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Teatro abierto

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Los descontrolados de Barracas. Llegaron a la calle Corrientes con el mismo espectáculo callejero con el que deslumbran a vecinos y turistas. Allí demostraron la calidad y actualidad de sus obras.

Teatro abiertoAhí viene una adolescente de 14 años, tal vez algunos más, dale que dale al bombo y los platillos, meta murga. Hay algo en su rostro, no logro descifrar qué, que también se bate y se agita mientras el bombo empieza a generar una rítmica carnavalesca. Atrás vienen otros, de edades dispersas, desfilando, en coordinado desorden, sacudiendo las piernas con agilidad gimnástica y febril entusiasmo.
Ahí vienen y tengo delante de mí a Los Descontrolados de Barracas, vecinos con alma de murgueros, que están dando forma al primer cuadro de su espectáculo GPS Barrial (Turismo Humano) en el que presentan su tercer disco.
Miro la escena sentado, mientras más discípulos del Rey Momo siguen bailoteando sobre el escenario, en la tercera fila de un teatro de la calle Corrientes, esa que se supone define el on y off de la escena teatral como si fuera un botoncito que prende y apaga.
Cuando dimensiono que quienes están ahí arriba no son, ni quieren ser, actores ni bailarines profesionales sino vecinos, y que lo que están protagonizando es un espectáculo de teatro comunitario en el refinado Teatro Alvear, siento que la escena pone en crisis todo paradigma que pretenda definir qué es, y qué no, el “circuito comercial”.
Los paradigmas son válidos hasta el momento en que se derrumban y dejan de nombrar lo que anhelan precisar. Hay algo en el espacio, en el ambiente, en la sala llena, en la calidad de este espectáculo de murga-teatro, en el pibe de 8 que tengo al lado y comprende todo con mucha más naturalidad que yo, en las escaleras que llevan a la alegría, en la dimensión en que están sucediendo las cosas mientras tomo nota, que me pide que anote esto: que hoy, aquí, se está gestando un algo que habla y me dice cosas de esta época.
La tribu y la incertidubre
Unos días después, cuando nos encontremos para charlar sobre el show, Mariana Brodiano, directora de la murga Los Descontrolados de Barracas, del Circuito Cultural Barracas, también me dirá: “El teatro comunitario no está valorizado en cuanto a la excelencia que tiene como expresión artística, por lo tanto, está al margen de esos espacios de tanta vidriera”. En realidad, creo en la excelencia de lo que hacemos, y creo que puede ser visto en la calle, en una plaza, en un espacio barrial, pero también puede perfectamente presentarse en un teatro, donde, quizá, se pierde esa energía que tiene una función en la calle, pero se pueden apreciar otras cosas como las letras, matices musicales o de actuación, puesta de luces. La dispersión es mucho menor”, agregará luego.
Pero todo eso en unos días. Ahora, un grupo de turistas curiosos acaba de llegar a Barracas a conocer una extraña tribu: “La última comunidad del mundo donde los seres humanos viven y se relacionan como seres humanos, manteniendo vínculos afectivos y de convivencia, difíciles de encontrar en el mundo civilizado”. Esa rareza fue subida a Internet por un turista extraviado que, buscando Caminito, cruzó la avenida Patricios y despertó la curiosidad del mundo entero.
En ese marco, la tribu –con ustedes, Los Descontrolados de Barracas– hace de guía turística por el barrio para “enseñar a mirar”, según sostienen en la primera canción del show. En este viaje les enseñan a los turistas a observar lo esencial: valorar que, por ejemplo, “un bache no es un bache sino un yacimiento arqueológico urbano” que sirve para explicarles a los chicos que antes del asfalto hubo empedrado y previamente, tierra.
Con situaciones de este tipo, el GPS Barrial va guiando a los turistas a lo largo de su recorrido y, con humor e ironía, el público viaja también por los vericuetos y avatares del barrio para descubrir su topografía, sus miserias y sus orgullos.
Así, haciendo alarde de la tristemente célebre avivada porteña, estos Descontrolados intentan sacarles provecho a nuestras dificultades sociales. Dice Mariana, la directora del espectáculo: “De alguna manera sirve para plantear que de humanos nos queda muy poco porque nadie se anima a abrir la puerta y hacer pasar a los turistas. Lo que tenemos a favor es que nos damos cuenta, que eso es recuperable”. Ahí mismo, plantea soluciones posibles: “Que dejemos de estar encerrados y que veamos lo que está pasando, que la solución no es atrincherarse sino al revés, salir”.
En medio de todo el relato, el choripanero del barrio, testigo de cuanto sucede, sirve para hilvanar los cuadros que componen toda la obra. Nostálgico de los tiempos en que nadie se quejaba del humo y que la vida en el barrio era más apacible, defiende y reivindica su oficio, mientras convida a los turistas chorizos de dudoso estado. Los seduce con una frase que merece ser repetida: “Lo bueno del choripán es la incertidumbre”.
Ventana al barrio
No hay manera de no añorar las relaciones humanas que el espectáculo anhela y que desde 1996 pone en juego el Circuito Cultural Barracas, planeando un espacio de encuentro y de creación de vecinos para vecinos. Es en ese aspecto donde Mariana hace foco para narrar esta puesta que combina dosis de carnaval y de teatro. Es necesario, entonces, escuchar qué dice ella sobre lo que puso en escena, en esta creación colectiva: “El espectáculo anterior se llamaba Cambio climático. Recalentamiento barrial y hablaba del clima social que estamos viviendo”.
Con el propósito de mostrar lo que se quiere cambiar, las obras funcionan como una gran ventana que permite ver y reco-nocer a cada uno de los personajes del barrio, en lo pintoresco y en lo patético. Detrás de eso van surgiendo las canciones de la murga cuyas letras, sí, rescatan las palabras que el Circuito Cultural Barracas intenta poner en práctica de lunes a lunes: solidaridad, compañerismo, creatividad, entre otras del mismo tono.
El rostro de Mariana esconde el paso del tiempo: mirándola es imposible descifrar cuántos años tiene. Los ojos se le ensanchan cuando la boca habla del Circuito, del que forma parte desde su constitución. Con ese bagaje encima, me animo a preguntarle sobre las ventajas que ofrece el teatro comunitario. Responde: “Me parece que es una forma de organización interesante, de poder juntarse y comunicarse con otros desde un lugar muy creativo, y siendo partícipe y protagonista de un hecho cultural, no solamente un mero espectador. Y además, es una forma de organización en la que no participás solamente el día que hacés la función: lleva trabajo en equipo. Acá no hay nadie que llegue con su traje y se ponga a actuar si no está en un equipo, de maquillaje, de vestuario, de utilería, de organización del espacio o de sonido”. Termina la idea con este concepto: “Por eso nosotros decimos que es un proceso de transformación social importante. Hay un antes y un después, porque el afuera es muy distinto: te aísla, te vuelve individualista, te encierra, pensás solamente en vos. Esto te permite abrirte y organizarte de otra manera, con otros”.
Derribando muros
Mariana se sumó al Circuito Cultural Barracas siendo parte del grupo teatral Los Calandracas, que organiza talleres de reflexión y proyección de acciones posibles desde el hecho teatral. Desde diciembre de un ya lejano año 96 dicta talleres de murga en el Circuito y coordina la que, desde entonces, participa todos los años en los corsos porteños.
Aunque el número es variable, son alrededor de cien los vecinos que en lugar de meterse en sus casas prefieren emular al Rey Momo. Y entre todos, producen espectáculos como estos, cuya calidad deshace el muro de lamentos que levantan muchos críticos para tenerles lástima y subestimarlos.
Con muchísimo laburo encima, y detrás, es que ahora están derribando otro muro para poner un pie, o los dos, en la mítica calle Corrientes, que tiene muchas luces, sí, pero que también niega lo que esconde. Hasta acá la historia no diferiría de otras tantas propuestas: la operatoria que merece ser celebrada, entonces, es que Los Descontrolados colocan esta presentación en igualdad de condiciones a la que frecuentemente hacen en su espacio o a la que una semana después los lleva a la sede de sus primos, el Grupo Catalinas Sur. Así, presentarse en el Alvear no se traduce en una meta per se sino en un escalón más de esa construcción que desde hace quince años realizan para ser lo que son: “Trabajar en equipo te contiene, resolvemos cosas”, me sopla Mariana.
El recurso de la autogestión
En ese barco de la autogestión, ella también aprendió otros recursos: “Es un aprendizaje porque uno va sistematizando en el hacer. Yo, por ejemplo, impulsada por Ricardo Talento (el director del CCB), hace algunos años empecé con el tema de desarrollo de recursos, que jamás me hubiera imaginado que me podría interesar. Él visualizó que yo podía participar de eso y, a partir de ahí, coordino el equipo de recursos del Circuito, que es un paquetón, porque para hacer funcionar semejante maquinola hacen falta recursos y no son fáciles de conseguir. Entonces, una parte de tu cabeza tiene que estar todo el tiempo pensando en eso: en cómo proponer, formular proyectos, presentarlos”.
Vuelvo a todo lo que veo que está generando el show y le transmito la inquietud a Mariana:
¿Qué genera el espectáculo en el público?
Siempre el humor es un buen aliado, un buen socio para reflexionar. Nosotros lo utilizamos mucho. La murga es parodia, sorna, permite que alguien se ría y diga “mirá, la puta madre: esto es así”, o “mirá cómo somos, lo que nos está pasando”. En los corsos ya lo veíamos, pero en el teatro no hay dispersión, está concentrado. En el Alvear vimos que había mucho rebote, que la gente se sintió identificada.
¿Y qué le pasa al vecino en la presentación?
No sé si llega a tener conciencia de lo que está pasando, porque, en un punto, no deja de ser un juego y de tener la inocencia del juego, que es lo que nosotros tratamos de rescatar. En realidad, en lo que hacemos tratamos de retomar el tema de cómo jugábamos y dejamos de jugar: cómo en un momento, cuando las personas se vuelven adultas, o antes, el juego se corta. Tratamos de retomar lo lúdico. El vecino siente eso, pero no tiene esa cosa del artista. Y a veces lo tienen, pero de una manera tan frontal que hasta es gracioso, porque estamos cantando la canción final y saludan a la familia. Hay una cosa inocente y fresca que el actor profesional no tiene. Eso me parece muy rescatable
Ahí va terminando el espectáculo y la murga baja del escenario, bombos, platillos, baile y levitas en danza, y busca el hall y la calle. En el camino se funde con el público, tanto que se me hace difuso reconocer quién es quién. En la calle, sobre Corrientes, haciendo borrosa también la frontera entre escena y escenario, el show se prolonga en un éxtasis festivo y barrial que me saca la sobredosis de metrópolis que traía al llegar. Es precisamente en ese espacio en que sucede la acción donde este GPS Barrial (Turismo Humano) me transporta el espíritu y me da otra pista de la época que nos toca vivir.

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Loncopué, Neuquén: Elecciones de vida

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Loncopué quiere votar “No a la minería”. A 300 kilómetros de la capital de Neuquén, los vecinos se organizaron para resistir el desembarco de un proyecto minero chino. Comenzó con una maestra, un cura y un abogado y terminó reuniendo en asamblea a políticos oficialistas y opositores, estancieros y sindicalistas.

Texto: Sergio Ciancaglini
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Oración de la Virgen Barbie

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Ya no quiero ser la Virgen Barbie.
Ya no quiero ser la patrona del racismo
ni la protectora del capitalismo.
No quiero ser la Virgen Barbie.
No quiero enseñar a las niñas
a odiar sus cuerpos morenos.
No quiero ser nido
de prejuicio, insultos y complejos.
No quiero ser la Virgen administradora
y santificadora de privilegios.
 
No quiero hacer milagrosos matrimonios
ni encontrar príncipes azules
tiranos, celosos y violentos
para mujeres ilusionadas,
ingenuas y equivocadas.
No quiero ser perfecta, ni virtuosa
No quiero ser modelo de belleza,
No quiero mirar la vida
desde arriba de un altar.
No quiero juzgar a nadie
ni tampoco tener el derecho de perdonar.
 
No quiero ser yo.
Quiero ser otra distinta.
Alegre, amiga, defectuosa,
imperfecta y amante…
pisar con mis pies el piso,
pasear por la ciudad,
bailar en las calles.
 
Que detrás de mí
el capitalismo se derrumbe
y pierda hasta los dioses
y las vírgenes que lo sustentan.
Que detrás de mí
se desmorone el racismo
y el color blanco que lo sustenta.
Que los úteros de las mujeres blancas
puedan parir hijas morenas.
Que las morenas tengan hijos rubios.
Y que el amor y el placer nos mezcle
y nos mezcle y nos mezcle.
Hasta diluir todas las estirpes de nobles,
de patrones y de dueños del mundo.
 
No quiero ser la madre de dios,
de ese dios blanco civilizado y conquistador.
Que dios se quede huérfano
sin madre ni virgen.
Que se queden vacíos los altares
Y los púlpitos.
Yo dejo este altar mío.
Los abandono por decisión libre.
Me voy, lo dejo vacío.
Quiero vivir, sanarme de todo racismo,
de toda condena, de toda dominación.
Quiero sanarme yo misma
y ser una mujer simple.
Ser como la música que solo sirve
para alegrar los corazones.
He descubierto que para ser feliz
solo hay que renunciar a tus privilegios,
a tus virtudes y perfecciones.
 
Proclamo la inutilidad de los privilegios.
La tristeza de los altares.
La muerte del capitalismo.
 
 
 

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Flor de jardín

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Mi mamá trabaja, la guardería de Mujeres Creando. Una escuela feminista que enseña a no confundir regalos con afecto ni cariño con violencia. Abierto de 7 a 23, para madres que trabajan, estudian o se divierten.
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LA NUEVA MU. Tomar el futuro

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