Nota
Represión a cartoneros: «Si a la policía le das luz verde, hace lo que quiere»
La Defensora del Pueblo de la Ciudad Alicia Pierini denunció penalmente a la Comisaría 33º por la represión absurda a familias de cartoneros que se habían instalado en Pampa y la vía desde que el 28 de diciembre les quitaron el Tren Blanco. Detalles sobre el negocio, los silencios judiciales, y lo que pasa cuando hasta el mercado de la basura tiene más lógica que los funcionarios de la “nueva política”.
El relato hace equilibrio entre la formalidad de texto dictado en oficina pública, y la tomografía de las entrañas de una época. Se trata de un cartonero refiriéndose a la represión policial en Pampa y la vía, ante la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
- – “La gente comenzó a ponerse nerviosa por la situación, estaban siendo rodeados por el lado de las vías por personal de policía ferroviaria. La gente les pedía que no tocaran a los chicos. Mientras tanto el personal policial comenzó a ponerse los chalecos anaranjados y a formarse en fila, mientras otros que tenían escudos y bastones largos hacían lo mismo.
- – “A medida que el personal policial avanzaba hacia donde se encontraba la gente, esta comenzó a gritar debido a que el personal policial de sexo masculino había comenzado a pegarle a la gente que se encontraba rodeada, en un momento dado el personal uniformado tomó de los pelos a la señora Lucía Cristina Vitellio y a medida que la llevaban entre cuatro uniformados, le pegaban con los puños.
- – “Como la gente vió lo que sucedió con Vitellio la gente se enfureció y comenzó un enfrentamiento. A medida que se sucedían los hechos, el personal con chalecos anaranjados y el personal de infantería los rodeaban de tal forma que los iban separando en grupos.
- -“Una vez que los encerraron un policía se abalanzó sobre el dicente, tirándolo al piso, a pesar de que el dicente le pedía por favor que no le hiciera daño debido a que tiene artrosis en la espina dorsal, lo agarraron entre cuatro policías y lo llevaron a una camioneta, agrediéndolo con palabras y en forma física.
- ”Una vez dentro de la camioneta pudo observar desde la misma la brutalidad con que el personal policial maltrataba a la gente que estaba en el lugar, entre los que también se encontraban vecinos que apoyaban a los cartoneros”.
Así relató Roberto Carlos Rodríguez el modo en que la policía agredió a unas 25 familias indefensas en Pampa y la vía, para cumplir una orden irregularmente emitida por el Gobierno de la Ciudad. El gobierno buscaba desalojar a esas 90 personas, la mayoría mujeres y menores, de un espacio público, y acaso enviar una señal sobre el contenido de lo que sus publicistas llaman “nueva política”. Relatos como el de Roberto ante la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, llevaron a la titular de ese organismo Alicia Pierini a efectuar una denuncia penal que quedó radicada en el juzgado de Instrucción 49 a cargo del doctor Facundo Cubas.
La conducta y los secuestradores
La denuncia es contra la Comisaría 33º, encabezada por Julio César Federico Fernández, por abuso de la fuerza pública, lesiones, abuso de autoridad, violación de los deberes del funcionario público y privaciones ilegítimas de la libertad cometidas por las llamadas fuerzas del orden, el 22 de febrero a partir de las 5 de la mañana.
Hasta el horario parece haberse decidido como un modo de pavimentar la represión. “Nadie se enteró de nada hasta media mañana, cuando prácticamente todo había terminado” dijo a lavaca Alicia Pierini.
El organismo tomó declaraciones, se ocupó de confirmar que el grupo de nueve detenidos quedase en libertad, y comenzó a investigar el origen de la orden de desalojo: “Viendo los noticieros ya se veía que el procedimiento había sido de una violencia inesperada e innecesaria, que violó incluso el Código de Conducta para funcionarios públicos, donde se plantea para estos casos una escala que va de la persuasión, la intimación y muy en último lugar el uso de la violencia”.
La Defensora agrega una observación lapidaria: “Incluso suelen tener más capacidad de persuasión cuando negocian con delincuentes con rehenes que la que tuvieron ese día, cuando no acataron ninguna de las normas que normalmente se deberían tomar en cuenta en una institución democrática”.
¿Qué se le quita a los cartoneros?
El propio horario revela que las familias que acampaban en Pampa y la vía estaban durmiendo. “Trabajan de noche” abunda Pierini. “La gente estaba durmiendo o levantándose. Trabajan de noche, a las 6 de la mañana dormían con las mujeres y los chicos.
Otra cuestión es la orden emanada del Ministerio de Medio Ambiente y Espacios Públicos, encabezado por Juan Carlos Piccardo. “La orden era incompleta, firmada por un funcionario de cuarta línea, pero al menos terminaron haciéndose cargo de disponer un desalojo administrativo –explica Pierini-. El problema es que la propia orden dice que tenían que estar presente el SAME, que no estuvo, y la Escribanía del Gobierno por los bienes de los desalojados, que tampoco estuvo. Así, les llevaron la ropa, los remedios, los carritos y todo. Como no estuvo el SAME los heridos tuvieron que ir al Pirovano”.
Por la incautación de las pertenencias de los cartoneros, la Defensoría tuvo que abrir otra actuación destinada a recuperar lo que la policía se llevó de un modo que resulta no solo ilegítimo, sino ilegal.
“La orden sólo dice que se dispone el desalojo y que en caso de resistencia se podrá hacer uso de la fuerza pública. Pero el órgano administrativo no le puede dar órdenes a la policía sobre cómo actuar. La forma en que auxilie la policía, ya es asunto de la propia institución”.
La dictadura y Modart
Pierini observa el presente sin perder la memoria: “Nosotros hicimos hincapié en la denuncia sobre que la modalidad que se empleó es digna de otras épocas, sin ninguna consideración sobre que había familias, sin ninguna intimación previa, sin ninguno de los requisitos que se suponen para estos casos”.
-Al hablar de “otras épocas”, ¿en qué está pensando?
-La represión en época de la dictadura, o incluso los tiempos de Alfonsín, siempre me acuerdo de lo de Modart, aquella marcha en el centro reprimida en 1988 (“servicios” y agentes de civil infiltrados en la marcha rompieron negocios justificando así la represión contra manifestantes). Cuando a la policía le das luz verde, hacen lo que quieren. Hay que tenerla con la soga corta.
-Pero en este caso, no funcionó la soga sino el semáforo. ¿el responsable no es el poder político?
– Y los jueces de instrucción penal, ellos son en última instancia los garantes de hacer cumplir las leyes. Y en estos casos de abusos policiales no lo hacen seguido.
-¿Tendrían que actuar de oficio?
-Los fiscales sí. Pero no está muy de moda.
El contexto
Otro debate es que la policía depende del Ministerio del Interior nacional: “Pero yo no cargo culpas hacia arriba, porque el comisario tuvo dominio del hecho. Si le dieron luz verde o una orden de arriba, que lo diga, y si no que se haga cargo. Para eso hay que hacer la investigación de este caso”.
Sobre la propia situación de los cartoneros, Pierini cree que hay que considerar que el campamento en el espacio público puede ser comprensible, pero no es legal. “Ellos no tienen el derecho de hacer eso, pero tampoco la represión es el modo de sacarlos, habida cuenta de que hay un contexto que explica por qué estaban allí. Les habían cortado el tren blanco y no tenían otro lugar en el cual estar. La conducta que tuvieron no es legal, pero es perdonable, en lenguaje jurídico es exculpable.
La actual Defensora fue una de las legisladoras que votó la Ley 992 de la Ciudad, que buscaba dar un encuadre legal al tema de los cartoneros. No ahorra una mirada crítica: “La ley estaba bien, le da carácter de trabajador al reciclador urbano, busca incorporarlo al sistema de la ciudad y ordena una serie de medidas. Pero quedó en palabras. Como tantas cosas: proyectos bárbaros, pero sin gestión real en la práctica. Con lo cual una buena ley termina siendo otra frustración y una responsabilidad que todos compartimos, donde las cosas se desmadran, y donde la consecuencia de todo este desastre la paga el eslabón más débil, los pobres. Que además en este caso es gente totalmente pacífica que lo único que quiere es poder trabajar”.
Pierini también rechaza algunos argumentos según los cuales existía un supuesto peligro público, por la supuesta existencia de una supuesta camioneta supuestamente rociada con nafta en esa zona donde había cartones… (cuando los funcionarios se ponen creativos, pueden llegar a exhibir argumentos lisérgicos). “De nada de todo eso hay constancia alguna”.
-¿Cuál es la sensación que le queda de todo este episodio?
-Nosotros tenemos una mirada global. Esta manera de actuar de la 33º fue opuesta a otra comisaría que ese mismo día desalojó 220 familias en Bolivar al 400. Se negoció, se las reubicó, se les dieron elementos, y no hubo un solo incidente. Quiere decir que cuando quieren hacer las cosas bien, algunos lo hacen y otros no. Me cuesta generalizar. Hay momentos en que percibimos mucha violencia, y en otros no. Depende también del señor que ejerce la fuerza pública. Además, no parece claro el programa de la Ciudad, que no engarza con la realidad de los cartoneros.
Viva la pepa, o el cementerio
Alicia Pierini interpreta que el tema del espacio público oscila en el desequilibrio. “Cuando hay un viva la pepa, y cualquiera cree que puede hacer lo que quiere, aparece la reacción contraria que busca el orden de los cementerios”.
El otro desequilibrio es el que ocurre, cree la Defensora, entre los programas oficiales y la realidad. “Los cartoneros me explicaron en donde está la brecha, y cómo es el mercado. Hay unos 1.000 cartoneros que trabajan para empresas de la ciudad. Y unos 7.000 que no quieren saber nada de agruparse, agremiarse ni emplearse en blanco, porque les conviene mucho más llenar el carrito. Llegan a ganar el doble. Lo único estructurado es el reparto de las zonas. Vienen con su familia, y venden en provincia porque les dan mejor precio”. Para Pierini son un producto del libre mercado: “Son como cosecheros que juntan y venden al mejor postor. La ciudad quiere regular esto y ahí está el eje del conflicto, porque los muchachos lo ven como pura pérdida. Son liberales y cuentapropistas que no quieren gremio. Ni siquiera aceptan la alternativa que les ofreció la Ciudad de ponerles camiones en lugar del Tren Blanco, porque no quieren quedar subordinados al gremio de camioneros”.
Esa es la realidad, estima Pierini, bastante más consistente que ciertas leyes o miradas utópicas. “Vuelvo a la ley que hicimos: si ese señor tiene que abrir bolsas de basura y ensucia o se lastima, también es porque no dividimos la basura en origen. Si lo hiciéramos, la basura no estaría ahora desparramada por la vereda. Entonces capaz que no hay que bochar el plan de recicle, pero sí mantener la idea de separación en origen” (que los vecinos separen la basura orgánica, los papeles, los vidrios).
Otra alerta de Pierini es contra la discriminación hacia los cartoneros, que en este caso parece haber sido más obra de la policía y los funcionarios porteños que de los vecinos. “Yo noto que en muchos lugares se respeta al cartonero. No sé en Belgrano. Pero se lo respeta porque lo ven trabajar con su grupo familiar. A veces me preguntan por qué no hablo del trabajo infantil, y no lo hago porque esos chicos están con los padres. Es como las familias que cosechan la fruta.
-¿Puede haber un aumento en la tendencia a solucionar los problemas sociales mediante la represión?
-Qué sé yo. Aquí se ha puesto al espacio público como un eje de gestión. Yo espero que no, pero podría haber una tendencia más represiva.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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