CABA
Hijos de mala madre
Por Cristina Civale. Publicado originalmente en 1993, este libro repasa algunas biografías de personajes marcados por el golpe militar. Resulta interesarte releerlas ahora y pensar qué fue de ellos después.
Capítulo 1
Mañanitas
de Hijos de mala madre,
fragmentos de una generación dudosa.
De Cristna Civale. Sudamericana 1993. Buenos Aires.
Antes y después. Antes y después de la dictadura. Antes y después del 24 de marzo de 1976. La vida dividida, atravesada por la vara oscura de una fecha inolvidable. Después nada sería igual, aunque no lo supiéramos. Una fecha como dardos arbitrarios arrojados a un blanco confuso en la tabla del destino. Y en la madera labrada estaban el exilio, el refugio, la ignorancia, la indiferencia, los días reprimidos y apretujados. Hijos de ese número de pocas cifras, devorados y escupidos por un proceso que nos procesó como datos promisorios de un soft maldito. Todo empezó muy temprano, a la hora en que los dís se confunden, cuando hoy es todavía ayer, pero es hoy, es el 24 de marzo. Son las cero y cuarenta y cinco. La Casa Rosada está vacía, los guardias cumplen su rutina, escondiendo, quizás, algún mandato secreto. María Estela Martínez de Perón, Isabelita, la primera presidente mujer de los argentinos, sale de la Casa de Gobierno, se monta a un helicóptero que la llevará a Olivos pero nunca podrá aterrizar en el verde jardín de su residencia. El aparato recibió la orden de desviarse a Aeroparque. Un militar le informó que había dejado de ser presidente. Cesaba en sus funciones, simplemente cesaba. Ella quiso imponer la solidez de su título, compasivamente le sugirieron que no molestara. «Suba, señora.» Era el golpe. Llegaba la realidad de una crónica fuertemente anunciada. A las tres y veintiuna, por la cadena nacional de radio y televisión, los que todavía estaban despiertos pudieron escuchar el comunicado número uno del gobierno de facto, sonorizado por los inconfundibles compases de una marcha militar, anunciando que el país se encontraba bajo el control operacional de la ]unta de Comandantes Generales: Videla, Massera, Agosti. Tierra, agua y aire, elementos oficiales de un complot nada elemental. Radio Colonia sonaba a tope dando una versión más detallada de los hechos, pero los hechos fueron, también, según quienes los vivieron. Fito Paez todavía vivía en Rosario, todavía compartía la cama con su abuela. A la hora del primer comunicado estaba durmiendo y no recuerda vestigios de haber soñado. Tenía trece años y tenía inocencia. Todo empezó a enrarecerse. En la casa, las mujeres, su tía y su abuela, prendían todo lo que pudiera dar alguna información. Prendían la radio, prendían la tele. El golpe televisado. Pero también en vivo. A dos cuadras, en el barrio, había un regimiento que llenó las veredas del vecindario, incluso la de Fito, de tanques y soldados. La tía fué hasta el almacén, la heladera estaba medio vacía. Los soldados no la dejaron volver, no le permitieron entrar a su propia casa. Fito vivió cinco horas de angustia, entre él y su tía estaba la pared y estaban los soldados. Itacas, armas, el miedo. No imaginó que eso pudiera cambiar su vida. Su tía, una persona mayor, volvió sin un rasguño pero con el corazón apretujado. Laura Ramos estaba en Despeñaderos, Jorge Lanata en un colectivo, Guillermo Kuitca salía para el colegio, y la Junta ya iba por el tercer comunicado. Laura Ramos tenía diecinueve años y vivía en la finca que su padre tenía en el campo. Despeñaderos se llamaba el sitio, aunque su abuela insistía en rebautizarlo «Desamparados». Su padre, el político Abelardo Ramos, había dejado la casa la noche del 23 de marzo con un destino incierto y clandestino. No le era difícil suponer lo que ocurriría en las próximas horas. Su finca campestre amaneció la mañana siguiente rodeada de militares. Laura estaba adentro, asustada, junto a su madrastra y a sus hermanos, esperando que todo pasase rápido. Los militares se llevaron arrestadas a algunas personas que fueron liberadas tiempo después. Laura estuvo dos meses sin saber nada de su padre, también estuvo dos meses sin poder salir del campo, encerrada entre las alambradas de Despeñaderos. A la mañana muy temprano, Jorge Lanata volvía del centro. Viajaba en colectivo. El colectivo fue detenido y requisado pero él siguió, ligeramente distraído, concentrado en el dia de trabajo que había pasado, escuchaba cómo la gente a su alrededor comentaba: «Uy, hay golpe!». Tenía quince años, miraba por la ventanilla, estaba en Avenida de Mayo y Maipú, allí todo parecía tranquilo y por los comentarios sorprendidos de la gente se enteraba, casualmente, de que empezaba la dictadura. Era periodista de Radio Nacional, acreditado en la Casa de Gobierno. Por ese entonces para Lanata el oficio simplemente consistía en leer con prolijidad los cables para su medio y cerrar sus transmisiones diciendo con camuflada voz adulta: «Transmitió Jorge Lanata desde Casa de Gobierno». Guillermo Kuitca se había levantado tan temprano como siempre. Estaba en tercer año bachiller y tenía que ir al colegio y marcar la entrada antes de las ocho menos cuarto. Por algún motivo olvidado, esa mañana no se cruzó con sus padres y, como siempre, no escuchó la radio. El portero del colegio lo paró en el portón de entrada y le dijo con ternura: «No, pibe, hoy se suspendieron las clases. Hay golpe de Estado». Miguel Rep caminaba por la calle Boedo. Iba para la panadería con su madre. Un vecino les contó que había llegado el golpe. Rep y su mamá escucharon la noticia con tristeza pero, de todos modos, entraron a comprar el pan de cada día. Diego Maradona todavía vivía en Villa Fiorito y le faltaban pocos meses para pasar a la primera de Argentinos Juniors. Ese día no estaba previsto ningún entrenamiento; por lo tanto, no entrenó. Durmió hasta las once, escuchó las noticias por la radio, una música desagradable perturbaba su mañana pero nada alteró su rutina. Alejandro Agresti estaba en tercer año de la secundaria. Al levantarse, su papá, con la radio encendida, le dijo que algo terrible había ocurrido. «Hijo, volvieron los milicos.» Pedro Aznar escuchó la marchita por la tele y enseguida supo que algo deleznable se avecinaba. Cuando salió a la calle, la luz estaba más baja que de costumbre o, al menos, eso le pareció. Había carros de policia. Tuvo miedo y la sensación de que por todas partes corria un viento helado. El cielo estaba púrpura, oscuro como el destino. Martín Caparrós estaba en Londres. Trabajaba como camarero en un pub. Mientras atendía a una clienta, le fisgoneó el diario. El titular decía: «Golpe de Estado en Argentina». Juana Molina estaba a punto de tomar el colectivo junto a su hermana Inés para ir al colegio. Una señora las paró en la calle y les sugirió que se volvieran a sus casas, habia caído el gobierno. Juana despertó a su madre. Se armó revuelo en la familia. Por esa reacción intuyó que algo peligroso estaba empezando a ocurrir. Rodrigo Fresán ya vivía en Caracas, Venezuela. Una discutible imprudencia de su madre, que militaba y estudiaba en la Universidad, apuró a su familia a un prematuro exilio. El 24 de marzo, como cada día, prendió la tele, por ella se enteró del golpe, lo miró como a una serie de aventuras, como a un capítulo más de Misión imposible, pero la cinta no se autodestruyó en treinta segundos, siguió rodando con un libreto de zozobra durante siete años. Esa mañana senaló con una cinta flúor el resto de nuestro recorrido. Si esa mañana no hubiese existido, estas cosas no habrían, probablemente, pasado. Juan Forn, en su viaje por Europa, habria vivido de otro modo su estadía en Sitges, una ciudad balnearia de Cataluña. Allí no se hubiese cruzado con un grupo de exiliados, todos mayores que él, que le mostraron qué pasaba realmente en el pais que acababa de dejar. No se hubiese encontrado con esos militantes por los derechos humanos y no hubiese sido él un militante culposo por esos asuntos. Probablemente tampoco hubiese ido a Las Ramblas de Barcelona a cantar reivindicatorias canciones de Daniel Viglietti y Silvio Rodriguez con voz de dudoso timbre porque nada de eso hubiese sido necesario. Guillermo Kuitca hubiese usado su inmenso taller del Once sólo para pintar. No tendría por qué haberlo prestado para reuniones clandestinas del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) o de la FJC (Federación Juvenil Comunista). No tendría que haberse arriesgado a que dos partidos opositores pero antagónicos lo acusasen de ser el enemigo o a que le clausurasen el taller por uso de prácticas prohibidas. Los montoneros no hubiesen acusado en París a Martín Caparrós de vender su pasaporte por un fajo de billetes, cuando él, en realidad, lo perdió estúpidamente. Tampoco lo hubiesen expulsado de su movimiento -aunque él ya se habia alejado solito y en Buenos Aires -por esa supuesta grave fata y él no hubiese tenido que cruzar la frontera francoespañola después de una larga e infructuosa caminata; no se hubiese tenido que someter al juicio de sospecha de un camión que lo recogió y lo cruzó, sin documentación, y lo ayudó a pasar a Francia amparado en la confianza de la rutina de ese cruce. Martín Caparrós, probablemente, no hubiese estado tantos años en Europa, primero exiliado, después acostumbrado. Probablemente no. María Nova hubiese leído otras noticias en The Buenos Aires Herald. No hubiese leído los editoriales bilingues de cada viernes en los que se daba cuenta de la ronda de las madres de desaparecidos en la Plaza de Mayo. Ese relato no habría existido porque no habría tenido realidad sobre la que dar cuenta. No se hubiese afiliado a ningún partido de izquierda ni hubiese demorado su carrera en la lucha por derrocar a la dictadura. Juana Molina no hubiese vivido en París porque su padrastro, Pino Solanas, no tendría que haberse exiliado. Jorge Lanata no hubiese tenido que dejar de hacer periodismo para no verse obligado al encubrimiento. Rodrigo Fresán y Alejandro Rozitchner no hubiesen vivido en Caracas. Diego Maradona no hubiese jugado el mundialito japonés obligando a mezclar la euforia de los goles con las largas colas de denunciantes en la Avenida de Mayo, en la sede de la OEA, ante la llegada de la Comisión Internacional de Derechos Humanos. Marcelo Moura no hubiese padecido la desaparición de su hermano mayor, Jorge, ni hubiese tenido que sufrir un humillante peregrinaje para dar con su paradero. Alejandra Flechner no hubiese tenido que vivir con el corazon en la boca, conviviendo con la posibilidad de que secuestraran a sus padres o a los padres de algunos de sus amigos. Rozitchner y Fresán no hubiesen conocido la extrañeza de crecer en el Caribe, entre la violencia de Caracas y la frivolidad de la isla Margarita. La cinta flúor de nuestro recorrido hubiese marcado otro rumbo. Nunca sabremos cuál y nunca sabremos cómo. Pero seguramente se podría haber evitado esta parte del relato:
Un camión vulgar y algo sucio estacionó sin estrépito en una calle bulliciosa de un barrio porteño. «Sustancias alimenticias» decía la leyenda ostentosa escrita en uno de sus costados. Los que se bajaron del camión, hombres que no parecían repartidores de comida, introdujeron a golpes a una chica de dieciséis años, embarazada, frágil, asustada. Era Alicia Elena Alfonsín de Cabandia. El camión se tragó su vida y la de su bebé? nacido en cautiverio. Era la primavera de 1977. El sol amagaba con entibiar pero apenas se notaba. Claudio Román Méndez tenía dieciséis años la madrugada de julio de 1976 en la que fue secuestrado en la ciudad de Córdoba. Un mes después, su nombre apareció en un diario local: «Muerto en un enfrentamiento», decía el titular que citaba a una fuente del ejército. Al reconocer el cadáver, los padres de Claudio supieron que no había parte en el cuerpo de su hijo que no estuviera lacerada, demostrando que había sido destrozado por brutales torturas. Hoy tendría treintaypico. Como también lo tendrían los chicos y chicas que en la noche del 16 de setiembre de 1976 desaparecieron en La Plata en la llamada «Noche de los lápices». Ellos son: Horacio Ungaro, Daniel Rasero, Francisco Muntaner, María Claudia Falcone, Víctor Triviño, Claudio de Acha y María Claudia Ciccioni. Otros doscientos cincuenta chicos y chicas de entre trece y dieciocho años fueron secuestrados en sus casas, en las calles o a la salida de los colegios. Después fueron asesinados. Ellos son los que nunca tendrán treinta. Si esa mañanita no hubiese existido, quién sabe qué historia hoy estaríamos contando.
Portada
Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso
La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.
Fotos: Juan Valeiro.
Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos.
“Pan y circo”, dice.
Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro.
Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.



Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.
Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.
Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El poco pan
La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:
“Si no hay aumento,
consiganló,
del 3%
que Karina se robó”.
Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”.
Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”.

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El mucho circo
Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes.
Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena.
“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial.
Silencio.
“¿Me pueden decir sí o no?”.
Silencio.
Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.
Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”
“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.
La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival.
Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:
- “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
- “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
- El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.
El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.
Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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