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¿Qué es la vida? Adriana Schneck y Alicia Massarini

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El clásico libro Biología de Curtis, actualizado por dos científicas que a lo académico le agregan conceptos de época y datos duros en “contexto social”. El resultado invita a aprender, informarse, pensar y actuar en el aquí y ahora: las bacterias, los genomas, el agua, la pandemia, la producción, la crisis ambiental, la diversidad, las amenazas. Ideas s e imágenes que van de Andrés Carrasco al microbioma, del clítoris a la biosfera: cómo es la biología del presente. Por Sergio Ciancaglini.

¿Qué es la vida? Adriana Schneck y Alicia Massarini

Massarini, Schnek y la última edición del mítico Biología de Curtis, con El agua, origen de la
vida, de Diego Rivera, como ilustración de tapa: “Buscamos reflejar los debates, paradigmas y formas actuales de contemplar el mundo”. Foto: Martina Perosa.

¿Qué es la biología?

-Buena pregunta – ríe Adriana Schnek, mientras su compinche y coautora Alicia Massarini, agrega:

-Se puede decir que es el estudio de la vida. Nada menos. Aunque claro, más difícil es definir eso: ¿qué es la vida? 

Con semejante interrogante en el aire ambas biólogas abren la charla sobre un libro flamante y a la vez clásico, que tiene más de 1.500 páginas, unas 6.000 ilustraciones, 52 colaboraciones científicas. Un bebé editorial (3,035 kg según la balanza del local de comida por peso más cercano a MU), que cuenta con un linaje rutilante en la ciencia y la enseñanza. 

Se conoce a esta obra como Biología de Curtis, por la norteamericana Helena Curtis,  autora de la primera versión en 1968 que sumó en las siguientes ediciones a la bióloga Sue Barnes. Con el correr de la evolución –palabra clave en estas andanzas del conocimiento– en esta 8ª edición el título es Biología en contexto social, a cargo ahora de Schnek y Massarini que mantienen la firma de Curtis (fallecida en 2005) y Barnes para que no se pierda la genética del trabajo.  

“Curtis no era bióloga, sino periodista científica. Hizo un libro buenísimo llamado Los virus, y le propusieron preparar otro texto sobre biología que ella logró escribir en poco más de un año, y que desde entonces se convirtió en un libro de referencia”, cuenta Adriana, licenciada en Ciencias Biológicas de la UBA y máster en Epistemología e Historia de la Ciencia de la Universidad de París. “El Curtis era un libro muy bien escrito, una biología casi narrada, accesible, pero con todo el rigor científico y los datos duros. A eso le agregamos el contexto social, los debates, los nuevos paradigmas o formas de contemplar el mundo”, explica Alicia, doctora en Ciencias Biológicas de la UBA, docente e investigadora del CONICET.

El origen

La tapa reproduce parte de un increíble mural de 270 metros cuadrados y un talento que no se puede medir, pintado por el mexicano Diego Rivera en 1951: El agua, origen de la vida. Definición científica a través del arte. 

Biología relaciona: “El agua del líquido amniótico y de nuestras lágrimas es también el agua de los ríos y los océanos”, y plantea que el mural invita a reflexionar sobre “el actual contexto de crisis ambiental planetaria (…) resultado de la lógica mercantil del sistema capitalista que arrasa con la biodiversidad y extrae de nuestro planeta todo aquello que rinda valor monetario (hasta llegar al punto de hacer cotizar el agua en la bolsa de valores)”. Propone “recordar que somos parte de la trama de la vida, que la vida depende del agua y que el agua vale mucho más que el oro”. 

En el prólogo, Antonio Brailovsky ubica al libro en línea con una idea de Gonzalo de Berceo: utiliza el idioma “que cada cual usa para hablar con su vecino”. ¿Para qué vecindario escriben? Adriana: “El libro es para cualquiera que se interese. Hay gente que no tiene nada que ver con la biología, y sin embargo lo busca y se entusiasma. Es una herramienta didáctica tanto para estudiantes de carreras que tienen Biología como materia como para docentes y para los profesorados que forman a docentes”. 

Cada ejemplar de Biología trae un código de acceso a un sitio web complementario con recursos para estudiantes y docentes, desde textos hasta imágenes para diapositivas y animaciones. Se reproduce además el glosario de unos 1.300 términos que permite recordar técnicamente qué es el ARN mensajero, un depredador o el cambio climático, entre otras cuestiones sobre la vida y sus alrededores.

Cada capítulo comienza con el contexto social y de actualidad del tema a tratar. Por ejemplo, el segmento “Ecosistemas” arranca con la información sobre la tala de la selva amazónica, luego se habla de los sistemas ecológicos, de energía y flujo, de los ciclos biogeoquímicos, el ciclo del carbono o la ecología del paisaje, entre otros, hasta retomar la cuestión de la tala con posibilidad de ampliar la mirada. Además hay cientos de imágenes que acompañan los textos y se plantean “situaciones problemáticas” como ejercicios prácticos para que quien lee o quien enseña pueda responder, creando así una nueva instancia de aprendizaje. 

El primer capítulo es “Procesos y contextos de construcción del conocimiento científico”, una maravilla que se abre con la foto del doctor Andrés Carrasco visitando en 2009 a las Madres de Ituzaingó (Córdoba) para informarles que lo que ellas venían denunciando, ante la hipoacusia política y mediática, sobre los efectos en la población de las fumigaciones de agrotóxicos, él lo había comprobado en el Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA (por decir cosas como esas, Carrasco fue atacado por ambos lados de la grieta –los ministros K y Clarín– en  un alarde de unidad nacional para no molestar al negocio transgénico).  

El último tramo del libro es “Intervenciones humanas y cambios globales” en el que se habla de energía nuclear (sueño o pesadilla), de los recursos naturales o bienes comunes, de contaminación de los mares, de los derechos de la naturaleza. 

Hay en el libro una ecología del lenguaje que lo hace sencillo pese a las complejidades que aborda, con ensayos breves capaces de desburrizar hasta a periodistas como el arriba firmante, y segmentos llamados “Diálogo de saberes”. Relata Adriana: “Es un modo de reflejar otros conocimientos no solo de la ciencia, sino de experiencias sociales y pueblos originarios que pueden ser cruciales para incorporar una dimensión política y ética en las problemáticas sociocientíficas”. Carrasco y las Madres de Ituzaingó son un ejemplo de la potencia que puede tener ese diálogo de saberes cuando pasa del dicho al hecho.  

Algunos otros temas: origen de la vida, organización de las células, fotosíntesis, la reproducción sexual y las bases cromosómicas de la herencia, ADN y genomas, las bases genéticas de la evolución, la evolución de los homininos, biología de los animales, sistema endocrino, respiración, circulación, respuestas inmunitarias, biología de las plantas, ecología, ecosistemas, biosfera, por nombrar algo. Todo acompañado por descripciones de la actualidad: salud, alimentación, vacunas, laboratorios, pandemias, granjas porcinas, humedales, fecundación asistida, VIH, desaparición de abejas y crisis mundial de polinizadores, modelos productivos, energía y consumo, crisis ambiental, como un libro infinito que brota en cada página.

El clítoris invisible  

Que el libro lleve la firma de cuatro mujeres, que a su vez toman como referencia a otras como Lynn Margulis y Donna Haraway, es un síntoma de la biología que crece en esta época. Adriana sin embargo es autocrítica: “En esta edición descubrimos, gracias a las luchas de estos años y los movimientos en los que hemos participado, que era un libro con mucha mirada patriarcal. Algunas descripciones estaban hechas con el patrón masculino, con lógica binaria masculino-femenino, llevada a la naturaleza. Un ejemplo: un hongo que tiene una gameta, una célula sexual, más móvil que otro, es definido como masculino. Y el pasivo, como femenino. Es decir: supuestos roles y mandatos que adjudica la cultura patriarcal a las personas, trasladado a los hongos”. 

Otro caso: “Un pingüino macho cuida a su cría, y entonces se lo toma como algo raro, para destacar o, al revés, hay sorpresa si un ave hembra no lo hace”. Massarini y Schnek realizaron una profunda revisión de los contenidos de las ediciones anteriores del libro, que resultó una reflexión sobre su propio trabajo. Adriana: “Se notaba hasta en las ilustraciones. Las del cerebro son clásicas de la neurobiología, y representan al cerebro conectado con partes del cuerpo. El cuerpo es el de un hombrecito, y cuando viene la parte de los órganos sexuales hay un pene. Los órganos sexuales de la mujer ni se mencionaban. Recién en la edición anterior pusimos una vulva y el clítoris”. Descubrieron gracias a una colaboradora que el clítoris recién fue descripto en su totalidad en 1998 por la uróloga australiana Helen O’Connell. “Hasta ese momento se lo mencionaba como una pequeña estructura análoga al pene. Nos estamos criticando porque nosotras mismas tomábamos eso como algo naturalizado en las ediciones previas”, plantea Adriana. 

Alicia: “Esta vez pusimos una imagen frontal de la vulva, para que se comprenda y se vea bien, y la ilustración completa del clítoris, externa e interna, y reproducimos una obra de arte de Jamie McCarney que tiene moldes de muchas vulvas, para demostrar la diversidad de las anatomías femeninas”. Se trata de The great wall of vagina (El gran muro de la vagina) que acompaña el trabajo “El clítoris: el órgano invisibilizado”, en el que se explica toda su anatomía que incluye más de 8 millones de terminaciones nerviosas, y se lo define como un órgano “cuya única función es el placer y que no interviene en la reproducción”, que “estuvo relegado para la ciencia hasta hace muy poco tiempo”. Aclara Biología que no hay dos tipos de orgasmos, el vaginal y el clitórico (como creía don Sigmund Freud, se supone que sin haberlo experimentado) “sino orgasmos derivados de la estimulación directa o indirecta del clítoris a través de la vagina”. También el libro presenta un trabajo sobre el orgasmo masculino, como para que nadie se sienta insatisfecho.

Pandemia y bacterias

Cada ejemplo y tramo del libro refuerza la idea de que la ciencia en la práctica no es “neutral” ni “objetiva” sino que está atravesada y determinada por el contexto, valores, intereses, conflictos e incertidumbres (traducción: plata). “Tampoco la ciencia tiende al progreso necesariamente, ni es universal. Si pensamos que progreso es un edificio más alto que necesita más energía para sus ascensores, ¿de qué estamos hablando? ¿Para quién es ese progreso? ¿Quién se beneficia? ¿Y a costa de qué?”

Esto se refleja en los tramos referidos a las intervenciones humanas, cuando son poco guiadas por un criterio científico o de beneficio social, y muy impregnadas por lo económico, a costa del ambiente y las comunidades. “La ciencia termina convalidando acciones que hoy ya se sabe que el planeta no puede resistir” razona Adriana. 

Antes de la pandemia ya habían decidido incluir en esta edición un capítulo sobre los virus. “Pero después hubo obviamente que contextualizarlo” plantea Alicia, que no centra el problema en un solitario murciélago chino o en una conspiración de laboratorios y agrega una hipótesis: “El problema de la pandemia es el sistema, principalmente el sistema agroindustrial que altera ecosistemas, tala bosques o los incendia para ampliar la frontera de los transgénicos, y a la vez avanza con factorías que concentran animales como cerdos, aves y vacas en las que se generan las condiciones y mecánicas de traspaso de enfermedades, de virus, y de algo que también tocamos en el libro que son las resistencias bacterianas”. Esto último se refiere al uso indiscriminado de antibióticos en humanos y animales que ha terminado por generar súper bacterias que podrían dejar al COVID convertido en una enfermedad de juguete, pese a sus 6 millones de muertos. 

“Pero se borran las causas de la pandemia. Y al ocultarlas no se puede discutir cómo evitarla. De ahí surgen las vacunas. No tenemos una posición antivacunas, de hecho estamos vacunadas, pero tampoco hay una discusión seria sobre su fabricación, sus modificaciones genéticas en comparación a vacunas que sí habían sido probadamente eficientes, y el desconocimiento sobre sus efectos. Se pone todo en términos de pro-vacunas o anti-vacunas, y la realidad es que así se cierra y obtura todo debate, mientras varios hacen de esto también un gigantesco negocio”.

Hay capítulos sobre cosas de las que hemos oído: neuronas, hormonas, glándulas, genes, sangre, y uno entero dedicado a la digestión. Señala el libro que en el organismo humano hay unos 100 millones de millones de microorganismos, principalmente bacterias, un número diez veces mayor al de todas nuestras células, con un peso de más de dos kilos de bacterias para una persona de 70 kilos, lo que hace que se nos pueda considerar ecosistemas bacterianos. 

Esa microbiota, antes llamada flora intestinal, es una clave de la salud humana. Sin esas bacterias moriríamos y esto se relaciona con el proceso de desnutrición por pobreza y malnutrición por alimentación industrial, que erosiona ese ecosistema y erosiona a cada persona. Alicia: “Muchas veces estamos consumiendo antibióticos, como con la leche, o comestibles que son cualquier cosa menos un alimento, con los que el cuerpo no genera energía sino enfermedad. Y ese deterioro se nota después con eventos como lo de la pandemia, que encuentra a las personas muchas veces sin las defensas que significarían una microbiota sana”. Otro tema de Biología es, entonces, el de la Soberanía Alimentaria.

Cada página del libro es así: una idea que brota y se ramifica y se entrama con otras situaciones, otras historias, y otras perspectivas.

La pregunta

Quedaba una pregunta pendiente: ¿qué es la vida? Una vez le pidieron a Alicia que escribiera cuál sería para ella la definición. “Puse ‘sistemas autopoiéticos que intercambian materia y energía con el ambiente’, algo por el estilo. Autopoiesis significa sistemas que se autogeneran. Pero ahora pondría sistemas simpoiéticos, un concepto que describe el vivir y estar juntos, lo que cada sistema es capaz de generar entrelazado con otros. Es el concepto de la vida como trama”. 

Simpoiesis es “generar-crear-hacer-producir con”, como clave de interrelaciones entre los seres (o sistemas autopoiéticos) que es la que permite la vida. Alicia: “No somos sin los otros. Y los otros son las otras especies también. Los humanos no solamente somos humanos sociales, sino que tampoco somos sin las otras especies de la naturaleza. Por eso existe el alerta sobre lo que está pasando con la destrucción masiva de la biodiversidad, que es lo que ya nos está llevando puestos”. Quien quiera salvar lo humano, puede deducirse, tendrá que pensar en cómo salvar también el resto de la vida mientras eso sea posible. El rumbo actual del mundo y sus autopercibidos dirigentes políticos y empresarios parece a veces un gigantesco ejercicio de muerte asistida.  

Adriana: “Lo de simpoiesis es algo que plantea Donna Haraway (bióloga y filósofa norteamericana) en el libro Seguir con el problema. La cuestión no es tanto dirimir o resolver un problema, encontrar recetas o supuestas verdades, sino que el problema nos acompañe, mantener las preguntas, y tejer, interrelacionarnos. Ella pone el ejemplo de esos juegos con hilos entrelazados en nuestros dedos con los que hacíamos figuras que íbamos pasando de mano en mano, de unas a otras”. Al juego de relaciones simpoiéticas Haraway le agrega la idea de las respons-habilidades, con lo que postula entramar la capacidad de dar respuesta con la habilidad de no seguir con el planeta en liquidación. 

Biología viaja en ese espacio que fluye entre cientos de millones de soles sobre nuestras cabezas, y cientos de miles de millones de organismos dentro de nuestros cuerpos. Explica que el contenido de esas naturalezas tiene un origen común. “Toda la energía y la materia presentes actualmente en el Universo probablemente se encontraban concentradas en un único punto”. 

Hace unos 13.700 millones de años estalló el Big Bang que inició la expansión del Universo a partir de los mismos átomos que, de materia galáctica, pasaron a ser partículas de la vida, de montañas y de bacterias, del agua y de la sangre, de los planetas y de los líquidos amnióticos y del aire. Por eso aparece en el libro la idea de Joan Oró (científico catalán que descubrió que la química y la biología le daban más respuestas sobre la existencia que las religiones). Es un modo de salir de ciertas jaulas y de entender, tal vez, por qué cada vez más personas sienten que formamos parte de un todo: “Somos carne y hueso, pero también somos polvo de estrellas”.

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