheque: “¿Con eso vas a pagar el alquiler?”, consultaba. Tampoco. Las 13 empleadas –administrativas como Liliana, mucamas, enfermeras, cocineras, técnicas– seguían preguntando por sus salarios. También preguntaban los médicos, que no tenían relación de dependencia con respecto a a la clínica. “La cosa empezó a no dar para más”, afirma, hasta que apareció un amigo médico y pronunció la palabra mágica.

“Hay una posibilidad de hacer una cooperativa de trabajo”, escuchó Liliana. 

Se ríe: “No tenía idea de qué significaba”.

Y, entonces, la fundó.

Con embargo

La Cooperativa de Obras y Servicios Públicos, Sociales y Vivienda (Coopetel) tenía una persona en El Bolsón que se dedicaba a formar cooperativas, y ayudó a las trabajadoras en los primeros papeleríos. También hablaron con algunas abogadas para asesoramiento. Así iniciaron el embargo de las cuentas para que el gerente ya no fugara más los cobros. Y algo más: “También embargamos el equipamiento, porque sin equipos nunca hubiéramos salido adelante. Con la cuenta y con el equipamiento, la bomba ya estaba puesta”. Todos los días el gerente le pedía a Liliana que le levantara el embargo. “Me estás matando”, le decía, pero del otro lado había familias que hacía ocho meses que no cobraban. Y dieron un paso más: “Nos empezamos a quedar a dormir en el edificio. Había que cuidar todo”.

El cuidado se organizaba con changas de lo que se podía en un contexto en el que la crisis argentina de fin de siglo se aproximaba: “Las chicas de acá iban a limpiar casas. En mi caso, imaginate: mi marido estaba sin trabajo, mis cuñados en Buenos Aires despedidos de la FIAT, y a mí me denunciaban por usurpadora”. Con algunas donaciones iban juntando algo de dinero para la lucha. “Decidimos empezar a pintar el edificio y arreglarlo porque, cuando saliera la cooperativa, teníamos que empezar con algo”. Una pinturería de Bariloche donó los baldes para arrancar: “Nos habían cortado la luz, así que pintábamos a oscuras. Ni lamparita había”. Y se ríe: “Cuando vimos lo que habíamos hecho: era un desastre, porque cada una agarraba donde terminaba la otra”. Pero lo lograron, y también la habilitación.

En abril de 2001 llegó la matrícula del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES). La cooperativa era un hecho, en épocas donde nacían las primeras: “Escuchábamos de Zanón y la Clínica ADOS, en Neuquén, o después el Bauen en Buenos Aires. Pero después acá no había nada más. Ni sabíamos lo que era una recuperada”.

¿Cómo fue ese 2001 iniciático?

Terrible. Porque este sistema es: yo trabajo hoy, a principios del mes que viene lo facturo, y la obra social lo paga en cuatro meses. ¿Cómo hacíamos entonces para tener medicamentos, material descartable, la comida para los pacientes, las cosas de limpieza, si todavía no ingresaba plata? El embargo de la cuenta ayudó mucho, porque el exdueño no pudo sacar nada, pero nosotros pedíamos autorización al juzgado para sacar y eso ayudaba a repartir. Me acuerdo un día que llegué a casa y tiré arriba de la cama lo poquito que nos habíamos repartido, ¡pero era algo! La necesidad. Y también tuvimos la generosidad de una persona de El Bolsón que nos donó cerca de 3.000 dólares. Eso también nos ayudó muchísimo para empezar a funcionar. Y así empezamos.

Y no pararon.

Autogestión en la comarca. Clínica recuperada en El Bolsón, Río Negro
Lili, la fundadora, y la ambulancia autogestiva.

Dependencia de la relación

El comienzo del trabajo cooperativo trajo sus complejidades. “Algunas compañeras renunciaron. Una cosa era ir a pintar por dos o tres horas, pero otra distinta ya era hacer ocho horas sin cobrar. Estuvimos ocho meses. De a poquito empezamos a sumar puchitos, pero a fin de 2002 ya estábamos cobrando completo y pudimos recuperar ese año malo”. Esa recuperación también les permitió asumir las vacaciones pagas, el aguinaldo y el pago del monotributo de cada trabajadora asociada. A su vez, un médico compró un edificio y les alquiló la clínica que actualmente gestionan, con lo que el edificio histórico pasó a ser un hogar para abuelas y abuelos. Hoy son 30 socixs entre ambos lugares; la mayoría, mujeres.

Ese crecimiento les permitió, además, sumar nuevas compañeras. Alicia Barría (54) ingresó en 2014 con una suplencia como ayudante de administración: “Escuchar a Lili te llena el alma. La pasión. Sobre todo para seguir el camino que iniciaron ellas”. Isabel Prieto (54) entró en 2003 también una suplencia en recepción y se quedó: hoy es la actual presidenta. ¿Cómo fue ese recorrido siendo que ya ingresaba a una empresa recuperada? “Una no lo ve así al comienzo, porque vos entrás, hacés tu trabajo, cumplís tus horas, te vas, y a fin de mes cobrás. Lo que pasa es que cuando vas tomando otras responsabilidades vas estudiando y aprendiendo: cada una suma su partecita para que funcione”. Alicia concuerda: “Ya no es la relación de dependencia, sino que la cooperativa te marca que se trabaja en conjunto. Sí, cada asociado tiene sus responsabilidades, pero tiene que ser en conjunto. Si no, no funciona”. Liliana suma: “La cooperativa y la economía social dan la posibilidad de la autovaloración laboral: uno realmente se compenetra en el trabajo”.

A su vez, abre la posibilidad de construir límites colectivos para el cuidado del equipo, pero también para ordenar la organización laboral. Liliana: “Capaz viene una mucama y pregunta si puede faltar mañana. Sí, está bien, pero tenés que buscarte cuál de las chicas te puede cubrir”. La dinámica se construye en un trabajo especial porque la clínica está abierta las 24 horas: “Es difícil a veces incluso para juntarnos. No es como cualquier fábrica que en algún momento corta: están los que tienen franco, los que están durmiendo porque trabajan de noche, las chicas que están a full con los abuelos, u otras que no podés sacarlas de sus puestos. A veces la comunicación se dificulta y hace difícil entender el cooperativismo a los jóvenes”.

También es un proceso: Isa entró en  2003 y 20 años después es la presidenta. Liliana: “Hay una conciencia laboral que es difícil romper. Sobre todo, si no estuviste en alguno de los procesos que vivió la cooperativa”. Un ejemplo es el propio cuerpo. “Capaz abro la puerta de algún sector, algunos están tomando mate, y de golpe se paran todos. ¡Pero por qué, si yo también tomo mate! Lo interhumano en las cooperativas, a veces, es lo más complejo. He visitado muchas cooperativas en El Bolsón y muchas se rompen por eso”.

Isa y un concepto central: “Venimos desde siempre, de chiquitos, con que funcionamos con un patrón. Y somos hijos del rigor, porque sabés que si vos no funcionás te quedás sin trabajo. A veces hablo con las chicas: ¿podemos ir a un lugar a cobrar más? Ok, pero no vas a tener esta libertad. Porque yo estuve enferma un tiempo, y la verdad es que la cooperativa fue mi sostén. Esas cosas son mucho más valorables que lo económico”.

Autogestión en la comarca. Clínica recuperada en El Bolsón, Río Negro

Leonas

La clínica cuenta hoy con ocho camas, un quirófano, una sala de partos, una enfermería, consultorios que se alquilan a médicos. Cubren un promedio de 50 internaciones mensuales. Son el único lugar de la comarca que garantiza atención privada de salud. A través del INAES pudieron comprar un Equipo Digital Indirecto de Radiología, un equipamiento central para el servicio. Volviendo al relato inicial, Liliana entró en e 1980 y en 20 años estaba presidiendo la recuperación de la institución. Dos décadas más tarde, la generación a la que la cooperativa le abrió el trabajo se está ocupando de las tareas de gestión. ¿Qué se imaginan de aquí a 20 años?

Alicia: “El sueño es tener un edificio propio y dejar de pagar alquiler”. Isa: “Y poder invertir esa plata en otros recursos”. Liliana suma: “Me interesaría que las cooperativas puedan lograr una mejor forma laboral. Es fundamental que el cooperativismo tenga ciertas leyes que contemplen, por ejemplo, la jubilación. El monotributo no es lógico”. Liliana apunta a que el trabajador que recupera la empresa pierde sus años de aportes y al jubilarse con el monotributo percibe el haber mínimo: “Tengo 70 años y sigo trabajando porque no me alcanza. Es fundamental que los legisladores tomen esta cuestión, porque así también nos vamos quedando sin gente. El hospital se lleva a los enfermeros, por ejemplo. Y pueden ganar mejor o peor, porque es según el momento, pero se jubilan con el 80% móvil”.

Otro tema es el crédito: “No nos dan crédito de nada porque no tenemos avales ni garantía del edificio. En definitiva, no es porque el empresario sea mejor o pague a término, porque ya sabemos que a Vincentín le regalaron miles de millones y los fugó, como también sabemos de empresarios de El Bolsón que jamás devolvieron un préstamo al Banco Patagonia. ¿Y por qué a los cooperativistas los tratan así? Seguro somos más honrados”.

¿Con qué se quedan de toda esta historia?

Alicia: “Con que deseo que seamos cada vez más”.

Isa: “La resiliencia. Sí, ya sé que la palabra está muy de moda, pero siempre cuando parece que está todo mal, algo sucede y le ponemos todo el empuje. Es lo que nos motiva para poder seguir”.

Liliana: “En la lucha de las mujeres para llevar el pan a su casa. El 90% de las chicas han sido jefas de hogar. Esa es la síntesis de nuestra cooperativa: las mujeres adelante. Si tenemos que llevar para morfar, vamos a morfar”.

Se ríen, cómplices, a carcajada revolucionaria. 

Liliana cierra: “A esta fuerza sí que no la volteás fácil”.

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Hijas del fuego. Fuegas: mujeres brigadistas contra los incendios en Córdoba

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Son más de 30 brigadistas forestales del corredor de Sierras Chicas, Córdoba. Cada una integra la brigada forestal del pueblo o comuna que habita, y juntas Formaron la red Fuegas. Cuerpos y naturaleza. El machismo cotidiano. La quema de territorios que favorece negocios inmobiliarios y estatales. ¿Cuidado es igual a heroísmo? La valentía de compartir los sueños. Texto: Bernardina Rosini.

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Las brigadistas que además crearon Fuegas: la defensa de la naturaleza frente a los incendios, y de las propias mujeres frente a la desvalorización y la violencia.
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La tercera muerte de Griselda Blanco

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Contó en su último video cómo la querían asesinar, cosa que ocurrió al día siguiente. Pero la causa por el femicidio de la periodista no avanza ni se investigan las principales hipótesis: por qué la mataron, sus denuncias periodísticas. El rol de la policía que intentó encubrir la escena deteniendo a un inocente. Cómo era Griselda Blanco, las amenazas que recibía y el celular desaparecido. El viaje de Periodistas Argentinas a Corrientes y de uno de sus hijos a Buenos Aires. Crónica de un crimen, también, a la libertad de expresión. Por Claudia Acuña.

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El jujeñazo

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MU en una provincia en conflicto. La provincia se sacudió frente al gobierno de Gerardo Morales, que eligió la violencia y la criminalización de quienes defienden el trabajo, el salario, el agua y la vida. Y derechos reconocidos por toda la legislación. La aprobación de una reforma nada constitucional. Negocios políticos y familiares, nepotismo y autoritarismo. Niveles cada vez más altos de pobreza, indigencia e injusticia. Las balas que apuntan a los ojos de la sociedad en un conflicto que revela mucho de lo que está en juego para el futuro del país. Recorrimos cada corte hasta los 3.500 metros de altura. Juego sucio, identidad, esperanzas, relación con la tierra y lo que dicen las comunidades sobre la capacidad de la mente y la del corazón. 

Texto: Francisco Pandolfi

El jujeñazo
Las comunidades originarias de pie, en el corte de la localidad de San Roque, Humahuaca.
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LA NUEVA MU. Aguante lo comunitario

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