#NiUnaMás
Diccionario pandémico
María Galindo, feminismo, pandemia y después. La activista boliviana comparte con MU este texto que es producto de una clase en la que no pregona verdades proféticas, sino que piensa la post-pandemia desde la incertidumbre, la pregunta, la intuición y el “tanteo”. El resultado es un diccionario sobre el léxico con el que gobiernos de izquierda y derecha disciplinan a las sociedades. Cómo pensar política e ideológicamente las vacunaciones en todo el mundo, el orden colonial-patriarcal-extractivista que convierte al neoliberalismo en fascismo, y cómo interpretar la velocidad de los cambios a la luz de la rebeldía y la creatividad. Por María Galindo.

No escribo desde Bolivia, sino desde un territorio que se llama incertidumbre.
Escribo desde el último lugar en la fila para obtener la vacunación colonial, que en muchos países será aplicada como dosis de salvación gubernamental y como nuevo contrato sanitario otorgado por el capitalismo a través de los Estados para poder sobrevivir.
Escribo desde la conciencia ganada en una olla común, en un pequeño movimiento, en una lucha que no ha dejado de dibujar mapas de salida, de ubicación y de encuentro.
Escribo desde una marcha de trabajadoras sexuales en pandemia que afirman que la represión policial es peor que el riesgo de enfermarse y que el miedo de morir.
Escribo mientras, contra mi voluntad, me preparo a hablar en una pantalla fría que me gustaría recalentar hasta hacer explotar.
No escribo desde la certeza, sino desde la duda, la pregunta, la intuición y el tanteo.
No he renunciado a palpar sin guantes este mundo pandémico, y aunque he aceptado la invitación para escribir, estoy consciente de que todo lo que diga está sujeto a convertirse de repente en una afirmación ridícula, obsoleta, ingenua o a perder su consistencia como si de hielo derretido se tratara.
Al mismo tiempo podría agarrarme a un tono profético fatalista, profético bíblico o profético redencionista y esperar los aplausos de los corazones sueltos que en las calles andan cual zombis en busca desesperada de voces proféticas.
La pandemia es un hecho político no porque sea inventada, inexistente o haya sido producida artificialmente en un laboratorio.
La pandemia es un hecho político porque está modificando todas las relaciones sociales a escala mundial y es por eso legítimo y urgente pensarla y debatirla políticamente.
La pandemia es un hecho político porque se presenta como la consecuencia de un modelo capitalista global que pasa de su versión ecocida a su versión suicida. Abre, o mejor dicho evidencia, la relación sistémica entre ecocidio y suicido.
Sumisión de rebaño
La pandemia ha instalado un léxico estandarizado a nivel planetario, uniforme y extendido en todos los países. Sirve para la reconducción de la vida social a una sociedad disciplinaria.
Palabra por palabra se cuadricula la vida para reducirla al miedo, a la vigilancia legitimada del Estado sobre toda nuestra vida, a la disolución de las formas de colaboración y organización no estatales. Las únicas formas colaborativas revalorizadas han sido reducidas a una suerte de paternalismo asistencialista sin potencia politizable. La amputación del deseo es una de sus constantes.
Todas estas operaciones políticas están aconteciendo a través del lenguaje pandémico como instrumento para nombrar y dar contenido a lo que está sucediendo. No estamos cuestionando las medidas de protección, la necesidad de tomarlas o la incongruencia de muchas de ellas, sino la forma de nombrar el universo entero de la pandemia.
No estoy hablando de sentidos ocultos: son explícitos y su efecto destructivo tiene que ver con su repetición invasiva, con el hecho de que los gobernantes y los organismos internacionales son los voceros incontestables y la población, en general, funciona como una caja de repetición.
Es un lenguaje que terminás usando para entenderte en pocas palabras. Con su carácter mundial sin matices y con su uso irreflexivo sin margen para cuestionar los sentidos funcionan fascistizando las relaciones sociales.
Una vez más, como tantas veces en la Historia, el derecho de nombrar los hechos está siendo el arma para programar sus contenidos sociales.
Es en los términos con que se están bautizando los hechos donde está su contenido ideológico central. No es un contenido ideológico que funciona como teoría a ser aceptada, debatida o repensada. Se trata de un contenido ideológico que funciona como significado fijo irrefutable y como realidad directa, que tiene un efecto de terapia de condicionamiento conductual.
Léxico en cuarentena
He encontrado alrededor de treinta términos que hacen a la columna vertebral del léxico y su función de condicionamiento conductual colectivo. Sin embargo, voy a proponerles revisar tan solo unos cuantos, por razones de espacio:
Bioseguridad: Conjunto de medidas que tienen que ver con el peligro mortal del contagio. Deberíamos cambiar la palabra “seguridad” por la de “vulnerabilidad”, y el sufijo “bio” por el de “necro”. Estamos experimentando la vulnerabilidad ante un peligro omnipresente, invisible e incontrolable. Si hay algo que no es seguro es la vida. No podemos hablar de bioseguridad cuando tal término, en realidad, nombra el necro peligro o biovulnerabilidad.
Distanciamiento social y aislamiento: No son los dos metros que necesitamos para evitar el contagio, sino que son los contenidos de agudización del encerramiento en ti mismo, del sálvate lejos del “otro”, que es peligroso por excelencia. Todes nos hemos convertido en el “otro” del “otro” haciendo del lenguaje pandémico un instrumento de disolución de colectividad. También ha funcionado en la fascistización social el énfasis que se ha puesto en el pequeño grupo familiar o “burbuja” como tu único universo de responsabilidad y de sentido, usando el inofensivo pronombre posesivo de “los tuyos” una y otra y otra vez.
Cuarentena: Término transportado desde la peste negra en la Edad Media al mundo contemporáneo como un indicador de que en el siglo 21 –después de varias revoluciones tecnológicas– las medidas sociales de cuidados son las mismas que hace varios siglos y llevan el mismo nombre. ¿A quién sirve entonces la tecnología? ¿Por qué no tenemos otras herramientas contemporáneas diferentes de las medievales para enfrentar una pandemia?
Toque de queda, confinamiento: No son los únicos términos que forman parte del léxico pandémico y que en esta parte del mundo han representado a las dictaduras militares que están en nuestra memoria viva. ¿No podríamos haber usado otras palabras no cargadas de la memoria dictatorial, o fue y es su carga dictatorial útil socialmente para reinstalar el poder absoluto del Estado sobre la población?
Actividades esenciales: La reclasificación de las actividades sociales con el calificativo de “esenciales”, dejando fuera todas aquellas que pertenecen al universo del afecto, del deseo, de la creatividad y reduciendo a las personas al mundo del trabajo tiene en el lenguaje pandémico un efecto quirúrgico de amputación. La única noción de vida válida es “el trabajo”. Tan solo cambiar lo de “esenciales” por “funcionales” ya le daría a la cotidianeidad otro sentido.
Teletrabajo: El desplazamiento del lugar de trabajo al domicilio, convirtiendo al trabajo en un producto que se paga como producto y no como actividad que se mide en número determinado de horas. Es lo que en esta parte del mundo –llámese Honduras, México o Brasil – se nombra “maquila” y “trabajo a destajo”, donde te pagan por trabajo realizado y no por horas de producción. La maquila –instrumento neoliberal por excelencia– usada por grandes transnacionales –especialmente de la industria textil– ha sido trasladada a grandes campos laborales con la pandemia y ha recibido una denominación suavizante. ¡Imagínense el resultado de rebautizar el teletrabajo como maquila pandémica o explotación domiciliaria!
Dado que el ánimo de este texto es el de proponer desafíos aquí va el primero: hacer un listado completo del léxico pandémico, otorgarle a cada término su significado real y pasar a renombrar el fenómeno que el término pretende nombrar. Eso para despertarnos, para agudizar nuestra creatividad y para respirar rebeldía. Los sofisticados materiales que se necesitan son un lápiz y un papel y si lo hacés entre amigues el resultado será divertido y explosivo.
Contrato sanitario mundial
Antes de recibir la vacuna es urgente saber qué es lo que estamos recibiendo, no para plantear la desobediencia o la no vacunación, sino para no aceptar pasivamente la vacunación como quien recibe el hierro de marcación de ganado. También tenemos que debatir ideológicamente su sentido político.
La vacunación no es una solución, por mucho que los gobiernos del mundo entero buscan presentarla como tal.
La vacunación es una solución parcial hacia el tránsito a un nuevo orden que aún no tiene nombre. Es una medida de sobrevivencia que deja intacto el cuestionamiento estructural sistémico que esta pandemia debe suponer para el conjunto de la Humanidad.
La fila de vacunación es un diagrama de jerarquías mundiales de carácter colonial sin metáfora, sino de manera directa. El orden de prioridad es el orden de capacidad de pago.
A su vez en cada sociedad el orden de vacunación representa internamente ese mismo diagrama de jerarquías sociales: mientras más en la periferia estés más tarde o nunca te llegara la vacuna.
En estas tierras empiezan por el personal de salud porque les necesitan, pero les siguen militares y policías, se filtran curas y obispos, diputados o ministros. Y si no necesitaran del personal de salud, también serían los últimos en recibirlas.
Las vacunas son la materialización de poderes supraestatales que son los que gobiernan el mundo.
No es la Organización Mundial de la Salud la que organiza la distribución equitativa de las vacunas, sino que son las empresas que –amasando cifras ya imposibles de concebir– disponen el orden de provisión de las vacunas.
Y no crean que porque somos pobres pagamos menos: estamos pagando los mismos precios o más altos por recibir dosis menores, y los gobiernos las reciben de rodillas como una gran conquista dispuestos a firmar en letra chica lo que sea.
Los gobiernos, a su vez, suministran las vacunas como quien suministra una inyección gubernamental intramuscular, gesto que debes agradecer sin chistar.
Las propagandas de vacunación que se desarrollan en los contextos nacionales por parte de los gobiernos hacen pensar que lo que te están metiendo es un beneficio gubernamental.
Los montos que la compra de vacunas suponen para muchos Estados exceden las inversiones en salud o son equiparables a estas.
Las vacunas se devoran los presupuestos de salud para que, una vez que pase la tormenta, hospitales y quirófanos queden igual de maltrechos como estaban antes.
Las vacunas también representan la privatización del conocimiento, pues los centros de investigación que disponen de los millones que la investigación en el campo de la biología o la medicina representan no están en las universidades públicas ni siquiera de las sociedades capitalistas imperiales, sino directamente están en las empresas que succionan cerebros de las universidades.
Tematizar y debatir estas cuestiones alrededor de la vacunación mundial es tachado de sospechoso porque ante la vacuna lo que hay que hacer es firmar pasivamente un contrato sanitario unilateral como el que te proponen los bancos cuando te endeudas o como el que el Estado boliviano les exige a las trabajadoras sexuales para darles el permiso de trabajar.
Es este contrato sanitario y su explicitación el que puede contener las luchas que a futuro tendrán sentido.
Obsolescencia política
Los gobiernos se benefician de la administración de los Estados, pero no gobiernan: son administradores secundarios de un orden colonial –patriarcal –extractivista. Ese hecho tan tangible hoy reconduce radicalmente nuestras luchas y nuestros horizontes.
La clásica diferenciación izquierda –derecha para interpretar el campo político se convierte en obsoleta: la fascistización, por ejemplo, en el léxico ha abarcado a ambas.
Estamos en la transición del régimen neoliberal al régimen neoliberal de corte fascista y eso la izquierda ni siquiera lo visualiza porque si las categorías de análisis y organización social que nos ofrecía la izquierda ya estaban caducas, hoy han quedado obsoletas.
Los gobiernos llamados “de izquierda” son también gobiernos incapaces de proponer un horizonte diferente que el impuesto por el neoliberalismo. Este hecho no es de ninguna manera el fin de la política, sino el nacimiento de una nueva política. Una nueva política que no tiene vanguardias, salvadores, ni conductores y que exige de todes alta dosis de creatividad.
No es fortaleza lo que necesitamos, sino conciencia de nuestra vunerabilidad.
Los sujetos sociales están siendo diluidos por fatiga, por falta de ideas, por luto, por incapacidad o imposibilidad de reacción, mientras otras personas despojadas se están reconstituyendo como sujetos sociales con capacidad interpeladora: aquellas personas que se vuelcan sobre los animales para reintegrarse como animales, o las que producen salud, alimentos o justicia con sus colectividades son quienes no han sido paralizadas por el miedo.
Todo está sucediendo a gran velocidad aunque el tiempo se ha detenido.
La velocidad de los cambios es la velocidad de una metamorfosis profunda.
Interpretarla a riesgo de equivocarnos es nuestra apuesta.
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La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños
El 42% de las denuncias de violencia sexual corresponden a menores de 17 años en la ciudad de Buenos Aires. El ministerio de Justicia bonaerense reveló que entre 2017 y 2022, de más de 96.000 causas por abuso sexual, 6 de cada 10 tuvieron como víctimas a menores y se duplicó el número de denuncias: el 80% fueron mujeres, principalmente niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años. ¿Cómo recibe el Poder Judicial a las infancias que se atreven a denunciar abusos? Las víctimas convertidas en “culpables” de un delito que padece a nivel mundial entre el 15 y el 20% de la niñez. La campaña conservadora y oficial: desestimar denuncias y motosierra. Lo que no quiere ver la justicia. Cómo encarar estos casos, y la enseñanza de Luna. Por Evangelina Bucari.
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Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Daniel y Susana denunciaron que desapareció el cuerpo de su hija, Cecilia Basaldúa, que reclamaban para realizar nuevas pericias. La historia de lo ocurrido y el rol de la fiscal de Córdoba Paula Kelm “que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.
Por Claudia Acuña
El 7 de noviembre Cecilia Basaldúa hubiese cumplido 42 años y no hay festejo porque no hay Cecilia: la desaparecieron, violaron y mataron en abril del año 2020, en Capilla del Monte y en pleno aislamiento por la pandemia de Covid. Su familia, como cada año, reunió amistades y familiares de otras víctimas de femicidios territoriales –el padre de Natalia Melman, el hermano de Laura Iglesias– en el mural que la recuerda en su barrio de Belgrano. Fue ese el marco elegido por Daniel y Susana, los padres de Cecilia, para compartir lo que significa buscar justicia para este tipo de crímenes. Con la voz partida por el dolor narró cómo fue la última reunión con la nueva fiscal responsable de la investigación: es la cuarta. La primera – Paula Kelm– desvió las pruebas para atrapar a un perejil, que fue liberado en el juicio oral y así la investigación del femicidio de Cecilia volvió en punto cero; el segundo estaba a meses de jubilarse y pidió varias licencias para acortar su salida; el tercero –Nelson Lingua– no aprobó el examen para ocupar el puesto y, finalmente, desde hace pocos meses, llegó ésta –Sabrina Ardiles– quien los recibió junto a dos investigadores judiciales y los abogados de la familia. Antes se habían reunido con el ministro de Justicia de la provincia de Córdoba, Julián López, quien le expresó el apoyo para “cualquier cosa que necesiten”. Fue entonces cuando Daniel y Susana creyeron que había llegado el momento de trasladar el cuerpo de su hija hasta Capital, donde viven y, además, habían logrado conseguir que se realice una pericia clave para la causa y que siempre, en estos cinco años, les negaron. Fue la joven investigadora judicial quien soltó la noticia: el cuerpo de Cecilia no está.

Gustavo Melmann, que sigue buscando justicia por su hija Natalia, junto a Daniel Basaldúa y Susana Reyes, los padres de Cecilia.
Según pudo reconstruir la familia después del shock que les produjo la noticia, fue en 2021 –cuando todavía estaban vigentes varias restricciones originadas por la pandemia– cuando el cuerpo fue retirado de la morgue judicial, a pesar de que Daniel y Susana habían presentado un escrito solicitando lo retuvieran allí hasta que se realicen las pruebas por ellos requeridas. La fiscal Kelm no respondió a ese pedido ni notificó a la familia de lo que luego ordenó: retirar el cuerpo de la morgue y enterrarlo.
¿Dónde? La familia está ahora esperando una respuesta formal y sospechando que deberán hacer luego las pruebas necesarias para probar la identidad, pero no dudan al afirmar que con esta medida han desaparecido el cuerpo de su hija durante varios años y definitivamente las pruebas que podía aportar su análisis.
A su lado está Gustavo Melmann, en el padre de Natalia, asesinada en 4 de febrero de 2001 en Miramar, quien desde entonces está esperando que el Poder Judicial realice el análisis de ADN del principal sospechoso de su crimen: un policía local. Por el femicidio de Natalia fueron condenados a prisión perpetua otros tres efectivos policiales. Uno ya goza de prisión domiciliaria. Falta el cuarto, el del rango más alto.
Melmann cuenta que se enteró de la desaparición de Cecilia Basaldúa por su sobrina, quien había ido al secundario con ella. “Fue el primero que nos llamó”, recuerda Daniel. También rememora que no entendió por qué le ofrecía conseguir urgente a un abogado “si yo la estaba buscando viva. Hoy me doy cuenta de mi ingenuidad”.
El silencio entre quienes los rodean es un grito de impotencia.
Daniel y Susana lo sienten y responden: “Nosotros no vamos a parar. Nada nos va a detener. Ningún golpe, por más artero que sea, va a impedir que sigamos exigiendo justicia. Elegimos contar esto hoy, rodeados de la familia y los amigos, porque son ustedes quienes nos dan fuerza. Que estén hoy acá, con nosotros, es lo que nos ayuda a no parar hasta ver a los responsables presos, y esto incluye a la fiscal Kelm, que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Los padres y hermanos de Cecilia, junto al mural que la recuerda en el barrio de Belgrano.
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Femicidios, cifras y vidas: lo que Bullrich oculta

Por el Observatorio de violencia patriarcal Lucía Pérez
Todas las administraciones del Estado se han adjudicado falsamente la baja de femicidios y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acaba de rendirle tributo a esta tradición. Pero las cifras del Observatorio Lucía Pérez, construidas a partir de casos judiciales, denuncias y relevamientos provinciales, demuestran una realidad diferente.
Antes de los números, una aclaración: el 2023 fue el primer año en que el Estado nacional publicó estadísticas criminales sin clasificar. Lo hizo con un archivo Excel desordenado que abarcaba una década, sin distinguir delitos ni consolidar provincias. Algunas jurisdicciones directamente no informaron datos en categorías sensibles, como violaciones. Así, la ciudadanía no puede verificar ni auditar los números oficiales.
En ese vacío, las declaraciones de Bullrich remiten a una lógica conocida: la de la inflación. Como con los precios, la diferencia entre los números oficiales y la vida real se amplía cuando se manipula o se oculta información.
Por eso, este Observatorio público y autogestionado carga 12 padrones de manera diaria. Para realizar un seguimiento estructural de la violencia machista, y también para controlar el rol del Estado.
A diferencia de los 178 registrados que mencionó la ministra, el Observatorio Lucía Pérez contabiliza 217 femicidios y travesticidios en lo que va del 2025. Estos son las cifras que pueden verse y verificarse, ya que el OLP es un padrón público:

Otro dato que se oculta es el que representan los femicidios cometidos y sufridos por integrantes de fuerzas de seguridad, que están bajo la responsabilidad de la ministra.
En 2025, el primer femicidio del año fue el de una mujer policía asesinada con su arma reglamentaria (Guadalupe Mena). Y el último, ocurrido apenas el 26, también: Daiana Raquel Da Rosa.
Si bien existen medidas para en estos casos limitar su acceso por parte de los uniformados por “representar un riesgo inminente para la víctima”, como indica la resolución 471/2020 del Ministerio de Seguridad de la Nación, los datos muestran que esto no siempre se cumple. Según el relevamiento de funcionarios denunciados por violencia de género del Observatorio Lucía Pérez, 71 de ellos pertenecen a las fuerzas de seguridad. Es decir que muy probamente porten armas.
Armas reglamentarias, vínculos jerárquicos y falta de sanción disciplinaria conforman una trama donde la violencia institucional se reproduce dentro y fuera de las comisarías. ¿Y Bullrich?
Más preguntas que emergen: ¿cómo se mide el porcentaje de crueldad? Los “narcofemicidios” de Lara, Brenda y Morena muestran una violencia cada vez más planificada y asociada a redes delictivas con complicidad del Estado.
Otra cifra invisibilizada en este crimen social que es un femicidio es la de las infancias huérfanas. En lo que va de 2025, el Observatorio registra 139 infancias huérfanas por femicidios. En todo 2024 fueron 173. Y detrás de cada una hay un Estado que sigue sin garantizar la Ley Brisa, que establece una reparación económica y acompañamiento a hijas e hijos de víctimas de femicidio.
Mientras la violencia machista sigue cobrando vidas, multiplicando huérfanos y exponiendo la precariedad institucional, el Estado tergiversa y oculta.
La pregunta es: ¿por qué?

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