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El grito sagrado
Jamaicaderos. Un banda que le pone ritmo de reggae a San Telmo y es solidaria con causas sociales, soporta el asedio policial que intenta criminalizar sus recitales gratuitos.
Hay que inventar una nueva palabra que describa otro sentido. Uno que le dé nombre a la capacidad de sentir la música. Urgente y necesario como lo son el gusto para conocer el sabor de las frutas, la vista para llenarse los ojos de colores y el olfato para las alquimias de la cocina. Desobediente como los oídos y los secretos, el tacto y los pensamientos.
No hay lugar a dudas: la música debe ser expresada y disfrutada como un derecho básico de comunicación y comunión con otros/as. Alejandro, integrante del grupo de reggae Jamaicaderos lo explica más claro aun: “Creemos en el acceso a la cultura para todos y desde el espacio público, es decir, la calle. No puede ser un negocio ni un privilegio”.
La calle como escenario
Desde hace dos años el grupo ofrece sus recitales gratuitos los domingos a la tarde en Defensa al 1100, apenas pasando Humberto Primo, en el corazón turístico de San Telmo. La zona desborda de colores, sonidos, lenguajes y aromas. La gente recorre las calles empedradas y las veredas angostas, sin advertir la diferencia entre unas y otras. Investiga los productos que ofrecen los manteros y los feriantes. Alguno piensa en los beneficios de la torta de ricota casera de los vendedores ambulantes. Otro camina y, cada tanto, se detiene ante los músicos que procuran retenerlo el mayor tiempo posible. Pero no siempre lo logran: los caminantes arman su propio festival musical en movimiento. Jamaicaderos tiene la virtud de atraparlos y hacerlos bailar en base a una fórmula clásica: ofrecer con calidad, buena música callejera.
Estas virtudes provocaron un efecto inesperado: la comisaría 14 –obedeciendo a una orden del Ministerio Público Fiscal de la Ciudad de Buenos Aires– prohibió que Jamaicaderos toque sobre la calle Defensa. La medida se basa en la supuesta violación del Código Contravencional porteño, que en su artículo 82 habla de ruidos molestos. El argumento del gobierno porteño es, cuanto menos, ridículo, tratándose de cualquier domingo a la tarde, momento de plena ebullición de San Telmo.
El kiosco policial
Los músicos consideran que existe una persecución generalizada por parte de los uniformados a toda actividad que se realice en la vía pública. Matías, guitarrista del grupo, lo explica en pocas palabras: “El trabajo en la calle es un kiosco para la policía”. De esta manera, se refiere a esa tradición de ciertos funcionarios públicos conocida como “coima”. Por si algún lector no conoce esta costumbre, sepa que estamos hablamos de un arancel entregado en forma discreta –esto es fundamental– al agente de gobierno, a cambio de cierto relajo en su vigilancia a las leyes vigentes en cualquier Estado del planeta Tierra.
Matías también responsabiliza a las asociaciones de comerciantes por la presión que ejercen contra los músicos, en casi todas las peatonales y centros turísticos del país. Los integrantes del grupo revelan que, en su caso particular, hay otro elemento a tener en cuenta: ellos acompañan y participan de las actividades públicas que convocan organizaciones sociales que denuncian, entre otras cosas, el trabajo esclavo, la explotación sexual de mujeres en departamentos privados y locales y, por supuesto, señalan las responsabilidades que les corresponden en estos asuntos tanto al Gobierno de la ciudad como a la policía.
Una colección de actas contravencionales y hasta un patrullero apostado en el lugar habitual de sus recitales, los obligó a un pausa que interrumpieron a principios de junio, cuando juntaron fuerza para retomar la batalla por ofrecer sus recitales gratuitos, luego de dos meses de inactividad. Desde entonces, cada domingo se enfrentan con la misma ceremonia: la policía les exige abandonar el lugar y ellos, la orden por escrito. La gente es el factor clave que desalienta a los uniformados y permite el inicio del recital, que culmina con un pedido: firmar un petitorio para exigir que se despenalice la música callejera. En el sitio de Facebook, Jamaicaderos Sanacion, se puede acceder a la nota que han presentado en diversos organismos estatales y a la planilla en la que juntan firmas en adhesión a los músicos que trabajan en la vía pública.
El regalo callejero
La banda asegura que la música es una herramienta social. Y lo explican en la práctica. “Hace cuatro meses formamos el Frente Unido de Músicos Autogestionados (F.U.M.A.) –cuenta Matías– con la idea de armar una agrupación a la cual las organizaciones sociales puedan recurrir cuando necesitan armar un festival para impulsar sus causas. Nuestro aporte es el de planificar, con nuestros medios, todo este aspecto del reclamo. Pero, fundamentalmente, es acompañar a la gente, desde el punto de vista humano, y armar un hecho cultural y transformarlo en energía”.
Otro de los ejes de F.U.M.A. es negarse a pagar para dar un recital y generar otros circuitos para poner la música en escena. Otro más: denunciar la estructura monopólica que mantienen tres o cuatro productoras que regentean los espectáculos musicales. Su espíritu se puede resumir en una pequeña fórmula que las distintas modas políticas pusieron en desuso: Músico = Trabajador.
Jamaicaderos comenzó a reunirse a fines de 2006 en el barrio de Mataderos. El núcleo inicial lo construyeron Matías y Pablo, su hermano. La formación pasó por varias instancias hasta llegar a su integración actual, con nueve músicos. Su estilo anda por los ritmos jamaiquinos y la improvisación. Su fuente de trabajo es la calle. Ahí es donde venden su disco Pequeñas Imperfecciones y tocan a la gorra. “En la calle no hay divisiones de ningún tipo: está desde el abuelo hasta el nieto. También te empareja, porque no hay escenario, no hay distancia. Incluso, nos permite ser a todos artistas, porque a veces se suma a cantar gente del público. Se logra una conexión inmediata. El gran regalo que nos da la calle es escuchar a alguien que nos dice que la energía que generamos le cambió el ánimo”. Y eso no tiene, para ellos, palabra.
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