CABA
Hijos de mala madre
Por Cristina Civale. Publicado originalmente en 1993, este libro repasa algunas biografías de personajes marcados por el golpe militar. Resulta interesarte releerlas ahora y pensar qué fue de ellos después.
Capítulo 1
Mañanitas
de Hijos de mala madre,
fragmentos de una generación dudosa.
De Cristna Civale. Sudamericana 1993. Buenos Aires.
Antes y después. Antes y después de la dictadura. Antes y después del 24 de marzo de 1976. La vida dividida, atravesada por la vara oscura de una fecha inolvidable. Después nada sería igual, aunque no lo supiéramos. Una fecha como dardos arbitrarios arrojados a un blanco confuso en la tabla del destino. Y en la madera labrada estaban el exilio, el refugio, la ignorancia, la indiferencia, los días reprimidos y apretujados. Hijos de ese número de pocas cifras, devorados y escupidos por un proceso que nos procesó como datos promisorios de un soft maldito. Todo empezó muy temprano, a la hora en que los dís se confunden, cuando hoy es todavía ayer, pero es hoy, es el 24 de marzo. Son las cero y cuarenta y cinco. La Casa Rosada está vacía, los guardias cumplen su rutina, escondiendo, quizás, algún mandato secreto. María Estela Martínez de Perón, Isabelita, la primera presidente mujer de los argentinos, sale de la Casa de Gobierno, se monta a un helicóptero que la llevará a Olivos pero nunca podrá aterrizar en el verde jardín de su residencia. El aparato recibió la orden de desviarse a Aeroparque. Un militar le informó que había dejado de ser presidente. Cesaba en sus funciones, simplemente cesaba. Ella quiso imponer la solidez de su título, compasivamente le sugirieron que no molestara. «Suba, señora.» Era el golpe. Llegaba la realidad de una crónica fuertemente anunciada. A las tres y veintiuna, por la cadena nacional de radio y televisión, los que todavía estaban despiertos pudieron escuchar el comunicado número uno del gobierno de facto, sonorizado por los inconfundibles compases de una marcha militar, anunciando que el país se encontraba bajo el control operacional de la ]unta de Comandantes Generales: Videla, Massera, Agosti. Tierra, agua y aire, elementos oficiales de un complot nada elemental. Radio Colonia sonaba a tope dando una versión más detallada de los hechos, pero los hechos fueron, también, según quienes los vivieron. Fito Paez todavía vivía en Rosario, todavía compartía la cama con su abuela. A la hora del primer comunicado estaba durmiendo y no recuerda vestigios de haber soñado. Tenía trece años y tenía inocencia. Todo empezó a enrarecerse. En la casa, las mujeres, su tía y su abuela, prendían todo lo que pudiera dar alguna información. Prendían la radio, prendían la tele. El golpe televisado. Pero también en vivo. A dos cuadras, en el barrio, había un regimiento que llenó las veredas del vecindario, incluso la de Fito, de tanques y soldados. La tía fué hasta el almacén, la heladera estaba medio vacía. Los soldados no la dejaron volver, no le permitieron entrar a su propia casa. Fito vivió cinco horas de angustia, entre él y su tía estaba la pared y estaban los soldados. Itacas, armas, el miedo. No imaginó que eso pudiera cambiar su vida. Su tía, una persona mayor, volvió sin un rasguño pero con el corazón apretujado. Laura Ramos estaba en Despeñaderos, Jorge Lanata en un colectivo, Guillermo Kuitca salía para el colegio, y la Junta ya iba por el tercer comunicado. Laura Ramos tenía diecinueve años y vivía en la finca que su padre tenía en el campo. Despeñaderos se llamaba el sitio, aunque su abuela insistía en rebautizarlo «Desamparados». Su padre, el político Abelardo Ramos, había dejado la casa la noche del 23 de marzo con un destino incierto y clandestino. No le era difícil suponer lo que ocurriría en las próximas horas. Su finca campestre amaneció la mañana siguiente rodeada de militares. Laura estaba adentro, asustada, junto a su madrastra y a sus hermanos, esperando que todo pasase rápido. Los militares se llevaron arrestadas a algunas personas que fueron liberadas tiempo después. Laura estuvo dos meses sin saber nada de su padre, también estuvo dos meses sin poder salir del campo, encerrada entre las alambradas de Despeñaderos. A la mañana muy temprano, Jorge Lanata volvía del centro. Viajaba en colectivo. El colectivo fue detenido y requisado pero él siguió, ligeramente distraído, concentrado en el dia de trabajo que había pasado, escuchaba cómo la gente a su alrededor comentaba: «Uy, hay golpe!». Tenía quince años, miraba por la ventanilla, estaba en Avenida de Mayo y Maipú, allí todo parecía tranquilo y por los comentarios sorprendidos de la gente se enteraba, casualmente, de que empezaba la dictadura. Era periodista de Radio Nacional, acreditado en la Casa de Gobierno. Por ese entonces para Lanata el oficio simplemente consistía en leer con prolijidad los cables para su medio y cerrar sus transmisiones diciendo con camuflada voz adulta: «Transmitió Jorge Lanata desde Casa de Gobierno». Guillermo Kuitca se había levantado tan temprano como siempre. Estaba en tercer año bachiller y tenía que ir al colegio y marcar la entrada antes de las ocho menos cuarto. Por algún motivo olvidado, esa mañana no se cruzó con sus padres y, como siempre, no escuchó la radio. El portero del colegio lo paró en el portón de entrada y le dijo con ternura: «No, pibe, hoy se suspendieron las clases. Hay golpe de Estado». Miguel Rep caminaba por la calle Boedo. Iba para la panadería con su madre. Un vecino les contó que había llegado el golpe. Rep y su mamá escucharon la noticia con tristeza pero, de todos modos, entraron a comprar el pan de cada día. Diego Maradona todavía vivía en Villa Fiorito y le faltaban pocos meses para pasar a la primera de Argentinos Juniors. Ese día no estaba previsto ningún entrenamiento; por lo tanto, no entrenó. Durmió hasta las once, escuchó las noticias por la radio, una música desagradable perturbaba su mañana pero nada alteró su rutina. Alejandro Agresti estaba en tercer año de la secundaria. Al levantarse, su papá, con la radio encendida, le dijo que algo terrible había ocurrido. «Hijo, volvieron los milicos.» Pedro Aznar escuchó la marchita por la tele y enseguida supo que algo deleznable se avecinaba. Cuando salió a la calle, la luz estaba más baja que de costumbre o, al menos, eso le pareció. Había carros de policia. Tuvo miedo y la sensación de que por todas partes corria un viento helado. El cielo estaba púrpura, oscuro como el destino. Martín Caparrós estaba en Londres. Trabajaba como camarero en un pub. Mientras atendía a una clienta, le fisgoneó el diario. El titular decía: «Golpe de Estado en Argentina». Juana Molina estaba a punto de tomar el colectivo junto a su hermana Inés para ir al colegio. Una señora las paró en la calle y les sugirió que se volvieran a sus casas, habia caído el gobierno. Juana despertó a su madre. Se armó revuelo en la familia. Por esa reacción intuyó que algo peligroso estaba empezando a ocurrir. Rodrigo Fresán ya vivía en Caracas, Venezuela. Una discutible imprudencia de su madre, que militaba y estudiaba en la Universidad, apuró a su familia a un prematuro exilio. El 24 de marzo, como cada día, prendió la tele, por ella se enteró del golpe, lo miró como a una serie de aventuras, como a un capítulo más de Misión imposible, pero la cinta no se autodestruyó en treinta segundos, siguió rodando con un libreto de zozobra durante siete años. Esa mañana senaló con una cinta flúor el resto de nuestro recorrido. Si esa mañana no hubiese existido, estas cosas no habrían, probablemente, pasado. Juan Forn, en su viaje por Europa, habria vivido de otro modo su estadía en Sitges, una ciudad balnearia de Cataluña. Allí no se hubiese cruzado con un grupo de exiliados, todos mayores que él, que le mostraron qué pasaba realmente en el pais que acababa de dejar. No se hubiese encontrado con esos militantes por los derechos humanos y no hubiese sido él un militante culposo por esos asuntos. Probablemente tampoco hubiese ido a Las Ramblas de Barcelona a cantar reivindicatorias canciones de Daniel Viglietti y Silvio Rodriguez con voz de dudoso timbre porque nada de eso hubiese sido necesario. Guillermo Kuitca hubiese usado su inmenso taller del Once sólo para pintar. No tendría por qué haberlo prestado para reuniones clandestinas del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) o de la FJC (Federación Juvenil Comunista). No tendría que haberse arriesgado a que dos partidos opositores pero antagónicos lo acusasen de ser el enemigo o a que le clausurasen el taller por uso de prácticas prohibidas. Los montoneros no hubiesen acusado en París a Martín Caparrós de vender su pasaporte por un fajo de billetes, cuando él, en realidad, lo perdió estúpidamente. Tampoco lo hubiesen expulsado de su movimiento -aunque él ya se habia alejado solito y en Buenos Aires -por esa supuesta grave fata y él no hubiese tenido que cruzar la frontera francoespañola después de una larga e infructuosa caminata; no se hubiese tenido que someter al juicio de sospecha de un camión que lo recogió y lo cruzó, sin documentación, y lo ayudó a pasar a Francia amparado en la confianza de la rutina de ese cruce. Martín Caparrós, probablemente, no hubiese estado tantos años en Europa, primero exiliado, después acostumbrado. Probablemente no. María Nova hubiese leído otras noticias en The Buenos Aires Herald. No hubiese leído los editoriales bilingues de cada viernes en los que se daba cuenta de la ronda de las madres de desaparecidos en la Plaza de Mayo. Ese relato no habría existido porque no habría tenido realidad sobre la que dar cuenta. No se hubiese afiliado a ningún partido de izquierda ni hubiese demorado su carrera en la lucha por derrocar a la dictadura. Juana Molina no hubiese vivido en París porque su padrastro, Pino Solanas, no tendría que haberse exiliado. Jorge Lanata no hubiese tenido que dejar de hacer periodismo para no verse obligado al encubrimiento. Rodrigo Fresán y Alejandro Rozitchner no hubiesen vivido en Caracas. Diego Maradona no hubiese jugado el mundialito japonés obligando a mezclar la euforia de los goles con las largas colas de denunciantes en la Avenida de Mayo, en la sede de la OEA, ante la llegada de la Comisión Internacional de Derechos Humanos. Marcelo Moura no hubiese padecido la desaparición de su hermano mayor, Jorge, ni hubiese tenido que sufrir un humillante peregrinaje para dar con su paradero. Alejandra Flechner no hubiese tenido que vivir con el corazon en la boca, conviviendo con la posibilidad de que secuestraran a sus padres o a los padres de algunos de sus amigos. Rozitchner y Fresán no hubiesen conocido la extrañeza de crecer en el Caribe, entre la violencia de Caracas y la frivolidad de la isla Margarita. La cinta flúor de nuestro recorrido hubiese marcado otro rumbo. Nunca sabremos cuál y nunca sabremos cómo. Pero seguramente se podría haber evitado esta parte del relato:
Un camión vulgar y algo sucio estacionó sin estrépito en una calle bulliciosa de un barrio porteño. «Sustancias alimenticias» decía la leyenda ostentosa escrita en uno de sus costados. Los que se bajaron del camión, hombres que no parecían repartidores de comida, introdujeron a golpes a una chica de dieciséis años, embarazada, frágil, asustada. Era Alicia Elena Alfonsín de Cabandia. El camión se tragó su vida y la de su bebé? nacido en cautiverio. Era la primavera de 1977. El sol amagaba con entibiar pero apenas se notaba. Claudio Román Méndez tenía dieciséis años la madrugada de julio de 1976 en la que fue secuestrado en la ciudad de Córdoba. Un mes después, su nombre apareció en un diario local: «Muerto en un enfrentamiento», decía el titular que citaba a una fuente del ejército. Al reconocer el cadáver, los padres de Claudio supieron que no había parte en el cuerpo de su hijo que no estuviera lacerada, demostrando que había sido destrozado por brutales torturas. Hoy tendría treintaypico. Como también lo tendrían los chicos y chicas que en la noche del 16 de setiembre de 1976 desaparecieron en La Plata en la llamada «Noche de los lápices». Ellos son: Horacio Ungaro, Daniel Rasero, Francisco Muntaner, María Claudia Falcone, Víctor Triviño, Claudio de Acha y María Claudia Ciccioni. Otros doscientos cincuenta chicos y chicas de entre trece y dieciocho años fueron secuestrados en sus casas, en las calles o a la salida de los colegios. Después fueron asesinados. Ellos son los que nunca tendrán treinta. Si esa mañanita no hubiese existido, quién sabe qué historia hoy estaríamos contando.
CABA
El teatro sale a la calle por la derogación del decreto 345

A 44 años del atentado al Teatro Picadero en plena dictadura, distintas salas, artistas, productores y gestores organizan un encuentro para conectar pasado y presente. De Teatro Abierto al Festival ENTRÁ, la organización contra el desmantelamiento del sector, representado en el decreto 345, para defender la cultura, la identidad y crear lo que viene.
Por María del Carmen Varela
El 6 de agosto de 1981, a pocos días de haberse iniciado el ciclo Teatro Abierto, el Teatro Picadero sufrió un atentado que lo dejó en ruinas. Por eso, 44 años después, bajo otro ataque sistemático a la cultura, la comunidad teatral sale a la calle para recordar y exigir.
La propuesta reza:
El Teatro está Abierto: ENTRÁ.
La historia no se repite igual, pero rima.
El miércoles próximo, de 17.30 a 19.30, en la puerta del Teatro Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, CABA, trabajadorxs de las artes escénicas se reunirán para celebrar que el teatro sigue abierto y para defender al Instituto Nacional del Teatro que por el decreto 345 está siendo desmantelado.
La gacetilla anuncia la participación de Lorena Vega, Valeria Lois, Elisa Carricajo, Laura Paredes, Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y Mariano Sayavedra leyendo framentos de “Decir sí” de Griselda Gambaro, “El Acompañamiento” de Carlos Gorostiza, “Parlamento” del grupo Piel de lava y “Civilización” de Mariano Saba. Un diálogo entre obras que fueron parte de aquel ciclo y obras contemporáneas que hablan de nuestro presente. También habrá un cierre musical a cargo de Talleres Batuka.
Sigue la gacetilla: «Les invitamos a este evento que es, a su vez, un acto de conmemoración y un encuentro de resistencia. Como Teatro Abierto en los 80, hoy desde ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) seguimos encontrándonos para defender nuestra identidad cultural, nuestro teatro».
El texto poético que acompaña el mitín:
Ayer fue dictadura, hoy es democracia simulada
Ayer fue incendio, hoy es apagón
Ayer fue teatro como refugio, hoy es como grito
Ayer fue unión de artistas, hoy es red federal viva
Ayer y hoy: el teatro vuelve a responder como acto político y vital
En defensa de la cultura, exigimos la derogación del decreto 345.
Entrá porque es urgente
Entrá porque es ahora.
El emblemático ciclo Teatro Abierto arrancó el 28 de julio de 1981 en en el Teatro Picadero. Su organización fue un acto de resistencia en un contexto de dictadura que censuraba a dramaturgxs, directorxs teatrales, actores y actrices de la escena nacional. Un grupo de dramaturgxs comenzó a reunirse en la sede de Argentores para poner al teatro en acción: Así nació Teatro Abierto. Con una programación de 21 obras breves, se proyectó la realización de 3 funciones por día durante 3 meses. Con dramaturgxs como Carlos Gorostiza, Carlos Somigliana, Roberto Cossa, Pacho O´Donell, Griselda Gambaro y Aída Bortnik, entre otrxs, el ciclo se convirtió en un verdadero fenómeno artístico apenas iniciado. El público respondió a la convocatoria y se agotó la venta de abonos casi de inmediato. Una semana después, el 6 de agosto, se produjo el atentado que destruyó al Picadero. Al día siguiente se produjo una concurrida asamblea en el Teatro Lasalle y decidieron continuar. Varias salas teatrales ofrecieron sus instalaciones y finalmente el Tabarís, clásico espacio de la revista porteña, fue el elegido para reanudar el ciclo. Una semana más tarde, volvió Teatro Abierto con un apoyo multitudinario por parte del público que llenó la sala hasta la última función.
Contacto: +54 9 11 6914-3033 (Ana)
[email protected]
Instagram: @festivalentra
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Villa Lugano: una movilización en contra del “Máster Plan”

Vecinas y vecinos del barrio del sur porteño resisten ante una obra que está haciendo el gobierno de la Ciudad a espaldas de la comunidad: tala de centenares de árboles añosos, el cierre de varios ingresos y egresos de la autopista Dellepiane y la colocación de un nuevo peaje (a 4 km de otro ya existente) para ampliar la recaudación. El silencio del gobierno local y el ruido de sus topadoras arrasando el espacio verde y público. La voz de la organización popular que no calla y sale a la calle, otra vez –este viernes y en una caravana de autos– para visibilizar lo que pasa en una de las zonas más postergadas de CABA: a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel hasta Dellepiane Norte y Piedra Buena.
Por Francisco Pandolfi
Desde noviembre del año pasado la comunidad de Villa Lugano resiste a una obra que ya está haciendo el Gobierno de la Ciudad sin licencia social ni escuchar a la vecindad: el Máster Plan Autopista Dellepiane, con un costo de más de 7.000 millones de pesos, tala de centenares de árboles, cierre de 14 ingresos y egresos a la autopista y otro peaje (a cuatro kilómetros del de avenida Lacarra).
La organización popular no cesó desde el momento en que se enteraron de la iniciativa. Asambleas, audiencias públicas, semaforazos, volanteadas en los distintos sub barrios que forman parte de este barrio porteño bien al sur porteño. Y guardias, para evitar el talado de árboles en lo que las y los vecinos denuncian como “un ecocidio”, que está sucediendo desde marzo.
La comunidad hizo un relevamiento casa por casa con los frentistas a la autopista Dellepiane: más del 70% no tenía idea de la existencia del Máster Plan. Presentaron por escrito pedidos de información pública a AUSA (Autopistas), APRA (Agencia de Protección Ambiental), Ministerio de Infraestructura y a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño, sin respuestas.
Sin embargo, la obra empezó aún incumpliendo la promesa de que antes habrían mesas de trabajo en conjunto. Este viernes, la comunidad decidió volver a manifestarse, en una caravana de autos para seguir visibilizando la problemática. Desde lavaca hablamos con el colectivo de vecinos apartidario No dividan Lugano que está al frente de denunciar la obra.
Sobre lo negativo y lo positivo de la obra, dirán: “El Master plan Autopista Parque Dellepiane fue presentado como una mejora para el sur de la ciudad, pero en la práctica profundiza las desigualdades urbanas, degrada el ambiente y fragmenta el territorio. Lo negativo es abrumador”, y enumeran:
• Implica la tala de más de 500 árboles añosos, sin plan de reforestación efectivo.
• Aumenta la huella de carbono y destruye espacios verdes sin compensación.
• Instala un Metrobus central inaccesible, que obliga a cruzar pasarelas extensas sin rampas adecuadas ni soluciones reales para personas mayores o con movilidad reducida.
• Divide al barrio aún más, eliminando accesos, aislando sectores y obstaculizando la vida cotidiana.
• No contempla una red multimodal de transporte, ni bicisendas, ni centros de transferencia.
• Instaura peajes en tramos que eran gratuitos, generando un nuevo costo para vecinos que hacen trayectos cortos todos los días.
Agregan: “Lo positivo, si lo hay, podría haber sido la oportunidad de pensar el área como un verdadero corredor verde y sustentable. Pero nada de eso fue incorporado, ni escuchado”. Y vuelven a enumerar, en este caso, sobre lo que es fundamental denunciar en esta obra:
• Fue diseñada sin participación ciudadana efectiva, sin diálogo real con la comunidad.
• Incumple múltiples normativas locales y nacionales, desde la Constitución de la Ciudad hasta leyes de accesibilidad, ambiente y derechos ciudadanos.
• Avanza a pesar de un amparo ambiental colectivo presentado por vecinos, vulnerando el Acuerdo de Escazú y los principios de justicia ambiental.
La obra es impulsada por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCBA), a través de su empresa estatal AUSA (Autopistas Urbanas S.A.), con financiamiento internacional de la CAF –Banco de Desarrollo de América Latina. Las veces que lavaca quiso comunicarse con la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño fue imposible. Nadie atiende. En relación a AUSA el prensa de la empresa explicó que la política interna es “no dar entrevistas en ON, que con los medios se manejan así”.
Dicen las y los vecinos: “El proyecto fue aprobado sin estudios de impacto ambiental adecuados, sin matrices de costo-beneficio transparentes y sin haber sido sometido a procesos participativos válidos. Hoy, la obra está en plena ejecución, avanzando a toda velocidad sin haber sido revisada tras la presentación del amparo ni durante las mesas de trabajo convocadas por la Justicia, una vez que ya habían iniciado la obra”.
¿Las mesas de trabajo están sirviendo de algo? ¿Hay escucha del gobierno porteño y de la empresa?
Las mesas de trabajo fueron convocadas por orden judicial. Pero en la práctica, no hay escucha real. El GCBA y AUSA llegan a las mesas con el proyecto cerrado, sin brindar información clave, sin contestar a los pedidos de acceso a la información, ni frenar las obras mientras se debate. Las propuestas alternativas presentadas por los vecinos (como usar colectoras, premetro, u otros modelos de movilidad sustentable) ni siquiera fueron consideradas. Las mesas han sido una formalidad dilatoria mientras la obra avanza sin freno.
¿Qué perjuicios ya están sucediendo y cuáles sucederán?
Tala de árboles, pérdida de sombra, humedad y biodiversidad; rotura de veredas, ruidos permanentes, vibraciones y molestias en la vida diaria; corte de accesos históricos, dejando barrios desconectados. Y si no se frena habrá un aumento de inseguridad vial, con colectivos cruzando carriles rápidos en maniobras riesgosas; aislamiento de sectores enteros del barrio; encarecimiento de la vida cotidiana por peajes, más transporte y pérdida de comercios barriales; mayor contaminación ambiental y sonora; desvalorización de las propiedades y deterioro del entorno.
¿Por qué este viernes 1 de agosto la comunidad hará una caravana?
Porque ya no alcanza con reclamar en silencio ni esperar respuestas que no llegan. Convocamos a una caravana vecinal pacífica para visibilizar el conflicto, frenar el avance destructivo de la obra, y exigir participación real. Será una caravana con autos, banderas argentinas y carteles. Queremos que nos vean y que nos escuchen.



La caravana saldrá a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel y finalizará en Dellepiane Norte y Piedra Buena. Participarán familias, organizaciones barriales, ambientalistas, arquitectos, docentes, jubilados, comerciantes. Al finalizar, se realizará una ceremonia simbólica con Flavia Carrión, antropóloga y comunicadora de sabiduría ancestral, en el Día de la Pachamama. “Será un acto de gratitud ambiental, una pausa colectiva para honrar a los árboles y el esfuerzo de toda nuestra gente; para agradecerle a la Tierra por seguir aguantándonos. Un momento para reencontrarnos con lo esencial: la naturaleza, la vida en comunidad y la defensa de lo que amamos”.
Esta misma vecindad organizada se formó el año pasado con el nombre “No dividan Lugano”, cuando evitó que el gobierno porteño hiciera una serie de pasos bajo a nivel, que hubiesen significado un abanico de perjuicios para el barrio. En ese entonces, cuando llegaron las topadoras, mujeres y hombres se atrincheraron para defender árboles de más de 100 años. En esta crónica contamos lo que fue ese proceso comunitario.
Un año después, el barrio de Lugano sigue en pie de resistencia. “Somos una comunidad que se levanta para defender a su barrio. Ya presentamos más de 800 firmas, relevamientos propios y propuestas alternativas. Pero nos siguen ignorando, y la obra sigue destruyendo. Por eso salimos a la calle, otra vez, y así lo seguiremos haciendo cada vez que haga falta”.
Actualidad
Marcha de jubilados: balas y bolitas

Siete detenidos y al menos 30 personas heridas, entre jubilados, curas, trabajadores de prensa (lavaca, Cítrica, Infonews, El Destape y C5N, entre ellos), defensores de derechos humanos, y un niño de 4 años que estaba con su familia en la Plaza de los Dos Congresos. Ese es uno de los saldos de otra semana de represión brutal a la protesta de cada miércoles, esta vez coordinada por la Policía de la Ciudad, que disparó postas de goma, balines con gas pimienta, granadas aturdidoras, golpeó con escudos y lanzó un nuevo tipo de gas que producía tos y vómitos. El despliegue también implicó tareas de inteligencia ilegal con efectivos que filmaban y fotografiaban manifestantes, según denunció la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), que también relevó «policías armados con postas de plomo que están prohibidos». Los carteles, las reflexiones, y la creatividad: algunos integrantes de la marcha terminaron jugando a las bolitas en la calle con los balines policiales.
Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi. Fotos Juan Valeiro/ lavaca.org

El padre Paco Olveira muestra los balines que golpean y expulsan gas pimienta. Terminaron jugando con ellos a la bolita sobre la acera.
Otro miércoles de protesta de jubilados y otro miércoles de represión feroz y absurda enfocada principalmente a jubilados y a la prensa que cubría lo que estaba ocurriendo. Con ataques directos a los ojos y a los cuerpos. A las cámaras y a los celulares que registraban la bestialidad de las fuerzas de seguridad –el fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, entre ellos, con quemaduras de primer grado en el cuello y en la oreja–. No es difícil imaginar lo que hubiese ocurrido si ese ataque le hubiera llegado directamente a los ojos. Esta vez fue la Policía de la Ciudad la encargada de lanzar gases y disparos a mansalva en la intersección de Avenida de Mayo y Luis Sáenz Peña cuando la movilización pretendía ir hacia la Casa Rosada.

El fotógrafo Juan Valeiro de lavaca, uno de los periodistas atacados, como ocurrió con profesionales de Cítrica, Infonews, El Destape y C5N.
Hubo 7 detenidos (Agustín Cano, Leandro Maristains, Alejandro Carrizo, Federico Burgos, Francisco Ramos, Hugo Eischler y Javier Mendoza) y al menos 30 heridos según la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), entre ellos un niño de 4 años que estaba en la Plaza de los Dos Congresos junto a su familia.

Escenas de otro miércoles de violencia estatal absurda.
Más allá de la violencia ordenada por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, la concentración de jubilados tuvo un eje concreto de reclamo: el “no al veto” del gobierno nacional a la suba de las jubilaciones y la emergencia en discapacidad. Sin embargo, Javier Milei ya avisó que vetará las leyes aprobadas por el Congreso. Tiene plazo hasta el lunes 4 de agosto, tiempo destinado a ofrecer distintas cuestiones no públicas a diputados que se sumen a apoyar el veto, como ha venido ocurriendo. ¿El argumento del oficialismo contra un ínfimo aumento a jubilados? “Va en contra del equilibrio fiscal”.

Una de las jubiladas víctimas del coraje policial contra ellas, y de un nuevo gas tóxico, un símbolo de esta época.
Con la camiseta de Independiente y máscara del Hombre Araña, un jubilado entendió el mapa económico que traza esa decisión, y lo señaló con un cartel en tono bíblico: en el Génesis se habla de un sueño con vacas gordas y vacas flacas, referencia a los períodos de prosperidad y a los de dificultades. El jubilado escribió una actualización argentina de aquella imagen que ya no tiene forma de sueño sino de pesadilla.
- “Vacas gordas, jubilados flacos”.

El Hombre Araña es del Rojo, y releyó el Génesis.
Números y un café
Carlos trabajó cuarenta años en el Correo y no falta ningún miércoles a la marcha de jubilados y jubiladas con su remera ya mítica de Chacarita. Tanto, que casi nadie sabe que se llama Carlos y la gente le dice “Chaca”. Hoy caminó por Rivadavia con dos vendas que le envolvieron sus dos antebrazos. “Como todos los miércoles, venimos a reclamar y te cagan a palos. Acá tenés la prueba”, dijo a lavaca mostrando sus moretones. “Pero ya lo dije: esta sangre mía Bullrich la va a pagar”.
Héctor acaba de cumplir 75 años: “Decir que la suba de las jubilaciones atenta contra el equilibrio fiscal es una payasada. Milei lo deja claro cuando le baja las retenciones al campo, como dijo el sábado en la Sociedad Rural. Para nosotros nada y para los ricos todo, esa es la política del gobierno. ¿El beneficio para el campo no genera déficit fiscal? Milei es una máquina de mentir”. El hombre cuenta sus propias y reales retenciones: “Ya no salgo más que los miércoles acá. Ya no tengo la vida que tenía antes, no puedo viajar ni tomarme un café”.

Policías en acción, frente a jubilados que reclaman por sus haberes amputados por la motosierra.
De ratificarse el veto a los jubilados, la suba de agosto no será del 7,2% como fija la ley aprobada (el haber mínimo $441.600), sino del 1,62% en base al último índice de inflación de junio de 2025, por lo que la jubilación mínima será de $ 314.243,51.
Abus en la calle
Alicia tiene 63 años y lleva un pañuelo firmado por siete de sus nietos: “Abus en lucha”, “Aguanten los jubilados”. No entiende la distribución de la riqueza. O sí, pero la ve obscena: “La baja de las retenciones y el veto a los jubilados es una guasada total”. Sus retenciones: “Ya no me puedo dar más un gustito. Vivo el día a día, ya no estoy comprando nada ni semanal ni mensual”.
En la marcha hubo muchos carteles al respecto:
- No al veto: nuestra indigencia es tu superávit
- Ni veto ni represión: fuera el FMI
- No al veto a las leyes en jubilaciones
- No al veto: cobarde estafador (y la cara de Milei).
Ana, 74 años, trajo su propia pancarta: “Baja las retenciones a los ricos, hambrea a los viejos”. Cuenta que su hijo trabaja en el Correo y teme ser despedido, que su nieta encontró trabajo en un Todo Moda pero la echaron a los dos meses. Para ella todo el pueblo debería movilizarse: “No sólo los jubilados y los del Garrahan. Todos”.

No hay plata para el cine argentino (el Gaumont como símbolo) pero sí para filmar ilegalmente a manifestantes.
Walter (66) y Julio (62) llegaron de Campana, norte de la provincia de Buenos Aires. Sumaron otros dos carteles: “Viejo: no te quedes en tu casa, vení a luchar” y “Ayudame a luchar. El próximo viejo sos vos”. Walter movió la cabeza de un lado para el otro al recordar el discurso de Milei en la Sociedad Rural: “Un tipo desquiciado, frente a toda la oligarquía, los terratenientes, los dueños de la tierra. Él mismo dice: ‘soy cruel’. Nos la está haciendo parir. Nos quitó la medicación, todo un desastre”.
Julio coincidió: “Ahí ves realmente para quién gobierna. Hasta el que tiene séptimo grado, como yo, se da cuenta”.

Jubilado hablándole a la pared.
Roberto, 62 años, de Trelew (Chubut), lo escucha: “Pero hay que seguir viniendo, compañeros. Son totalmente inescrupulosos. Hoy hablaba con un amigo que me decía que había que respetar el voto popular, pero Hitler también ganó con el voto popular. Si no salimos a la calle, no sé qué más va a pasar”.
Vallas a donde vayas
El Congreso estuvo totalmente vallado. Vallas sobre Entre Ríos, Riobamba, Yrigoyen, Rivadavia. “Este quilombo lo hizo la Buillrich”, gritó un cincuentón a los automovilistas que se quejaban porque avanzar por las calles lindantes era un imposible.
Luis llevó un cartel: “Menstruación=sueldo de jubilado; viene una vez y se va a los tres días”. Dijo que lo escuchó a Milei cuando anunció en La Rural la baja de las retenciones al agro. “Lo que me dolió fue que la gente aplaudió cuando dijo que iba a vetar nuestro aumento. La gente del campo aplaude a todos los que empiezan con la “m” de mierda: Martínez de Hoz, Menem, Macri y ahora Milei”.

Mensaje para el tal vez próximo embajador de Trump en Argentina. Un apellido que parece un mandato.
Después de la radio abierta, como cada miércoles, empezó la movilización. Las columnas bajaron a Hipólito Yrigoyen, cuya circulación no estaba cortada y marcharon por la calle. “Luche que se van”, fue otra vez el hit, al que siguió “que se vayan todos”. Uno de los temas, con dedicatoria explícita: “A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT”. Nobleza obliga: ni la CGT ni ningún partido político, con la cabeza en las elecciones legislativas y no en la calle.
La violencia y las bolitas
Sobre Yrigoyen, casi Luis Sáenz Peña, se divisaba un camión hidrante que se retiró. La columna dobló al final de la Plaza para ir hacia Avenida de Mayo con la intención de seguir la marcha hacia Plaza de Mayo. Sin embargo, en otro operativo de pésima coordinación –esta vez por la Policía de la Ciudad– la manifestación se mezcló entre autos y colectivos que seguían pasando.

“¡Por la vereda!”, gritaron algunos jubilados. Pero en ese momento, los efectivos cortaron de cordón a cordón empezando con la respuesta física violenta. El operativo estuvo acompañado, como suele ocurrir, por oficiales con cámaras que filmaron y sacaron fotos (con el objetivo de realizar algún tipo de “inteligencia” y amedrentamiento a quienes ejercen el derecho de reclamar).
La movilización avanzó pero rápidamente empezaron las detonaciones de escopeta con postas de goma y de granadas. Dispararon balines de armas byrna, redondos y de colores, que impactaban en los cuerpos, provocando lastimaduras y liberación del gas que llevan dentro. También lo hicieron sobre la vereda, donde se supone que no hay “protocolo”. Detuvieron, golpearon y gasearon fundamentalmente a trabajadores y trabajadoras de prensa, como cada semana. El efecto de esos spray, que poseen una sustancia espesa y viscosa: penetra los poros y quema durante horas. El fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, como otros reporteros (Cítrica, Infonews, C5N y El Destape, entre otros), fueron atendidos en la misma plaza y en el Instituto Patria. “Quemadura de primer grado”, diagnosticaron a nuestro compañero.

¿Qué escudan los escudos?
Nadie fue ajeno a esta nueva ofensiva. La policía disparó un gas que generaba tos hasta el punto de provocar arcadas y vómitos. La sensación era extraña, porque no había un sabor ácido ni picante, pero provocaba una tos ronca. El efecto llegaba incluso a las calles aledañas, aparentemente ajenas al la marcha. “El registro del despliegue policial evidencia su brutalidad e irracionalidad”, denunció la CPM, organismo que precisó otro detalle alarmante: “Se relevaron también policías armados con armas con postas de plomo que están prohibidas, y acciones de inteligencia ilegal”.
Agregó la CPM que el ataque incluyó a defensores de derechos humanos, cuyo hostigamiento tenía como fin evitar el registro de los hechos.
Sin embargo, la gente no se fue.
La gente se quedó. La policía avanzaba, seguía gaseando, y la gente siguió.
“¡Tienen miedo!”, gritó una jubilada. “¡Tienen miedo!”.
Uno de los primeros detenidos había sido el padre Paco Olveira. Lo golpearon, lo gasearon y lo salvó la gente. Se llevó de recuerdo dos de los balines de la Policía. “Es el último arma que trajo Bullrich”, explica y muestra a lavaca. “Te tiran y salta el gas. No te deja respirar. Y duele, porque nos dieron unos cuantos en los pies. Gracias a Dios hoy no tiraron a los ojos”.
De fondo, la jubilada siguió gritando: “¡Tienen miedo!”.
Otro miércoles de protesta de jubilados se diluía entre detenciones y balines de gas. Entre un cordón con armas largas sobre Rivadavia y un grupo de la motorizada dispuesto a salir sobre Rodríguez Peña. Sin embargo, mientras el padre Paco seguía mostrando los balines, alguien propuso:
–Juguemos a las bolitas.
Todos se rieron, por el absurdo de la situación.
De nuevo, frente al horror, la creatividad social.
Y así, frente a policías que seguían filmando ahora una burla, un párroco y una jubilada arrodillados en la calle, jugaron a las bolitas con los balines para cerrar otro miércoles argentino.

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