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El hombre que pensó al fútbol

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A 13 años de la ida de Eduardo Archetti, Ariel Scher le rinde homenaje con estas palabras que pincelan su historia: como padre de las ciencias sociales aplicadas al deporte, y como luminoso intelectual que sigue jugando.
Por Ariel Scher
Sólo un distraído, un gil o un prejuicioso podía tardar más de un minuto en darse cuenta de que ese tipo era un jugador de los mejores. En 1984, en Buenos Aires y en los pasillos de un encuentro entre científicos sociales, políticos recién regresados a la política y economistas que, de mínima, lucían un doctorado y medio, no había ni sonido ni silencio que no se refiriera a los dilemas de la democracia retornada, a las presiones de los que concentraban capital y poder o a los vaivenes de gobernar. Nadie hablaba de nada más. Salvo él que, con la raya al medio dividiéndole sin exactitud el pelo lacio, la tonada santiagueña que no se le borraba ni en una vocal y una sonrisa de chico de pueblo, exponía a lo grande sobre un asunto estelar: los marcadores de punta. Difícil que en esos pasillos alguien supiera más de democracias, de presiones del poder y de gobernabilidades que Eduardo Archetti, el Lali Archetti, antropólogo argentino migrado a Noruega, intelectual talentoso y formadísimo que no disertaba sobre marcadores de punta con la pretensión de colar un tópico trivial en medio de cuestiones tan medulares. Al revés: si charlaba con más preguntas que respuestas sobre marcadores de punta era a causa de que lo desvelaban la Argentina, las formas de construcción de una nación hundida o emergente de las ruinas y, más que cualquier cosa, la condición humana. Lo que trataba de hacer, precisamente, era avisar, como nadie lo había hecho en el país, que el fútbol constituía un espacio extraordinario para aprender sobre todo eso.
Empujado hasta otras fronteras por una dictadura que aún metía temores, Archetti había vuelto en 1984 por unos meses al suelo de su patria para dirigir la sede local de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y para encaminar esa percepción del valor del fútbol como territorio para indagar en las relaciones sociales. Acababa de enhebrar «Fútbol y ethos», una artículo de cuarenta páginas en el que encendía faroles arriba de una superficie tan masiva como poco enfocada. No lograba creerlo: al fútbol no se lo estudiaba, pese a que dejaba a la vista escenarios que retrataban múltiples profundidades nacionales o a que, más fácil, alumbraba muchos de los modos dominantes de vivir que habían definido o seguían definiendo a la sociedad argentina. Le llevó poco verificar los trasfondos de semejante ausencia: tradiciones académicas orientadas hacia otros rumbos, comprensiones (o incomprensiones) del deporte como algo que se resumía en mejorar al cuerpo y en distraer a muchos, tendencias nada verificadas de que el fútbol consistía, de principio a fin, en un moderno y opresivo somnífero de las multitudes. O sea: prejuicios. Y Archetti rechazaba a los prejuicios con el mismo énfasis con el que aprobaba a los buenos marcadores de punta.
Verdad a prueba de mil certificaciones: Archetti corría con ventaja. Por un lado, estaba el peso de su educación académica, que incluía su trunco andar en la Facultad de Derecho (a la que había acudido por algún mandato familiar que le imponía cursas carreras ortodoxas), su construcción como sociólogo en la Universidad de Buenos Aires, su expansión hacia la antropología tras obtener una beca para doctorarse en París, su tesis dedicada a la economía y a la organización gremial de una comunidad en el norte de Santa Fe, sus experiencias profesionales en rincones de Zambia o de Ecuador, de Burkina Fasso o de Oslo, la ciudad en la que se radicó y en cuya universidad dio clase y dirigió el Departamento de Antropología Social. Por el otro, gravitaba su itinerario deportivo personal, en el que jugó a la pelota desde que era un changuito en Santiago del Estero hasta que se encumbró como referente de las ciencias sociales a nivel internacional: sudó partidos como un refugio de resistencia en el Liceo Militar al que lo enviaron en la adolescencia en Córdoba, como un desafío competitivo importante en Infamia -el equipo universitario en el que compartió glorias con el escritor Juan Sasturain, entre otros- y como un mecanismo de integración en la colonia santafesina en la que se instaló para elaborar su tesis al punto que tuvo desempeños de crack en los torneos regionales. Jamás paró de intentar jugadas, tampoco jamás se le escapó que una camiseta y unos cuantos compañeros funcionaban como una fábrica fenomenal de pertenencias y eso lo ayudó a divisar cuánto cabía en una cancha. Curtidísimo en aulas y en potreros, Archetti no suscribió la idea -otro prejuicio- de que «lo culto» y «lo popular» batallaban en equipos contrapuestos. Hizo ese ejercicio ubicado en el pupitre de una cátedra o en el césped que transitan los marcadores de punta.
No se quedó en Buenos Aires luego del paso de 1984, pero fue y vino en muchos aviones, con muchos entusiasmos, habitado por muchísimas curiosidades, cada vez más convencido de que explorar en el fútbol, en el polo, en otros deportes y en el tango permitiría capturar las entrañas del país en el que había nacido en 1943. Pueden firmarlo los que con él discutieron alrededor de la realidad social, abrieron la boca para tomar café y deliberar en torno del sentido de la ciencia o polemizaron sobre marcadores de punta: aunque no lo dijera seguido, su esmero en esa tarea no apuntaba a esclarecer un saber por el saber mismo sino a procurar que ese saber contribuyera, por vías sobre las que también reflexionaba y trabajaba, a una existencia mejor.
Aquellas líneas de «Fútbol y Ethos», entonces, actuaron apenas como saque de arco. Lo que continuó fue un campeonato completo. Hay antiguos estudiantes de periodismo de las escuelas TEA y DeporTea que todavía cobijan algún asombro por la temporada en la que ese futbolero santiagueño que llegaba de Noruega se instalaba en el archivo de la institución hurgando como un poseído entre las letras de la revista El Gráfico. Leyó edición por edición, meditó ejemplar por ejemplar, anotó a mano cada sorpresa y cada nombre que le interesaba, ingresó en su computadora cada dato y cada conclusión. Cuando frenó, agotado y deslumbrado, emprendió una serie de materiales que trastocó la relación de las ciencias sociales con el deporte dentro y fuera de la Argentina. Y más que eso: cimentó una producción capaz de vencer al prejuicio que fuera.
«Estilo y virtudes masculinas en El Gráfico, la creación del imaginario del fútbol argentino», un texto conocido en 1995, testimonió que en donde parecía que no había más que hojas y tinta, Archetti detectó oro. Oro puro: la creación de una identidad deportiva y no sólo deportiva, el papel de la prensa en la edificación de esas identidades, los cruces de esas identidades con otras impulsadas desde otros sectores y desde otros discursos, el montaje de un proyecto ideológico destinado a «construir la nación a partir del deporte», como sonaba, con fuerza, en la voz del propio Archetti. Y, claro, la comprobación de que lo único menor que tenía estudiar al fútbol era considerar eso como un tema menor.
Futbolista tesonero en todas las horas, no se estancó en ese triunfo inicial. «Masculinidades» (con versión en inglés de 1999 y traducción castellana de 2003) fue el desenlace mayúsculo y con forma de libro de la minuciosa tarea que lo había hecho viajar desde el pensamiento hasta los archivos y desde los archivos hasta el pensamiento, ya mucho más allá de las revistas. Un libro tejido para que tiren paredes la antropología con la historia del deporte y la historia cultural con campos a los que no es sencillo enclaustrar adentro de un saber científico en especial. Un libro que narraba un mundo: experto en mirar lo que no se miraba, Archetti advirtió cómo se edificaron las maneras de ser varón, cómo esas maneras se agregaron a otras maneras, cómo una nación, esta nación, era la que era, entre otras razones, por la concepción dominante de ser hombre y de ser deportista y por la articulación de esa concepción con otras parecidas y diferentes.
Justo es reconocer que en esa labor, entre revista y revista, entre capítulo y capítulo, entre libro y libro, se las arregló sin fallas para juntarse con los amigos y para extraviarse en charlas de marcadores de punta austeros y brillantes, de goles perdidos y de goles que disfrutaba gritar. En eso andaba cuando sacó «El potrero, la pista y el ring. Las patrias del deporte argentino», en 2001, un libro en el que, con su rigor irrompible y con sus tránsitos tan imaginativos como singulares, traslucía que despreciar la herramienta del deporte para escarbar en lo que había sido y en lo que iba a ser la Argentina no sólo suponía una restricción para hacer antropología. Implicaba, además, dejar ir una posibilidad de entender. De entendernos.
Inagotable Archetti, desfiló en sus últimas visitas argentinas con avidez por rastrear qué argentinidades podían explicarse desde la cocina o desde la consolidación del malbec en la cultura del vino. Al mismo tiempo, prosiguió desmenuzando las simbiosis entre británicos y criollos en el pasado del polo, o trazando líneas de aproximación entre la escritura cumbre de Jorge Luis Borges y el periodismo deportivo de Borocotó, o desentrañando las violencias en los estadios en un viraje de «ritual festivo a ritual trágico» que anticipaba cuando muchos bajaban las pestañas, o empezando a preguntarse por qué los clubes de fútbol sumaban gentes de procedencias múltiples y los clubes de remo del Tigre se definían, en cambio, como italianos o españoles, como alemanes u otra cosa. Era tan generoso para explicar doce o doce mil veces qué redes unían al pibe de viejo potrero con el pibe culminante que había sido Maradona como para revisar los ensayos de investigadores incipientes, alentarlos, orientarlos y sentirlos como partes de una búsqueda colectiva que, por suerte, se expandía.
En esas visitas últimas, mantenía, perfecta, su sonrisa de chico de pueblo, a pesar de que ya cargaba con la enfermedad que lo mató el 6 de junio de 2005.
Conversador maravilloso, casi un militante de promover alegrías individuales y colectivas, aseguraba que no con una «o» invariablemente santiagueña cuando se lo presentaba como el padre de las ciencias sociales aplicadas al deporte en la Argentina. Con menos pomposidad, resulta un honor decir que fue el hombre que enseñó a pensar al fútbol y a otros juegos desde el lugar que el fútbol y otros juegos merecen y necesitan. Y que esa enseñanza ayuda y estimula a pensar en mucho más que en fútbol y en juegos. Acaso en una nación entera, acaso en la vida entera.
Archetti, no obstante, huiría de las reivindicaciones. En días como estos, en los que el deporte evidencia que es un enorme laboratorio sobre los comportamientos sociales, seguro preferiría debatir ideas y esperanzas, brindar por los marcadores de punta y preguntar qué partido hay en la próxima fecha. Lo demás está en su obra monumental y creativa que ninguna muerte matará nunca.
Un jugador de los mejores siempre sigue jugando.

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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