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Bajo Flores y gatillo fácil. Historia de la impunidad

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Historias truncas que no sorprenden a nadie en la villa 1-11-14, la más poblada de la Capital Federal. Muy pocos casos rompen el cerco y logran superar la estadística. El último fue Ezequiel Demonty, el chico que la Federal obligó a morir ahogado en el Riachuelo, en setiembre de 2002. Desde entonces, salvo la cúpula de la comisaría 34, nada ha cambiado en el Bajo Flores. Caminar por el barrio basta para comprobarlo: en una esquina cualquiera, cuatro madres cuentan siete hijos muertos bajo la metralla policial.

La noche de su muerte Héctor David Herrera no durmió en su casa. A eso de las 10.30 pasó a avisarle a Juliana, su madre, que no iba a volver. Lloviznaba en el Bajo Flores. «Como algo por ahí y me voy a dormir», le dijo. Ella sólo le pidió que no se acostara tarde, pero se quedó intranquila. Tres horas después, todavía despierta, escuchó sobresaltada los primeros disparos.

«Me subí a la escalera con mis hijos más chicos y me quedé sentada ahí. Temblaba como una hoja», revive. Las piernas se le entumecieron entre la espera y la angustia hasta que sintió que le golpeaban la puerta. «¡Vieja, corré, andá a ver que lo tienen al David!», le gritaron.

En chancletas y con lo puesto, fue a los tumbos hacia los monoblocks. Cuando llegó, vio que cuatro policías de la comisaría 34 rodeaban a un chico que estaba tirado sobre la calle de tierra. Juliana lo reconoció por las zapatillas, unas Adidas grises, rojas y negras. Tenía una gorrita de Boca y dos tiros en la espalda. Le habían pegado un culatazo y lo habían rematado en el piso. Así lo indica la autopsia que marca el recorrido de los proyectiles: de atrás hacia delante, de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda.

«Pelado, vigilante, dejáme ver a mi hijo», le gritó a uno de ellos. «Tu hijo es un delincuente. Si no te vas, te meto un tiro a vos también». Juliana quería verlo, saber si estaba vivo o muerto. Pero su ruego no conmovió al policía.

Historias truncas como la de David no sorprenden a nadie en la villa 1-11-14, la más poblada de la Capital Federal. Muy pocos casos rompen el cerco y logran superar la estadística. El último fue Ezequiel Demonty, el chico que la Federal obligó a morir ahogado en el Riachuelo, en setiembre de 2002. Desde entonces, salvo la cúpula de la comisaría 34, nada ha cambiado en el Bajo Flores. En dos meses, 9 policías irán a juicio oral por ese crimen excepcional en todo sentido. La misma noche que mataron a Ezequiel y a pocas cuadras de distancia, otro adolescente, de 17 años, Roque «El Vita» Villagra, fue asesinado por la policía. Su caso trascendió por entonces pero luego quedó en el olvido.

Todos los habitantes de la villa, la mayoría nacidos en países limítrofes, han visto pasar cerca a la parca más de una vez. Caminar por el barrio basta para comprobarlo. En una esquina cualquiera, cuatro madres cuentan siete hijos muertos en sus familias bajo la metralla policial. «Dicen que eran chorros… ¿y qué? ¿por eso había que matarlos?», pregunta un coro que confunde dolor y resignación. Esas mujeres quisieran recordar a sus hijos en vida, contar sus historias tan poco rentables en el mercado de la información.

Eran casi las 2 de la mañana del 16 de abril y la lluvia no dejaba ver con nitidez las caras en la oscuridad de la noche. Pero una vecina, testigo clave del crimen, alcanzó a tocar a David y comprobó que estaba vivo, aún después de los dos disparos del cabo Albarracín, de la 34. A las 3 llegaron los canales de televisión y recién media hora después apareció una ambulancia. Fue el intervalo de la muerte para David, el Zurdito, que apenas logró vivir 16 años. Ya una parte del barrio se había autoconvocado para saber qué pasaba. Hubo momentos de nerviosismo y, por un instante, la bronca de los vecinos se convirtió en piedras de disgusto contra la policía. El fiscal de Pompeya, Adrián Giménez, fue el último en llegar, cerca de las 4 y media. A esa altura, ya se había desplegado la puesta en escena. Un bolso negro con herramientas tirado al lado del Zurdito. Con eso justificaron la teoría del robo y de la persecución. Juliana advirtió a gritos que ese bolso no estaba cuando ella llegó; se lo habían plantado, lo mismo que la causa que rubricó la muerte de su hijo: «homicidio en tentativa de robo». La policía no niega que lo mató. Sólo que lo exhibe como trofeo en la vitrina de la lucha contra la inseguridad. En el expediente, los agentes de la 34 afirman además que David Herrera llevaba una pistola (nadie la vio aquella madrugada) y que se cansó de disparar. Su madre pelea por el cambio de carátula, pero sabe que está lejos de lograr que el homicidio simple que vieron los vecinos se traduzca en la causa.

La comisión de Derechos Humanos del Bajo Flores no tiene dudas y por eso presentó junto a Juliana como parte querellante. También el CELS, uno de los organismos que la acompañó, ubica a la muerte de David entre ese 20 % de homicidios dolosos que cada año cometen los funcionarios de la Policía Federal en la ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, nada será sencillo para esta mujer de 42 años que vino de Paraguay hace 23 y nunca obtuvo su DNI. Debería destinar durante varios meses todo lo que gana como cartonera para cubrir el abismo de 50 dólares que la separa de la legalidad.

El chico que estaba con David logró escapar de la casería, pero no quiere hablar. Dice que ya tiene suficientes problemas con la policía. La vecina que vio todo, en cambio, está dispuesta a declarar. Bajo identidad reservada, para que no la maten. Pero el programa de protección de testigos de la Nación dura apenas seis meses. Después habrá que mudarla del barrio para evitar represalias. Nadie mancha gratis un legajo policial en el Bajo Flores.

Como si fuera poco, la autopsia no es concluyente y no ayuda para certificar el homicidio. Indica que los disparos se ejecutaron a una distancia mayor a los 50 centímetros, lo cual no sirve para descartar la versión policial del robo y la persecución. Más de medio metro pueden ser uno o cien.

Después de dos meses y medio, los abogados de Juliana pudieron ver el expediente judicial que relata los hechos. Y a casi tres meses de la muerte de David, los familiares esperan todavía las pericias sobre la ropa que llevaba el Zurdito la madrugada del 16 de abril para que la pólvora ayude a volver evidente lo que presienten seguro: lo mataron a quemarropa.

Hoy Juliana y su familia viven amenazados en la 1-11-14. La comisaría 34 sigue sus pasos y los de los cinco hijos que le quedan. Por eso, ella quiere irse de este barrio que la vio llegar en 1991 con tres chicos de entre tres y siete años a cuestas. El menor era David. En esa época, según el INDEC vivían en el Bajo Flores 5 mil personas. Después vinieron, Walter, Alejandro y el rubio Emilio, que hoy tiene 2 años y siete meses. Y la cantidad de habitantes se multiplicó por 4.

Juliana los crió sola, abandonada por un marido que se rindió ante el alcohol. Si sigue peleando junto a los abogados de la Comisión de Derechos Humanos del Bajo Flores, deberá irse para preservar sus vidas. Por eso, espera desde hace un mes una reubicación por parte del Instituto Municipal de la Vivienda que depende de Aníbal Ibarra. No será fácil. La necesidad de tener un techo es, junto con el gatillo fácil, el problema que más sufren los vecinos de la villa. Todos anhelan hasta la desesperación vivir mejor.

Juliana Navarro habla de su hijo todavía en presente. Dice que David Herrera nació en el Hospital Pirovano, que de muy chico (nunca dejó de serlo) jugaba al fútbol en las divisiones inferiores de San Lorenzo de Almagro. Cuando ellos llegaron al barrio, el Nuevo Gasómetro ya se avalanzaba sobre sus casas, como una sombra siempre presente. David caminaba tres veces por semana los 100 metros que lo separaban del mismo césped que pisaba el Beto Acosta para ir a la práctica de fútbol. Fue ahí que un técnico de inferiores le adjuntó el sobrenombre que hoy lo sobrevive: Zurdito. Cuenta Juliana que David se cansó de levantarse temprano los domingos para ir a jugar y colgó los botines antes de tiempo. Mucho antes había dejado la escuela. «Eso sí que no le gustaba. Habrá ido dos semanas y se hartó», admite. Hoy sus hermanos más chicos van a la ENEM 3, que queda de espaldas a la villa. Sin saberlo, pelean por quebrar un historial con grandes niveles de analfetismo en la familia.

Dos cosas siguieron organizando su vida hasta el final. «Los jueguitos y el carro», dice Juliana y todavía sin entender que una bala policial la obliga a hablar en pasado. «Se levanta a las 11 y se va a los videojuegos. Ahí se gasta todo. Viene a comer y al rato se va otra vez. A veces me agarra plata y se va riéndose y haciéndome chistes». Así era hasta que se hacía la hora de salir a trabajar con su mamá. Entonces, David recorría los barrios aledaños en busca de kilos de cartón y papel para vender. Todos los días. Incluso cuando Juliana estuvo operada de la vesícula y él se iba solo a hacer el trabajo de dos. O después, cuando salió de la internación que duró una semana por ese balazo que le pegaron en el abdomen, a los 14 años. El Zurdito siempre salía tarareando algún tema de Dalila o de Yerba Brava. Algo lo movía. Quizás el instinto de supervivencia…

Lo confirma un vecino que se asoma a la casa de Juliana y jura que David nunca tuvo un revólver en las manos ni eligió salir a robar para alargar la sobrevida. Que el puede dar fe… pero jamás su nombre. Nadie quiere correr más riesgos en el Bajo.

Y sin embargo, la muerte (alguna de sus caras) siempre está acechando en ese sitio. David empezó a consumir drogas a los 15 años y sólo hizo un paréntesis cuando su hermano mayor, Daniel, salió del penal de Ezeiza después de un año y medio de encierro. En los últimos meses, cuenta Juliana, había caído otra vez en la red. Ya la comisaría 34 lo seguía de cerca.

Mientras espera que Gendarmería concluya finalmente las pericias de la ropa y que el juez Cichiaro cambie la carátula por la muerte de su hijo, Juliana Navarro pelea porque el caso trascienda las calles interiores de la villa 1-11-14. El 16 de julio, tres meses después de verlo rodeado de uniformes bajo la llovizna y las botas policiales, volverá a marchar hacia la fiscalía de Pompeya pidiendo la detención de los policías que mataron a David, pero también de los que encubrieron su muerte.

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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