CABA
10° Marcha de la Gorra: el Estado Policial impugnado
Desde Córdoba, Rául Zibechi analiza el impacto de la 10° Marcha de la Gorra. La realidad que viven los jóvenes en los barrios periféricos: represión policial y desborde callejero, bronca y festejo, acoso y desafío. Cómo se vio y vivió la mayor movilización cordobesa.
Por Raúl Zibechi, desde Córdoba, para Brecha.
“Ni yuta, ni tuya”, dice el cartelito que la chica lleva colgado al cuello, anudando en una sola frase dos luchas potentes de estos días. A su alrededor revolotea un inmenso caleidoscopio de cuerpos y voces, sonidos y cánticos, danzas y ritmos que emanan de gargantas y de instrumentos, bombos, trompetas y platillos; las calles céntricas se convirtieron, el viernes 18, en un enorme tablado donde 20 mil jóvenes (y un puñado de mayores de 40) escenificaron la alegría de caminar como son, con sus colores y olores, con sus ropas y gorras, sin ser molestados por la policía. Es, dicen, el día de fiesta.
La décima Marcha de la Gorra recorre con cansina lentitud el centro de Córdoba. La cabeza es villera. Destacan las madres de los asesinados y desaparecidos portando enormes pancartas que claman “Justicia”. Las chicas villeras lucen como saliendo a la bailanta, pelos pintados, calzas de colores, y exageran poses de estrellas pop. Los varones caminan con sus infaltables gorras. Murgas, batucadas, teatro espontáneo, arte popular circense y cuerpos pintados; múltiples colores sobre cuerpos marcados porque, en los barrios de la periferia, ¿quién no fue golpeado por la policía?
Los grupos que hacen teatro escenifican las razias, arrodilladas con las manos en la nuca, los brazos en alto contra la pared y las piernas bien abiertas, acosados por “canas” que forman parte de la parodia. Algunas pancartas y muchos carteles, frases y consignas pintadas sobre las remeras y sobre la piel. Llama la atención que la piel se convierta en tela de pancarta. Quizá porque sientan todos los días, en el alma y en el cuerpo, la hondura de la frase de Paul Valery: “Lo más profundo es la piel”.
“Los ricos pasean, los pobres merodean”, dice un cartelito, en referencia al Código de Faltas que utiliza la figura del “merodeo” para ensañarse con los pibes de los barrios que tienen prohibido acercarse al centro. Un grupo de más de cien estudiantes universitarios portan, a modo de banderas, balas negras desplegadas al viento, en una danza circular y macabra imposible de eludir.
En la segunda fila marchan los organismos de derechos humanos y detrás las organizaciones sociales. La anarquista Federación de Organizaciones de Base con una nutrida columna de madres y pibes de los barrios, el autonomista Encuentro de Organizaciones, un vistoso grupo de La Poderosa, el grupo surgido en torno a una revista villera, Barrios de Pie con una enorme pancarta y la agrupación estudiantil La Bisagra, cerrando el tramo donde se agrupan hasta trece movimientos que trabajan en los territorios de la pobreza de la capital cordobesa. Más atrás las juventudes de los partidos, haciendo realidad una frase de una investigación sobre las marchas: “A medida que nos alejamos de la ´cabeza´ la cosa se pone más opaca”*. Los gestos grotescos y el desbunde dan paso a la seriedad de lo que, en términos sistémicos, se conoce como “la política”. Con mayúscula, claro.
Código de faltas
Decir que cada año hay 73 mil detenidos puede sonar exagerado. Lo cierto es que los jóvenes son indagados por “portación de rostro” en las vías públicas, por una policía que los para en función del aspecto. La policía de la provincia ha venido creciendo a la par de las detenciones. En 2007 había 13.400 uniformados. En 2009 ya eran 16.700 y al año siguiente treparon casi a 20 mil. Hoy se calcula que hay 25 mil policías en una población de poco más de tres millones.
Los detenidos por “portación de rostro” escalaron de forma similar: de 27.000 en 2009 pasaron a 42.700 en 2011 y se puede estimar que superan los 50 mil este año, aunque la policía se niega a facilitar datos. El abogado Sergio Job asegura que el 80 por ciento de los jóvenes de la ciudad fueron alguna vez detenidos por la policía. Entre los jóvenes pobres de 18 a 25 años habría que esforzarse para encontrar alguno que no haya sido detenido.
El Código de Faltas fue aprobado en 1994 pero su impronta en la ciudad empezó a hacerse visible desde 1999 cuando asume la gobernación José Manuel de la Sota. Desde los primeros días en el cargo estableció alianzas con el Instituto Manhattan, defensor de la “tolerancia cero”. El Código es considerado inconstitucional porque viola el derecho a la defensa y el acceso a la Justicia consagrados en la Constitución, y porque anula los criterios de parcialidad e independencia ya que otorga a la Policía (según el artículo 114) la autoridad para detener, instruir y juzgar en cualquier punto de la tramitación del hecho.
Como el Código es “simplemente” administrativo, no es necesario que haya jueces que sentencien sino que esa labor corresponde al comisario de cada distrito, quien decide la pena en base a los informes de sus subordinados. “Varios comisarios han sido denunciados penalmente por sus propios dirigidos, luego de que estos recibieran castigos desmedidos por no haber logrado el número de detenciones que cada policía está obligado a hacer por turno”, asegura Job.
Entre las figuras más polémicas por las que se puede detener a personas en la calle, figuran “mendigar” (artículo 46), “prostituirse escandalosamente” (art 45), concurrir a reuniones públicas tumultuarias, autorizadas o no (art 99) y sobre todo “merodeo” (art 98). Es tan general que permite detener a quienes “permanecieran en las inmediaciones de edificios o vehículos en actitud sospechosa”, algo que sólo la policía puede determinar. En los hechos, la figura no permite distinguir entre pasear y merodear lo que, dice el abogado, “se resuelve en los hechos con criterios racistas, clasistas y culturalmente discriminatorios”.
En abril pasado se aprobó un Código de Convivencia que “no es otra cosa que el Código de Faltas dibujado”, según los organizadores de la Marcha. Por eso el lema central fue “El Estado es responsable”, a la vez que exigen la derogación del nuevo código.
Pibes que sobran
El asesinato de Güere fue uno de los crímenes policiales que mejor desnudan la violencia contra los jóvenes pobres. Fernando Güere Pellico y su amigo Maximiliano Peralta, de 21 y 18 años, salieron en su moto a comprar vino un sábado por la noche. Cuando regresaban fueron emboscados por un patrullero que los siguió con las luces apagadas. Dispararon cinco veces. Maxi salió corriendo, herido al caerse de la moto. A Güere lo mataron de cuatro disparos. Los dos trabajaban en los cortaderos de ladrillos.
El viernes, al día siguiente de la Marcha, comenzó el juicio contra los dos policías que les dispararon, el sargento Ruben Leiva y el oficial Lucas Chávez, imputados por homicidio calificado agravado. Güere es uno de los 150 muertos registrados desde 2011, que incluyen los femicidios que en su inmensa mayoría son mujeres asesinadas por sus parejas con armas reglamentarias, o sea son policías, según miembros del Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos, inspirador de la Marcha de la Gorra.
Es evidente que una política de seguridad este tipo responde a intereses de los grupos privilegiados, algo que los jóvenes tienen muy claro. “La orientación de sus gobiernos ha fortalecido los intereses de minorías que explotan y disgregan al pueblo. Un plan semejante sólo puede imponerse si logran derrotar a quienes hoy estamos de pie enfrentando sus políticas represivas y de ajuste”, señala la “Carta Abierta al Estado Policial”, manifiesto leído en el cierre de la Marcha, que recuerda el título de la misiva de Rodolfo Walsh a la Junta Militar en 1976.
Dicen que el Estado es patriarcal además de policial, y denuncian “las violaciones y abusos en las cárceles y en los barrios, para no detener a las jóvenes y el pedido de teléfonos y datos, son prácticas que aparecen de manera permanente”. Agregan que el aparato policial es la principal fuente de delitos por su connivencia con el crimen organizado. “El Estado que ustedes administran es un Estado policial, que no comete excesos en nombre de la seguridad, sino que es la fuente misma del delito que dice combatir, y que en estos diez años no ha dejado de subir”, sacude el manifiesto.
Apuntan contra la ley antiterrorista aprobada por el gobierno de Cristina Fernández, que lleva a una creciente intervención militar en el espionaje de organizaciones sociales. Trazan un mapa transparente de sus alianzas: apoyan el Encuentro Nacional de Mujeres, rechazan la criminalización de lesbianas, gays, trans y bisexuales; están contra la penalización del consumo de marihuana y la persecución a las trabajadoras sexuales, y contra la represión a los movimientos sociales.
En suma, una suerte de alianza informal de los que no caben en un sistema dominado por el capital financiero. O, como destaca Job, “quien no consume, sobra”. En su opinión, el hecho de colocar las contravenciones del Código de Faltas al mismo nivel que los delitos establecidos en el Código Penal, dibuja una policía preventiva, de saturación y ocupación territorial que es el núcleo del Estado Policial, que “responde y debe estar enmarcado en la reconfiguración que ha sufrido el sistema capitalista en las últimas décadas”.
Un Estado Policial funcional a la hegemonía del extractivismo, que se resume en la expulsión de campesinos de sus tierras, pero también en la incapacidad del modelo de cobijar con empelo digno a los millones de jóvenes que no tienen otro futuro que trabajos de baja calidad, precarios y mal pagos.
Colectivo de jóvenes
Lucrecia Cuello egresó de la Facultad de Psicología para volcarse, a comienzos de la década de 2000, en los barrios populares desde la psicología social comunitaria. La revuelta de diciembre de 2001 estaba fresca cuando empezaron a organizar encuentros de jóvenes de diversos barrios, que venían realizando talleres de teatro, murga, revistas y cuanta iniciativa les sirviera para sobrellevar la amarga cotidianeidad.
En uno de los barrios más pobres de Córdoba, Barranca de Yaco, poblado por carreros y cartoneros con viviendas precarias, Huayna explica una realidad tremenda. “Hace unos meses se incendió una vivienda, llamamos a los bomberos y llegó la policía. Alguien se enferma, llamás a la ambulancia y llega la policía. Es lo único que nos mandan”. Lucrecia dice algo similar: “Hacíamos una revista, y si se hablaba por ejemplo de salud sexual y reproductiva, terminaba saliendo la cana, era imposible que no saliera”.
Hacia mediados de la década, la política de seguridad del gobierno De la Sota impuso que los jóvenes de los diversos barrios se empezaran a reunir. “En un encuentro en 2007 los pibes nos dicen a los técnicos que basta de esta lógica que ustedes arman el tallercito y nosotros tenemos que decir lo que ustedes quieren. Queremos tomar las decisiones y queremos salir a la calle”, relata Lucrecia
Sigue: “Fue muy fuerte porque nos interpelaban, pero aceptamos el desafío, hubo un primer momento en que nos separamos y ellos nos decían ustedes los técnicos vayan allá y nosotros nos reunimos por nuestro lado y al final de la reunión nos encontramos. Estuvimos como un año así y nos bancamos”.
Con el tiempo, reflexiona que estaban “reproduciendo el tutelaje colonial sobre los pobres, que siguen siendo subalternos en relación a las ONG y también en las organizaciones de la izquierda”. Fue posible porque venían de un proceso muy intenso con asambleas de hasta 300 de diferentes barrios. “Creo que lo que pasaba es que en cada barrio ellos iban generando cosas muy interesantes, hacían teatro, murga, y cuando se encuentran los barrios, eso explotó. Recuerdo cómo se miraban, cómo descubrieron la geografía en la vivían todo eso”.
El proceso que describe Lucrecia, como parte de una generación de activistas universitarias que se comprometieron en el ciclo de luchas que cuajó en los hechos de 2001, es menos excepcional de lo que parece. Durante años los “técnicos” trabajaron con dinámicas de educación popular para fomentar actividades recreativas. En cierto, momento, las relaciones dieron un vuelco. “Desbordaron la educación popular. El encuentro entre ellos fue determinante para romper con el técnico o con el militante que va al territorio”.
Diez años después de la primera marcha, a la que fueron apenas 50 personas, los jóvenes de los barrios están más seguros de sí mismos, tienen menos miedo y mucha más decisión de seguir adelante. Durante la marcha alguien saca un celular donde aparecen escenas de lo sucedido en Villa La Tela cuatro días antes. La policía hizo disparos y el barrio entero salió a la calle. No es el único caso.
“Está pasando en muchos barrios, creo que eso empieza hace cuatro, cinco años. Después del período del 2000 al 2001, cuando hubo una explosión, vino una anestesia porque las políticas sociales lograron frenar lo que sucedía en los barrios. Pero desde 2010 hay otra cosa, una confianza con el que vive al lado de tu casa. Entra la cana y los vecinos salen con piedras como sucedió en Los Cortaderos, sin saber por qué entró”, explica Lucrecia.
El objetivo de los chicos es llegar al centro, traspasar las fronteras de sus barrios cercados, trascender los límites.
-¿No tienen miedo?
-No tienen. A Güere lo fusilaron dos policías en Los Cortaderos. Los pibes nunca más se detuvieron, aunque saben que los pueden matar por la espalda como a Güere. Es un barrio de cinco kilómetros y la única entrada es la ruta. En ese camino la cana los persigue, pero dicen: “No vamos a parar nunca, si vemos un cana seguimos en la moto”. Y no van a parar.
Muchos consideran la Marcha de la Gorra como una expresión de un mundo en movimiento que cobra visibilidad ese día, aunque en los barrios es lo cotidiano. Una realidad que el Estado y los partidos no parecen reconocer.
Córdoba no es cualquier lugar. En 1918 fue el epicentro de la lucha por la reforma universitaria. En 1968 el Cordobazo fue la insurrección obrera y estudiantil que echó por tierra la dictadura militar de Juan Carlos Onganía. En 2016 se realizó la décima Marcha contra la represión policial, la mayor movilización anual de la ciudad.
-¿Quiénes saldrían si hubiera un nuevo Cordobazo?
-Los barrios saldrían. Tengo mucha más confianza política en ellos que en cualquier otro sector. Ahí no hay democracia, hay dictadura. El sentimiento de “qué más vamos a perder” está en el cuerpo de generaciones.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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