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Ronda de Pensamiento Autónomo sobre inseguridad y autodefensa

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El dilema fue expuesto con crudeza: ¿Qué deben hacer los movimientos frente a la delincuencia que los amenaza, atemoriza, y roba sus cosas o sus productos? ¿Hay que defenderse? ¿Los ladrones deben ser considerados víctimas del sistema o debe combatírselos? ¿Cómo hacerlo sin caer en la “mano dura” policial tipo Blumberg, ni en la ingenuidad? Viejas teorías contra nuevas prácticas, y las experiencias de dos MTD a la hora de poner límites. La autodefensa, el zapatismo, y la relación con la policía, entre otras experiencias que sorprendieron a muchos.

En Roca Negra había mosquitos grandes como vampiros. Y a juzgar por la sangre que demostraban haber consumido cuando se los aplastaba de un manotazo, eran vampiros.

El predio de Roca Negra (en Camino General Belgrano y Méndez, donde cada mes se realiza la Ronda a la que asisten integrantes de diversos movimientos sociales) ya tiene blanqueadas las paredes de uno de los galpones donde se realizó Enero Autónomo. La vida continúa y, al margen de los buenos recuerdos (ver en esta página), mayo resulta tan autónomo como cualquier otro mes del año.

La Ronda volvió a tratar como asunto central -zumbando en los oídos- al tema de la inseguridad, aunque no fue el excluyente. En los aprontes, mientras se iban organizando los bancos de madera, hubo comentarios sobre la crisis en San Luis donde la oposición es perseguida por Alberto Rodríguez Sáa sin que el gobierno nacional atine a hacer algo a respecto, y sobre Salta, donde la persecución política y judicial ocurre contra organizaciones como la UTD Mosconi y los pueblos aborígenes. Varios asistentes a la Ronda habían viajado al Foro de Mosconi, realizado el 1º de Mayo, como parte de Alerta Salta, la campaña de denuncia internacional por las violaciones a los derechos humanos y el despojo de recursos naturales que allí se verifican.

Martín dijo: “Lo de Salta y San Luis son ejemplos de algo que se está viendo con claridad: el entramado mafioso de esta democracia de mercado. Los nuevos movimientos están expresando territorialmente respuestas a la situación, porque si no nos come la mafia, nos come el terror y nos come la paranoia. No quiero exagerar, pero me da la impresión de que estamos pensando en cómo parar a un nuevo fascismo lumpen”.

Julio comentó que percibió que los reclamos de mano dura, pena de muerte y demás, no terminan de cuajar socialmente. “Frente a toda esa cosa fascistoide se ve cierta capacidad de rechazo en el campo popular”.

Víctor no estuvo totalmente de acuerdo, aunque rescató: “Sí parece que la sociedad en su conjunto tuvo el sentido común de no avalar la baja de la edad para imputar a los menores. Hay un sentido común de que determinadas cosas no se pueden aceptar”.

También analizó a los discursos: “Hubo un trabajo de gente de izquierda de machacar con el tema de la inseguridad con artículos e intervenciones. Hubo notas en todas partes que salieron a enfrentar los argumentos de la derecha que esta vez no tuvo a sus escribas. Ahí noté una reacción”.

Recién llegado desde Río Negro, el Vasco, del MTD de Allen amplió la mira de toda la conversación:

“El problema de estos días no es del modelo, es un problema estructural del imperio y del capitalismo en el mundo. Si observamos la guerra en Irak, los atentados en España, la reacción de la gente, la lucha contra la guerra, lo que surge es que hay un problema del capitalismo mostrando su forma más perversa. No se ve una perspectiva de estabilización del capitalismo sin recurrir a la represión más violenta”.

Postuló que cuestiones como la inseguridad revelan agujeros en otros campos: “La institucionalidad muestra a dónde se inclina cuando la derecha presiona. Hasta la cultura de derechos humanos ha quedado desconcertada, porque aprecio que también desde esa perspectiva de luchar por los derechos humanos hay un cierto agotamiento del hecho de vivir pegado a lo ocurrido con la represión en los años del terror. Hay cuestiones mucho más fuertes y novedosas”. Mencionó que la derecha tiene cada vez más problemas para sostener un modo político que definió como “pseudo representación popular” y acordó con Martín: “Esto va prefigurando nuevos espacios”.

Un señor de gorra y anteojos planteó la pregunta del sábado:

” “Me preocupa qué visión tenemos de la seguridad. Me preocupan incluso mis reacciones fascistas. Digamos: ¿cuál es la actitud frente a la agresión concreta que uno puede sufrir por parte de alguien que te roba, por ejemplo? Vos te rompés plantando zapallo, maíz, y cuando está madurito viene un vecino y se lo afana. Uno muchas veces le dijo al tipo: tenés un pedazo de tierra, te doy semilla, plantá tu zapallo si querés. Puedo decir que es un hombre del pueblo. O un obrero desocupado. Pero cuando me viene a afanar, actúa como un burgués. Entonces, ¿sigo pensando que es alguien del pueblo? ¿Qué se hace con el que viene y se apropia del trabajo de otros compañeros que también están buscando cómo zafar?

” “Yo digo: agarro la escopeta y le pego un tiro. Pero entonces me pregunto: ¿la vida de una persona vale un zapallo? No, pero tampoco puede ser que la gente se desmoralice porque la afanan, y nadie hace nada”.



Silencio.

Annabel encaró la charla por otro plano: “Es cierto que el problema del capitalismo es estructural, y eso implica una profunda transformación civilizatoria. O nos concentramos en pensar una política con relación a las instituciones, o nos concentramos enpensar una política con relación a la vida. Cuando pensamos en relación a la vida, aparece esto: cómo enfrentar mi propio fascismo, y también mis resistencias a la transformación. El problema de la inseguridad no lo van a resolver las instituciones ni los derechos humanos, pero habría que pensarlo a partir de las propias experiencias de los movimientos”.

Alberto, del MTD de Solano, fumaba en silencio. Sólo escuchaba, y mataba a los mosquitos que se le acercaban.

Martín: “Inseguridad es el nombre de la indefensión. Hemos pasado a un modo de existencia absolutamente precario. La pregunta es: ¿de qué modo, con nuestra capacidad y nuestra potencia, podemos construir alternativas a la indefensión?”

El señor de gorra y anteojos anunció con sencillez y profundidad:

– “Yo no me siento indefenso, teniendo escopeta y cartucho. Lo que me preocupa son las reacciones. Cómo actuamos desde una nueva concepción frente a aquel que viene a romper el trabajo que estamos haciendo. ¿No es lícito defender el trabajo de los compañeros para que no se desmoralicen si nos roban? ¿Y hasta dónde esa licitud te permite reprimir?

– “Por más que yo entienda las causas que pudieron llevar al otro a hacer lo que hizo, en ese momento se comporta como un enemigo. ¿Es lícito reprimir al enemigo? ¿Cuál es el grado de represión tolerable para nosotros? Eso es lo que pregunto. No tengo un problema de inseguridad, lo que quiero conversar es sobre cuáles tendrían que ser mis límites”.



Alguien dijo: “Hay que poner límites, sin depender de la policía”. Al señor de gorra, tradujo esa respuesta: “O sea, podemos reprimir”.

Hubo intervenciones levemente perplejas.

– “Si no matás a tu patrón, ¿por qué vas a matar al que te roba zapatillas?” Estaría tan mal la actitud del que roba como la tuya”.

– “El error es definir al otro como un enemigo. No es el enemigo”.

– “Es muy difícil establecer una comunicación con la gente que afana. En realidad, el tema tiene que ver con un cambio político mucho más amplio, y eso no se soluciona pensando qué hago con el que me roba en una esquina”.



Ezequiel, de la asamblea de El Cid Campeador, el mes anterior había planteado esa cuestión si se quiere antipática, pero crucial: si se va a esperar un cambio de sistema (cuyos plazos de verificación, debe reconocerse, son insondables) ¿qué se hace mientras tanto con respecto a esa sensación de indefensión que padece mucha gente, incluso la de la esquina?

Alguien mencionó que la violencia está también en nosotros, que nunca va a haber una solución institucional a la inseguridad, y que el conjunto de un movimiento es el que tiene que resolver cómo actuar: “Hay que construir espacios distintos, no con escopetas. A lo mejor la escopeta la tenés que usar contra el sistema, pero no contra el que te afana tu produccón. Por ahí tenés que agotar todas las instancias”.

El tema quedó colgado en tales términos hasta que Alberto, de Solano, pidió la palabra para contar su experiencia que, debe decirse, sorprendió a más de uno:



“El capitalismo necesita consenso. Ya en la dictadura el consenso lo conseguían con el terror. Actualmente, esto de la inseguridad es totalmente funcional a un capitalismo que necesita ordenar semejante cantidad de gente en la miseria, sin trabajo. Estamos hablando de millones de seres humanos”.

“No se hace fácil el discernimiento. Uno va a un barrio y dice ¿qué hacemos con la inseguridad? Y te contestan: que vengan los gendarmes, que venga la policía. Han generado eso a través del terror. Además, muchos sectores trabajan para que se note la inseguridad, que se vea, para infundir más miedo”.

“Se nos presenta una cosa concreta. No queremos el fascismo ni la represión, pero en nuestros barrios las principales bandas, ya no son de clase, o del pueblo. Trabajan para la policía. Buchonean y te delatan. Para eso están. Yo no los reivindicaría como algo relacionado con el pueblo. Y son funcionales a la corrupción institucional. Porque la principal inseguridad es ese: tener instituciones corrompidas con el narcotráfico, el robo de autos, el juego, la prostitución. Ahí está metida la policía y son los negocios y cajas de los partidos políticos para financiarse y enriquecerse de manera alevosa, como todos estos años.

“Y la justicia: hay jueces que laburan para estas bandas, como hay intendentes, diputados, senadores. Ahí cierra el triángulo. La inseguridad es esta situación del capitalismo donde se han roto todos los códigos.

“Nosotros no reivindicamos a un tipo que trabaja para la policía. El raterismo en los barrios… a nosotros nos pasó con una banda que vino y ns robó todo un techo de chapa que era carísimo. Dijimos ¿qué vamos a hacer? Se averiguó donde estaban las chapas, y las fuimos a recuperar. Se trajeron las chapas. Flor de quilombo. Se guardaron, y un grupo de seguridad se quedó de guardia.

“A la noche cayeron 20 tipos. Se les había tocado la impunidad. Hubo un combate: piedras, palos, algún tiro al aire, pero no llegó a más. La discusión en el movimiento: ¿cómo seguimos? La decisión fue no seguir asumiendo como movimiento ese tipo de prácticas de ir al frente, y quedar focalizados, en la mira. Fue un debate duro. Había compañeros que decían: “No podemos seguir así, con esas ratas. Los de la banda una mañana esperaron a uno de los pibes del movimiento, que iba con la tía, una señora de 50 ó 60 años, a la que le abrieron la cabeza de un culatazo.

“¿Qué pasó ahí? El barrio supo resolverlo. No hicimos nada como movimiento, pero unos compañeros fueron, agarraron al cabecilla de la banda, y le dieron seis tiros. Zafó, no lo mataron. Pero se entendió el mensaje. No fue el movimiento sino la gente del barrio.

“Entonces no se puede reivindicar a tipos que son dañinos, que trabajan para la policía, que no tienen códigos, que si pueden te matan porque están pasados de falopa o lo que sea.

“Es un tema muy complejo, pero lo peor sería quedar atrapado en la lógica de que hay que defender al chorro porque es del pueblo”.



Alberto siguió con un paneo más general del territorio.

“Lo de Blumberg caló en los barrios, es la preparación o la antesala a una sociedad donde van a terminar metiendo a las fuerzas armadas para generar el orden. En los 70 era el orden avalado por el terror. Yo creo que ahora quieren madurar la generación de un consenso, para que cuando salgan los militares a la calle la gente tire papelitos. En Fuerte Apache está la gendarmería y la gente dice ‘ahora se puede vivir’ cuando la responsabilidad del Estado era resolver las cosas sin gendarmes. Se viene una etapa difícil”.



Daniel dijo que la vieja idea del Estado dejó de existir, y que hoy se trata de corporaciones mafiosas. Julio contó que en Tucumán existe concretamente una mafia institucionalizada, que resuelve reclamos de la población por un 20 por ciento.

Como modelo de la psicosis estatal represiva, se mencionó el fallo de la Cámara de Casación que considera delito cualquier corte o entorpecimiento de tránsito, y la denuncia de un juez por “apología del crimen” contra tres concejos deliberantes bonaerenses (La Plata, Berisso y Ensenada) por apoyar a ex trabajadores de Repsol YPF que cortaron el acceso a una destilería, reclamando la deuda que el Estado y la empresa tienen con ellos tras la privatización.



El Vasco retomó la palabra. “A mí me parece que lo principal de toda esta descomposición es que trastoca las relaciones humanas. El miedo, la inseguridad, tienen que ver con el intento e someternos a las relaciones -entre nosotros- que quiere el imperio. Y es en todo el mundo. Hay una barbarie tecnologizada que necesita imponer relaciones de miedo, de disgregación y atomización muy fuertes. El problema no es simplemente que la inseguridad venga por no tener comida, sino que parte de cómo nos cambia la vida, las relaciones de amistad, los encuentros, lo que hacemos. Ni hablar de las relaciones sociales más amplias.

“¿Por donde pasa la resistencia? Por tratar de luchar para seguir estableciendo nuevas relaciones. Los Mapuches, en Chile, llegan de nuevo a la convicción de luchar contra el ahuincamiento, la conversión de su propia identidad en la del huinca, el blanco. Están en recuperar las viejas relaciones de libertad que tuvieron y que les permitió su crecimiento como pueblo.

“Me parece que ahí está el nudo. El esfuerzo tiene que estar destinado a la subjetividad, al establecimiento de nuevas relaciones, y a irradiarlas”.

Mirando a Alberto de reojo, dijo:

“También tenemos nuestra historia. Nos robaron todos los ladrillos para construir un galpón, 50 bolsas de cemento, y el techo completo. Era un esfuerzo impresionante que habíamos puesto para tener eso. Y lo robó un ex compañero del movimiento. Se entongó con alguien de la policía, y nos robó todo.

“¿Qué hace el movimiento? Lo primero, salimos a la calle y vamos para la casa del tipo a sacarle todo. Al salir todo el movimiento, aparece la policía. Igual se trata de recuperar los materiales, protesta contra la policía y todo termina en la comisaría. Lo que fue importante fue cómo los compañeros conformaron una situación de nuevo pensamiento sobre cómo luchar y defender lo que estábamos haciendo.

“Les digo sinceramente: no le hacemos asco a meter la mano en varios lugares cuando es necesario. Yo creo que fue buena la presencia de la policía, porque si no, nos hubiesen hecho el juicio a nosotros y tendríamos otra causa más en contra. Si hay que hacer la denuncia en la policía, se hace. Se trata de preservar lo que estamos haciendo y a partir de ese momento, la movilización tuvo tal trascendencia en el pueblo, que la policía también cuida ahora que nadie nos robe porque saben que va a haber problemas con el movimiento. Problemas para la policía, para la justicia, para el intendente, y para el que nos robe.

“Con la policía no queremos saber absolutamente nada, claro, pero a veces la vida se desenvuelve así. Y las cosas hay que resolverlas en el ámbito de la vida. Levantamos el galpón. Pero ojo, no cosntruimos galpones. Construimos relaciones que nos permitan buscar una vida distinta”.

Y cerrando, otra definición fuerte:

“En ese sentido soy admirador de los zapatistas: no creo que haya posibilidades de construcción de espacios y territorios de la autonomía sin una herramienta que los defienda. En algún momento vamos a tener que pensarla. Me parece muy creativo el papel del Ejército Zapatista en cuanto al resguardo que presupone para el movimiento”.

Ricardo: “Estamos atravesando un desierto, un vacío existencial, eso es lo que está debajo de toda la violencia. Es una catástrofe material y espiritual. No creo que vayamos hacia épocas de paz.

“¿Cómo resistir? Tal vez el camino sea emboscarse, retirarse, enfeudarse. Digo feudo en el sentido de la libertad, porque el feudo también protegía, no fue algo puramente negativo. Tal vez estemos ante un ocaso de la sociedad, una fragmentación, y ningún parámetro nos cierra. Tampoco la lucha política nos cierra. Hay una especie de guerra civil mundial por el trabajo. Pero tal vez los que no tienen trabajo posean un horizonte de libertad mayor que el de los que sí lo tienen. En realidad, el trabajo también representa una condena”.



Alguien retomó lo anterior: “El zapatismo tiene un ejército, que puede o no usar. Lo tiene para mostrar: ‘podemos resistir’. Yo creo que en los barrios el tema no es tener que estar armados, sino tomar conciencia de que la única defensa va a partir de la sociedad misma”.

Patricio: “Estoy de acuerdo, atravesamos el desierto, también tiene razón Daniel (quien había hablado de la caída de los organizadores sociales como el Estado, la seguridad en el trabajo, etcétera) pero yo me alegro de que haya muerto la cultura del trabajo. No hablo del trabajo autogestivo, claro, pero celebro que se caiga eso del tipo que tiene segura la casita y la monotonía a cambio del salario.

“Creo que hay crisis de representación. En Cutral Có apedreaban a jueces por no condenar a violadores. Se está cortando la idea de que las instituciones son mediadoras. ¿Eso puede llevar a un fascismo? Sí, es un riesgo, pero también puede llevar a cosas más interesantes”.

Martín: “La gran apuesta es transformar las relaciones. Esa esla primera defensa. En el pensamiento, en la producción y en lo afectivo. Eso es de una fuerza impresionante”.

Las Rondas terminan de a poco, sin conclusiones terminantes ni definiciones enfáticas. Tal vez se trate -ese también- de un nuevo modo de relación y conversación, permitiendo que el pensamiento quede circulando en cada mente hasta la próxima. Será el primer sábado de junio.

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La Ronda en la mirada de Alejandra López

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Octava entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa Alejandra López.

Toda la producción de La Ronda será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Por Alejandra López

Cuando Claudia Acuña me propuso que fotografiáramos la Ronda de las Madres con un grupo de colegas, acepté sin dudar con gran alegría por varias razones. Por una lado, la urgencia del registro ahora que se nos van poniendo viejitas, y por otro, la necesidad de emprender un proyecto colectivo.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

He ido muchas veces a la Ronda. Una de mis primeras veces, yo fotógrafa debutante, lloré durante toda la cobertura y una de las Madres (no sé quién fue) me retó con ternura: “Sin llorar”, me dijo, y repitió: “Sin llorar”. 

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Siempre hay algo de esa primera vez: la emoción, la admiración sin límites, y,  sobre todo, el asombro ante esa capacidad increíble de sostener el ritual de lucha durante 47 años.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Hice mis fotos el jueves 21 de marzo, en la Ronda número 2397.

Hoy más que nunca #memoriaverdadyjusticia.

Mi humilde homenaje a estas mujeres que, junto con Abuelas, son nuestro faro.

La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López

Sobre Alejandra López

Retratista.

Empezó a trabajar profesionalmente en 1990 haciendo fotografía teatral y en la revista El Porteño.

Durante 14 años fue fotógrafa de staff de la revista Viva del diario Clarín, donde fotografió a innumerables personajes del espectáculo y ha publicado en revistas como Elle, La Nación Revista, Brando, Harper’s Bazaar, Le Figaro Magazine, Bacanal.

Actualmente se dedica a la fotografía para gráficas de teatro y cine, colabora con la revista L’Officiel y es reconocida además por sus retratos de escritor, algunos ya icónicos, para editoriales de libros como Penguin Random House y Planeta.

Ha realizado numerosas muestras: Retratos (2001), La máscara (en el Festival Internacional de Teatro), Retratos de la Memoria, (imágenes de sobrevivientes del Holocausto) en el Museo Judío de Frankfurt, Calendario FOE 2009 y en junio del 2011, la exposición Algunos escritores, en la Fotogalería del Teatro San Martín. En 2021, realizó Ese día, una serie de retratos de víctimas sobrevivientes del atentado a la Amia. En 2023, Belleza Marrón, en el Centro Cultural Borges, (ensayo en colaboración con la agrupación Identidad Marrón).

Para ver más: en Instagram @alejandralopezfotografa

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La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…

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Se cumplen hoy 47 años de la primera aparición de las Madres en la Plaza de Mayo. La fecha llega en un momento en el que lavaca ha puesto en marcha un registro fotográfico colaborativo sobre las actuales rondas de Madres: una forma de homenaje, sabiendo que la memoria no es hablar del pasado, sino comprenderlo para actuar en el presente y el futuro.

Esta es una recorrida entonces, con un resumen del antes, el durante y el después de la instauración del terrorismo de Estado. Cuenta el nacimiento de la organización de estas mujeres que salieron a reclamar por la vida y, frente al horror y la desaparición de sus hijos e hijas, y lograron lo que parecía inconcebible: transformar el dolor en acción. ¿Cómo lo hicieron? Un recorrido por las últimas décadas, y algunas cuestiones prácticas sobre los tejidos, los territorios, las brujas y los alumbramientos. El video que muestra parte de la historia.

Por Sergio Ciancaglini

La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…
La historia de las Madres de Plaza de Mayo.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos.

La historia suele ser infinita, ¿cómo contarla?

Habría que hablar de un siglo XX Cambalache, que empezó con el país granero del mundo, con trabajo para pocos, democracia para pocos, dinero para menos, alguna ilusión de tiempos mejores, seguida de décadas infames. Surgió luego un gobierno que generó una expectativa de más justicia, y más democracia. La política empezaba a estar en las calles, en las plazas, en la cabeza y en el corazón de cada persona.

Ese gobierno fue tumbado en 1955 por los poderes económicos, políticos y militares de siempre. Poco antes los golpistas habían bombardeado con la aviación militar a transeúntes inocentes en plaza de Mayo. Más de 300 muertos. Que hubiera más igualdad de oportunidades, o mejor distribución de la riqueza, era una maldición que había que mutilar. Tierra extraña; aquí siempre hubo una envidia al revés. Los ricos envidiaron a los pobres, odiaron que los pobres pudiesen mejorar.

En 1956 aquella dictadura fue pionera: secuestró ilegalmente a decenas de personas acusándolas de planear una rebelión. Los militares ordenaron los fusilamientos en los basurales de José León Suárez. Fue la Operación Masacre, como la llamó Rodolfo Walsh en un libro inolvidable. Lo que nadie sabía, ni siquiera Walsh, es que la Operación Masacre apenas empezaba.

Poco después, en una pequeña isla del Caribe frente a las narices de los Estados Unidos, hubo una revolución que se proclamó socialista. Los militares argentinos temieron que esa revolución fuese contagiosa, y gatillaron sus armas junto a los de todo el continente.

Siguieron los tiempos de proscripción política, censura, gobiernos civiles derrocados, gobiernos militares que se iban tumbando entre ellos, mientras las fuerzas armadas actuaban como tropas de ocupación en su propio país, como trincheras contra la democracia, en nombre de la lucha contra el socialismo.

Frente a eso, crecía la resistencia de quienes que no se resignaban al silencio, la censura, ni al olvido. Resistían los mayores, con una especie de nostalgia por el pasado. Y resistían también los jóvenes, como añorando el futuro, pero un futuro que querían construir con sus propias manos.

El surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo

Un argentino que había puesto la mente y el corazón para aquella revolución en la isla del Caribe, fue capturado y fusilado cuando quiso hacer algo parecido en Bolivia. Le decían Che. Los que lo mataron no sabían que lo estaban inmortalizando. El mundo se ponía violento. En todo el planeta oleadas de jóvenes salían a reclamar justicia, igualdad, rechazo a la guerra y la muerte, un mundo distinto.

En la Argentina las dictaduras seguían tropezando con las resistencias. Hubo un Cordobazo, un Rosariazo, la juventud se movilizaba pintando paredes y pintando proyectos. La democracia seguía presa. La violencia militar seguía libre. Nacieron las organizaciones guerrilleras, que quisieron agregarle armas a toda esa resistencia.

Tal vez esta historia haya que comenzarla, entonces, en 1972. El 22 de agosto en Trelew hubo una nueva versión de la Operación Masacre. Allí habían detenido a miembros de varias agrupaciones guerrilleras. Fueron acribillados a balazos, indefensos, con el falso pretexto de un intento fuga. Mataron a 16. Hubo tres que sobrevivieron por milagro, y contaron lo que había pasado. Tal vez en aquel momento, cuando el crimen fue evidente, los estrategas militares empezaron a diseñar la represión del futuro: matar sin evidencias.

Las movilizaciones protagonizadas fundamentalmente por la juventud, empezaban a ser gigantescas. La trinchera militar no soportó la correntada de tantos sueños, y en 1973 la vida pareció cambiar. Una multitud obligó a liberar a los presos políticos. La ilusión no duró demasiado.

Fue una danza alucinada.

Cámpora ganó las elecciones. Volvió Perón. En Ezeiza las patotas de la derecha peronista acribillaron a las columnas juveniles. Perón apoyó a esos grupos, contra la juventud. Cayó Cámpora. Asumió Lastiri que era el yerno de José López Rega. López Rega era ex policía, nazi militante, secretario privado de Perón, ministro de Bienestar Social, y astrólogo esotérico. Como si su brujería funcionara, concentró cada vez más poder. Lastiri llamó a nuevas elecciones que ganó Perón. Ocho meses después, murió Perón y asumió su esposa Isabel. La sociedad miraba aturdida, mientras el sistema de la muerte se instalaba alrededor de López Rega, que organizó a los matones policiales, militares y a las patotas de la derecha, para crear un monstruo al que llamaron Triple A. Alianza Anticomunista Argentina.

La Triple A era un escuadrón de la muerte, un grupo paramilitar con vía libre para salir a matar. Estudiantes, intelectuales, sacerdotes, artistas, sindicalistas, obreros: la sucesión de fusilamientos se hizo cotidiana, el terror empezó a ser la genética de cada día.
La lista es macabra. Cientos de víctimas. Por recordar algunos: Rodolfo Ortega Peña, diputado nacional y abogado de presos políticos. Carlos Mujica, sacerdote del Tercer Mundo, Silvio Frondizi, uno de los principales intelectuales que dio la izquierda argentina, Julio Troxler, que había sobrevivido a los fusilamientos de 1956. Atilio López, uno de los dirigentes del Cordobazo, que durante la breve etapa camporista fue vicegobernador de Córdoba.

Los bombardeos en Plaza de Mayo y la matanza en los basurales habían sido premoniciones.
Los fusilamientos de Trelew fueron una secuela.

La Triple A fue el perfeccionamiento del crimen mafioso.

El terrorismo de Estado y la desaparición forzada

Pero ahora imaginemos.

Imaginemos por un momento que hubiera miles de masacres como las de los basurales de José León Suárez. Imaginemos que hubiera de pronto miles de fusilamientos como los Trelew. Y miles de Triple A matando por las calles con absoluta impunidad.

Eso fue la dictadura militar, cuando los militares dieron el golpe de Estado para imponer la máquina de matar corregida y aumentada al infinito. Fue hace exactamente 30 años. Le pusieron un nombre que sería cómico, si no fuera tan patético. Proceso de Reorganización Nacional. El comunicado número uno que emitieron decía:

Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.

Más que nunca, la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Pero esta vez, además, inventaron una especie de acto de magia superior a los de López Rega. La magia más perversa que alguien pueda imaginar.

No más bombardeos, ni basurales, ni fusilamientos en cárceles, ni homicidios mafiosos a la luz del día.

Los perseguidos, las víctimas, iban a desaparecer.

No iban a estar más: secuestrados y esfumados de la noche a la mañana.

Los militares creían que al no haber cuerpos, al no haber pruebas ni quedar en evidencia, nadie podría acusarlos de crimen alguno.

Eso es el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas se dedicaron a la muerte clandestina, mientras en público sus jefes iban a misa a ser bendecidos, a comulgar, y a la salida sonreían. En sus discursos hablaban de la ley, el orden, la paz y el progreso.

Empezó la cacería. Zonas liberadas, gritos en la noche, secuestros de gente indefensa, la absoluta desaparición de la justicia.

Hay bibliotecas enteras que podrían leerse para entender lo que pasó. Pero hay también una carta. Apenas un año después del golpe Rodolfo Walsh –otra vez- escribió en la clandestinidad su Carta abierta a la Junta Militar, donde explicó lo que nadie se atrevía a decir.

Hablaba de un lago cordobés convertido en cementerio lacustre. De personas arrojadas desde aviones militares al Río de la Plata, cuyos cadáveres afloraban en las costas uruguayas. Denunciaba un sistema de tortura absoluta, intemporal y metafísica, aplicada tanto con métodos medievales como el potro o el torno, como con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana. Hablaba de las guarniciones y comisarías convertidas en campos de concentración. De las mentes perturbadas de los militares que torturaban. Decía, apenas un año después del golpe y en medio de la censura y el terror: “Quince mil desaparecidos y desaparecidas, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.

Pero hay otro párrafo, que cada día se entiende mejor. Le decía a los militares:”Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

Ahí estaba la clave para entender el crimen: la miseria planificada.

Walsh fechó esa carta el 24 de marzo de 1977, distribuyó varias copias, y un día después fue secuestrado por los militares.

Nunca más se supo de él.

Es otro desaparecido.

Érase una vez 14 mujeres: La historia de las Madres de Plaza de Mayo

En esa noche, hubo un parto.

En medio de la oscuridad, un alumbramiento.

Nació una historia.

Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje. Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron a las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio. Cada día era la esperanza de una noticia. Cada noche era la frustración del silencio.

Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.

La mayoría de las madres eran amas de casa: tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de vida a la búsqueda.

Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. De a poco, empezaron a cruzarse por los mismos laberintos, a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: la desesperación y la incertidumbre.

Ese fue un primer triunfo contra el aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror de estar solas. Pero fue mucho más que eso.

Un día, esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones y desinformaciones. Intuición femenina: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.

Una de esas mujeres dijo: Basta.

Y dijo: tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.

Y ese grupo de mujeres decidió que Azucena Villaflor tenía razón: su lugar sería la Plaza de Mayo.

La plaza sería el territorio de estas madres.

No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y muy céntrico.

No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.

No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar allí las carpetas, expedientes, cuadernos o que hiciera falta.

No tenían alfombras, sólo baldosas y unas palomas revoloteando.

No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando. No tenían teléfonos, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino.

No querían que las descubrieran. Ya que tenían los ovillos, llevaban agujas y tejían en la plaza, mientras iban pasándose información, inventando qué hacer, cómo buscar, cómo evitar la impotencia de no hacer nada. Penélope tejía esperando el regreso de su marido. Ellas tejían juntas las acciones para buscar a sus hijos y denunciar lo que estaba pasando.

La primera vez fue el sábado 30 de abril de 1977. Eran sólo 14 en la Plaza de Mayo. Como no había casi nadie, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las madres avisó, como atajándose de los malos augurios: “Viernes es día de brujas”. A la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían, para escaparle a las brujas.

La policía empezó a desconfiar. Por el Estado de Sitio, se impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente subversiva.

Para decir la verdad, en este caso tenían razón: buscar la vida era subversivo. Como pájaros de uniforme, los policías empezaron a revolotear alrededor esas mujeres que hablaban y tejían de los asientos de la plaza. Ordenaron: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Ellas se pusieron a caminar y a circular alrededor del monumento a Belgrano, en sentido contrario a las agujas del reloj: como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.

Marchaban, cada jueves, en las narices del gobierno dictatorial más temible. La plaza ya era el territorio de las Madres.

Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y vueltas. Consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas Madres Locas que andaban buscando a gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las madres locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.

En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: ¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos? No existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.

Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos y desaparecidas. Todos los que estuvieron pudieron verlas, identificadas con los pañales blancos en sus cabezas. Poco después hubo una marcha de los organismos de derechos humanos, que terminó con 300 personas detenidas, incluidos –por error- varios periodistas extranjeros. Gracias a tanta eficiencia, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría. En la comisaría las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías. Los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían “asesinos”, y seguían rezando. Amén.

El hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito. Diciembre de 1977, un oficial de la marina que se hacía pasar por hermano de un desaparecido organizó el secuestro y desaparición de tres de las madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos. Así era el coraje militar.

Las madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones.

El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a la que los militares habían liberado. Las otras madres le habían pedido que volviera a su casa, que ya no se arriesgara más. Esther no les hizo caso, decidió seguir junto a ellas hasta que encontraran a cada uno de sus hijos.

Dos días después, desapareció la mujer con nombre de flor. El terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. Desaparecían quienes buscaban a los desaparecidos y desaparecidas. Pero los militares habían sido selectivos: secuestraron a quienes todas siempre consideraron “las tres mejores madres”. Sin Azucena, había que elegir: seguir, esconderse, o volverse a casa. Para las madres no hubo demasiadas dudas: ahora no solo debían buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras. Lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.

Azucena había parido la idea de que las madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha. Y había dicho algo: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”. Así estaba socializó la maternidad, potenció a cada madre y le dio grandeza a cada minuto de resistencia.

Llegó el Mundial 1978. El fútbol tapando de gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras de la cancha de River seguían torturando gente en la ESMA. El mundial fue oxígeno para los militares: para seguir matando y seguir castigando cada vez a más gente con la miseria planificada. Las madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros. Cada una llevaba un diario enroscado para sacarse a los perros de encima, una de las pocas cosas útiles para las que servían los diarios de esa época.

Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías. Se les ocurrió una idea: cuando una iba presa, se presentaban todas y pedían ir presas ellas también. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera. Una vez fueron tantas las que exigieron ser detenidas, que tuvieron que llevarlas en un colectivo de la línea 60.

Madres locas, dirían los policías, que no sabían bien qué hacer: muchas veces las soltaban para sacárselas de encima.

Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas las demás se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cientos de documentos, cédulas y libretas cívicas, que la policía tenía que verificar. De paso, las madres se quedaban más tiempo en la plaza.

En 1979 llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También el fútbol jugó en contra. El mundial juvenil tenía a todos pendientes de Maradona, y los militares aprovecharon para que relatores de fútbol y periodistas radiales llamaran a la gente a Plaza de Mayo, y que de paso repudiaran a quienes hacían cola para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban “la verdadera imagen del país”. Decían: “los desaparecidos algo habrán hecho”, o “por algo será que se los llevaron”. Los hinchas, sin embargo, no molestaron a los que estaban esperando para hacer sus denuncias.

Ya era la época de la plata dulce, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, gracias a la miseria planificada de millones.

Los diarios y las revistas no sólo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas por los militares: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Confirmado: nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación, el tamaño de la crueldad.

En ese 1979 hubo otro parto, otro alumbramiento: las Madres decidieron crear la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Si todas estaban en peligro, esa era una forma de mantener la lucha viva. La casualidad, o el destino, determinaron que la asociación fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque parecían siete siglos.

Los militares asesinos argentinos inventaron un conflicto contra los militares asesinos de Chile, que a todos les servía para ganar tiempo en el poder. En esos días fue muy próspero el negociado de la fabricación de ataúdes, hasta que el Papa intervino. Secuestros clandestinos y desapariciones en la noche, permitían mirar para otro lado. Guerra abierta entre gobiernos tan vecinos y tan beatos era demasiado. Hasta para el Vaticano. Amén.

Seguían encontrándose en plazas y bares. Para que no las descubrieran cambiaban el nombre. Si iban a ir a Las Violetas, decían Las Rosas. Ellas mismas llevaban en sus carteras las carpetas, las denuncias, los expedientes.

Recién en 1980, gracias a los apoyos internacionales, las Madres pudieron tener una oficina. Pero también ese año decidieron volver a su territorio, la Plaza de Mayo, para nunca más abandonarla.

Fueron un jueves, al jueves siguiente las estaba esperando un escuadrón entero, con las armas gatilladas. Ellas cambiaban el horario, circulaban por donde no las veían. Poco a poco envolvieron a la Pirámide de Mayo con sus marchas que nadie podía detener. Llevaban diarios enroscados. Pronto aprendieron de sus hijos, y llevaban también botellitas de agua y bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar. Pero habían decidido transformar el llanto en acciones.

Los militares eran la rigidez y la violencia. Las madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. Los verdugos. Las madres eran la vida.

Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando apoyo afuera y adentro. Los militares llamaron a los viejos políticos a dialogar, como abriendo el paraguas frente a la crisis económica y a su propio desgaste. Pero las Madres estaban simbolizando dónde estaba la verdadera política, y quiénes eran sus nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron retomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia. Solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 horas seguidas.

Vinieron épocas de ayunos, de tomas de iglesias y catedrales. Los jóvenes, sobre todo, se conmovían. Nació la consigna “aparición con vida”.

El 30 de abril de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contra la situación económica, la miseria planificada, con la policía reprimiendo a todos. Dos días después, se llenó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido Malvinas, creyendo que así se iban a reciclar en el poder en una especie de brindis perpetuo.

Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente y asesinaban tirando cuerpos al río, no podían convertirse de un día para otro en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir eso, acusaron a las Madres de antinacionales. Ellas inventaron un cartel: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”. Muchos que acompañaban a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra, del lado de los militares. El tiempo mostró quién tenía razón sobre los guerreros, entre ellos el mismo que había delatado a Azucena, Esther y Mary.

La derrota de los militares resucitó la posibilidad de la democracia. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión, habían sido expertos en el arte de callar.

En 1983 hubo elecciones, Alfonsín llegó a la presidencia, y las madres hicieron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. En los afiches decían que esos hijos e desaparecidas habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.

El gobierno formó la CONADEP, la comisión nacional para la desaparición de personas. Las madres desconfiaron, no quisieron integrarla. Siempre prefirieron la calle, y no las comisiones. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.

En 1985 Alfonsín las citó, pero luego no las atendió porque tenía que ir al Colón, según la explicación oficial. Las Madres tomaron la Casa Rosada, y se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que hacía el gobierno, y la realidad. Y mostraban cómo el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando las riendas de sus propias decisiones.

Se hizo el juicio a las Juntas, pero sólo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. Los otros jefes militares recibieron penas bajas, o fueron absueltos. Las Madres opinaron del siguiente modo: se levantaron y se fueron de la sala de audiencias.

Seguían las acciones, marchas, escraches a los militares en sus casas, viajes y campañas en todo el mundo, la lucha contra las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, La lucha contra las rebeliones de Semana Santa y de los carapintadas, La marcha de las manos, La marcha de los Pañuelos, cuando taparon la casa de gobierno de pañuelos blancos, los premios internacionales.

El apoyo a los conflictos, a las huelgas, a los reprimidos y a los perseguidos.

Empezaban a hacer propia una idea: el otro soy yo.

Las Madres, además de denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, hicieron otra cosa: comenzaron a levantar las mismas ideas y sueños por las que esos jóvenes habían luchado.
Por eso sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.

Todas estas luchas se multiplicaron al infinito cuando Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, en democracia, la miseria planificada: privatizó el país, regaló el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos, y además los puso a gobernar con él. De paso indultó a todos los militares que habían sido condenados.

Hubo más de lo mismo cuando subió De la Rúa, y las madres estuvieron allí, nuevamente en la plaza, el 19 y 20 diciembre, cuando ese gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas hartas de tanta decadencia y de tanta mentira. Nuevamente las plazas se llenaron de balas, y de jóvenes muertos.

La historia reciente es más conocida, las Madres y su universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos. Las Madres y su flamante radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. La intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.

Y cada jueves, como siempre, las madres circulando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos. Las madres están dejando esa herencia.

Cómo convertir al dolor, en acción.

La parálisis y el miedo, en lucha.

La desesperación, en coraje.

Las lágrimas, en acciones.

Para acorralar a la muerte, como el primer día:

tejiendo luchas,
haciendo circular los sueños,
y alumbrando la vida.

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Nota

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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