Nota
Ronda de Pensamiento Autónomo sobre inseguridad y autodefensa
El dilema fue expuesto con crudeza: ¿Qué deben hacer los movimientos frente a la delincuencia que los amenaza, atemoriza, y roba sus cosas o sus productos? ¿Hay que defenderse? ¿Los ladrones deben ser considerados víctimas del sistema o debe combatírselos? ¿Cómo hacerlo sin caer en la mano dura policial tipo Blumberg, ni en la ingenuidad? Viejas teorías contra nuevas prácticas, y las experiencias de dos MTD a la hora de poner límites. La autodefensa, el zapatismo, y la relación con la policía, entre otras experiencias que sorprendieron a muchos.
En Roca Negra había mosquitos grandes como vampiros. Y a juzgar por la sangre que demostraban haber consumido cuando se los aplastaba de un manotazo, eran vampiros.
El predio de Roca Negra (en Camino General Belgrano y Méndez, donde cada mes se realiza la Ronda a la que asisten integrantes de diversos movimientos sociales) ya tiene blanqueadas las paredes de uno de los galpones donde se realizó Enero Autónomo. La vida continúa y, al margen de los buenos recuerdos (ver en esta página), mayo resulta tan autónomo como cualquier otro mes del año.
La Ronda volvió a tratar como asunto central -zumbando en los oídos- al tema de la inseguridad, aunque no fue el excluyente. En los aprontes, mientras se iban organizando los bancos de madera, hubo comentarios sobre la crisis en San Luis donde la oposición es perseguida por Alberto Rodríguez Sáa sin que el gobierno nacional atine a hacer algo a respecto, y sobre Salta, donde la persecución política y judicial ocurre contra organizaciones como la UTD Mosconi y los pueblos aborígenes. Varios asistentes a la Ronda habían viajado al Foro de Mosconi, realizado el 1º de Mayo, como parte de Alerta Salta, la campaña de denuncia internacional por las violaciones a los derechos humanos y el despojo de recursos naturales que allí se verifican.
Martín dijo: «Lo de Salta y San Luis son ejemplos de algo que se está viendo con claridad: el entramado mafioso de esta democracia de mercado. Los nuevos movimientos están expresando territorialmente respuestas a la situación, porque si no nos come la mafia, nos come el terror y nos come la paranoia. No quiero exagerar, pero me da la impresión de que estamos pensando en cómo parar a un nuevo fascismo lumpen».
Julio comentó que percibió que los reclamos de mano dura, pena de muerte y demás, no terminan de cuajar socialmente. «Frente a toda esa cosa fascistoide se ve cierta capacidad de rechazo en el campo popular».
Víctor no estuvo totalmente de acuerdo, aunque rescató: «Sí parece que la sociedad en su conjunto tuvo el sentido común de no avalar la baja de la edad para imputar a los menores. Hay un sentido común de que determinadas cosas no se pueden aceptar».
También analizó a los discursos: «Hubo un trabajo de gente de izquierda de machacar con el tema de la inseguridad con artículos e intervenciones. Hubo notas en todas partes que salieron a enfrentar los argumentos de la derecha que esta vez no tuvo a sus escribas. Ahí noté una reacción».
Recién llegado desde Río Negro, el Vasco, del MTD de Allen amplió la mira de toda la conversación:
«El problema de estos días no es del modelo, es un problema estructural del imperio y del capitalismo en el mundo. Si observamos la guerra en Irak, los atentados en España, la reacción de la gente, la lucha contra la guerra, lo que surge es que hay un problema del capitalismo mostrando su forma más perversa. No se ve una perspectiva de estabilización del capitalismo sin recurrir a la represión más violenta».
Postuló que cuestiones como la inseguridad revelan agujeros en otros campos: «La institucionalidad muestra a dónde se inclina cuando la derecha presiona. Hasta la cultura de derechos humanos ha quedado desconcertada, porque aprecio que también desde esa perspectiva de luchar por los derechos humanos hay un cierto agotamiento del hecho de vivir pegado a lo ocurrido con la represión en los años del terror. Hay cuestiones mucho más fuertes y novedosas». Mencionó que la derecha tiene cada vez más problemas para sostener un modo político que definió como «pseudo representación popular» y acordó con Martín: «Esto va prefigurando nuevos espacios».
Un señor de gorra y anteojos planteó la pregunta del sábado:
» «Me preocupa qué visión tenemos de la seguridad. Me preocupan incluso mis reacciones fascistas. Digamos: ¿cuál es la actitud frente a la agresión concreta que uno puede sufrir por parte de alguien que te roba, por ejemplo? Vos te rompés plantando zapallo, maíz, y cuando está madurito viene un vecino y se lo afana. Uno muchas veces le dijo al tipo: tenés un pedazo de tierra, te doy semilla, plantá tu zapallo si querés. Puedo decir que es un hombre del pueblo. O un obrero desocupado. Pero cuando me viene a afanar, actúa como un burgués. Entonces, ¿sigo pensando que es alguien del pueblo? ¿Qué se hace con el que viene y se apropia del trabajo de otros compañeros que también están buscando cómo zafar?
» «Yo digo: agarro la escopeta y le pego un tiro. Pero entonces me pregunto: ¿la vida de una persona vale un zapallo? No, pero tampoco puede ser que la gente se desmoralice porque la afanan, y nadie hace nada».
Silencio.
Annabel encaró la charla por otro plano: «Es cierto que el problema del capitalismo es estructural, y eso implica una profunda transformación civilizatoria. O nos concentramos en pensar una política con relación a las instituciones, o nos concentramos enpensar una política con relación a la vida. Cuando pensamos en relación a la vida, aparece esto: cómo enfrentar mi propio fascismo, y también mis resistencias a la transformación. El problema de la inseguridad no lo van a resolver las instituciones ni los derechos humanos, pero habría que pensarlo a partir de las propias experiencias de los movimientos».
Alberto, del MTD de Solano, fumaba en silencio. Sólo escuchaba, y mataba a los mosquitos que se le acercaban.
Martín: «Inseguridad es el nombre de la indefensión. Hemos pasado a un modo de existencia absolutamente precario. La pregunta es: ¿de qué modo, con nuestra capacidad y nuestra potencia, podemos construir alternativas a la indefensión?»
El señor de gorra y anteojos anunció con sencillez y profundidad:
– «Yo no me siento indefenso, teniendo escopeta y cartucho. Lo que me preocupa son las reacciones. Cómo actuamos desde una nueva concepción frente a aquel que viene a romper el trabajo que estamos haciendo. ¿No es lícito defender el trabajo de los compañeros para que no se desmoralicen si nos roban? ¿Y hasta dónde esa licitud te permite reprimir?
– «Por más que yo entienda las causas que pudieron llevar al otro a hacer lo que hizo, en ese momento se comporta como un enemigo. ¿Es lícito reprimir al enemigo? ¿Cuál es el grado de represión tolerable para nosotros? Eso es lo que pregunto. No tengo un problema de inseguridad, lo que quiero conversar es sobre cuáles tendrían que ser mis límites».
Alguien dijo: «Hay que poner límites, sin depender de la policía». Al señor de gorra, tradujo esa respuesta: «O sea, podemos reprimir».
Hubo intervenciones levemente perplejas.
– «Si no matás a tu patrón, ¿por qué vas a matar al que te roba zapatillas?» Estaría tan mal la actitud del que roba como la tuya».
– «El error es definir al otro como un enemigo. No es el enemigo».
– «Es muy difícil establecer una comunicación con la gente que afana. En realidad, el tema tiene que ver con un cambio político mucho más amplio, y eso no se soluciona pensando qué hago con el que me roba en una esquina».
Ezequiel, de la asamblea de El Cid Campeador, el mes anterior había planteado esa cuestión si se quiere antipática, pero crucial: si se va a esperar un cambio de sistema (cuyos plazos de verificación, debe reconocerse, son insondables) ¿qué se hace mientras tanto con respecto a esa sensación de indefensión que padece mucha gente, incluso la de la esquina?
Alguien mencionó que la violencia está también en nosotros, que nunca va a haber una solución institucional a la inseguridad, y que el conjunto de un movimiento es el que tiene que resolver cómo actuar: «Hay que construir espacios distintos, no con escopetas. A lo mejor la escopeta la tenés que usar contra el sistema, pero no contra el que te afana tu produccón. Por ahí tenés que agotar todas las instancias».
El tema quedó colgado en tales términos hasta que Alberto, de Solano, pidió la palabra para contar su experiencia que, debe decirse, sorprendió a más de uno:
«El capitalismo necesita consenso. Ya en la dictadura el consenso lo conseguían con el terror. Actualmente, esto de la inseguridad es totalmente funcional a un capitalismo que necesita ordenar semejante cantidad de gente en la miseria, sin trabajo. Estamos hablando de millones de seres humanos».
«No se hace fácil el discernimiento. Uno va a un barrio y dice ¿qué hacemos con la inseguridad? Y te contestan: que vengan los gendarmes, que venga la policía. Han generado eso a través del terror. Además, muchos sectores trabajan para que se note la inseguridad, que se vea, para infundir más miedo».
«Se nos presenta una cosa concreta. No queremos el fascismo ni la represión, pero en nuestros barrios las principales bandas, ya no son de clase, o del pueblo. Trabajan para la policía. Buchonean y te delatan. Para eso están. Yo no los reivindicaría como algo relacionado con el pueblo. Y son funcionales a la corrupción institucional. Porque la principal inseguridad es ese: tener instituciones corrompidas con el narcotráfico, el robo de autos, el juego, la prostitución. Ahí está metida la policía y son los negocios y cajas de los partidos políticos para financiarse y enriquecerse de manera alevosa, como todos estos años.
«Y la justicia: hay jueces que laburan para estas bandas, como hay intendentes, diputados, senadores. Ahí cierra el triángulo. La inseguridad es esta situación del capitalismo donde se han roto todos los códigos.
«Nosotros no reivindicamos a un tipo que trabaja para la policía. El raterismo en los barrios
a nosotros nos pasó con una banda que vino y ns robó todo un techo de chapa que era carísimo. Dijimos ¿qué vamos a hacer? Se averiguó donde estaban las chapas, y las fuimos a recuperar. Se trajeron las chapas. Flor de quilombo. Se guardaron, y un grupo de seguridad se quedó de guardia.
«A la noche cayeron 20 tipos. Se les había tocado la impunidad. Hubo un combate: piedras, palos, algún tiro al aire, pero no llegó a más. La discusión en el movimiento: ¿cómo seguimos? La decisión fue no seguir asumiendo como movimiento ese tipo de prácticas de ir al frente, y quedar focalizados, en la mira. Fue un debate duro. Había compañeros que decían: «No podemos seguir así, con esas ratas. Los de la banda una mañana esperaron a uno de los pibes del movimiento, que iba con la tía, una señora de 50 ó 60 años, a la que le abrieron la cabeza de un culatazo.
«¿Qué pasó ahí? El barrio supo resolverlo. No hicimos nada como movimiento, pero unos compañeros fueron, agarraron al cabecilla de la banda, y le dieron seis tiros. Zafó, no lo mataron. Pero se entendió el mensaje. No fue el movimiento sino la gente del barrio.
«Entonces no se puede reivindicar a tipos que son dañinos, que trabajan para la policía, que no tienen códigos, que si pueden te matan porque están pasados de falopa o lo que sea.
«Es un tema muy complejo, pero lo peor sería quedar atrapado en la lógica de que hay que defender al chorro porque es del pueblo».
Alberto siguió con un paneo más general del territorio.
«Lo de Blumberg caló en los barrios, es la preparación o la antesala a una sociedad donde van a terminar metiendo a las fuerzas armadas para generar el orden. En los 70 era el orden avalado por el terror. Yo creo que ahora quieren madurar la generación de un consenso, para que cuando salgan los militares a la calle la gente tire papelitos. En Fuerte Apache está la gendarmería y la gente dice ‘ahora se puede vivir’ cuando la responsabilidad del Estado era resolver las cosas sin gendarmes. Se viene una etapa difícil».
Daniel dijo que la vieja idea del Estado dejó de existir, y que hoy se trata de corporaciones mafiosas. Julio contó que en Tucumán existe concretamente una mafia institucionalizada, que resuelve reclamos de la población por un 20 por ciento.
Como modelo de la psicosis estatal represiva, se mencionó el fallo de la Cámara de Casación que considera delito cualquier corte o entorpecimiento de tránsito, y la denuncia de un juez por «apología del crimen» contra tres concejos deliberantes bonaerenses (La Plata, Berisso y Ensenada) por apoyar a ex trabajadores de Repsol YPF que cortaron el acceso a una destilería, reclamando la deuda que el Estado y la empresa tienen con ellos tras la privatización.
El Vasco retomó la palabra. «A mí me parece que lo principal de toda esta descomposición es que trastoca las relaciones humanas. El miedo, la inseguridad, tienen que ver con el intento e someternos a las relaciones -entre nosotros- que quiere el imperio. Y es en todo el mundo. Hay una barbarie tecnologizada que necesita imponer relaciones de miedo, de disgregación y atomización muy fuertes. El problema no es simplemente que la inseguridad venga por no tener comida, sino que parte de cómo nos cambia la vida, las relaciones de amistad, los encuentros, lo que hacemos. Ni hablar de las relaciones sociales más amplias.
«¿Por donde pasa la resistencia? Por tratar de luchar para seguir estableciendo nuevas relaciones. Los Mapuches, en Chile, llegan de nuevo a la convicción de luchar contra el ahuincamiento, la conversión de su propia identidad en la del huinca, el blanco. Están en recuperar las viejas relaciones de libertad que tuvieron y que les permitió su crecimiento como pueblo.
«Me parece que ahí está el nudo. El esfuerzo tiene que estar destinado a la subjetividad, al establecimiento de nuevas relaciones, y a irradiarlas».
Mirando a Alberto de reojo, dijo:
«También tenemos nuestra historia. Nos robaron todos los ladrillos para construir un galpón, 50 bolsas de cemento, y el techo completo. Era un esfuerzo impresionante que habíamos puesto para tener eso. Y lo robó un ex compañero del movimiento. Se entongó con alguien de la policía, y nos robó todo.
«¿Qué hace el movimiento? Lo primero, salimos a la calle y vamos para la casa del tipo a sacarle todo. Al salir todo el movimiento, aparece la policía. Igual se trata de recuperar los materiales, protesta contra la policía y todo termina en la comisaría. Lo que fue importante fue cómo los compañeros conformaron una situación de nuevo pensamiento sobre cómo luchar y defender lo que estábamos haciendo.
«Les digo sinceramente: no le hacemos asco a meter la mano en varios lugares cuando es necesario. Yo creo que fue buena la presencia de la policía, porque si no, nos hubiesen hecho el juicio a nosotros y tendríamos otra causa más en contra. Si hay que hacer la denuncia en la policía, se hace. Se trata de preservar lo que estamos haciendo y a partir de ese momento, la movilización tuvo tal trascendencia en el pueblo, que la policía también cuida ahora que nadie nos robe porque saben que va a haber problemas con el movimiento. Problemas para la policía, para la justicia, para el intendente, y para el que nos robe.
«Con la policía no queremos saber absolutamente nada, claro, pero a veces la vida se desenvuelve así. Y las cosas hay que resolverlas en el ámbito de la vida. Levantamos el galpón. Pero ojo, no cosntruimos galpones. Construimos relaciones que nos permitan buscar una vida distinta».
Y cerrando, otra definición fuerte:
«En ese sentido soy admirador de los zapatistas: no creo que haya posibilidades de construcción de espacios y territorios de la autonomía sin una herramienta que los defienda. En algún momento vamos a tener que pensarla. Me parece muy creativo el papel del Ejército Zapatista en cuanto al resguardo que presupone para el movimiento».
Ricardo: «Estamos atravesando un desierto, un vacío existencial, eso es lo que está debajo de toda la violencia. Es una catástrofe material y espiritual. No creo que vayamos hacia épocas de paz.
«¿Cómo resistir? Tal vez el camino sea emboscarse, retirarse, enfeudarse. Digo feudo en el sentido de la libertad, porque el feudo también protegía, no fue algo puramente negativo. Tal vez estemos ante un ocaso de la sociedad, una fragmentación, y ningún parámetro nos cierra. Tampoco la lucha política nos cierra. Hay una especie de guerra civil mundial por el trabajo. Pero tal vez los que no tienen trabajo posean un horizonte de libertad mayor que el de los que sí lo tienen. En realidad, el trabajo también representa una condena».
Alguien retomó lo anterior: «El zapatismo tiene un ejército, que puede o no usar. Lo tiene para mostrar: ‘podemos resistir’. Yo creo que en los barrios el tema no es tener que estar armados, sino tomar conciencia de que la única defensa va a partir de la sociedad misma».
Patricio: «Estoy de acuerdo, atravesamos el desierto, también tiene razón Daniel (quien había hablado de la caída de los organizadores sociales como el Estado, la seguridad en el trabajo, etcétera) pero yo me alegro de que haya muerto la cultura del trabajo. No hablo del trabajo autogestivo, claro, pero celebro que se caiga eso del tipo que tiene segura la casita y la monotonía a cambio del salario.
«Creo que hay crisis de representación. En Cutral Có apedreaban a jueces por no condenar a violadores. Se está cortando la idea de que las instituciones son mediadoras. ¿Eso puede llevar a un fascismo? Sí, es un riesgo, pero también puede llevar a cosas más interesantes».
Martín: «La gran apuesta es transformar las relaciones. Esa esla primera defensa. En el pensamiento, en la producción y en lo afectivo. Eso es de una fuerza impresionante».
Las Rondas terminan de a poco, sin conclusiones terminantes ni definiciones enfáticas. Tal vez se trate -ese también- de un nuevo modo de relación y conversación, permitiendo que el pensamiento quede circulando en cada mente hasta la próxima. Será el primer sábado de junio.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

Nota
Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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