Mu82
Triple prueba
El asesinato de Jere, Patóm y Moro: la hora del juicio. Una pelea territorial de narcos sembró tres muertes que marcaron una diferencia: los chicos pertenecían a una organización social, sus familiares se movilizaron y lograron vencer la impunidad. Hoy acampan frente a Tribunales para garantizar que se haga justicia.
La banda de narcotráfico rosarino conocida como Los Quemados no la tiene fácil. Mientras esta nota está siendo escrita y leída, ocurre algo inusual: tal vez se haga justicia.
Rosario es la ciudad con más crímenes violentos del país. Es, a la vez, la que tiene la menor tasa de esclarecimiento: la mitad. Pero este 11 de noviembre comenzó el juicio oral y público por los asesinatos de tres jóvenes, obviamente pobres y de barrios periféricos. Y Los Quemados están probando la textura del famoso banquillo de los acusados.
Los asesinados eran tres amigos de Villa Moreno: Jeremías Jere Trasante (17 años), Adrián Patóm Rodríguez (20) y Claudio Mono Suárez (19). Además integraban una organización barrial: el Movimiento 26 de Junio, cuestión que los había alejado de la oferta habitual de sustancias psicoactivas y alcohólicas. Tres jóvenes con el cerebro en funciones, y con ganas de hacer su vida.
No los dejaron.
Los narcos, como otras profesiones criollas, ejercen un mal mayor: la crueldad. Pero no son ajenos a un mal nada menor: la imbecilidad. La hipótesis más firme es que Los Quemados, buscando venganza, mataron a estos tres chicos por error.
¿Por qué en este caso se llegó a un juicio, contra los usos y costumbres locales? Para entender ese enigma, en la Agrupación Infantil Oroño, junto a la canchita de fútbol, en el mismo banco de madera en el que los chicos pasaron muchos minutos de sus vidas incluyendo los últimos, están Lita, mamá de Mono, Edu, papá de Jere y Maxi, hermano de Patóm.
Lita Gómez es la que empieza a contar algo que casi nunca se entiende: ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de un crimen?
Ser hijo es un trabajo
“El 1º de enero de 2012 a las 3 y media de la madrugada le avisaron a un sobrino que Mono estaba en la canchita, con otros pibes, herido. Yo vivo acá, a media cuadra. Estábamos en casa festejando el Año Nuevo con música, todos en ronda. Tengo 12 hijos, en realidad ya no, tengo 9. Estaba mi ex marido con su familia, mis nueras, mis nietos, los más chiquitos bailaban, la música estaba al palo así que no escuchamos. Mi sobrino salió corriendo. No me dijeron nada pero yo también salí corriendo. Todos venían para la canchita”.
Lita lleva los anteojos de lectura incrustados en el pelo, tiene un vestidito con el dibujo de una flor, y en la espalda la imagen de Jere, Mono y Patóm. Habla entrecerrando los ojos, como si estuviera viendo las imágenes de aquel infierno.
“Cuando llegué, el Mono estaba allá (señala a unos 20 metros del banquito) tirado contra las casas. Decía que tenía frío. No había luz, estaba todo oscuro. Uno de mis hijos se sacó la remera para abrigarlo. Pero Mono estaba como mojado: cuando quisimos levantarlo nos dimos cuenta de que estaba lleno de sangre y barro, se ve que se había caído en la zanja”.
“Decía: ‘mami, tengo frío, miren que allá en el banquito están el Jere y el Patóm heridos. Vayan a ver’. En ese momento prenden la luz del club y se vio que había policías ahí, parados, con las manos atrás. Los chicos tirados en el piso. Jonathan, otro de mis hijos, fue a buscar el auto, lo cargaron al Mono, todo el camino decía ‘tengo frío’. Yo le decía: ‘Bueno Mono, aguantá’. El hermano le gritaba: ‘No te vas a morir’, y yo le decía ‘no me vas a dejar sola, aguantá’. Mono decía: ‘aguanto, pero me duele mami, y tengo frío’. Cuando llegamos al hospital me dijo ‘mami ayudame a respirar’. Levantó los brazos y me agacha la cabeza para que yo le de respiración. Le sentí fría la boca. Cuando me levanto para tomar aire, se le cayó la manito”.
“Llegaron los médicos. Él era grandote, gordo. Lo suben a la camilla. Ahí trajeron a Patóm en un auto y a Jere en una chata. Un montón de gente lloraba. Al rato, me llamaron, me dieron la ropa y me dijeron que estaba muerto. Yo tiré la ropa y les dije que se fijen bien, ¿cómo va a estar muerto? Después no me acuerdo nada. Y después estábamos todos gritando, llorando, abrazándonos. En realidad no lo podíamos creer. Supe que le habían pegado como 8 tiros. Tenía balazos hasta en las manos”.
¿Por qué estaban en la canchita? “Era su lugar de encuentro, iban a salir los tres. ‘Gordita’, me decía así, ‘nos vamos a festejar a otro lado porque acá andan a los tiros’. Le dije ‘cuidate’. Me dijo ‘vamos con los pibes, mañana te llevo a pasear’. Cuando yo le decía que buscara un trabajo me decía: ser hijo tuyo es todo un trabajo. Hacía los mandados, changas con el padre, peleaba con los hermanos, un chico grande, sin maldad”, dice Lita con una sonrisa, hasta que levanta los ojos que empiezan a inyectarse: “De golpe lo ves que se está muriendo, y él no quería, porque me decía: mami ayudame a respirar”.
La Itaka en el pecho
Maximiliano, el hermano de Patóm: “Me avisaron que mi hermano estaba herido, salí, estaba todo oscuro, y una señora me dice ‘andá a buscar un auto para llevarlo al hospital porque está la policía y no hace nada’. Llego con el auto y los policías estaban mirándolos. Estaba Patóm abajo del cuerpo del Jere. El Mono estaba más lejos, no lo vi. Mi hermano estaba lleno de sangre, me agacho para levantarlo y un policía me dice ‘no lo puede tocar’. Le grito: ‘pero está vivo, se está muriendo, llévenlo’. El policía me ponía una Itaka en el pecho. Lo empujé. A Jere lo pusieron en una chata, yo subí al auto a Patóm. Los policías se subieron al patrullero, y en vez de ir adelante para poner la sirena y poder ir rápido, iban atrás nuestro, como paseando”.
Maxi trabaja en una empresa de construcción, tiene 2 nenas. “En el auto mi hermano decía que le dolía la panza. Yo le gritaba que aguante. Y decía: ‘bueno, yo aguanto, pero manejá con cuidado, a ver si chocás y terminamos los dos en el hospital’. Llegamos, lo puse en la camilla y al rato viene un policía y me pregunta si soy familiar de Maximiliano Rodríguez, el hijo de El Quemado. Le digo que yo me llamo así, pero no soy esa persona. ‘Me confundí’, dijo y se fue. Al rato nos anunciaron que habían muerto. Dijeron que era por un ‘paro respiratorio’, o algo por el estilo”.
En Argentina los muertos por torturas o balas policiales, los chicos que cruzan descalzos la General Paz y son atropellados, casos como el de la canchita, o incluso quienes mueren de cáncer en los pueblos fumigados, entre otros rubros que se quieren disimular, suelen figurar fallecidos por paro cardio-respiratorio: otro aporte de la ciencia a la verdad.
La doble venganza
El fusilamiento es el resulado de una secuencia que explica Pedro Pitu Rodríguez, amigo y compañero de los chicos, e integrante del Movimiento 26 de Junio que es parte del Frente Darío Santillán: “Había dos bandas que regenteaban bunkers. La de acá era la banda del Negro Ezequiel, marginal, pibes empastillados que le mejicaneaban kioscos a Los Quemados, una banda mucho más importante que trabaja con la de Los Monos”. Según ha sido evidente en Rosario, eso significa operar con la venia policial.
“Como les robaban los kioscos,y les espantaban a los clientes, el 29 de diciembre de 2011 Maximiliano Quemadito Rodríguez, y dos pibes más balean a uno de acá, Facundo Osuna, de la banda del Negro Ezequiel. El 1º de enero a la madrugada el Negro Ezequiel, con otros pibes en moto buscan al Quemadito, que estaba en su BMW con unas amigas. Le pegan 8 tiros. Se van y se esconden acá en el barrio. Pero no lo habían matado. Los amigos del Quemadito lo llevan al hospital, se ve en las cámaras de seguridad que hablan con el cabo policial, que anota la entrada y después la tacha para que Los Quemados puedan cobrar venganza y no aparezca ahí el motivo. Ahí estaba Sergio Quemado Rodríguez, el padre del Quemadito. Vienen para el barrio. Aparentemente el Negro Ezequiel y su banda habían estado acá, en la canchita, y se fueron sabiendo que venían a buscarlos. Ahí llegaron Mono, Jere y Patóm y Marcelo Moki Suárez, que iban a salir juntos. Llega el Quemado con su banda en una Kangoo, esto era todo oscuridad. Los chabones ven a los pibes, los confunden con los soldaditos del Negro Ezequiel, y los fusilan directamente, cobardemente. Moki pudo escaparse, y por eso es testigo en el juicio”.
Esa matanza dejó como acusados al Quemado Rodríguez, 44 años, Daniel ‘Teletubi’ Delgado (24), Brian Pescadito Sprio (26) y Mauricio Chupín Palavecino (23).
El Quemado dijo que no quiere asistir al juicio porque teme por su vida. En la puerta de los Tribunales, familiares y amigos de las víctimas hacen un acampe que hereda de todas las luchas por este tipo de crímenes un detalle notable: jamás las familias se tomaron venganza. Lo que exigen es justicia.
La pieza de la nena
Maxi: “Al principio decían que los chicos eran soldados, o barrabravas, que era un ajuste de cuentas. Ahí entendí que dicen eso para no hacer nada. Se mataron entre ellos, caso cerrado. Mi mamá decía: ‘nunca nos van a escuchar’. Pero apareció Pitu en televisión, explicó que eran pibes buenos y la policía tuvo que salir a retractarse. Nos vino una alegría, por lo menos paraban de mentir y salimos a la calle a mostrar que no eran narcos ni barrabravas, y a pedir justicia”.
Pitu: “Ponen en el noticiero lo del combate contra el narctráfico, y vienen a los barrios pobres como si el problema fuera acá y no en el centro, donde se consume y donde están los grandes desarrollos inmobiliarios que canalizan la plata, las concesionarias de autos y el poder. Mientras tanto, los kioscos siguen en los barrios porque tienen acuerdo con la policía. No es el tipo de narcotráfico que exporta desde el puerto: es la persona que tenía un maxikiosco en el 2001, y hoy vende la merca desde la ventana de la pieza donde duerme la nena”.
“Desde el punto de vista de los pibes, el narcotráfico les da una identidad: ser el más poronga del barrio. Si custodiás esta cuadra armado, el que pasa agacha la mirada. Una identidad que no te da la escuela, el club o el trabajo formal. El Estado tampoco compite con el narco, ni tiene este diagnóstico: no ofrece nada. Debería estar convocando a las organizaciones barriales para hacer políticas públicas. Pero desconocen olímpicamente lo que pasa en los barrios. La cuestión acá es utilitaria: cortar el eslabón de mando del narcotráfico. Tumbando bunkers no cambiás nada, reemplazás soldaditos, igual que el empresario que cambia al playero de la estación de servicio. El problema es pegarle a la gerencia”.
Maten al asesino
Eduardo Trasante es pastor evangélico de la iglesia Vida para tu vida. Transmite serenidad, tiene una voz profunda y dicen que canta como los dioses, con perdón de la herejía. Pero su hijo Jeremías jamás vivió en la iglesia esa contención y alegría que encontró en el Movimiento 26 de Junio. Eduardo lo reconoció así en el libro Soldaditos de nadie, dedicado a Mono, Patóm y su hijo: “Le hizo muy bien empezar en el M26 porque vimos un cambio extraordinario, muy particular: salir de las drogas, y con un entusiasmo que no había puesto ni en casa ni en los estudios”.
Para Eduardo “el triple crimen rompe el corazón del barrio, pero por todo lo que nos movilizamos con el apoyo del Movimiento, se generó una apertura y apoyo de la gente”. Pitu: “Fue el caso que permitió que se hable del narcotráfico, de la policía como reguladora de la economía delictiva. Con la teoría del ajuste de cuentas nunca se investigaba nada”.
Eduardo levanta la mirada y dice algo tremendo, con calma. “En el asesinato de mi hijo, para mí se hizo justicia. Un año después de lo de Jeremías, asesinaron al hijo del Quemado, el Quemadito, de un balazo que le explotó en la cabeza. No lo celebro. Conocí a ese chico como pastor, fui un papá para él mientras estuvo preso. Ni el padre iba a verlo. Pero siento que Dios hizo justicia”. Eduardo es capellán carcelario desde hace 17 años: “Estuve con dos de la banda de Los Quemados. Uno se escondía. Al final hablamos, reja de por medio. Me preguntó por qué iba a hablar con gente como él, si yo sabía lo que había hecho. Le dije que mi tarea es una pasión por los privados de libertad. Que Dios me dio amor para llegar al preso. Se largó a llorar y cayó a mis pies. Yo podría haberle roto la cabeza contra la reja, o podría haber aceptado la oferta de los presos: si yo decía ‘mátenlos’, asesinaban a cualquiera de los que mataron a mi hijo. Pero uno camina otros principios. Sé que hay una justicia bastante injusta y corrupta, pero creo en otro tipo de justicia”.
¿Cómo hizo para controlar el odio?
“Lo que se piensa debe ser filtrado por el corazón. Aprendí eso. Pero aprender no es saber, sino aplicar lo que se sabe”.
¿Cambian los presos al salir?
“La mitad no”.
Lita: “Estos no creo que cambien. Ojalá les den 50 ó 100 años”.
Le pregunto a Pitu cómo ve esa cuestión evangélica, desde una experiencia tan distinta como la de una organización con una perspectiva ideológica, política y militante. Se rasca la cabeza: “Es que también tenemos una fe religiosa, si querés, en que el cambio que anhelamos sea posible. Tenemos rituales, hacemos mística, en un plenario o un fogón te hermanás con los otros compañeros y es una experiencia visceral, religiosa, que te junta y te da un espaldarazo de valentía para seguir adelante. Así que no es tan distinto”.
Eduardo agrega: “Lo que es seguro es que sin la acción del movimiento y de los familiares, este hubiera sido un caso más, que pasaría totalmente desapercibido”.
¿Cómo evitar que los chicos caigan en el negocio de los narcos? Lita: “En el Movimiento les mostramos que hay proyectos, que no discriminamos a nadie, que somos iguales, que hay otra forma de vivir”. Cuenta que las mujeres armaron una cooperativa que fabrica jabones, champúes naturales de ortiga, cremas de la caléndula y manzanilla. Hay talleres para chicos, radio abierta, deportes.
Pitu la observa: “Siempre decimos que queremos condenas ejemplares. Pero ojalá que en estos casos la sociedad encuentre que lo ejemplar es otra cosa: lo ejemplar son estos familiares que pudieron transformar todo el dolor en acción y en justicia”
Lita le sonríe: “Es que si nos quedamos esperando sentados nunca va a pasar nada”.
Mu82
El desaparecido que nadie vio
Por primera vez habla el juez que tenía la responsabilidad de encontrarlo y no lo buscó. También, el decano de la morgue donde no vieron que tenía una tatuaje con el nombre de su hermana. Gastón Chillier, director ejecutivo del CELS, explica qué nos revela Luciano sobre la policía, la justicia y el Estado ¿Por qué nadie busca a los desaparecidos?
(más…)
Mu82
No arruga
Vanesa Orieta, la hermana de Luciano. ¿Qué aprendió en el largo y doloroso camino de buscar a su hermano desaparecido? Cómo construir voz propia, cuál es la nueva generación de derechos humanos y más.
(más…)
Mu82
El cuerpo de delito
Cómo es la herramienta que le pone límite a la impunidad del poder. Usada por Madres y Abuelas durante la dictadura, perdió su eficacia por la inacción de la justicia que la rechaza sistemáticamente. El caso Arruga le devolvió su protagonismo. Cómo usarla. Nota con la abogada Verónica Heredia.
(más…)
- Revista MuHace 2 semanas
Mu 199: Aguante lo comunitario
- Derechos HumanosHace 6 días
Iglesia de la Santa Cruz: la primera de las Madres desaparecidas, la infiltración de Astiz y la genética de una resistencia
- ActualidadHace 3 semanas
Cometierra y Dolores Reyes: censura, femicidios y literatura
- #NiUnaMásHace 4 semanas
Jury a los jueces Gómez Urso y Viñas: sin culpa y con cargo
- NotaHace 4 semanas
Tres audiencias ante la CIDH: mujeres, derechos humanos y economía popular
- Mu198Hace 3 semanas
La comunidad organizada: triunfo vecinal en Villa Lugano
- Mu199Hace 2 semanas
Chiachio & Giannone: la urdimbre y la trama
- #NiUnaMásHace 3 semanas
No son cifras