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Colombia dijo No: un Estado débil, dos países fuertes
Raúl Zibechi analiza la derrota del proceso de paz en el referendo del domingo 2 de octubre. Las razones del No, las diferencias entre el campo y la ciudad, la sombra derechista de Uribe y el factor religioso y militar. Apuntes para pensar “un país dividido en dos mitades que no se reconocen, ni lo harán”.
La dos Colombias que chocaron el domingo 2 de octubre encarnan dos mundos que se desconfían y se temen. Una realidad que antecede, con mucho, el posicionamiento ideológico que es posterior y viene a justificar distancias culturales sobre las que toman forma las diferencias políticas. Esos dos mundos pudieron más que las largas negociaciones entre gobierno y FARC en La Habana, sobrevolaron el macizo apoyo internacional a la firma de la paz, y desbarataron el más serio y firme intento por superar una guerra de 52 años.
No fue suficiente la promesa de la presidenta del FMI, Christine Lagarde, de abrir una línea de crédito especial para Colombia por 11.000 millones de dólares, ni su apoyo irrestricto al proceso de paz con su presencia en Cartagena: “Vemos el proceso de paz como un impulso al desarrollo, la atracción de inversión extranjera directa adicional, más confianza en el país, más seguridad y mayor certidumbre para aquellos que buscan invertir bien su dinero alrededor del mundo” (Semana, 26 de setiembre de 2016).
El Sí tenía todo a su favor, desde el gobierno y la oposición de izquierda moderada, agrupada en el Polo Democrático, hasta los gobiernos de la región y los organismos financieros internacionales. La relación de fuerzas era tan grande, que todos creyeron a las encuestas que pronosticaban hasta un 60 por ciento de votos favorables. Entre los que apostaron al No, destaca el Centro Democrático de Álvaro Uribe, ex presidente y ex aliado del actual presidente Juan Manuel Santos, que puede considerarse el principal vencedor del fracaso gubernamental.
Empero, no debería verse a Uribe como el hacedor de la derrota del Sí. Por el contrario, la habilidad del ex presidente consistió en captar la bronca y el rencor de la mitad de los colombianos con las FARC. Antipatía que su gobierno (2002-2010) contribuyó como pocos a potenciar, aliado con las fuerzas armadas y una parte sustancial del empresariado, en particular del ganadero, pero también los paramilitares y narcotraficantes.
Explicar la sorpresa
Una parte considerable de los análisis sobre el estrecho resultado del referendo enfatizaron en cuestiones puntuales vinculadas a los aciertos y errores de campaña. “Mientras la campaña del No siguió en forma unificada las directrices del uribismo, la del Sí resultó dispersa”, sostiene uno de los periódicos más prestigiosos (El Espectador, 4 de octubre de 2016). Alude a la multiplicidad de apoyos que recibió el Sí, desde el gobierno y grupos conservadores hasta el centro-izquierda y los verdes, pasando por los diversos movimientos sociales. El argumento señala que si todos los que apoyaban la paz hubieran hecho una campaña unificada, los resultados hubieran sido distintos.
Entre los argumentos menos sólidos, apareció el que atribuye al huracán Matthew en la costa Caribe, la abstención de más de cien mil votantes en la región más favorable a la paz. Las mismas premisas defienden quienes se quejan de la baja participación, ya que la abstención trepó al 63 por ciento. Debe recordarse que las elecciones en Colombia desde siempre se caracterizaron por la baja participación. En todo caso, deberían pensarse las razones por las cuales la clase política tiene tan esmirriada credibilidad.
La publicación La Silla Vacía (nombre que hace referencia a la ausencia de Manuel Marulanda en El Caguán, en las negociaciones de paz de los 90), una de las más sólidas en el análisis de la política colombiana, salió al paso con cinco razones que explicarían el fracaso del Sí. La primera consiste en haber subestimado el rechazo de la población a las FARC, que Uribe supo capitalizar al lanzar la consigna de que el Sí es tanto como decir “Ser Pillo Paga”, ya que es contrario a que los guerrilleros no reciban duras condenas. Durante la campaña desplegó anuncios simulando “Timochenko presidente”, quizá el más efectivo al hacer pensar que el dirigente de las FARC sería el próximo gobernante.
La segunda razón sería haber subestimado el rechazo a Santos en la población. En efecto, el gobierno tiene menos del 30 por ciento de aprobación, por lo que el presidente “se convirtió desde un inicio en un lastre para el plebiscito” (lasillavacia.com, 3 de octubre de 2016). Luego destaca que los partidarios del No tuvieron la habilidad de no oponerse a la paz, sino apostar por “un mejor acuerdo”. Incluso Ingrid Bentancourt, ex prisionera de la guerrilla, aseguró su apoyo al Sí “aunque en mi caso no habrá justicia” (Semana, 24 de setiembre de 2016).
La publicación achaca a las FARC y al gobierno actitudes de soberbia. Éste al mostrar la paz como algo irreversible y por una frase de Santos al ser consultado sobre si la pregunta a refrendar era la idónea: “El presidente tiene la facultad de redactar la pregunta que le dé la gana”. Un estilo caudillista y autoritario que muchos sintieron que pretendía llevarse al país por delante.
La guerrilla no se quedó atrás, y mostró “todo menos humildad”, en particular en el discurso de Timochenko en Cartagena donde “salió al escenario como una estrella de rock” y no se atrevió a pedir perdón de frente, mostrando “superioridad moral”. En efecto, los dirigentes de la guerrilla actuaron reafirmando sus posiciones y nunca entendieron que se trataba de conquistar la voluntad de esa otra mitad del país que sólo los conoce a través de la publicidad negativa de sus enemigos.
Por último, se alude al proverbial conservadurismo de los colombianos, católicos y homofóbicos. La ministra de Educación, Gina Parody, puso en circulación cartillas de educación sexual que provocaron debates que polarizaron al país, con multitudinarias marchas contra el gobierno. Uribe hizo llamados para rescatar la “familia tradicional”, mientras el procurador Alejandro Ordóñez aseguró que los acuerdos de La Habana pretendían cambiar instituciones sagradas como el matrimonio. El gobierno no pudo convencer a la iglesia católica, en una reunión con varios cientos de pastores cristianos, de que las denuncias no eran verdaderas, pero “no muchos le creyeron” (Semana, 2 de octubre de 2016).
Campo y ciudad
Lo cierto es que la sociedad colombiana vive, desde hace décadas, una profunda y creciente polarización que seguramente tenga su punto de partida en el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, que marcó el inicio de una guerra civil entre liberales y conservadores que crea las condiciones para el nacimiento de las FARC en los años 60. Pero esa guerra no afectó a todos los colombianos por igual, sino en primer lugar a los pobladores rurales.
El Grupo de Memoria Histórica denuncia que el conflicto ha causado la muerte de 220.000 personas entre 1958 y 2012, de las cuales más del 80 por ciento son civiles que fueron las principales víctimas del conflicto. En paralelo, el Registro Único de Víctimas dice que hasta marzo de 2013 hubo 25 mil desaparecidos y casi seis millones de desplazados en un país de 48 millones de habitantes. Unos y otros provienen de las áreas rurales que votaron mayoritariamente por la paz, como Chocó, Cauca, Guaviare, Nariño, Caquetá, Vaupés, Meta y Putumayo, donde el Sí se impuso con cierta holgura. Por eso se dice que las víctimas de la guerra votaron afirmativo.
Por el contrario, en las grandes ciudades y zonas urbanas triunfó el No. Como señala la periodista Constanza Vieira, “Colombia exhibió su peculiar trastorno de doble personalidad, que hace que se hable de dos Colombias: la más desarrollada, predominante en los Andes, votó mayoritariamente No. El país de la periferia, con menor densidad de población, lo hizo por el Sí, junto con Bogotá, de unos ocho millones de habitantes” (IPS, 3 de octubre de 2016).
Lo interesante, y verdaderamente complejo, es que el país “moderno” le da la espalda a la paz y se alía con el ultraderechista Uribe. Salvo en Bogotá, que ha experimentado un proceso de democratización, con dos décadas de gobiernos municipales progresistas, lo que no inhibe que alguno de los alcaldes haya sido procesado por corrupción.
Las razones de este supuesto desfasaje entre modernidad y actitud política conservadora habría que buscarlas, básicamente, en dos cuestiones. La primera se relaciona con los escenarios de la guerra. Para los citadinos, el conflicto es algo que sucede lejos de su vida cotidiana, entre contendientes con los que no tienen el menor contacto. Esta población no sólo no sufre la guerra, sino que se entera por los medios siempre controlados por la alianza entre un Estado militarista y empresarios amigos de los militares.
Sin embargo, en las ciudades se respira prosperidad, por un lado, y pobreza en el otro extremo. Pero en un país como Colombia una y otra no se miran, menos aún interaccionan. Los seis de cada diez colombianos que no votan suelen reclutarse entre la mitad más pobre de la población, lo que explica el peso pequeño de una izquierda que, además, hace rato está desconectada de la realidad.
La segunda cuestión se relaciona con el peso creciente de las “iglesias de garaje”, que proliferaron a tal punto en los últimos 20 años que el gobierno pretendió controlarlas a través de un registro que contabiliza 5.071 iglesias no católicas anotadas ante el Ministerio del Interior (Caracol, 17 de enero de 2014). Cada día se presentan tres iglesias nuevas, además de las que funcionan de forma “ilegal”.
En su inmensa mayoría son pequeños templos evangélicos o pentecostales a los que acuden decenas de personas. Probablemente tengan una incidencia similar a las iglesias pentecostales en Brasil, que cuentan con poderosos medios de comunicación, grandes templos y una numerosa bancada de diputados y senadores. Pero en Colombia el fenómeno no cuenta con estudios que permitan conocer la cantidad de fieles, ni sus características. Sabemos que los ingresos de esas iglesias informales eran, hace apenas tres años, de 10 mil millones de pesos, mientras el presupuesto estatal para educación era de apenas 1,2 mil millones (dinero.com, 24 de abril de 2013).
El factor militar
Fuera de dudas, el universo religioso juega un papel relevante en la consolidación del conservadurismo. Esas miles de iglesias se mostraron reacias al acuerdo de paz. Una de las escasas investigaciones académicas sobre estas iglesias, realizada por el periodista Ricardo Sarmiento, divide las iglesias en tres categorías: las iglesias locales o “iglesias de garaje”, casi siempre pentecostales con una sede única y que sólo influencian a personas de las cercanías en donde están instalada, que se estima en unas 50 personas en promedio; las que tienen varias sedes en Bogotá y en diferentes regiones del país; y las “megaiglesias” que pertenecen a congregaciones internacionales.
Este universo en expansión geométrica tiene una poderosa influencia en el comportamiento de los sectores populares. Las pequeñas “iglesias de garaje” están en barrios periféricos, funcionan en casas de familia y a diferencia de las grandes congregaciones, “este protestantismo informal crece sin necesidad del apoyo económico foráneo”, como sostiene el trabajo del sociólogo William Beltrán. Agrega que este tipo de organización religiosa puede considerase como “una forma de resistencia social” de los más pobres, que participan en movimientos religiosos porque “propician espacios de organización comunitaria para los pobres, desplazados y marginados que encuentran en el seno de la comunidad la posibilidad de reestructurar el sentido de su existencia y su identidad”.
Los pobres encontraron un refugio entre los pentecostales, que avivan el fuego conservador de sus culturas ancestrales. El otro refugio son las fuerzas armadas, donde los más jóvenes –y a menudo rebeldes- quieren desembarcar para darle un sentido a sus vidas y un ingreso seguro. Ambos hechos, constatables en cualquier recorrido por las ciudades colombianas, muestran la brutal distancia existencial y política de la izquierda con lo que debería ser, y alguna vez fue, su base social.
Queda un elemento que colocó sobre la mesa el periodista Héctor Abad Faciolince, partidario del Sí. En Colombia hay unos dos mil militares presos, por condenas que tienen que ver con el conflicto armado, por violaciones a los derechos humanos, entre otros delitos.
Finaliza su artículo, escrito bastante antes del referendo, con un párrafo lúcido y complejo: “Si el presidente Santos de verdad quiere hacer la paz con todo el país, debe ofrecerles a los militares, y a Uribe, y a los intereses y miedos que él representa, un trato que los cobije. Me temo que aquí seguirá la guerra si algunos militares y civiles reciben más penas y vergüenzas que la guerrilla. Si Santos define un trato especial para militares y civiles implicados en el conflicto (y sólo él tiene el poder de hacerlo), creo que hasta el Centro Democrático votaría por el Sí en el plebiscito. Aquí hay cierta derecha que no descansará hasta no ver presa o muerta a la cúpula guerrillera; y cierta izquierda que no estará contenta hasta no ver preso a Uribe y a sus amigos. A esa izquierda y a esa derecha hay que desarmarlas con un perdón especial” (El Espectador, 30 de julio de 2016).
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El estado de la salud: Hospitales marcharon contra el recorte, con el Bonaparte como símbolo de la insensibilidad
Médicos y médicas de distintos hospitales públicos e instituciones de salud marcharon hoy a Plaza de Mayo. El Hospital Garrahan -donde el gobierno nacional echó al Consejo Directivo- fue el punto de partida y el símbolo, el Hospital Bonaparte cuyos trabajadores y trabajadoras resisten al cierre. Lo común: el ahogo presupuestario y el recorte salarial. El contexto: mayor demanda, menos dinero, menos insumos y más precariedad. Un combo insalubre para quienes trabajan y para quienes se atienden. El llamado a un paro general, y la unión sin distinciones de todo el personal de las instituciones. El jueves, Día de la Salud Mental, habrá una nueva marcha a las 10 de la mañana, desde el Hospital Rawson al Bonaparte.
Por Lucas Pedulla
Karen tiene 35 años y este martes cumplió su primera semana de residencia en el Hospital Nacional Laura Bonaparte. Lamenta no estar en su área de trabajo, después de estudiar durante años en la Universidad Nacional de Luján, sino en Plaza de Mayo, fruto de una necesidad que la empujó a salir a la calle, con miles de trabajadores y trabajadoras de la salud.
Pero rescata lo bueno, ante la pregunta de cómo está, que ella elige responder en plural: “Estamos bien, es muy energética esta situación: permanecimos en nuestros puestos de trabajo, con el hospital abierto, garantizando la continuidad de la atención, y reconforta que haya tenido toda esta respuesta. Todo eso implica que es una pelea que vamos a poder ganar”.
Karen ingresó al Bonaparte en medio de un plan de lucha que trabajadores y trabajadoras de la salud llevan adelante hace meses, con pedidos de recomposición salarial y la denuncia del desabastecimiento de las instituciones. Hasta ahí, todo a-normal. Hasta que el viernes llegó el “baldazo de agua fría”, según describe: “Cuando volvimos a nuestros puestos y a realizar las tareas diarias, a las dos y media de la tarde, sin que tengamos la mínima sospecha empezaron a circular mensajes de que habían anunciado el inminente cierre del hospital -dice Karen a lavaca– Para nosotros fue impactante. No sabíamos cómo reaccionar hasta que bajamos al hall de entrada y nos encontramos con las puertas cerradas y los pacientes en la vereda: los habían sacado de la guardia”.
Así fue que una compañera propuso quedarse hasta revertir la decisión de cierre. El apoyo fue unánime, con festivales y vigilias que acompañaron a lxs trabajadorxs todo el fin de semana. El lunes realizaron un abrazo simbólico, donde cantaron: “El Bona no se cierra”. Y hoy se movilizaron a Plaza de Mayo.
A Karen, en su primera semana, ya algo le quedó claro: “Nos quieren destruir como clase trabajadora. No quieren que tengamos salud. No quieren que tengamos educación. Nos quieren destruir para poder explotarnos más. Quieren que ganemos salarios miserables. No sé cómo pretenden que sostengamos la productividad del país si no tenemos salud, vivienda, educación y alimento”.
Foto: Tadeo Bourbon para lavaca
Del Hospital a la Plaza
La movilización partió del Hospital Garrahan, donde la junta interna de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) lleva adelante un paro de 48 horas en reclamo de recomposiciones salariales, pero que es tan solo la punta de un iceberg: así se plegaron trabajadorxs del Bonaparte y, también, de otras instituciones como el Piñero, el Penna o el Posadas.
La Plaza de Mayo combina hoy dos escenarios, Casa Rosada y el Ministerio de Economía, a donde el presidente Javier Milei cruzó al mediodía para almorzar con el ministro Luis Caputo, protagonista de uno de los estribillos de este mediodía:
“Che caputo, che Caputo / no te lo decimos más / si tocás los hospitales / qué quilombo se va a armar”.
Cantando está Magalí, 34 años, bioquímica, quien hizo toda su carrera dentro del Garrahan, donde trabaja hace ocho años. Hoy es personal de planta, en el sector de Laboratorio. Precisa el reclamo: “Pedimos 100% de aumento en una sola cuota. Recomposición salarial de todos los trabajadores de todos los hospitales. Desde diciembre nuestro salario perdió mucho, quedamos atrasados, y eso genera una situación de mucho pluriempleo, con mucho cansancio, que redunda en una mala calidad de atención y en que muchos profesionales formados se están yendo. El hospital se está vaciando con estas políticas de recorte. Y eso afecta a la salud”.
Luego, otro trabajador del Garrahan toma el micrófono: “Esta marcha agrupa sin distinción de tareas y sin distinción de agrupación. Nos tenemos que unir en una sola lucha y hacer una huelga general para derrotar a este gobierno”.
Un residente del Hospital Posadas, en el oeste del conurbano bonaerense suma: “Tenemos que estar todos juntos para enfrentar un gobierno de insensibles que quieren llevarnos a la pobreza extrema”.
Un residente del Penna: “Si hay algo que quiere el Gobierno es dividirnos: los residentes por un lado, los de planta por otro, los del Bonaparte por otro, los enfermeros por allá. Tenemos que unirnos y que todas las centrales llamen a un paro”.
Una trabajadora de hospitales de Lanús y Alejandro Korn, al sur del conurbano profundo: “Este es un gobierno despiadado y oscurantista que quiere cerrar baluartes para la sociedad, como las universidades que brindan la posibilidad de ascenso social para la clase trabajadora. Paro general ya”.
Magalí, del Garrahan, escucha y dice a lavaca: “Hemos movilizado en todos los gobiernos pero este recorte no lo vi hasta ahora. Aumentó la demanda, porque se caen de las obras sociales y vienen al hospital público, y los insumos y reactivos tardan mucho llegar”.
Foto: Tadeo Bourbon para lavaca
Desde la Plaza anuncian que el jueves es el día de la Salud Mental y habrá una nueva marcha, a las 10 de la mañana, desde el Hospital Rawson al Bonaparte. “No queremos resignarnos a los salarios de miseria que atentan contra la salud de los pacientes -dice, desde el camión otra trabajadora del Bonaparte-. Acumulamos casi un 50% de pérdida de poder adquisitivo. Sostenemos, con profunda vocación, que vamos a seguir luchando”.
El vocero presidencial Manuel Adorni dijo el lunes que “el Hospital Bonaparte no va a cerrar”, aunque habló de una “reestructuración” en base a un supuesto “desfasaje” entre la cantidad de empleados y los usuarios. En Plaza de Mayo, desde un camión, responde una de esas trabajadoras: “Atendemos de 8 a 20 (horas). Recibimos a mamás y papás que tienen a sus hijos en tratamiento. Contamos con una guardia las 24 horas y un 0800 que atiende llamados. Hoy el hospital está funcionando porque lo estamos defendiendo. No se cierra. Están diciendo que sobran los trabajadores, pero es mentira: estamos desbordados de demanda. En el Bonaparte no sobra nadie. La mayoría hacen tratamientos ambulatorios. Es el primer hospital que quieren cerrar en democracia, y no lo vamos a permitir”.
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Hospital Bonaparte: agumentos versus fake news para evitar el cierre de una institución modelo
De un día para otro, el gobierno anunció que cerraría el único hospital de salud mental de AMBA, amparándose en la fake news de la supuesta baja tasa de pacientes. Esta medida sería publicada en el Boletín Oficial el día lunes. Mientras tanto, las y los trabajadores de la institución ubicada en Combate de los Pozos 2133 permanecen adentro del edificio, en estado de alerta y asamblea, convocando a distintas actividades de apoyo hoy y mañana, y se preparan para dar una conferencia el lunes.
En diálogo con lavaca desmienten una por una las mentiras del gobierno, y cuentan lo que implica el eventual cierre: dejar sin trabajo a 612 trabajadores y trabajadoras, y también y sobre todo a la deriva a miles de pacientes por casos de salud mental, adicciones y en situación de calle que son atendidas regularmente en el Hospital o en uno de sus tantos dispositivos. Por qué el Bonaparte es un hospital modelo, y el sentido de pertenencia de quienes allí trabajan como un plus en una lucha que recién comienza.
El Hospital Laura Bonaparte -fundado en 1974- se encuentra hoy en peligro tras la decisión administrativa de parar el ingreso de pacientes a la institución, y el trascendido de que el lunes que viene se publicaría un Decreto anunciando su cierre definitivo. Esto fue comunicado por el ¿ex? director del hospital, Christian Baldino, a las y los 612 trabajadores, y no fue desmentido por el Ministerio de Salud que, al contrario, emitió un comunicado plagado de errores.
Gabriel Hagman, psiquiatra con 11 años en la institución, cuenta el estado de situación actual: “Estamos sin novedades desde ayer al mediodía hasta ahora. Estimo que va a ser así de acá al lunes, al menos que haya un problema con la permanencia que estamos sosteniendo en el Hospital. No nos vamos a mover hasta el lunes y hasta que sepamos algo más”, dice mientras preparan una convocatoria a las puertas del edificio, Combate de los Pozos 2133, con diferentes actividades de apoyo:
La última novedad data de ayer: “Lo de ayer es una indicación de cierre de las internaciones: no ingresa ningún paciente más por indicación del Ministerio de Salud, y en consecuencia de eso se cierran los ingresos de pacientes. Eso implica que ni la guardia ni la demanda espontánea cumplan funciones. En esa misma comunicación, pero de manera verbal, no por vía oficial, nos dijeron que se cerrará el hospital”.
La comunicación del cierre de las internaciones llegó primero vía el director Baldino, y luego formalmente mediante el sistema de tramitación digital del Estado, el famoso GDE, sin previo aviso: otro acto de inhumanidad. Luego llegó el trascendido del cierre definitivo: “Eso empezó a cobrar más dimensión en la medida en que todos los medios que dieron cobertura consultaron a fuentes de Ministerio y empezaron a decir que iban a derivar pacientes – cuenta Gabriel–, que el Ministerio se iba a hacer cargo de la cobertura y alguna otra explicación de por qué hacen lo que hacen”.
¿Qué explicaciones dieron? Fake news. Para intentar justificar la decisión de avanzar con el cierre, en el comunicado el Ministerio aduce una “baja tasa” de internaciones –supuestamente, 19– cuando en verdad el Bonaparte se encuentra a tope de internaciones con 37 internados en tratamiento de alta complejidad.
Los números de la verdad: “Respecto a los números, el comunicado de Ministerio es una doble falacia. Una respecto al presupuesto asignado, y otra sobre los pacientes atendidos. Es una tasa rara, no se entiende a qué refiere: las estadísticas son abiertas y son continuamente revisadas por el Ministerio. Los números reales los tienen. Por Ley de Transparencia se sabe cuál es el presupuesto aprobado por este mismo Ministerio”, analiza sobre la jugada. Los supuestos 17 millones destinados al Hospital no serían tales.
¿Cuáles son los verdaderos números? Gabriel: “El número de pacientes en el cálculo que estamos manejando es de 25 mil consultas por año. Esto incluye a los 37 pacientes internados actualmente y una asistencia a la guardia que puede llegar a 7 estaciones diarias, ingresos que pueden llegar hasta 3.000 consultas al mes y 140 personas que retiran medicamentos por día. Y la asistencia en consultorios externos es enorme: hay alrededor de 30 profesionales y de agenda completa hay 300 pacientes diarios. Los números son infinitamente mayores a hablar de 19 personas”.
Hacé clic acá para seguir las redes que crearon las y los trabajadores para difundir el plan de lucha.
El desmantelamiento como política
La única política del Ministerio de Salud es el desmantelamiento. Al nulo manejo del brote histórico de dengue (así como su inacción ante el brote que viene) y por las denuncias a los recortes de medicamentos para pacientes oncológicos, ahora se suma esta decisión que deja a la deriva a los pacientes más vulnerables: aquellos con padecimientos de salud mental.
El Ministro de Salud, Mario Lugones, lleva apenas una semana en su puesto, tras la salida de Mario Russo (quien se fue aduciendo “razones personales”, aunque se supo que su eyección tuvo que ver con internas con Santiago Caputo, además de las inacciones expuestas arriba). Lugones debutó con la idea de cerrar el Bonaparte y también con la de pedirle la renuncia al Consejo de Administración del Hospital Garrahan, cuyos trabajadores se encuentran también en pie de lucha.
El Bonaparte ya venía siendo objeto de distintos tipos de recorte, al igual que otras instituciones de salud y del Estado en general. Entre otras cosas, las contrataciones pasaron a renovarse de manera anual a trimestralmente, lo cual provocó que hubiese la misma cantidad de renuncias que de cesanteos. En la última tanda de renovación se dieron de baja 32 contratos, es decir: el gobierno despidió a 32 personas.
Con menos profesionales en este nuevo trimestre, las paritarias del sector cerraron al 1% en el último mes: las más bajas de la historia. Así y todo, se mantenían las tareas y los puestos de trabajo, y por eso la decisión intempestiva de cerrarlo igualmente sorprende. Aunque la única política del Ministerio de Salud sea el desmantelamiento.
Otra alarma se encendió dos semanas atrás, cuando el vocero presidencial Manuel Adorni anunció el traspaso de hospitales nacionales a las jurisdicciones locales. Al único Hospital que nombró fue al Bonaparte. Hortencia Cáceres, jefa de guardia, ex jefatura de consultorios externos, desde el 2016 en el Hospital, cuenta:“Dentro de los organismos descentralizados somos el más chico, pensamos que nos iban a traspasar a la Ciudad. No había ningún tipo de confirmación ni tampoco desde el Gobierno de la Ciudad sabían nada. Entonces lo que nosotros creemos es que la intención del cierre va en línea del desguace que se está haciendo desde el Estado y el Ministerio de Salud sea solo un rector y esté por fuera del presupuesto los descentralizados. El Bonaparte es el que menos presupuesto tiene, y empezar por acá es uno de los puntos más débiles: se está metiendo con la salud mental”.
Cómo trabaja el Bonaparte
Cuenta Hortencia sobre lo que está en juego: “Nosotros tenemos muchísima población que está en situación de calle y nosotros le brindamos la atención, es un grueso muy importante en nuestra población. Pero últimamente también estamos recibiendo también personas que no están pudiendo pagar la prepaga: a esas personas también las estamos absorbiendo nosotros”.
El cierre del Bonaparte no contempla un plan B: no es una reestructuración ni se plantearon instancias intermedias. “Es dejar a la deriva no solo a los 620 trabajadores que somos hoy en día sino también a los miles de pacientes que hacen tratamientos”, remata Hortencia.
Gabriel Hagman relata desde adentro: “Hay que entender que es muy difícil para la población a la que nosotros apuntamos acceder al sistema de salud. La problemáticas de salud mental es una problemática de lazos; son personas que están solas, con niveles altos de vulnerabilidad. Una gran parte son personas con consumo problemático. Lo que se ha construido en todo este tiempo es un hospital abierto, que rompe esas trabas de acceso, y acompaña: hay muchísimas personas y familias para las que el cierre significaría un impacto muy grande”.
El Bonaparte es un hospital modelo en el abordaje de la salud mental. Su universo implica el seguimiento de tratamientos de internación y ambulatorios, de consultorios externos, de hospital de día; los 365 días del año una guardia de lunes de 8 a 20 que atiende con demanda espontánea; y de 20 a 9 una guardia interdisciplinaria que sostiene la posibilidad que cualquier persona que llegue sea atendida o sea derivada.
Además: tiene equipos territoriales que hacen operativos; tiene una casa en el barrio Zavaleta con asistencia a familias; y hasta hace 3 meses también tenía una presencia diaria en Isla Maciel, cerrada tras la decisión de la gestión actual de eliminar el dispositivo y trasladar a los profesionales al Hospital. Esa población difícilmente viaje hoy de la Isla a la sede central.
¿Qué hay detrás de esta jugada perversa? Gabriel lo piensa en relación a otros momentos históricos con decisiones parecidas e intenta avizorar, en medio del shock, qué tipo de modelo insalubre se está planteando desde el gobierno nacional: “Hay un antecedente trunco respecto a la instauración de la cobertura universal de salud que fue muy resistida y que tiene que ver con pensar distinto cómo se financia la salud. Quieren correr al Estado como el prestador, el que genera equilibrio y equidad de que la salud sea pública, igualitaria y de calidad. Seguramente viene más por ahí: por el lado de las tercerizaciones y las privatizaciones encubiertas”.
La fortaleza de la lucha
Hortencia relata que las y los trabajadores se encuentran en “vigilia permanente”, haciendo actividades culturales en la puerta del Hospital, con permanencia adentro en turnos rotativos (el Bonaparte sigue atendiendo) hasta el día lunes en el que, en teoría, saldría el decreto. Ese día se convoca a una conferencia de prensa a las 11 horas en la puerta del edificio.
Hoy la calle de Combate de los Pozos sigue llena. De médicos, psiquiatras, psicólogos, licenciadas en educación, residentes, ex residentes, ex trabajadores de Hospital que sienten que el Bonaparte, por ser un hospital modelo, es un lugar de pertenencia. Eso, dice Hortencia, es una fortaleza en este proceso de lucha que parece recién comenzar: “Es un hospital modelo a nivel de cómo se aplica la Ley Nacional de Salud Mental. Por eso para nosotros es un orgullo enorme el Bonaparte y vamos a demostrar eso: lo mejor que tenemos es seguir organizados para evitar el cierre”.
Gabriel coincide: “Es difícil, es shockeante. Nos cuesta mucho asimilarlo y pensar cómo se puede seguir. Hay algo muy notorio que es el altísimo compromiso de los laburantes del Hospital con el proyecto de salud que representa. Eso se nota mucho y ha posibilitado sostener en instancias muy difíciles que el hospital siga existiendo. Tenemos muy claro por qué estamos acá y qué estamos haciendo. Está claro que se trata para todas y todos de nuestro trabajo, pero a la vez es el hecho de que uno tenga la convicción de que mucho de cada uno está puesto en ese trabajo. Tiene que ver con lo que uno cree, con el tipo de práctica, de garantizar el derecho, que hace que no sólo están tocando un hospital: nos están tocando a todos y a todas. Y eso me parece que es un poco lo que se reflejó ayer y hoy: no tardamos ni un minuto en generar una convocatoria que a la media hora teníamos miles de personas en la puerta de Hospital, con compañeros de otros hospitales, de otros sectores. Hay apoyo. La salud mental es algo importante, serio; nos damos cuenta que se están metiendo con algo muy sensible. El involucramiento personal que cada uno tiene con esto que hacemos es una fuerza que va a hacer que el costo que tengan que pagar será mucho más alto del que imaginaban”.
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Volvió Julian Assange: “Me declaré culpable de haber hecho periodismo”
El fundador de Wikileaks dio hoy su primer discurso público desde que fue liberado tras 14 años de encierro. “Puede que mis palabras fallen o mi presentación carezca de brillo, el aislamiento me ha pasado factura, estoy tratando de aliviarlo y expresarme en este entorno es un desafío”, comenzó disculpándose ante la audiencia. Acompañado de su esposa y abogada, trazó un detallado racconto de lo que representa su caso hoy, haciendo eje en los peligros de la persecución al periodismo y los límites a la libertad de prensa; señaló a la justicia, a la inteligencia y a los poderes “transnacionales” como parte del esquema de amedrentamiento, a favor del ocultamiento de la verdad: “Veo más impunidad, más secretismo, más represalias por decir la verdad y más autocensura”, sintetizó. Resumimos aquí sus palabras incómodas, que volvieron a ver y echar luz.
Por Bernardina Rosini
Estrasburgo, Francia. En el Consejo de Europa y bajo la mirada atenta de los parlamentarios de 46 estados de la organización de derechos humanos de Europa, habló Julian Assange. Es el primer discurso público que realiza desde su liberación el pasado mes de junio, tras 14 años de encierro —primero en la embajada de Ecuador en Londres, y luego en la prisión de Belmarsh, en el Reino Unido—, enfrentándose a la extradición a Suecia y a Estados Unidos.
El escenario elegido por Assange para su regreso a la vida pública no pudo ser más simbólico. El fundador de WikiLeaks es una figura emblema de la libertad de expresión, y lo expresado esta mañana no fue tanto una declaración personal como una advertencia sobre los peligros que enfrentan el periodismo y las democracias hoy.
Sentado junto a Stella, su esposa, madre de sus hijos y su representante legal, Assange expuso con voz pausada pero firme. Esta aparición fue una excepción dentro de su esquema de recuperación: “La experiencia del aislamiento durante años en una celda pequeña es difícil de transmitir. Te quita el sentido de identidad”, dijo Assange. “Tampoco puedo hablar todavía de las muertes por ahorcamiento, asesinato y negligencia médica de mis compañeros de prisión. Puede que mis palabras fallen o mi presentación carezca de brillo, el aislamiento me ha pasado factura, estoy tratando de aliviarlo y expresarme en este entorno es un desafío”, se disculpó ante la audiencia.
Periodismo en el banquillo
Julian Assange no brindó más detalles que aquella mención sobre su encierro. Su mensaje, claro y directo, apuntó más bien al papel del periodismo en las democracias contemporáneas y al ataque sistemático que éste sufrió en las últimas décadas.
“Finalmente elegí la libertad por sobre una justicia irrealizable”, afirmó Assange al explicar por qué aceptó el acuerdo que lo liberó: “Quiero ser totalmente claro: no soy libre porque haya funcionado el sistema. Soy libre porque me declaré culpable de haber hecho periodismo” y detalló: “Me declaré culpable de buscar información de una fuente. Me declaré culpable de obtener información de una fuente y me declaré culpable de informar al público cuál era esa información. No me he declarado culpable de nada más”.
En sus palabras Assange no solo reflejó su lucha personal, sino que también expuso una verdad más amplia: el sistema judicial, que debiera proteger la verdad y la libertad de prensa, se convirtió en un instrumento para silenciar o inmovilizar oponentes. ¿Nos suena?
“Después de años de encierro y enfrentar una pena de 175 años de prisión sin ninguna solución efectiva, no podré buscar justicia por lo que me hicieron debido a que el gobierno de los Estados Unidos insistió por escrito en su acuerdo de culpabilidad en que no puedo presentar una demanda ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o incluso en virtud de la Ley de Libertad de Información”.
La intervención de Assange resaltó las fallas fundamentales del sistema legal internacional, que fue utilizado como arma en su contra. “La persecución transnacional es una amenaza real”, subrayó. Los poderosos, según él, han aprovechado los vacíos y contradicciones en las normativas internacionales para perseguir y reprimir a quienes exponen sus crímenes: “Molestamos a uno de los poderes constitutivos de los EE.UU.: el sector de la inteligencia, quienes tuvieron el suficiente poder para forzar una reinterpretación de la Constitución americana. Mi ingenuidad fue creer en la ley; después de todo, las leyes son solo trozos de papel y pueden reinterpretarse por conveniencia política”.
“La criminalización de las actividades periodísticas es una amenaza para el periodismo de investigación en todas partes”, alertó Assange, llamando la atención sobre el peligro que representa este tipo de persecución para la democracia y esperando que su testimonio sirva para visibilizar las debilidades del sistema de garantías existente. Además de señalar los desafíos por delante, Assange compartió su análisis sobre el periodismo y las noticias desde que está en libertad: “La verdad parece ahora menos discernible y lamento todo el terreno que se ha perdido durante ese período de tiempo. Cómo se ha socavado, atacado, debilitado y disminuido la expresión de la verdad. Veo más impunidad, más secretismo, más represalias por decir la verdad y más autocensura”.
La persecución transnacional y el impacto en la libertad de expresión
Julian Assange es más que una figura en el ojo del huracán. Su caso sienta precedentes peligrosos para la libertad de expresión y para la justicia a nivel global. En su discurso ante el Consejo de Europa, Assange denunció la persecución feroz que ha enfrentado, no solo como individuo, sino como un periodista que expuso verdades incómodas. “Ningún individuo tiene la menor esperanza de defenderse de los vastos recursos que puede desplegar un Estado agresor”, afirmó con dureza, señalando cómo su lucha contra el aparato judicial estadounidense revela la fragilidad de las garantías jurídicas cuando un poder decide imponer su voluntad extraterritorialmente.
Assange también reflexionó sobre la naturaleza del periodismo y el rol de quienes buscan la verdad: “Entiendo el debate que hay a la hora de diferenciar a un activista de un periodista. Para mí, la clave es ser siempre preciso. Todos los periodistas deben ser activistas de la verdad”. Este comentario enfatiza la importancia de no solo informar, sino también de actuar con responsabilidad, profesionalismo y precisión en un mundo donde la información se ha convertido en un campo de batalla.
Lo que comenzó como una acusación de espionaje se transformó en una guerra jurídica que desafía los límites del derecho internacional. Assange dejó en claro que la criminalización del periodismo de investigación, especialmente cuando involucra a potencias mundiales, es una amenaza latente. A través de su caso, se desvelaron las inconsistencias y abusos de los sistemas legales, los cuales se tornan herramientas para reprimir voces disidentes en nombre de la seguridad nacional.
La situación que Assange tiene resonancias directas con los procesos de lawfare que afectaron a figuras políticas América Latina, y la violencia creciente contra periodistas críticos del gobierno de nuestro país. El uso de herramientas legales como mecanismo de persecución política y judicial para silenciar voces críticas interpela nuestra actualidad. En su intervención, Assange también subrayó la necesidad de una respuesta colectiva: “Es vital estar juntos para hacer frente a las amenazas a la libertad de prensa”, en un llamado a la unidad frente a la creciente represión a nivel global.
La advertencia de Assange no debiera diluirse: los derechos de quienes exponen la verdad están bajo ataque, y las democracias que no los protegen se arriesgan a morderse la cola. La criminalización del periodismo no solo pone en peligro la libertad de expresión, sino que erosiona los pilares de sociedades abiertas e informadas.
Lo que está en juego es el futuro del periodismo y su capacidad para desafiar el poder: eso es lo que, una vez más, nos dejó claro Assange hoy.
Gracias.
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