Nota
Sala Alberdi: Represión, batallas culturales y ladrones de bicicletas
La fiscal ordenó el desalojo que el juez le había negado con la excusa de una nota publicada por el diario Clarín. La represión fue activada por el secretario de Cultura porteño, Hernán Lombardi, durante la reunión con 4 representantes de la asamblea. Los 3 heridos con balas de plomo eran integrantes de medios sociales de comunicación, pero ¿alguien pidió explicaciones por este ataque a la prensa independiente? La marcha al San Martín y una reflexión con los pies sobre política y cultura. El bonus track: qué dijo un intelectual del cine en una mesa de examen sobre la represión y el neorrealismo italiano.
Toma 1. Exterior día. Clarín y la fiscal
El ex diputado Luis Zamora está parado en la puerta del Teatro General San Martín. Acaba de terminar la marcha de una nutrida cuadra de manifestantes, todos muy jóvenes, que desfilaron así su indignación por la represión que soportaron anoche quienes estaban resistiendo el desalojo de la Sala Alberdi.
Zamora habla por teléfono con la Procuraduría General de la Ciudad. Le está pidiendo autorización para llevarles alimento a las 4 personas que están dentro de la sala y que no comen ni toman agua desde ayer a la noche. Lo autorizan, me dice apenas cuelga.
Le pido entonces que me cuente qué pasó, ya que él estaba en el momento justo y en el lugar indicado. Había llegado dos horas antes a la plaza seca del Centro Cultural San Martín, con la intención de abrir una instancia de diálogo. Le pido que sea preciso con los detalles, porque él estaba en el epicentro mismo del desastre.
Cuenta Zamora: “Cuando llegué, me entero de que la fiscal Claudia Barcia había ordenado el desalojo. Te explico: lo había pedido antes y el juez Norberto Tavosnanska no lo admitió. En su fallo consignó que prefería resolver este tema de otra manera y la fiscal apeló esa decisión. Procesalmente, entonces, se estaba esperando la decisión de la Cámara. Pero la fiscal volvió a solicitar al juez el desalojo, amparada en una nota publicada en Clarín donde se informaba de un supuesto daño que habían hecho los acampantes a las obras de arte que estaban en esa plaza”. ( El título de la noticia: “Sospechan que dañaron valiosas obras de arte”. Nunca se aclara quienes sospechan. Sujeto tácito que ha dado inspiración a varios títulos de la revista Barcelona. Ver: https://www.clarin.com/ciudades/Sala-Alberdi-sospechan-danaron-valiosas_0_880711985.html ).
Sigue Zamora: “El juez volvió a negárselo, recomendándole que espere la decisión de la Cámara. Reconoció, también, que ella tenía facultad de ordenar el desalojo, pero que no se lo recomendaba. El juez dejó en claro que apostaba al diálogo. Pero se ve que la fiscal quería otra cosa. Cuando llegué, el jefe de la Policía Metropolitana a cargo del operativo me dijo: ¨Ya va a ver cómo es esta mujer¨. Y me di cuenta a qué se refería apenas entró. A los gritos, les daba órdenes a cada policía. Y cada policía miraba a su jefe para saber si tenía que hacerle caso o no. Ese fue el primer momento de tensión, que terminó a eso de las 20, cuando el jefe de la Metropolitana se hartó y ordenó que los agentes se retiren de plaza seca e ingresen al hall. Sabían que si se iban, los chicos iban a volver a entrar, se lo habían dicho incluso a la fiscal, pero la tensión entre la policía y la fiscal era tal que prefirieron retirarse. Y pasó lo que decían: los chicos volvieron a ocupar la plaza seca. Horas después, se logró una reunión con el secretario de Cultura, Hernán Lombardi. Cuatro representantes elegidos en asamblea fueron a verlo a su despacho. Fue un momento de distensión, porque nadie suponía que mientras se estaba abriendo una instancia de diálogo se iba a reprimir. Si no se lograba una tregua ahí, quizá, pero no durante. La mayoría de la gente aprovechó esa especie de tregua para ir a comer o directamente irse, pensando que ya había pasado lo peor. Cuando el grupo mermó, sonó una explosión. Lo que yo te puedo asegurar es que todo pasó muy cerca de mí, y que en el mismo instante en que escuché la explosión empezaron a arderme los ojos. Así que lo que yo pensé es que la explosión se correspondía con el disparo de una granada de gas lacrimógeno. Ahora dicen que fue una bomba molotov y que por eso empezó la represión. Vos viste la cantidad de gente infiltrada que había en ese lugar, agitando para que tiren piedras y buscando el choque, así que si esto sucedió realmente, no fue responsabilidad de ninguno de los chicos del acampe. Eso está claro para cualquiera de los que estuvimos ahí y no nos pueden venir a contar otra versión. Lo increíble es que los 4 representantes que estaban reunidos con Lombardi fueron testigos de que lo llamaron por teléfono y él ordenó la represión. Lo dijo enfrente de ellos, en sus propias caras. Hasta ahora no lo pueden creer. Otra cosa increíble: el operativo policial era desmedido. Había más de 200 policías para desalojar a no más de 30 personas que, además, estábamos en un lugar cercado. La plaza seca tiene rejas por los cuatro lados. Era muy fácil para ellos terminar con la ocupación sin tirar una bala de goma. Pero evidentemente tenían orden”.
Escena 2. Exterior. Noche. Corrientes y Callao. La bici.
El camión hidrante avanza a contramano por la avenida Corrientes.
Atrás, los patrulleros hacen aullar sus sirenas.
Se escuchan disparos.
Chicos que corren, muchos descompuestos por el humo lacrimógeno que envuelve la avenida y otros muchos más afectados por lo que, sabremos después, es gas pimienta.
La Metropolitana mete miedo porque se la ve literalmente desatada. La mayoría son oficiales jóvenes que enfrentan a otros pocos jóvenes que les tiran piedras, palos, lo que encuentran. Unos no están preparados para que se le oponga ninguna resistencia.
Los otros, están acostumbrados al pogo policial.
¿Militantes?
¿Activistas?
No: jóvenes.
Menores de 20 la mayoría.
Lo que estamos viendo es nada menos que una batalla cultural.
La batalla entre los malabaristas del semáforo y la caballería de los Newman School Boys, le digo a la fotógrafa que tengo a mi lado, como para aflojar la tensión. No se ríe. Me señala al chico que unos metros más allá está tirado en la vereda.
Venía de trabajar en su bicicleta, un policía le pegó un palazo en la cara.
Se lo llevaron en ambulancia, mientras él rogaba por su bici. “Si no mañana no puedo ir a laburar”.
Escena 3. Exterior. Día. Obelisco. La marcha.
La Red Medios Alternativos denunció que los 2 heridos de bala de plomo durante la represión eran fotografos de medios sociales de comunicación. Esto es: balas de plomo usadas durante el desalojo de un centro cultural, disparadas contra la prensa independiente.
¿Renunció el jefe de ese operativo?
¿Alguien pidió explicaciones, solicitó un informe, prometió investigar a fondo?
“Tenemos Papa argentino”, me responde Pascual, profesor universitario y hoy, integrante de la escasa docena de veteranos que marchamos junto a unos 600 jóvenes en repudio a la represión policial.
Juana Chang, una de las voces de las Kumbia Queers, es quien me acompaña en la caminata y la reflexión. Agradezco cada paso y cada palabra, porque me permite acomodar la incomodidad que produce esa multitud de chicos y chicas que nos desacomodan.
¿Por qué están dispuestos a dejarse pegar por una sala municipal?
Juana responde: “Porque nos sacaron todas las demás y nosotros no hicimos nada”.
Juana me cuenta entonces por qué está ahí: “Yo tomé mil cursos en el Centro, pero estos pibes, ahora, ¿dónde van a ir? Miralos.”
Los miro.
Pero recién los veo cuando proyecto la intensidad artística de Juana sobre ellos.
A todo gobierno conservador le nace su propio movimiento punk.
Mientras caminamos hacia el San Martin, ubicadas en la retaguardia de la marcha, hablamos sobre los cuidados que estos chicos no tuvieron y llegamos a la conclusión de que quizá les exigimos una experiencia que no tienen. Juana me cuenta lo que dijo el representante de la Asamblea de la Sala Alberdi poco antes de mi llegada. “Contó que hubo 10 detenidos y quedan 3. Que después sería bueno ir a la comisaría para pedir que los larguen. Que a las 21 hay una reunión con Lombardi y también sería bueno acompañar ahí. Que ellos no tenían ni molotov ni facas porque no saben ni cómo hacerlas. Qué les robaron todas las bicicletas y que no creen que hayan sido ladrones porque con toda la policía que había ahí no se hubiesen ni acercado. Fue el único momento en que pudimos reírnos. Después, agradeció la presencia de todos, incluso de los partidos políticos, pero que les iban a agradecer dos veces si no llevaban banderas durante la marcha”.
Miro las rojas del PTS: son dos docenas.
Juana me invita a mirar qué pasa en el frente de la columna, que ya llegó a la puerta del Teatro San Martín. Hay formada, paralela a toda la entrada, una barrera, como para proteger a los manifestantes y al teatro de la policía y los infiltrados. Diana Sacayán, una de las más destacadas intelectuales del movimiento trans argentino, está formando parte de la cadena humana y nos llama.
Nos pide que nos sumemos y nos acomoda.
Recién cuando miro la cara del brazo flaco y tembloroso que me aferra me doy cuenta de la sutil percepción política que ha hecho Diana: el chico tiene la cara tapada con una remera.
No se ve, pero se nota que es morocho.
Se ve y se nota que es muy flaco.
Es el estereotipo que los fotógrafos buscan para inmortalizar esta marcha.
Diana lo supo antes que todos, que nadie, y por eso me acomodó a su lado.
Pienso: “veterana del brazo de terrorista cultural” les complica el encuadre.
Gracias, Diana, por ubicarme.
Escena 4. Interior día. Examen.
Uno de los cronistas de lavaca que estuvo hasta la madrugada soportando la represión, se presenta a las 9 en punto a dar su último examen del primer año de la Carrera de Dirección Cinematográfica. Su profesor, un reconocido especialista en cine y literatura, licenciado en Ciencias de la Comunicación, está conversando con sus tres ayudantes de cátedra. El cronista de lavaca lo escucha decir:
-“Por fin sacaron a esos lúmpenes. Son impresentables”.
Comparte con el grupo un tuit de Quintín, otro obispo del sínodo cinematográfico. Lo lee en voz alta: “Encima son mimos y clowns. Lo más bajo de esa pirámide zoológica”.
Uno de los ayudantes contesta:
-“Pero los cagaron a palos”.
El profesor responde:
-“No tienen trabajo, no tienen salario y no tienen familia. No tienen nada”.
Y da por comenzado el examen.
¿El tema?
Neorrealismo italiano.
El cronista, ya simple alumno, le responde:
“Es considerado el primer movimiento moderno porque vuelve a esa calle que el cine había dejado de lado. Sale a la calle y lo que encuentra es una ciudad devastada. Y elige mostrarla a través de pequeñas historias que representan verdaderas tragedias sociales. Por ejemplo: qué significa para un trabajador que le roben su bicicleta. Esa sensibilidad social es lo que lleva a afirmar al crítico español Ángel Quintana que el neorralismo no es un movimiento estético, sino ético”.
-Excelente-, le dice el profesor.
Y da por terminado el examen.
Fotos: M.A.F.I.A.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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