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Teatrazo
Qué hay detrás de Mi hijo solo camina un poco más lento, este fenómeno que para muchos, y para nosotros también, es la mejor obra de teatro de los últimos tiempos.
Pasamos por la boletería y subimos la escalera. Llegamos a una sala amplia, de piso negro, en la que no hay escenario. Las gradas indican que ese es el lugar donde nos acomodaremos, como espectadores que somos. Hay un gran ventanal. Entra mucha luz. Son las cuatro de la tarde de un sábado. La capacidad de las gradas está superada. Muchos se sientan sobre almohadones que están distribuidos en el piso y los que llegan sobre la hora se acomodan donde haya un hueco. Entre el montón hay hombres y mujeres de diferentes edades, vestidos con ropa deportiva. Son once. Charlan entre ellos, caminan, se ríen, se peinan, uno toca la guitarra. Uno se acerca con un mate y un termo bajo el brazo y pregunta: ¿alguien quiere? El mate va circulando de mano en mano. Otro viene con un plato repleto de chipás y los ofrece. A las cuatro y media se inicia el pacto en el que algunos observamos y otros nos cuentan una historia. Aunque en esta oportunidad, están diluidas las fronteras. Ya conectamos.
Así Mi hijo sólo camina un poco más lento, una pieza croata, se convirtió en un fenómeno. ¿Y esto qué significa? Que mucha gente va a verla -otros se quedan con las ganas porque no hay entradas a la venta hasta el 2016- y las críticas han sido muy elogiosas. ¿Por eso es un fenómeno? Sí, pero esas son solamente las consecuencias de un suceso que trasciende cifras y elogios.
El espacio ideal
El estreno fue el 21 de noviembre del año pasado. Arrancaron con una función los domingos a las 11.30 de la mañana, sin mucha expectativa: si les iba mal, cambiaban el horario o levantaban la obra. Ahora hacen cinco funciones por fin de semana, cuatro de ellas en horarios poco habituales para funciones teatrales: los sábados a la tarde y los domingos a la mañana y a la tarde. Lo que alguna vez fue la parte en desuso de una concesionaria de automóviles en la calle Pasco, del barrio porteño de Balvanera, es ahora una sala de teatro independiente, llamada Apacheta. Así se denomina a esos apilamientos de piedras que construían los quichuas para agradecer a la Pachamama su guía en el sendero de la vida.
La obra terminó y allí están los actores y el director, también agradecidos de haber transitado el camino que los llevó hasta ese lugar. Con este éxito seguro que se van a la calle Corrientes, le suelen decir a Guillermo Cacace, el director. “Eso es lo que les gustaría a los otros, a nosotros nos gusta mucho estar acá. Este lugar, en once años no vivió nunca un fenómeno como este”. ¿Por dónde pasa la lealtad con el espacio que hizo posible esto si ahora lo dejo? “Tiene que ver con que lo que el otro cree que te va a pasar, pero en realidad es lo mejor para el otro; son los ideales del otro, pero no los tuyos”.
Ser mejores
Sentados en sillas, algunos en el piso, en un círculo improvisado armado una vez que se retiraron quienes por 75 minutos compartieron esta experiencia, director y actores cuentan que las devoluciones que reciben del público son muchas y variadas. Infinidad de mails y mensajes por Facebook son la expresión virtual de la gratitud. Los besos, abrazos y palabras de emoción, sin dejar de mencionar los regalos comestibles, son las demostraciones palpables que no dejan de sorprenderlos. Cacace: “Tenemos muchas hipótesis acerca de qué pasa con la obra, pero lo que podemos decir es que nos conmueve mucho hacerla. Que eso irradie, contagie e invite es algo que pertenece a lo que no se puede poner en palabras. Siempre digo que amé a todas mis obras, pero con ésta fuimos correspondidos. Y si hubiera pasado que del otro lado no nos amaban, no íbamos a dejar de amarla”. Se conmueve Cacace al decirlo. La obra llegó a sus manos gracias a Matías Umpierrez, actor y curador del primer Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América, en el que participaron diez obras extranjeras dirigidas e interpretadas por directores y actores argentinos, entre ellas, Mi hijo sólo camina un poco más lento, de Ivor Martinic, dramaturgo croata. Umpierrez llamó a Cacace y le propuso dirigirla. Cacace agradeció y dijo que no porque no podía asumir compromisos en ese momento. Umpierrez insistió, le pidió que antes de dar una negativa definitiva leyera la obra. Cacace la leyó y se conmovió. La compartió un sábado a la tarde con los actores que eligió para esos roles y ellos también se conmovieron. Se pusieron a trabajar rápidamente: quedaban pocos días para el estreno y hubo nada más que siete ensayos. Sólo podían juntarse los domingos a la mañana y decidieron que la obra fuera ese día y en ese horario.
Hacer sentir
¿Por qué la obra conmueve tanto? Quizás es la pregunta más inútil: debe haber tantas respuestas como personas hayamos presenciado la obra. Y además ellos son el director, las actrices, los actores. Agrego: ¿Qué les pasa a ustedes con la obra?
Una docena de respuestas van circulando intercaladas junto con el mate.
“Primero porque la obra es muy buena, los actores somos muy buenos y el director es mejor”. Elsa Bloise debe tener setenta y tantos años, interpreta a la abuela de Branco, el joven que cumple 25 años y tiene una enfermedad que no se nombra durante la obra y que lo mantiene en silla de ruedas. Una abuelita nada dócil, que no toma la sopa, putea a su marido y pregunta insistentemente por viejos amores. Cuenta que disfruta mucho al hacerla, y que llegó tarde al bautismo de su bisnieta porque por nada del mundo se pierde de actuar en Mi hijo…
“Me pregunto por qué pasa esto, si yo siempre estuve acá, dando esto que tengo para dar. No tengo muchas respuestas. Puedo tener un montón de teorías y me sigo haciendo la pregunta. Pienso que quizás tiene que ver con el gran amor que cada uno de nosotros tiene por lo que hace. No nos ponemos en un lugar solemne, no hay artificios”, dice Clarisa Korovsky, la tía de Branco y Doris.
Paula Fernandez Mbarak es Mía, la madre, por momentos fuerte y luego invadida de fragilidad. “En la obra están todos los vínculos posibles de los seres humanos. Habla de cuestiones existenciales, hace preguntas en las que no hace falta estar en esta situación concreta para cuestionárselas. Habla de cosas que por algún lado te pegan”.
Agrega Guillermo Cacace: “Y que no sea una familia disfuncional. La crítica seria, algunas, no todas, cree que si en una familia hay conflicto se trata de una familia disfuncional. Algo de lo que pasa -por suerte no entiendo todo el fenómeno- es que asistís a una situación donde los lazos son posibles. En momentos en que los lazos están tan cortados, me parece que uno cree, por un instante, estar reconquistando esa posibilidad de lazo familiar, social. En ese sentido la obra es reparadora. Todos tenemos algo atravesado por decir y podemos morir sin decirlo. En esta familia se puede decir. El hijo le puede decir a la madre ‘perdóname por no caminar’; la madre le puede decir al hijo que lo ama, Doris le puede decir a la madre ´¿cuándo vas a volver a ser mi mamá?’. La obra afirma que algo se puede. Genera desasosiego, tristeza, pero no obstante, algo se puede. Y se puede en la soledad también, para que el paradigma no sea que hay que estar con alguien, que la felicidad es en pareja. La felicidad puede ser de muchas formas. Hay un orden de felicidad que es posible y la obra viene a reafirmarlo. La gente se conmueve con eso”.
Luis Blanco interpreta a Oliver, el esposo de Ana, la abuela. Después de aclarar que no tiene mucha experiencia como actor dice: “Estoy un poco confundido, nunca sentí tantas ganas de que me puteen como en esta obra”.
Diferencias
Una obra de un autor croata nos emociona. Ivor Martinic es un joven dramaturgo, referente de la nueva generación de su país. Mi hijo… fue estrenada en el Teatro Juvenil de Zagreb en Croacia en 2011. Tres años más tarde, se estrenaba en Argentina. Guillermo Cacace destaca la agudeza, la intensidad de la mirada de Martinic. “Creció en una sociedad en guerra, atravesada por conflictos entre hermanos, personas que manejan la misma lengua, escritura, que durante años estuvieron enfrentados y que, sin embargo, en la obra afirma que algo se puede. Hay que soltar un poco, poder andar en la diferencia. Tal vez son fantasías mías, pero quiero creer que la gente viene porque quiere creer eso”, se ilusiona Cacace.
“Ivor empezó a construir y nosotros seguimos. No hay una fórmula. No es el texto, no son los actores. Tratar de descularlo es querer cerrar algo por miedo. Y esta obra permite abrir, abismarse. Te está diciendo todo el tiempo que si no lo hacés, te la perdés”, dice la actriz Romina Padoan, Doris, en la obra, la bella hermana de Branco que se conforma con un lugar secundario en la vida de su madre. Un día se enamora de Tin (Gonzalo San Milan, actor que viaja todos los fines de semana desde Bahía Blanca) y las mariposas se agitan en su estómago. Se siente feliz y a la vez, tiembla de miedo.
Un narrador se dirige directamente al público y relata algunas escenas que no suceden delante de nuestros ojos, pero que influyen en el argumento. Habla y mira fijo a los ojos de algún espectador. Hay algo en el tono de su voz que nos tranquiliza, nos acaricia.
El diferente es Branco, encarnado por el actor Juan Tupac Soler. Está en una silla de ruedas, cumple 25 años y habrá un festejo en esa casa oscura y decadente. Sin proponérselo desencadena una catarata de reacciones y emociones que lo colocan en el centro del conflicto. Una madre que no acepta la realidad, que parece no adherir a la resignación; un padre huidizo, una hermana relegada que se siente culpable de su propia felicidad: una abuela que desea que ojalá se enamore y le hace confesiones que nadie más conoce; una tía desopilante que enmascara lo que siente con palabras a borbotones; una jovencita parlanchina que ambiciona mucho más que su amistad.
Tupac desestima los comentarios de algunos amigos que le dicen que ahora ya no tiene más fines de semana porque se los pasa trabajando en el teatro. Asegura que tiene fines de semana hermosos, en los que disfruta del encuentro con sus colegas y con el público. “Hay algo que nos hace encontrarnos, con las particularidades de cada uno, de no esconder nada. Si venís a casa te voy a cebar el mismo mate que acá –lavado y frío, acota uno de sus compañeros- porque así lo preparo. Este es un teatro sin oscuridad. Es de día, entra la luz del sol, y eso es tan lindo. En lo personal, la obra me cambió mucho la cabeza –se emociona- yo puedo ser Branco tranquilamente. Soy yo jugando a ser él”. Durante toda la entrevista Tupac siguió sentado en la silla de ruedas, como en la obra.
Trabajar el arte
El humor también es protagonista. Afloja, descomprime, libera. El personaje de Sara, interpretado por Pilar Boyle, es uno de los que provoca carcajadas y despierta ternura. No puede evitar mostrarse profundamente interesada en Branco. Lo agobia con palabras, gestos, sonrisas. No quiere que nada de lo que pueda suceder no suceda. Abraza su deseo. Pilar: “La obra me hace estar más afuera de mí, aprender a compartir, a elegir, me hace tener más esperanza, sonreír más, ser más buena. Estamos construyendo algo y eso me hace sentir orgullosa”.
Todos están conmovidos, movilizados, con lágrimas en guardia baja. Acaba de terminar la función y eso los ha dejado expuestos a sentimientos que estallan en la charla. ¿Cómo mantener esa intensidad una y otra vez, función tras función?
Guillermo: “Alguien me dijo que la obra tiene la estética de un ensayo, y desde ese momento estuve tratando de abonar una idea asociada, que es que más que una estética tiene la ética de un ensayo, un lugar de permanente prueba. La ética de ese ensayo sería que no estamos trabajando para un estreno que va a ser un día, sino para cada vez. Seguimos tratando de descubrir qué es cada vez. Y está bueno que los hechos demuestren que esto no es un discurso. Tampoco nos sentimos diferentes del que está de ese lado. Sin que lo sepa, lo consideramos tan igual que estamos convencidos de que compone la obra con nosotros, cada vez. Hay una definición del artista que a mi me gusta mucho que es el que trabaja de hacer arte. Entonces, nosotros por un rato los hacemos trabajar. Hay artistas de este lado y de ese lado. Aunque nunca lo supieran construimos juntos una situación de paridad. Eso es esta obra”.
¿Cómo se construye la conexión con el público que, en este caso, es tan estrecha?
Guillermo: “El público se olvida un poco de sí mismo. Disuelve un poco su yo, se torna un poco más poroso para recibirnos. Y eso es posible gracias a que el yo de los actores también se vuelve poroso y puede recibir al público. ¿A quién no le gusta abrazarse en esa porosidad, en la cual la piel no es el territorio que separa sino lo que nos permite entrar en contacto? Esta obra es la posibilidad de extender piel. El gran trabajo es encontrarnos, no tanto en una situación expresiva sino en una situación perceptiva”.
Paula: “Es un sueño lo que nos pasa. La obra misma es un sueño. ¿Y quién no quiere pasar por esa instancia? Decimos que ya no dormimos para soñar. Estamos todo el tiempo soñando con lo que nos pasa, con lo que nos dicen, con el reconocimiento que los actores necesitamos. Venimos de donde venimos, por lo que no podemos dejar de ser como somos. Nada de lo que nos pasa nos hace otras personas, sino que nos hace lo que ya somos, pero mejores”.
Y esa es la frase que sintetiza el fenómeno. Esta obra, estas actrices, estos actores, este director, este teatro, nos hace mejores.
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