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Carne argentina

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Con epicentro en Morón y la intención de mantener la tradición, seis creadores de historietas se unieron para autoeditar sus producciones. Tienen, además, una escuela, ya organizaron un festival y metieron un par de goles editoriales.

E n una casita de Morón norte, media docena de tableros de dibujo forman un semicírculo imperfecto. Un par de tinteros hacen equilibrio en esos patinosos planos inclinados, mientras algunos clásicos del comic argentino –Sherlock Time, El Cabo Savino, Don Fulgencio, Bárbara, y, por supuesto, El Eternauta– miran la escena atentamente desde las paredes donde penden enmarcados. La escena parece estar iluminada por otro dibujo, una lámpara amarilla que destella casi como si latiera: es el logo de La Productora, la cooperativa de historietistas que ya cumplió ocho años editando literatura en cuadritos, con el objetivo de mantener viva una pasión que amenazaba extinguirse.
Los seis integrantes de la editorial, que ahora tienen entre 28 y 38 años, se conocieron en 1997, cuando nació la Asociación de Historietistas Independientes, una organización que reunió a dos centenas de publicaciones de todo el país. Eran tiempos donde los fanzines se habían convertido en un refugio subterráneo para jóvenes dibujantes, después de que la prolífica historieta argentina había quedado reducida a mera nostalgia. La gran heterogeneidad y la diversidad de objetivos de sus integrantes sólo permitieron que aquella organización perdurara apenas tres años.
“Nosotros queríamos hacer algo profesional, teníamos en mente el concepto de editorial. Para otros, en cambio, era un simple hobby o casi una militancia. Nosotros queríamos vivir de lo que nos gusta”, recuerda Carlos Aon, uno de los historietistas que rompió con aquella Asociación en 1999 para fundar La Productora. Desde entonces, la cooperativa lleva publicados quince títulos, una cifra nada desdeñable teniendo en cuenta la actualidad del mercado de los cómics. “La necesidad de la autoedición surgió también ante la ausencia de editoriales y de un mercado fuerte para la historieta. Nuestra apuesta fue: para trabajar para otro y que no nos pague, preferimos autoeditarnos y apostar a nuestro propio emprendimiento”, señala Aon.
 
Lejano oeste
En el medio de este camino, los integrantes de La Productora debieron desarrollar un método de trabajo con estrategias propias. Así nació lo que ellos llaman “el taller”, una instancia que funciona como espacio de mediación entre el autor y el lector. “En Argentina, además del mercado, desapareció la figura del editor, el tipo que está muy formado, con mucha experiencia, que te marca qué hay que corregir, dónde hay un problema. Era una persona que conocía mucho lo artístico y también sabía de lo comercial. Nosotros, para suplir eso, trabajamos en taller: uno lleva el guión, el boceto de los dibujos y lo comentamos entre todos. Como de todas formas se trata de una producción autoral, queda en cada uno tomar o no las sugerencias. En general, se toman”, explica Aon.
El mayor éxito de la cooperativa fue, hasta ahora, Carne Argentina, una serie de historietas de ficción realizadas por distintos autores que transcurre en medio de la agitación y los cacerolazos de diciembre de 2001. “Fue algo visceral, sin pensarlo demasiado. En pleno estallido se nos cortó la luz, salimos a la calle a charlar y dijimos: tenemos que hacer algo.” La saga utilizó –una vez más– el cómic como arma contestataria para desnudar conflictos sociales. Pero también muestra la necesidad de aferrarse a las pasiones –el fútbol, el amor– para mantener viva la esperanza en medio de la desolación. Carne Argentina agotó dos ediciones de mil ejemplares cada una y además se publicó en Madrid y en París, traducida al francés.
Otra historieta que logró crear su propio séquito de lectores es Morón Suburbio, de Ángel Mosquito, un relato que transcurre en un desierto, con cowboys, policías corruptos, traficantes de vodka y demás mafiosos. Si bien la escenografía nada tiene que ver con el municipio del oeste, los personajes muestran características propias de ese otro lejano oeste y las anécdotas están teñidas por una idiosincrasia perfectamente reconocible en el conurbano bonaerense.
Hasta el momento, todo el dinero recaudado por La Productora a través de la venta de libros y revistas es reinvertido en nuevas publicaciones. “Todavía no logramos el objetivo inicial de vivir de la historieta. Hasta ahora obtuvimos más reconocimientos de pares y maestros que retribuciones económicas”, admite Aon. Aunque en realidad se trata de una verdad a medias: los historietistas de la cooperativa sostienen sus economías vendiendo sus trabajos personales al exterior, en general Estados Unidos, Francia y España.
 
Ayer y mañana
En noviembre de 2005, La Productora organizó Frontera, el Festival Internacional de la Historieta de Morón. Ante la sorpresa de propios y extraños, diez mil personas circularon por la carpa que instaló frente a la intendencia. Hubo más de cien stands, invitaron a autores consagrados y a historietistas de Brasil, Francia, Paraguay, Chile y Perú. “Decidimos hacerlo para darle pelea a un modelo que había llegado al país con la cultura de los 90, que mezclaba la historieta con el juego de rol, con los clubes de fans. Creíamos que había que reivindicar la historieta y lo más importante es que logramos reunir a viejos maestros con gente que no era del gueto.”
La Productora apuesta a recuperar los relatos potentes que distinguieron a la historieta argentina en el mundo, a la vez que sus trabajos rompen con el regodeo esteticista y experimental que caracterizó a las tiras nacionales en los 80 y 90. Con esa premisa, la cooperativa abrió también sus propia escuela de cómics, donde hoy se forman cincuenta personas. Bautizaron el emprendimiento con el nombre de Eugenio Zoppi, el dibujante fallecido en 2004 que había creado Misterix, uno de los clásicos que inauguraron la edad de oro de la historieta argentina. “La historieta –sentencia Aon– debe volver a su esencia narrativa y popular, si no se cerrará cada vez más.”

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