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Pedí autogestión

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TRU, cooperativa de repartidores. La sigla significa Trabajadores de Reparto Unidos. Nació en San Martín durante la pandemia y la integran quince personas que con sus propias herramientas (motos y bicis) se organizan cooperativamente sin depender de las plataformas multinacionales. Por Delfina Pedelaq.

Pedí autogestión
Foto: Lina Etchesuri

La pandemia llevó a Pablo a trabajar como repartidor para PedidosYa: tuvo que dejar el local que alquilaba para su taller mecánico porque no podía pagarlo más. “El macrismo y la pandemia me la hicieron imposible” explica una crisis tras otra. Su experiencia con la plataforma norteamericana tuvo como punto de partida la precarización, que se fue acrecentando a medida que se transitaba la pandemia: los pagos se atrasaban y las multas por retrasos crecían. El pago de los envíos depende del “ranking” en el que los repartidores se posicionan, que tiene que ver con los horarios y los días, pero sobre todo con la cantidad de horas que trabajan. Con un ranking alto, en ese momento, el costo del envío era de 70 pesos. Según calcularon, para que sea más o menos rentable había que trabajar más de diez horas por día, los siete días de la semana. Si algún repartidor demoraba, le bloqueaban la aplicación por días o semanas, dejando así a muchos sin la posibilidad de trabajar.

Un ejemplo: durante los días de lluvia, la plataforma PedidosYa ofrecía a sus repartidores de la ciudad de Buenos Aires, zona oeste y zona norte, un bono adicional por cada pedido entregado, con la excepción del municipio de San Martín. Sin entender el razonamiento de esta definición, todos los repartidores de la zona se organizaron para llevar adelante un reclamo a la empresa y se movilizaron para hacerse escuchar. “Queríamos cobrar ese plus que cobraban todos los repartidores cuando la situación climática no ayudaba y había que salir a trabajar igual”, cuenta Pablo y anticipa el final: “A la lluvia siguiente, nos dieron el bono”. 

Ahí fue cuando se dieron cuenta de que la lucha y la unión que generaron tenía sus frutos, con otra satisfacción adicional: ese bono que ofrecía la empresa para los días de lluvia alcanzó también a quienes no se habían manifestado. 

Entre paros y reclamos a la empresa, un grupo de trabajadores se fue acercando y comenzó a organizarse. Pablo describe ese momento así: “El límite fue la injusticia que vivimos. La solidaridad y el trabajo es lo queremos profundizar con la cooperativa”, agrega el ahora flamante presidente de Trabajadores de Reparto Unidos (TRU). 

La calle Lacroze, en Villa Ballester, donde se encuentra el principal corredor gastronómico del distrito, era casi siempre el punto de encuentro de Pablo, Ian y Juan. El Obelisco en el centro de la ciudad de Buenos Aires fue el punto fijo en el que se encontraban con trabajadores de otros distritos para visibilizar sus reclamos. 

El vínculo con los comerciantes y las experiencias previas que algunos traían con organizaciones sociales los acercaron a pensar que el cooperativismo era la salida. La autonomía y la posibilidad de ser sus propios jefes fue lo que los convenció. El objetivo era claro: tener su propia herramienta legal y construir así, juntos, los criterios colectivos de trabajo.

Los pies en el barrio

Disco de Oro, la fábrica recuperada que produce tapas para empanadas, ubicada en San Andrés, le cedió a TRU un espacio para que instalara su oficina de comando, el lugar desde donde organizan los pedidos que llegan y quién se encarga de cada uno. “Buscamos también que el círculo virtuoso de las cooperativas sea cada vez más grande”, dice Pablo sobre la relación que unió a los dos proyectos autogestivos de la zona.

Para poder ponerse en marcha idearon un sistema de grupos en una aplicación de mensajes instantáneos, que vincula los pedidos de los locales con sus repartidores. “Nos costó mucho llegar al nivel de organización que tenemos hoy: fue prueba y error”, cuenta Camila, quien gestiona la llegada y asignación de los pedidos. 

Para lograr poner en funcionamiento el trabajo contaron con el apoyo de los comerciantes: “Fuimos creciendo de la mano de la cámara gastronómica de San Martín”, dice Pablo. Los unió el mismo malestar producto de la crisis que trajo la pandemia, sumado a las comisiones, multas, forma de pago y manejos de la empresa PedidosYa. 

Todo esto en un contexto en el cual la demanda creció muchísimo y las necesidades, también. El primer comercio con el que trabajaron fue el bar “Bourbon”. En ese momento eran Pablo y su hijo Juan quienes recorrían local por local llevando la propuesta. En principio aceptaban la oferta de pago que el comerciante les sugería; con el correr de los meses comenzaron a acordar precios fijos por el servicio que prestaban. Cuando consiguieron los primeros cinco locales convocaron a sus compañeros de rubro. Un poco descreídos, se sumaron dos. Pablo cree que primero hay que convencer a los compañeros del proyecto laboral colectivo y después conseguir los locales. Hoy son 16, diez trabajadores y seis trabajadoras. Se dividen en turnos de seis horas cada uno y ya cuentan con 52 locales que contratan el servicio. 

Hay una particularidad que detectaron a medida que comenzaron a funcionar: entendieron la importancia de que la plata gire en el mismo territorio. En tiempos de crisis, así se alimenta el circuito: “Quienes trabajamos somos todos de San Martín, muchos de barrios populares; los comerciantes, los vecinos y vecinas que consumen son de acá también. Ese es nuestro diferencial de las plataformas que se llevan todo para afuera”, dice Pablo. 

Su principal problemática es la publicidad y la difusión de su trabajo. “No tenemos el marketing de Rappi o PedidosYa y eso no nos permite llegar más a la gente”. Pero entienden también que es un proceso que lleva tiempo porque se trata de tejer redes. En eso están: en los últimos meses se vincularon con otras cooperativas para hacer remeras y camperas y plotear sus cajas de reparto 

Además de las dificultades con las que se encuentran, sueñan y proyectan objetivos a largo plazo: uno es bajarse de las motos y pasar a usar todos bicicleta. “Nosotros nos fumamos todo lo tóxico del tránsito, estamos mucho más expuestos todos los días a eso por la cantidad de tiempo que pasamos en la calle”. La idea es vincularse más sanamente con el territorio donde viven y trabajan.

Ser más

Pablo, con 50 años, es el más grande de TRU,  y la más joven tiene 19. Entre algunas charlas que surgen en el ámbito laboral, se habla mucho de las crisis de trabajo en el país: “Cuando a estas empresas multinacionales cómo Uber y PedidosYa no les sea más rentable operar acá, se van a ir. ¿Y qué va a pasar con los más de 200 mil trabajadores? Son así, se van y no les importa nada”. 

Ellos creen que mientras el Estado no las regule y controle, nada va a cambiar. Saben del nivel de responsabilidad que tienen que asumir a medida que el proyecto crece, y esperan también que su iniciativa pueda replicarse en otros distritos. Mientras tanto, apuestan al crecimiento de su cooperativa y a la modalidad de trabajo autogestiva. 

“Nosotros venimos a profesionalizar y dar valor a nuestro trabajo’’, enfatiza Pablo y cuenta que quienes integran la cooperativa organizan y gestionan cursos de capacitación de manipulación de alimentos, educación vial, atención al cliente, entre otras herramientas para hacer que su trabajo sea lo más profesional y seguro posible. 

Cree que todavía las plataformas de delivery son un poco más rentables para el repartidor por el volumen de pedidos. “Hoy, pero mañana no. Y en la medida en que más compañeros se sumen a esto, va a ser más grande”. Lo que quieren es poder multiplicarse: “Todo es más fácil si somos más”.

Pretenden que todo el municipio de San Martín sea de TRU, antes de expandirse a otros distritos. Igualmente, apuestan a concientizar a los y las trabajadoras para que la experiencia se replique. 

La principal vía de contacto son las redes sociales, donde se los puede encontrar como “tru_cooperativa”.

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Santiago Mitre: los ojos en el juicio

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Argentina, 1985 ganó el premio Globo de Oro como Mejor Película Extranjera, lo cual implica un logro histórico para el cine argentino. Fue la única latinoamericana que llegó a la instancia final de esta edición 80 de los premios entregados por la Asociación de la Prensa Extranjera, en Hollywood. El film dirigido por Santiago Mitre reconstruye el juicio a las Juntas Militares, con los fiscales Strassera y Moreno Ocampo interpretados por Ricardo Darín y Peter Lanzani. Había ganado también el premio del Público en el festival de San Sebastián y en Venecia el otorgado por la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica como la mejor película de la competencia oficial. Fue galardonada también en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba, y el director Santiago Mitre obtuvo el Premio Signis de la Asociación Católica Mundial de Comunicación “debido a su certera aproximación al pasado desde una mirada profunda”.

En esta entrevista a la revista MU Santiago habla del deseo como motor para filmar en medio de la pandemia. El desafío y el poder de la imaginación: mirar hacia atrás para narrar el presente. Claves, otras películas que supieron anticipar la época y un enigma: ¿qué hay que hacer cuando parece que no se puede hacer nada? Por Claudia Acuña.

Santiago Mitre: los ojos en el juicio
Santiago Mitre. Foto: Marieta Vázquez
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Punto inicial: el juicio a las Juntas en tiempo presente

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Testigo privilegiado de muchas de las audiencias, el periodista de MU repasa escenas, revelaciones y contexto del juicio por un crimen masivo cometido desde el Estado, tema reabierto a partir del estreno de la película Argentina, 1985. Los testigos, las sorpresas, la ubicación de la locura y de la cordura. La proyección de esa historia pensando en las violaciones de los derechos humanos del presente. Por Sergio Ciancaglini.

Punto inicial: el juicio a las Juntas en tiempo presente
Los militares en 1985, de pie ante los jueces. Fotos gentileza de Telam y Fondo Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Archivo Memoria Abierta.
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Agrotóxicos en Baradero: todo huele mal

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Aire tóxico, olores pestilentes, enfermedades emergentes, aguas contaminadas. La comunidad expuesta a más de 60 plaguicidas con valores comprobados hasta cinco mil veces por encima de los estándares. Los análisis que revelan agrotóxicos en los cuerpos, incluso de niñas de 6 años. El municipio y un clásico: la defensa del modelo fumigador cuestionando las evidencias. Y la movilización social frente a la censura local y el silencio nacional. Con aval científico, la comunidad intenta garantizar lo que parece una nueva utopía: la salud. Por Francisco Pandolfi.

Agrotóxicos en Baradero: todo huele mal
La escuela primaria rural 8, rodeada de campos transgénicos, en la que dos niñas de seis años presentaron glifosato en el cuerpo. Fotos: Sebastián Smok
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