Sigamos en contacto

Nota

Emperador Botana

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Perfil del editor periodístico más célebre y menos recordado, dueño de un imperio y un poder basado en el impacto del diario Crítica, pero también en sus relaciones con la elite cultural del momento. Esta nota fue seleccionada para el libro Un mundo muy raro, publicado por Editorial Aguilar en México y Colombia, junto a textos de Antonio Tabucchi, Ernesto Sábato, Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez y Rodrigo Fresán, entre otros autores.

(por Claudia Acuña) Natalio Félix Botana es el primer periodista desaparecido de la Argentina. No el único, sino el primero. El más poderoso, también. Y el más polémico.
Su gloria -inmensa, temeraria- iluminó como un rayo veintiocho años de la historia criolla y se consumió como tal: rápida y vertiginosamente. Hoy nadie recuerda a Natalio Botana, de la misma manera que en los años ’20 o ’30 nadie podía olvidarlo.
Sin embargo, ese silencio desproporcionado dice algo. Oculta, debajo de los escombros de la memoria, un mensaje tácito, sutil.
Nacido uruguayo, nacionalizado argentino, criado periodista, fundó a los 25 años y en 1913 un mito de proporciones inauditas: el diario Crítica, del que llegó a vender más de trescientos mil ejemplares por día, lo que equivale a decir tres veces más que el periódico de mayor circulación actual.
A sus órdenes y caprichos, trabajaron los mejores escritores de la época, esos que su exquisito olfato de lector descubría mucho antes que el mezquino y pacato mundillo literario porteño.
Padre de un estilo periodístico impactante, fue pionero en todos los géneros: fue el primero en incorporar grandes fotos y dibujos; el primero también en colocarles epígrafe; el primero en incluir un suplemento deportivo, inventar secciones, imprimir en color, incorporar una revista a la edición, enviar un periodista de gira, denunciar un hecho de corrupción y anunciar las noticias con una sirena que hacía bramar desde la azotea del edificio de siete pisos, que ordenó construir a medida de sus sueños en la Avenida de Mayo, y que albergaba su propia rotativa, además de un gimnasio, un bar y hasta una peluquería para uso exclusivo de su personal.
Fue, también, el creador del primer multimedio latinoamericano, capaz de unir en una sola empresa todos los recursos tecnológicos disponibles en ese momento: prensa escrita, radio, noticiero cinematográfico y productora de cine. Una audacia empresaria que empalidece las modernas fusiones de hoy, ya que tenía una incomparable ventaja: toda la empresa dependía de un solo y único dueño. Natalio Botana, amo y señor de la opinión pública argentina.
Sin embargo, ninguna de sus muchas virtudes superan lo escrito sobre sus múltiples pecados. Acusado de embustero, extorsionador, populachero, sensacionalista, manipulador, mafioso, snob y soberbio, la figura de Botana fue mirada en diagonal y con desprecio por casi todos los que se le acercaron. Es cierto: Botana no tiene aún su propia biografía porque nadie, hasta ahora, quiso escribirla. Es más: el año pasado una historiadora le dedicó 280 páginas de su libro al diario Crítica y solo cuatro a su fundador, bajo el pretexto de la «ausencia de fuentes documentales que impiden desmontar el mito». Como una bomba que nadie se atreve a desactivar, la historia de Botana es todavía un tic tac amenazador, que late bajo el bronce de todos los próceres contemporáneos que se refirieron a él con idéntico desdén.

Hacer gatear a la cultura
Jorge Luis Borges lo recuerda en plena redacción del diario, sacando la billetera del bolsillo del saco de cashimire inglés para tirar al aire montones de billetes. Luego, un Botana desdeñoso, observaba cómo sus empleados se tiraban al suelo para recogerlos. Una de esas veces, descubrió a Borges que, petrificado en el otro extremo de la redacción, miraba abochornado el espectáculo, y por encima de los cuerpos que se arracimaban por el piso, lo invitó a tomar un café. La elegante ironía de Borges detiene allí el relato. Prefiere rematarlo con una frase lapidaria: «En lo sucesivo, si alguien me avisaba que venía el director, corría a encerrarme en el baño para evitar el mal rato».
Leopoldo Marechal prefirió inmortalizar a Botana, en su maravillosa novela Adán Buenosayres, como un condenado al séptimo círculo del infierno, el último y más lastimero. Lo presenta como el jefe absoluto de una rotativa gigante cuyos rodillos devoran y aplastan hombres hasta convertirlos en papel. Lo obliga a confesar cómo, en una de esas tantas noches de póker, aburrido por su mala suerte, se dedicó a contar los fósforos que contenía una inocente cajita de cartón. Descubrió que contenía uno menos que los 45 prometidos. Así logró que la empresa fabricante pagara fortunas con tal de que la noticia no llegara a la primera plana del diario. Ante este Botana que se ríe como un chico travieso, Marechal reprocha con desprecio su fórmula periodística infernal: «Era preciso basurear en el crimen, recoger la inmundicia de los cadáveres mutilados y arrojarle por último a la bestia el manjar impreso en cuerpo siete, con grabados de anatomía patológica y abundantes lágrimas de cocodrilo».
Otro escritor, Roberto Arlt, también rememora con asco el único año que trabajó para Botana, al presentarse como «uno de los cuatro encargados de la nota carnicera y truculenta, obligado testigo de cuanto crimen, robo, asalto, violación, venganza, incendio, estafa y hurto se cometía».
Pablo Neruda, en cambio, no escribe ya sobre el Botana-editor, sino sobre el Botana-anfitrión, referente obligado de las tertulias porteñas de la época. En un capítulo de su libro Confieso que he vivido, Neruda narra una aventura «cósmico-erótica» que tuvo como escenario la majestuosa quinta de Botana en Don Torcuato. Testigo privilegiado de ese encuentro amoroso a cielo abierto fue Federico García Lorca. Los dos habían sido invitados a una cena (de la que se escabulle Neruda con una dama cuyo nombre no revelará jamás, pero que muchos suponen como la poetisa Norah Lange, esposa de Oliverio Girondo) por ese hombre que Neruda retrata así: «rebelde y autodidacta, había hecho una fortuna fabulosa con un diario sensacionalista. Su casa era la encarnación de los sueños de un vibrante nuevo rico. Centenares de jaulas de faisanes de todos los colores y todos los países orillaban el camino. La biblioteca estaba cubierta sólo de libros antiquísimos que compraba por cable en las subastas de bibliógrafos europeos. Pero lo más espectacular era que el piso de esta enorme sala de lectura se revestía totalmente con pieles de pantera cosidas unas a otras hasta formar un solo y gigantescos tapiz. Supe que el hombre tenía agentes en Africa, en Asia y en el Amazonas destinados exclusivamente a recolectar pellejos de leopardos, ocelotes, gatos fenomenales, cuyos lunares estaban ahora brillando bajo mis pies en la fastuosa biblioteca. Así eran las cosas en la casa del famoso Natalio Botana, capitalista poderoso, dominador de la opinión pública de Buenos Aires».
Todos y cada uno, a su manera, mienten. Ni Borges, ni Marechal, ni Arlt ni Neruda escribieron toda la verdad sobre Botana. Lo único verdadero es el registro del sentimiento que era capaz de generar, en su momento de máximo esplendor, un personaje cuya ideología se reducía a una sola consigna: «quiero y puedo».
Es tan difícil imaginar a la orgullosa redacción de Crítica gateando en cuatro patas para recoger del piso los billetes de Botana, como al mismo Botana desparramando el contenido de la billetera a sus pies. En principio, porque allí se ganaban el salario escritores como Conrado Nalé Roxlo, Ulises Petit de Murat, los hermanos González Tuñón, Homero Manzi o César Tiempo, por citar solo algunos ejemplos. Pero también porque Botana cosechó fama de hombre generoso. Petit de Murat llegó a decir «si estoy vivo es gracias a Botana, que pagó todos los gastos de mi internación cuando estuve enfermo de tuberculosis». El jefe de redacción del diario escribió que un día llegó a su escritorio un sobre con cinco mil pesos (el equivalente al precio de un auto en esa época) solo porque a Botana le había gustado la edición de ese día. Muchos de sus redactores dieron testimonio de las periódicas amnistías de vales y adelantos que decretaba el patrón y hasta confesaron públicamente su salario: 900 pesos al mes para el cronista de menor calificación. El doble de lo que pagaba cualquier otro diario.
Sin embargo, la anécdota referida por Borges esconde algo peor: lo que significó en su vida literaria el trabajo en Crítica.

Borges editor
Borges fue codirector, junto a Petit de Murat, de la Revista multicolor de los sábados, nacida un 12 de setiembre de 1933 para acercar a los lectores, por el precio de 10 centavos, la producción literaria de autores hasta entonces desconocidos por el público masivo. Notas del pintor Xul Solar, de los escritores uruguayos Juan Carlos Onetti u Horacio Quiroga, relatos de Kipling, trabajos de Ezequiel Martínez Estrada o cuentos de Chesterton desfilaron por las páginas que Borges editó con pasión y dedicación. Su biógrafa, María Esther Vázquez -la misma que acusa a Botana de populachero- asegura que fue gracias a esa tarea que Borges «encontró su verdadero destino dentro de la literatura». Su compañero de entonces, Petit de Murat, fue aún más allá: «en esos dos años a Borges se lo veía feliz», escribió. Mucho tiempo después, Borges se atrevió a confesar cómo terminaron aquellos días felices. Fue el día que cumplió 35 años, cuando decidió suicidarse.
Borges cuenta que compró un revólver, una novela de Ellery Queen (El misterio de la Cruz egipcia, que ya había leído), una botella de ginebra y alquiló un cuarto en un hotel de Adrogué. Se tiró vestido en la cama, colocó el revólver en su sien y lloró. Lloró porque no tenía coraje para vivir, pero tampoco para matarse. La revelación la tuvo aquel triste 24 de agosto de 1934. Pocos días después, apareció el último número de la mítica revista de CríticaM, su revista. Allí Borges había publicado, en capítulos, uno de sus libros fundamentales: Historia universal de la infamia. Allí Borges había probado por primera y única vez la cocaína, que por entonces se vendía en las farmacias. Allí había descubierto un mundo nuevo: linotipistas, matriceros, diagramadores, cronistas callejeros, que hablan el lenguaje de sus orilleros de fantasía, pero que festejaban su humor y admiraban sus conocimientos. Allí, encontró, incluso, el impulso necesario para vivir un amor clandestino, al que le dedicó, en secreto, sus poemas. Allí, Borges, que hasta hacía poco tiempo escondía ejemplares de sus libros en los sobretodos de los críticos literarios, se había encontrado al fin con miles de lectores que comenzaban a admirarlo. ¿Quiso ese Borges suicidarse porque ese mundo lo agobiaba o porque ese mundo tenía decretado un fin? La pregunta no tiene respuesta. Solo una cosa es absolutamente verdadera: Borges dejó Crítica en setiembre de 1934. Y nadie sabe si fue él quien dijo adiós.
Marechal y Arlt, en cambio, patean el corazón mismo de Botana. Las crónicas policiales de Crítica – que él inventó, con una alquimia exquisita, escogiendo no sólo a quién, sino dictando el cómo, el cuándo y dónde- laten a un ritmo único. Es el pulso con que Botana mide la temperatura social de la Argentina, un electrocardiograma que nadie, hasta entonces, había trazado. Desde sus crónicas policiales, Crítica extiende las fronteras periodísticas hasta alcanzar a los inmigrantes, los obreros recién paridos por un país todavía pre-industrial, los marginados del modelo, los apaleados por los poderosos de turno, los excluidos. Los huele en su propio hedor, los reconoce en sus miserias y les otorga lo único que sólo él les puede dar: épica. Para narrarla, escoge la pluma de los elegidos; talentos todos de exquisita cultura que jamás se hubieran encontrado con las postales que traza la injusticia si él -el gran sabelotodo de los infiernos terrenales- no los hubiese obligado a mirar de cerca esos crímenes.
El horror de Marechal, el asco de Arlt, más que un insulto a Botana deben interpretarse como la repulsión que alcanza a toda una época y salpica a toda una elite. El jefe de redacción de Botana, Francisco Luis Llano, lo explica así: «El periodismo que nació con Crítica no era amarillo, sino escandaloso, como escandaloso fue el Watergate. Era verdadero, aunque oliera a podrido. En un medio nada impaciente por primicias y medroso de herir a tal o cual político, cualquier noticia que se aparte de estos cánones era escandalosa».
En cualquier caso, a Botana nunca le importó lo que opinaran de él. Huía de los aduladores como de la peste. Y cuando le comentaban lo que sus enemigos murmuraban a sus espaldas, daba por terminada la reunión con una frase:
-La única opinión sobre mi persona que me interesa es la del Negro Cipriano. Y no creo que sea muy buena.
Cipriano era Cipriano Arrúe, su fiel valet, lacayo o guardaespaldas. El negro que lo acompañó a la guerra en su adolescencia y lo siguió hasta Crítica, después, y al que Botana llamaba con un humillante silbato.
Neruda, por último, nos obliga a mirar a Botana con los ojos de su época. ¿Quién era ese millonario excéntrico, capaz de sentar a su mesa a dos celebridades literarias y refregarles en la cara como símbolo de riqueza no ya autos, propiedades o mujeres, sino una majestuosa y envidiable biblioteca?

El dueño de todo
Botana tenía tres Rolls Royce -uno negro, uno gris y otro celeste- una quinta con treinta dormitorios, quince salas de baño y una bodega cuyas paredes había pintado el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, durante una larga estadía que culminó cuando lo dejó plantado su mujer, la escritora Blanca Luz Brun. Tiempo después, en la dedicatoria de un libro, Blanca reveló los motivos de su deserción matrimonial. Sólo escribió: «para unos es un santo, para otros Al Capone, pero para mí será siempre mi emperador». Hablaba de Botana, por supuesto, el hombre que jamás se jactó en público de sus romances, simplemente porque en público nunca habló. Escuchó.
Todas las noches, ese mismo hombre sentaba a su mesa -redonda, porque odiaba definir con una silla la cabecera- no menos veinte personas que al menos una vez a la semana compartían su plato favorito: faisán. Los criaba en su quinta de Don Torcuato – que no era grande, sino grandiosa, como bien la definió Llano- luego de enviar a su secretario privado a la India para comprar los casales. Tras la cena -que salvo la noche dedicada a los faisanes, los comensales podían elegir a la carta, como en el mejor restaurante de la ciudad- Botana ofrecía coñac y puros. Los suyos -los que porta en cada una de las pocas fotos que lo recuerdan- no los compartía con nadie. Eran un centímetro más grandes que cualquiera y, según él mismo se jactaba, de mejor calidad que los Partagas con los que convidaba a sus invitados. Se los fabricaban especialmente en La Habana, a medida de sus caprichos y con sus iniciales.
En las paredes de la quinta de Don Torcuato, un friso de mayólicas reproducía escenas de El Quijote que él mismo había seleccionado y que había hecho copiar en Talavera de la Reina, España. Dos leones de yeso se imponían en la entrada y dos leones de sangre y garra rugían en su zoológico privado, donde también había exquisitos ejemplares de geografías lejanas. Sin embargo, de todos los habitantes de Don Torcuato, la fiera más exótica era su mujer, Salvadora Medina Onrubia de Botana, una anarquista, poeta, dramaturga, adicta al éter, el whisky caro, la magia negra y la pasión sin sexo definido, a la que jamás logró domesticar. La llamaban «la Venus roja» y había llegado a la vida de Botana en los primeros días de Crítica, con un hijo natural en los brazos (apodado Pitón) y una belleza desafiante que lo fascinó. Con ella tuvo dos hijos varones (Helvio y Jaime), pero solo logró convencerla de formalizar el matrimonio cuando nació una mujer, Georgina Nicolasa, a la que llamaban La China.

Asco y amargura
Salvadora dejó a todos en claro que nunca fue feliz con Botana y todos sus hijos hicieron saber que jamás sintieron el menor aprecio por su madre. La más dura fue La China, quien mandó una carta a un diario porteño para decirle a su madre: «Haría cualquier cosa por librar a mis hijos del clima en que nosotros crecimos, de la amargura y el asco a la vida que nos hiciste sentir desde que tuvimos uso de razón». Sin embargo, no fue esta la idea que rescató de su abuela el hijo preferido de La China. Dramaturgo y dibujante de talento, heredó de Salvadora su mordaz e incisiva visión de la vida. También esa amargura y ese asco. Se llamaba Raúl Damonte Taborda Botana, aunque todos lo conocieron por el seudónimo que le inventó su abuela: Copi.
Botana, en cambio, siempre calló. Ni siquiera cuando Pitón se pegó un tiro, a los 17 años y en Don Torcuato. Sobre el episodio hay tres versiones. La oficial, que se encargó de difundir Crítica, dice que el arma se disparó accidentalmente, mientras los hermanos Botana jugaban inocentes. Helvio, testigo del episodio, cuenta en su libro Los diente del perro que su hermano se suicidó, tras una discusión con Salvadora, en donde ésta le revela que no era hijo de Botana, sino de un prominente abogado entrerriano de apellido Pérez Colman. La secretaria privada de Salvadora, Emma Barrandeguy, da otra versión: Helvio fue quien le reveló su origen, celoso porque su padre prefería a Pitón y los hermanos se trenzaron «en un juego violento que terminó con un disparo». En cualquier caso, esta muerte quebró definitivamente el delicado equilibrio de la familia Botana y liberó a Salvadora a su suerte, que fue escasa aunque intensa. Desde entonces y hasta su fin, ocurrido en 1972, se le atribuyeron romances con hombres y mujeres y, por último, con un sacerdote de nombre Fernando Giménez, al que su hijo Helvio recuerda, con saña, haberle dicho:
-No sé si llamarlo Padre o padre.
Helvio también cita la última palabra que pronunció su madre: «odio».

El origen del mito
Los que lo conocieron de cerca dicen que Botana tuvo otros amores: Crítica, sus hijos y la timba. En ese orden. Aunque su verdadera pasión fue la lectura. Se la inculcó -como una religión, un vicio o una condena- su madre Nicolasa Millares, una cubana, nieta de venezolanos y pariente directo de Simón Bolívar, que le enseño a leer también inglés, francés y latín y que lo obligó a internarse en un seminario uruguayo para ordenarse cura, con el que pretexto de que encontraría así más tiempo para su formación intelectual. De allí se escapó a los 16 años. Vendió la sotana para financiarse el viaje hasta Gualeguay, a donde llegó en 1904 para pelear a las órdenes de su tío abuelo, el general Basilio Muñoz. De regreso a Montevideo, se inscribió en Derecho hasta que la guerra civil que estalló en 1909 lo devolvió a la acción con el grado de teniente. Fue derrotado en Concordia y confinado en Corrientes, donde aseguran que se convirtió en mercenario, peleando para paraguayos o brasileños, según la paga. La aventura terminó cuando vendió su sable para financiarse el viaje a Buenos Aires. El mito narra que aquí se empleó como hombreador de bolsas en el puerto, aunque no llegó a levantar más que dos. A la tercera se cruzó en su vida Adolfo Berro, hijo de un ex presidente uruguayo, quien le presentó al hombre que se convirtió en su protector: Marcelino Ugarte. Un político conservador que le consiguió el primer empleo en un diario y quien, después, le facilitó los contactos para obtener el dinero necesario para fundar Crítica, el diario que popularizó el socrático lema «Dios me ha puesto sobre vuestra ciudad como a un tábano sobre el noble caballo, para picarlo y mantenerlo despierto».
Fue ese tábano el que le permitió, entre otras cosas, apoyar primero y destruir después al presidente Hipólito Yrigoyen, para quien hacía imprimir todos los días un único ejemplar con noticias falsas que alababan su mandato. El mismo tábano que un general golpista ordenó silenciar, decretando la clausura primero, y la prisión después del propio Botana, su esposa Salvadora y otros quince periodistas. El tábano que saludaba la lucha de los republicanos españoles, proclamaba a Hitler demente, difundía los artículos del rebelde Sandino y agobiaba con primicias a un lector fascinado con el fatal destino de la huerfanita de un conventillo de la Boca o la última columna de Bernard Shaw. «Nosotros le tenemos que decir al público lo que le gusta», repetía a sus redactores Botana, como un verdadero tábano que les chupaba el talento a cambio de mantenerlos con los ojos bien abiertos.
Así logró, finalmente, acumular la fortuna y el poder suficiente como para cumplir con los sueños de su madre. Compró más de mil ejemplares de incunables que acumuló en la más grande biblioteca privada de Latinoamérica y se sentó a leerlos en camisa de seda, el puro en los labios y el revólver en la cintura. Una inmensa, monumental biblioteca que hoy está -literal y trágicamente- desaparecida.

Morir dos veces
La primera muerte de Natalio Botana se produjo la tarde del 6 de agosto de 1941, en Jujuy, víctima de su omnipotencia o su soberbia. El día anterior se había escapado con un grupo de amigos al casino de Termas de Río Hondo, en la provincia de Santiago del Estero, en donde había apostado y ganado una fortuna. Al levantarse de la mesa, escuchó al groupier decir:
-No hay porqué preocuparse. En un rato vuelve a apostar todo lo que ganó.
Cuentan que entonces Botana ordenó partir, para desmentir la predicción del groupier. Señaló como destino otro casino, ubicado en las Termas de Reyes, a treinta kilómetros de la capital de la provincia de Jujuy. Por allí paseaba cuando su Rolls Royce negro se estrelló en los pilares de la ruta. El asfalto le rompió dos costillas, que él quiso que nadie toque hasta que llegara su médico personal desde Buenos Aires. Botana murió cuatro horas después. Había logrado que todos obedezcan su última, estúpida orden.
Hoy, en su envidiado despacho de la Avenida de Mayo, está sentado el comisario mayor Carlos Alberto Moyano, a cargo de la Superintendencia de la Policía Federal, actual propietaria del edificio. No es una metáfora, sino un dato de la realidad argentina, la misma que hacía estallar de melancolía a otro periodista de cuento, el gran Jacobo Timerman, fundador de la revista Primera Plana y el diario La Opinión. Fue él, nada menos él, quien me hizo notar hasta qué punto Botana era un desaparecido. Fue después de una cena en su departamento de la calle Posadas, al que había llegado con el director de cine Eduardo Mignogna, quien trabajaba en un guión sobre la vida de Botana y ansiaba conocer un editor tan macizo, polémico y legendario como él. Jacobo escuchó con interés cómo Mignogna había resuelto el más sutil y obvio acertijo escrito en Crítica: tábano era un anagrama perfecto del apellido Botana. Sin embargo, Jacobo lo desalentó. Todos, dijo esa noche, prefieren recordar la historia triste de un perdedor. Nadie, insistía, prefiere a ese Botana audaz, indomable, desafiante, cuyo único fracaso consistió en contratar un chofer torpe.
-A veces pienso: si este país se olvidó del verdadero Botana, ¿cómo creen que va a recordarme?
Descubrí la respuesta muchos años después, el día que la portada del diario Clarín anunció: «Murió el mejor editor del siglo». Con este homenaje, el periodismo moderno despedía a Jacobo. Y decretaba, definitiva, tácita y sutilmente, la segunda muerte de Natalio Botana.

Nota

Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld

Publicada

el

Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld
Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Ahora que tenemos la atención de todo el mundo, te pedimos algo: ayudanos a encontrar a las o los nietos de Oesterheld, el creador de El Eternauta: compartí estas placas.

Seguir leyendo

Nota

Cien

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día. 

La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán. 

En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.

En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas. 

Cien

En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica. 

Cien

En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

Cien

Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.

En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

Cien

Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.

Más información en www.observatorioluciaperez.org

Seguir leyendo

Nota

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.

Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar

25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..

Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.

      – Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.

Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.

–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.

Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.

La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:

Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género.  Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.

El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.

Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.

Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como  granaderos.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado  notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón  se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Susana, Daniel y Daniela Pavón

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar  que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.

 El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.

La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?

Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.

La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el  centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:

 “Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación  y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.

Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.


Seguir leyendo

Lo más leido

Anticopyright lavaca. Todas nuestras notas pueden ser reproducidas libremente. Agradecemos la mención de la fuente.