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Generación Gesell: Si esto es un hombre

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La experiencia de pertenecer a la generación que tuvo como escenario los veranos de Villa Gesell para transitar el paso de la adolescencia a eso que se supone es «hacerse hombre». Reflexiones sobre los códigos del descontrol, la ley del mercado, la complicidad del Estado y la masculinidad basada en quienlatienemáslarga. Las muchas preguntas que siembra el crimen de Fernando y las respuestas pendientes. Por Franco Ciancaglini para lavaca.

(Franco Ciancaglini para lavaca) Durante tres años consecutivos veraneé en Villa Gesell, de los 17 a los 20. Y fui parte de la misma lógica violenta que hoy sale a flote con el asesinato de Fernando, sin ser rugbier, sin haberle pegado nunca a nadie, y habiendo sido criado por una madre feminista y un padre sensible.

Tardé unos días en escribir esto, los necesarios para poder procesarlo junto a mis amigues; el resultado es parte de ese proceso colectivo de memoria, de reflexión, y de preguntas.

1.

La lógica violenta: alcohol sin límites, drogas, noches sin dormir, empujones, piñas, corridas, botellazos.

En algunas pocas oficié de protagonista; muchas más la vi pasar frente a mis ojos, como espectador, a veces –debo confesar- hasta divertido.

Los últimos años ya no fueron iguales. Yo estaba más grande, quienes se desbordaban eran más jóvenes, y la dinámica violenta –con el propio cuerpo y con los ajenos- ya no me caía bien.

¿Hay una cuestión de edad?

Sí.

Éramos adolescentes y, así, los veranos nos hicieron “hombres”.

2.

Me consta que la misma dinámica que experimenté esos años en Villa Gesell siguió y sigue. De hecho, el asesinato de Fernando es una consecuencia de esa continuidad y de ese espectáculo coreográficamente montado para que Gesell fuera, sea y siga siendo el lugar del exceso.

No hay dudas de a quién le conviene este modelo. A los mismos de siempre: bolicheros, hoteleros, dealers de alcohol y drogas, funcionarios corruptos, y más lateralmente, comercios y vecinos que, como plantea Guillermo Saccomano en esta nota, quieren “salvar la temporada” sin malicia, pero tampoco sin saber adónde llega la espiral de los números.

3.

El Código Gesell no es un fenómeno local costero, pero localizarlo allí quizás ayude a entender cómo funciona el machismo situándolo en ese micromundo veraniego, donde los días y las vidas se condensan: una, dos semanas a todo ritmo.

Los jóvenes que van (íbamos) a Gesell son de distintas clases sociales, aunque el balneario tiene diferenciadas las zonas donde suele circular cada una. Los bares-boliche del centro no son para los mismos que los megaboliches como Pueblo Límite o Le Brique, acostados en las afueras. La cuestión está a la vista en Gesell, pero lo que emparenta a unas con otras –a todos- es la lógica de quiénlatienemáslarga.

4.

¿Cómo se corta? El enigma es profundo y su respuesta no termina en los clubes de élite de zona norte. Es una discusión más compleja y, a la vez, cercana, que implica debatir cuestiones centrales y diversas: sobre cómo se “divierten” muchos jóvenes hoy (cómo nos divertimos), sobre el consumo de alcohol y sobre los mandatos patriarcales fomentados desde el club, la casa, la tele, las redes, los medios, etc..

¿Exacerbar el machismo para que las cuentas cierren termina formando así el combo perfecto del capitalismo patriarcal en el que vivimos?

Sí.

Acaso Villa Gesell en temporada sea el sumum de eso, y de eso tenemos que hablar: del asesinato de Fernando, del Código Gesell, de cómo vivimos y cómo morimos.

5.

En este contexto donde todo se compra y vende, la hombría se “gana”. Con consumir no alcanza. Hay que pasarle por arriba al otro, hay que mostrar más que ser, hay que…

La violencia es gratuita, aunque siempre se termina pagando caro.

6.

Resulta atronador el silencio mediático sobre la cómplice ausencia estatal, al tiempo que se abunda en detalles sobre los acusados, los elementos morbosos y la construcción de un caso que quizá, con la moda Netflix, hasta un día se convierta en película.

La impunidad de la que gozan los empresarios de la noche y los responsables municipales es histórica, no es nueva. No es ficción. Parte esta reflejada en esta otra nota -acaso la única periodística– de Carlos Rodriguez.

En un pueblo de 40×40 cuadras, el dato de la tardanza de la ambulancia (35 minutos) cuando, según testigos, Fernando seguía con pulso, debería generar algún alerta. La figura heroica de la joven que le hizo RCP a Fernando porque lo había aprendido en un curso de la escuela, además de enorgullecernos por la actitud, debería horrorizarnos, por lo excepcional. En la noche de Gesell hay patovicas, gente que vende alcohol, dealers, trapitos municipales, pero no hay médicos ni personas capacitadas para evitar que nos tenga que salvar esta mujer maravilla.

La imagen de los jóvenes que participaron de la ronda de reconocimiento empujando la patrulla policial es la frutilla de esta torta de inoperancia estatal. Si estos jóvenes -como, según relataron los medios- gritaron mientras empujaban la camioneta “¡Vamos los Pumas!” hemos llegado al estado desesperado del humor, aquel que aparece cuando ya no tenemos más nada, ya no queda más nada, sino nosotros, crudos, tal como somos.

7.

Pienso también en los jóvenes de Time Warp y Cromañón. Sin ánimo de comparar magnitudes de desastres evitables, esa misma cadena de violencias sabidas pero nunca abordadas ¿son las que terminaron con la vida de Fernando?

Sí.

8.

Entonces, ¿quién paga?

Cuando emerge la violencia cotidiana en lugares aparentemente apacibles se enciende la hoguera mediática apuntando a 10 jóvenes seguramente culpables, a quienes sus cómodas vidas llevaron al mismo lugar al que van muchos otros jóvenes, cuyos destinos han sido previamente empobrecidos: la cárcel.

En este caso, como en tantos, ya es imposible pensar que la condena –justa o no: cada quien se hará juez- no resulte la consecuencia de la hipermediatización. ¿Nos acostumbramos a llamar eso justicia?

Sí.

Entonces quedarán los discursos fogoneados, las notas presuntamente analíticas, los mea culpa, los yo te dije, las señaladas de dedo.

También nos queda conversar, pensar y actuar.

9.

Le pregunto a mis amigos, con quienes íbamos a Gesell, qué piensan de lo que pasó y durante la conversa ya siento que cambiábamos algo. Todos hablamos. Todos pensamos. Todos nos hacemos preguntas. Ninguno tiene respuestas.

Sé que mis amigos son, hoy, después de varios años y experiencias, hombres que lograron escapar del Código Gesell, casi como si hubieran podido sortear un destino generacional. Pero sé, también, que siempre hablamos de las violencias que nos atravesaron cuando ya (nos) sucedieron, y como si no pudieran seguir sucediendo (nos).

¿No vemos que ese espejo no refleja lo que nos sucedió hacia afuera y hacia atrás, sino hacia adentro?

Sí.

Eso es lo que cambió.

10.

Tres o cuatro cuestiones premonitorias, recientes, nos anticiparon la muerte de Fernando:

1.El libro de un escritor argentino llamado Leandro Gabilondo. Se titula Falta una vida para el verano y narra, precisamente, el asesinato de un joven de origen humilde a manos de una pandilla rica en las costas argentinas. Fue publicado hace exactamente un año por Indómita Luz.

2. Esta nota de Roberto Parrotino para Tiempo Argentino. Publicada el 29 de diciembre, Parrotino cuenta sobre los violentos y humillantes rituales de iniciación entre los propios rugbiers, lo cual demuestra la parte interna de esa cultura ahora revelada.

3.El libro Cámara Gesell, de Guillermo Saccomano, donde se narra en clave ficticia una historia de abusos infantiles (por cierto, con trasfondo de realidad, en una sistematicidad llamativa en la costa argentina) no veraniega ni televisada. En la historia, los intereses de la temporada se terminarán sobreponiendo a que se sepa la verdad y se haga justicia.

4. El movimiento feminista en su conjunto, que permite leer con otra lucidez– no la mía ni la de esta nota, por supuesto- las lógicas machistas como trasfondo de un hecho que, antes, apenas habría merecido un zócalo en un matutino.

Quizá deberíamos estar más alertas y leer a tiempo las señales que nos permiten intuir dónde late la muerte.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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