Mu23
Onda Brukman
El desfile de personajes de la llamada farándula que puede verse en las fotos que acompañan esta nota es producto de una invitación que formuló mu y que aspira a contar con una presencia capaz de llamar la atención sobre una noticia urgente: las fábricas recuperadas necesitan vender sus productos para así defender y multiplicar las fuentes de trabajo autogestivas. Al llamado respondieron rápida y entusiastamente cinco fans del ejemplo que sintetiza Brukman. Una cooperativa que hoy integran 65 mujeres y hombres que cosen trajes de calidad y rompen moldes de alta costura: aquellos que pretenden reglamentar lo que es posible o imposible hacer. ¿Cómo lo lograron?
Si Diego Capusotto, Mike Amigorena, Juan Palomino, Arturo Bonín, Pasta Dioguardi y mu están en este lugar, rodeados de ambos, tijeras, trajes, centímetros e infinitos percheros, es gracias a que las costureras de Brukman abrieron sus puertas para esta producción. Y lo hicieron a partir de algo obvio (¿obvio?): tienen las llaves de la fábrica. Eso se debe a uno de los momentos más simbólicos y desconocidos de la historia reciente. Ocurrió el 18 de diciembre de 2001 (se informa a niños, a extranjeros y a amnésicos, que se trata de la era del corralito, De la Rúa, Cavallo y otras irrealidades por el estilo). Ese día el señor Jacobo Brukman, en el salón del directorio de la empresa, revoleó su llavero ante 30 costureras, gritando:
–Si ustedes se creen que pueden manejar la fábrica, y que es tan fácil, ¡acá tienen las llaves!
Y arrojó el manojo sobre la lujosa mesa de reuniones. Su hermano Enrique informó:
–Yo por ustedes no voy a traer la guita de afuera.
Y se marchó dando un portazo. Las mujeres se miraron, y miraron las llaves, que el prudente Brukman volvió a guardar tras su actuación. No pretendían manejar la empresa, sólo exigían cobrar algo más que los dos (2) pesos semanales que les venían pagando por su trabajo. Parece que ellas no tenían cuentas en el exterior.
Un día después se produjeron dos noticias, una mala y otra inquietante.
La mala: no les pagarían ni siquiera los dos (2) pesos, y Jacobo Brukman, sus hermanos y gerentes, habíanse esfumado como fantasmas.
La inquietante: las costureras ya tenían su propio juego de llaves.
Capusotto, Amigorena, Palomino, Bonín y Pasta aceptaron posar para las fotos por solidaridad y/o simpatía hacia esta experiencia y reconociendo acaso que aquí hay una clave (palabra hermana de llave) que tal vez ayude a entender ciertas cosas. Brukman hoy está manejada por la Cooperativa de Trabajo 18 de Diciembre, aquella fecha inhóspita en la que se quedaron a dormir en la fábrica por una razón brutal: no tenían dinero para el boleto de vuelta a casa. Actualmente producen ambos, trajes (ambo más chaleco), pantalones, sacos sport, gabanes: mucho de lo que aparece bajo marcas como Christian Dior, Pierre Cardin o Saint Laurent, en realidad se hacía y se hace en Brukman. La diferencia: el saco que en una tienda cuesta desde 800 a 1.000 pesos aquí vale de 200 a 480.
Producen, de paso, diseños exclusivos: modelos sobre cómo entender el trabajo y estilos propios para la toma de decisiones, todo confeccionado con fibras naturales que aquí se irán detallando.
Sindicato y arrorró
Matilde Adorno retrocede un paso para apreciar mejor algo inédito: el actor Diego Capusotto, de traje. “Mirá qué bien que te queda”. Él se acomoda la corbata, y cual burócrata destemplado contesta agitando el índice: “Más respeto señora, que ya soy otra persona”.
Brukman actualmente puede producir 130 pantalones y 50 ambos por día. La novedad es que confeccionaron también ambos femeninos. Mientras mediáticamente se discute si hay o no un parate económico, Matilde no precisa sufrir los diarios: “Desde mitad del año pasado todo se empezó a frenar”. En la práctica, venían cobrando 300 pesos semanales, y ahora andan por la mitad. “Al no tener un patrón, dependemos de nosotros mismos. Estamos en una meseta, pero seguimos caminando, no nos van a detener” sonríe Matilde. Estas mujeres saben tanto de burócratas destemplados como de voltear vallas policiales, de lidiar con izquierdas y derechas, y –a veces lo más incierto– conformar a esa extraña raza de seres llamada “clientes” que llegan a Brukman buscando llevarse un traje que los haga sentirse otra persona, diría Capusotto, o al menos levemente más elegantes y felices.
Aquel diciembre de 2001 la felicidad no estaba de moda. Brukman tenía 115 personas en su planta, sólo 20 varones, y venía bajando los salarios que alguna vez fueron de 500 pesos semanales, a 50, 20, y –el viernes 14 de diciembre– hicieron números redondos: dos pesos. Argentina vivía un pico histórico de desocupación y recesión. Domingo Cavallo inventaba el corralito para frenar la fuga de dinero propiciada por él con la “convertibilidad”. Pero la fábrica en ese preciso momento estaba trabajando a full, con un encargo de 3.500 bermudas para la marca Port Said. Los trabajadores no entendían esa especie de saña patronal.
“Nos dijeron que nos tomáramos una semana, pero les dimos hasta el martes 18 para ir a cobrar y a seguir trabajando” relata Matilde Adorno. El horario de entrada era a las 6, lo que obligaba a varias de estas mujeres a levantarse entre las 3 ó 4 de la mañana para llegar al Once desde el conurbano. A las 7 bajaron de “Sacos” (3º piso) y de “Pantalones” (5º) a la sección “Directorio” (entrepiso), donde Jacobo hizo su show de las llaves. El gerente les propuso que se quedaran tranquilas, que saldría a buscar dinero y lo traería como solía ocurrir. Se vino la noche, y no aparecía nadie. Algunas de las costureras no tenían con qué viajar a sus casas, y otras calculaban que si se iban, no tendrían para pagar el colectivo al día siguiente. Armaron una ronda de sillas en la recepción y así, juntas, pasaron la noche. El 19 de diciembre el portero tampoco apareció, y el sereno anunció: “Yo me las tomo, les dejo las llaves a ustedes”.
Apareció luego la delegada sindical, Marcela, que fue rumbo a su máquina como si no pasara nada. Las chicas le pidieron que se comunicara con soiva, el Sindicato de Obreros del Vestir y Afines. “No sabíamos qué hacer, queríamos que el sindicato nos orientara” relata Matilde. Otra de las cosas que Brukman no pagaba era el teléfono, por lo que Marcela fue a llamar desde la calle. “Dicen que no pueden venir porque tienen muchas cosas que hacer” fue la respuesta (nadie ha podido saber qué cosas son más importantes para un sindicato que asesorar a sus afiliadas que están tomando una de las más importantes fábricas del país). Solas como nunca, las chicas Brukman hicieron una asamblea y decidieron ir al Ministerio de Trabajo. Por supuesto, caminando, con sus guardapolvos celestes. Llamaron a un abogado amigo de una de ellas para que las acompañara. Cuando llegaron al ministerio, la agradable sorpresa: ya estaba el sindicato. Al rato supieron que el soiva estaba pidiendo la quiebra de Brukman, exactamente lo que ellas querían evitar.
Se organizaron para pasar otra noche en la fábrica. Colgaron afuera algunos carteles manuscritos con consignas subversivas, tipo: “Queremos cobrar”. Al anochecer las llamó el abogado amigo. “Chicas, saquen los carteles que De la Rúa decretó el estado de sitio, así que apaguen todo y váyanse para el fondo, que no las vean porque la policía tiene piedra libre para hacer lo que quiera”.
“Adiviná quiénes se quisieron escapar primero que nadie” me consulta Matilde con esa sonrisa contagiosa. Ni idea. “Los hombres, siempre los más miedosos”. Varios alcanzaron a irse hasta que Juanita Chinque decidió hacer algo drástico, en tres movimientos.
Paso 1: Gritó: “De acá no se mueve nadie. Esto es nuestro y lo vamos a defender”.
Paso 2: Cerró la puerta con llave.
Paso 3: Soltó el manojo de llaves en el centro de su corpiño, y se cruzó de brazos por si alguien tenía algo más que agregar.
Al rato escucharon unos golpes cerca de la puerta. Pensaron: “Gendarmería nos viene a buscar”. Se asomaron pero no había gendarmes, ni policías. Había cientos de personas, familias, mujeres como ellas, golpeando cacerolas y tomando la calle para decir: “que se vayan todos”.
Matilde: “Estábamos tan en lo nuestro que no entendíamos nada. Los piqueteros eran los que a veces no nos dejaban pasar. Desde esos días empezamos a ver que eran nuestros compañeros”. Pasaron la noche en la fábrica, arrorró de cacerolas, llaves cobijadas entre los sueños de Juanita.
Mike y las exitosas Brukman
Amigorena logró participar en esta producción a través de unos 70 mensajes de texto intercambiandos con mu mientras grababa Los exitosos Pells, y su llegada a Brukman generó un revuelo de aquellos: la fábrica se llenó de hijas, sobrinas y amigas que miraron asombradas al actor. Mientras Mike posa con elegantes bermudas, las chicas Brukman siguen repasando su historia. El 20 de diciembre de 2001 volvieron al Ministerio de Trabajo, caminándose otra vez media ciudad. “Mientras esperábamos veíamos banderas en la calle, gente marchando, la policía, los gases lacrimógenos. Nosotras arriba llorábamos”. ¿Por los gases? “No, de miedo y de no saber qué iba a pasar”. El Ministerio suspendió sus actividades e inactividades habituales, mientras las fuerzas del orden se dedicaban a reprimir y matar ciudadanos en las calles. “Volvimos corriendo a la fábrica. Seguíamos esperando que alguien de la empresa apareciera, pero nada”. Así pasaron Navidad y Año Nuevo, bancadas por las familias y por colectas de comida que hacían en el barrio.
En enero llegaron los señores de Port Said reclamando sus bermudas. “Decidimos hacerlas, y así pagamos la cuenta de luz y la del teléfono” recuerda Matilde. En febrero los Brukman aparecieron por televisión reclamando que les devolvieran la fábrica. En marzo de 2002 se intentó el primer desalojo.
Las fuerzas del orden llegaron pertrechadas con seis patrulleros. En la fábrica había tres trabajadores (dos mujeres y un hombre), incluyendo a Juanita, con su hijo Miguel de 25 años. Matilde: “La policía estaba segura de que estaba lleno de gente durmiendo, piqueteros, militantes. Dijeron que despertaran a todos y que salieran. Juanita les dijo que le iba a tomar tiempo, y mientras tanto Miguel se coló por atrás a lo de un vecino que casi lo mata porque pensó que era un ladrón, pero terminó prestándole el teléfono y nos fue llamando a todos. Los vecinos también salieron a defendernos. A los 5 minutos la calle Jujuy era una multitud”.
El segundo desalojo, en noviembre de 2002, incluyó una actitud menos educada: la policía. En Brukman había cuatro personas. Una de las trabajadoras con su hijita de 9 años. Matilde en el 3° piso y otro de sus compañeros en el 5°, descansando. Uno de los trabajadores llegó para iniciar los relevos, y al abrir la puerta se le abalanzaron por la espalda, lo tiraron al piso y se colaron estos agentes de la ley encapuchados y rompiendo puertas con sus Itakas. Apuntaban hacia todos lados a sus inexistentes enemigos como en las series norteamericanas. Matilde, que tiene el sueño pesado, seguía durmiendo, hasta que uno de los valerosos encapuchados la despertó apuntándole con la escopeta y a los gritos. “Dejame que estoy muy cansada” contestó ella. “Yo pensaba: ¿esto será una pesadilla?” Finalmente se la llevaron, así como a sus compañeros y a la nena. Se volvió a armar la cadena de presión, la gente reclamando en la calle. La policía estaba por colocar un candado en la fábrica y una de las trabajadoras le dijo: “No lo ponés”. El defensor del orden insistía y la trabajadora agregó: “Te dije que no lo ponés porque te vamos a hacer mierda”. Cabe señalar que la mujer se llama Delicia: “Terminamos echándolos a las patadas. No es una forma de decir. Patadas reales, y les volaban las gorras”.
La fábrica fue retomada.
El tercer desalojo fue el más violento, en la Semana Santa de 2003. Una multitud, incluyendo partidos de izquierda y movimientos piqueteros, se congregó para retomar la fábrica. Cuatro de las trabajadoras, Matilde, Delicia, Celia y Estelita, tiraron al piso las vallas policiales para ir hacia la puerta, pero entre la represión y grupos de provocadores que fueron a ejercer su oficio, todo terminó mal: persiguieron a los manifestantes, honrándolos con gases, balazos, palos y detenciones que implicaban algo parecido a lo que había ocurrido en el Puente Pueyrredón con dos piqueteros asesinados a mansalva: la intención del establishment de asustar, reprimir, criminalizar y domesticar cualquier protesta.
La izquierda del cogote
La gente de Brukman quedó fuera de la planta, y resolvieron instalarse a media cuadra, en la plaza de Jujuy y México. Fueron 6 meses. El lugar se convirtió en un símbolo de lucha para los partidos de izquierda. El pts puso una carpa, e incorporó a Celia Martínez a sus filas (una peronista de toda la vida, sin militancia, con una enorme fuerza). Aparecieron carteles de Celia como candidata a diputada, con guardapolvo celeste y señalando que pertenecía a Brukman. Sus compañeras empezaron a sentirse acosadas por las exigencias de partidos que rodeaban la carpa de banderas más que de soluciones, y que terminaron literalmente a las trompadas entre ellos, confirmando cierta tradicional tendencia de la izquierda a subdividir las subdivisiones hasta los límites del mundo microscópico. “Los del pts con uno de los muchachos que estaba más cerca del po, se agarraban del cogote, cualquier cosa” explica Matilde. “Nos dio lástima y al final dijimos que Celia podía hacer afiches pero sin el guardapolvo y sin decir que era de Brukman. Un señor del pts nos reclamaba por la plata que pusieron para la carpa, así que se la terminamos pagando. Trescientos pesos”.
Muchos trabajadores no participaron en aquella resistencia en la plaza. “Se iban a buscar trabajo a otro lado, pero las que quedamos seguíamos recorriendo facultades para pedir para nuestro fondito de huelga y tratando de ver qué hacer” dice Matilde. La propia Celia fue uno de los nexos con el abogado Luis Caro, denostado por la izquierda, que alguna vez casi participa en listas electorales de Aldo Rico (moda vigente), luego aliado a la Corriente Clasista y Combativa (maoísta) en diversos entuertos legales, católico militante, y uno de los más hábiles gestores de las leyes que permitieron que decenas de fábricas de todo el país fueran expropiadas en favor de las cooperativas obreras. Sus detractores le adjudican intenciones de dominio sobre las fábricas, aunque tal cosa no se ha verificado (y cuando hubo diferencias con él, caso del diario Comercio y Justicia de Córdoba, prescindieron de sus servicios). El problema para cualquier intento de hegemonía sobre estas fábricas es la fuerte tendencia al funcionamiento asambleario y democrático, lo cual les permite, guste o no, decidir lo que los propios trabajadores prefieren.
¿De quién es Brukman?
En octubre de 2003 se logró la expropiación en un acto inolvidable en la Legislatura porteña, con las costureras cantando “Brukman es de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode”. Por los pasillos andaban tanto Caro como Miriam Bregman del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos, y otros abogados de los partidos que venían acompañando esta saga. También estaban allí los obreros de Zanón, de Neuquén, los de Ghelco de Buenos Aires, y de muchas otras fábricas sin patrón. Los guardianes de la ley no habían querido dejar entrar a las costureras. Delia, 70 años, contó luego: “Mientras empujábamos le mordí el brazo a un cana”. Celia contestó: “Cuando lo vea la esposa”. Entraron.
Hubo legisladores que plantearon que esta lucha entroncaba con las mejores tradiciones del peronismo, otros la vincularon elogiosamente a las gestas anarquistas de comienzos del siglo xx, al 17 de Octubre, a la resistencia peronista, al Cordobazo, al 19 y 20. Las chicas Brukman se mordían lo que les quedaba de uñas (porque las palabras eran bellas pero la expropiación no llegaba) hasta el conmovedor recuento de votos. Votaron desde la izquierda hasta el macrismo, pasando por el pj, el ari y hasta cavallistas . En contra estuvo Julio Crespo Campos (de la fallecida Unión de Centro Democrático, ucede) que denunció una conjura piquetera de izquierda, mientras las costureras lo ovacionaban a las risotadas. Por un día no hubo doctrinas, dogmas ni religiones. Las trabajadoras, simplemente, tenían razón. Y el voto era la consecuencia de todo lo que habían sido capaces de defender, hacer y decidir juntas, hasta peleadas. Ahora se quedaban con los medios de producción, con la fábrica. Matilde hacía un gesto de alitas con sus manos, la garganta estrujada: “Me siento en el aire. ¡Qué pelotuda! No puedo ni hablar” anunció dejando llover su emoción. Y Celia añadió una celebración de la vida: “Vamos a la carpa a comer chorizos”.
¿Qué significa responsabilidad?
¿Para qué sirve un patrón? Matilde suelta otra carcajada. “Acá te das cuenta de que no sirve para nada. Más que un patrón lo que se necesita es organizar el trabajo. Una vez que se aprende, todos pueden hacerlo”. Así, estallan cientos de libros de management y de especialistas en recursos humanos. El latrocinio de llevar ejecutivos a dramatizar situaciones límite a estancias turísticas, o conectarlos con ex rugbiers sobrevivientes de los Andes, para aprender cómo superar obstáculos, para estos trabajadores sería absurdo: lo llevan en la sangre, están genéticamente vacunados para enfrentar el desastre.
Con las universidades han tenido una relación de afecto y apoyo estudiantil. Una cátedra de Diseño colaboró para que Brukman tenga su propio logo. Algunos cuervos revolotean la zona ofreciendo proyectos de comunicación por los que les piden fortunas, bajo la promesa siempre incierta de incrementar la clientela.
Todo, en cualquier caso, se discutirá en asamblea, y las mujeres van anotando en un pizarrón que funciona como mural informativo las novedades que se van produciendo.
La relación con el Estado es otro molde laberíntico. “Nos dieron subsidios y pudimos comprar algunas máquinas, y no mucho más”. El Ministerio de Desarrollo les mandó gente a comprar trajes. “Así vendimos unos 54” estima Matilde. Ahora están gestionando la confección de guardapolvos, al menos parte de los 3 millones que el Estado manda hacer para los niños. ¿Esa idea se le ocurrió a algún funcionario? Delicia tose de la risa: “Nunca se les ocurre nada, y todo lo ven negativo. Nosotros pensamos y vamos y vamos. Las compañeras me mandan a mí porque soy muy picuda”.
Otra idea: que Brukman fabrique los uniformes para pilotos y azafatas de Aerolíneas Argentinas. El secretario de Empleo del Ministerio de Trabajo, Enrique Deibe, es el que quedó comprometido a dar alguna respuesta. El marido de Delicia, oficial planchador Juan Carlos Righini: “Uno no les ve voluntad política”. Delicia: “Vos fijate que es una época en que los patrones están licenciando y despidiendo gente por la crisis y nosotros, en cambio, estamos pensando cómo incorporar más trabajadores”. De los 45 iniciales de la Cooperativa, ya pasaron a 65, lo cual implica un crecimiento de casi el 50% de empleo genuino.
¿Cuál es la diferencia de trabajar con y sin patrón? “Somos mucho más responsables” informa Matilde. “Con el dueño trabajás, pero me voy a mi casa y no pienso más en nada. En cambio ahora no tengo nunca la mente tranquila. Pienso qué hacer, cómo mejorar”. Juan Carlos repite la palabra: “Tenemos que ser responsables. Todo depende de nosotros. No hay un capataz que te persiga con el látigo. Yo trabajo en una máquina para planchar cintura de pantalones. Con patrón me dedicaba sólo a eso. Y si no había trabajo, me sentaba a esperar. Pero ahora, si terminé mi trabajo, sigo con las piernas, o plancho sacos, o me voy a abrir costuras de pantalones. Todos podemos hacer todas las tareas porque somos responsables”.
Llamativamente, parecen usar la palabra responsabilidad en su sentido menos momificado: no como obediencia a obligaciones, sino como capacidad de dar respuesta. Juan Carlos reconoce que si fuera por comodidad, trabajaría con patrón. “El tipo paga la luz, compra los insumos, yo ni me caliento. Pero elijo esta supuesta incomodidad, ¿sabés por qué?” dice, y se toca la cabeza: “Por conciencia obrera. ¿Por qué vas a regalar todo lo que hicimos juntos? Los que empezamos esto, no lo queremos terminar”.
Brukman trabaja un 90% á façon: cualquier marca los contrata, les entrega los insumos, y les paga la mano de obra para determinadas prendas. “Eso es menos ganancia para nosotros -dice Juan Carlos-. No tenés el patrón adentro, lo tenés en la vereda”. Matilde: “Por eso estamos buscando que se conozca más lo que hacemos, pero sabemos que lleva tiempo porque en el fondo esta etapa recién está en los comienzos”. Esa sensación de algo inicial, de algo con potencial, es tal vez otra fibra 100 x 100 made in Brukman.
Inventario de moldes
Miguel, aquel chico que saltó la medianera para alertar a los vecinos sobre el intento de desalojo en 2002, hoy es modelista de Brukman. Estudió en la Unión de Cortadores. Muestra unos moldes, que son los cartones que dibuja y corta una máquina, una matriz, para hacer las prendas según los distintos talles. La paradoja es que Brukman misma ha sido una ruptura permanente de moldes, para poder apropiarse de estos cartones que Miguel muestra orgulloso. ¿Qué moldes se rompieron? Algunos apuntes para pensar.
Molde patronal. Funcional al esquema “patrones ricos y empresas quebradas”, que honra deudas según la Doctrina Magoya.
Molde sindical. Según el cual no hay trabajadores si no hay patrones.
Molde judicial y policial. Las consideraban usurpadoras. Las mujeres supieron cuándo hacer volar gorras, correr de la represión, o burlarse de los encapuchados. No pudieron con ellas.
Molde de mercado. El desafío de crear formas nuevas de organización, estilos de trabajo y maneras de vender es un problema permanente: en qué medida la lógica de mercado los subordina, o logran subordinarla, para que no les quiebre un proyecto de existencia.
Molde de Estado. Salieron de la dependencia de los planes sociales que son un modo de domar a los movimientos y a estas experiencias.
Molde teórico. No había libros ni doctrinas ni recetas sobre cómo pelear y gestionar una fábrica sin patrón (y si hubiera habido, ninguna de ellas hubiera sido lectora de tal ensayo). Desde la desesperación y el abismo, inventaron su propia solución.
Molde individual. Aquí han preferido claramente las variantes grupales para encarar juntos los problemas.
Molde de izquierda, que como sugieren teóricos autocríticos y diversos transeúntes, tiende con preocupante frecuencia a tener más banderas que personas, más discursos que acciones, y más eslóganes que ideas, pero aun así pretende dirigir al resto.
Molde impotente. Según el cual todo esto era impracticable, insustentable e imposible.
Y rompieron el molde que busca victimizar a las personas, tenerles lástima y condescendencia, como un cliché que en realidad busca convencerlas de que están en una situación inferior, para así controlarlas. Hasta que se demuestre lo contrario, estas mujeres eligieron una forma de rebeldía que no está hecha de queja, sino de alegría.
¿Cómo lo lograron? Una hipótesis de Matilde: “Aprendimos a reventarnos discutiendo y peleando entre nosotros, pero después nos quedamos tomando mate y embromando todos juntos”. Pero de la pelea al mate, ¿cómo se llega? “Puede haber muchas ideas que no nos unen, pero al final buscamos lo que sí nos une. Y eso es la fábrica”. Delicia: “Nos une el trabajo”.
Matilde revela algo más: “Si me enojo con lo que dice alguien, no es que me enojo con la persona, sino con lo que dijo”. Con un entramado de confianza, y la mutua necesidad de supervivencia, ese desplazamiento es el que permite lo que Delicia llama “respetarnos aunque estemos en desacuerdo”. El otro detalle, según Matilde: “Aquí no hay presidente, no hay uno que mande. Eso es lo que nos hace más fuertes”. La discusión es entre personas que se saben diferentes, pero no hacen de esa diferencia una cuestión de poder.
Página en construcción
Matilde asegura: “Soy re-buena vendedora”. Le pido entonces que me “venda” por qué es mejor comprar cualquier prenda producida en estas condiciones. “Porque no hay intermediario. Esto es literalmente directo de fábrica. Y vendemos lo mejor, para poder seguir adelante. Tenemos el mejor precio, el precio justo, porque acá no hay un patrón que se la quiera llevar toda”.
¿Y cómo vendería Matilde las ventajas de una fábrica sin patrón? “Está dirigida por los propios trabajadores. Cuando la empresa es tuya, ponés todo tu espíritu en eso, no lo hacés así nomás. Nuestro empeño es para que el trabajo sea perfecto”. En www.brukman.com.ar se lee con palabras sentidas eso que aquí se percibe a cada momento: “El amor por lo que hacemos, nuestra trayectoria, y la pasión por nuestra fuente de trabajo son la garantía en la excelencia de nuestros trajes”.
El link “actualidad” de la web propone una frase aun mejor: “Página en construcción”. Eso es Brukman desde hace años, una actualidad en construcción. Una fábrica para que almas de todos los talles se sientan como nuevas cada vez que se miran al espejo.
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