Nota
Memoria II: fotografiar la muerte
Sergio Kowalewski, el fotógrafo que desnudó la Masacre de Puente Pueyrredón y el recuerdo de la nota que publicó lavaca el 28 de junio de 2003.
Fotografiar la muerte
Sergio Kowalewski es el fotógrafo que registró el homicidio de Darío Santillán en la protesta piquetera de Avellaneda, el pasado 26 de junio. Las fotos -que aquí reproducimos en parte- hablan por sí solas. Pero es interesante conocer los detalles de su edición para debatir cuál es el precio de la ética en el periodismo de hoy.
Sergio Kowalewski tiene 43 años y una larga trayectoria como fotógrafo independiente. Esto significa que desde hace años usa su cámara y oficio para registrar aquello que le interesa fotografiar: actos de las Madres de Plaza de Mayo, protestas sociales, trabajos comunitarios. Así se gana la vida, aunque el dinero lo consigue con su trabajo como fotógrafo de ceremonias familiares. Sergio se convirtió en el autor de las imágenes que registraron la muerte de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki durante la protesta piquetera que se realizó el trágico miércoles 26 de junio, en Avellaneda. Esas imágenes -junto a las tomadas por Pepe Mateos, del diario Clarín- dejaron en evidencia la brutalidad policial, en general y del comisario Alfredo Franchiotti, en particular, hoy procesado por la justicia por esos homicidios. Sergio declaró en esa causa, como testigo, el sábado 29. Apenas regresó a su casa, recibió tres llamados. Eran amenazas.
Las imágenes tomadas por Sergio hablan por sí solas. Sin embargo, es interesante conocer lo que él dice sobre ellas para entender hasta dónde son el resultado no de un click en el momento oportuno, sino de largos años de disparar con un objetivo concreto: «no perder la dignidad». También son interesantes los detalles de la edición de esas fotografías.
Sergio reveló los rollos al día siguiente -el jueves- y cuando vio los resultados se comunicó inmediatamente con un abogado de la Correpi (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional) que había visto el día anterior en la protesta de Avellaneda. Correpi, a su vez, se comunicó con el diario Página 12 para advertir que tenían imágenes que demostraban cómo habían sido los hechos. El editor de fotografía de ese diario, Alejandro Elías, llamó entonces a Sergio y le pidió el material. Le preguntó, por supuesto, cuánto quería cobrar por esas imágenes. La respuesta de Sergio: «Eso yo no lo puedo cobrar porque sería como lucrar con la sangre de estos pibes. Lo único que les pido es que cualquiera que las quiera pueda usarlas de la misma manera que ustedes: gratis.» Al llegar a su casa, fue su compañera la que le reprochó esa actitud. «Me llamó egoísta y soberbio. No porque pensara que tenía que llenarme de guita con eso, sino porque debía donar ese dinero a la organización que representaban esos muchachos». Sergio llamó al diario y les propuso que compraran medicamentos para entregar al MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados) de Almirante Brown. Todavía los están esperando. Le entregaron, en cambio, 150 pesos (poco más de 40 dólares) en concepto de pago por el uso de todas las imágenes.
Sergio decidió donar el dinero a ese movimiento. Sus dirigentes solo aceptaron 100 pesos. Consideraron que los otros 50 debían pagar los gastos de película y revelado.
A continuación, reproducimos el testimonio de Sergio recogido por el Observatorio Social de Medios de la UTPBA (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires) el libro Conflicto Social, Censura y Medios, de reciente aparición:
«Cuando tenemos que tomar decisiones entre la vida y la muerte, no podemos ser neutrales. Tiene que ver con lo que un periodista está dispuesto a aguantar. Esto implica una decisión respecto no ya del vínculo con el editor en la redacción, sino con el hecho de que si las imágenes son censuradas en un medio deben ser entregadas a las instituciones, a los organismos, los movimientos sociales dispuestos a llevar adelante la lucha por difundir la verdad.
Cuando tuve las imágenes no fui primero que nada a venderlas a ningún medio. Fui a la CORREPI para que las presente como prueba de lo ocurrido. A la policía le habían dado una orden y actúo de esa manera sabiendo que era impune. Se sentía impune y no le importó que hubiera medios y que se hubieran registrado esas imágenes. Eso es parte del proceso que venimos viviendo y que, de alguna manera, todavía no se ha saldado. Hubo impunidad porque había órdenes. Muchas veces nos separan, nos apartan de lo que está pasando, pero ese día no se preocuparon por la presencia de los fotógrafos porque se sentían impunes.
Yo trabajo muy artesanalmente. No soy un free lance profesional ni trabajo para ninguna agencia. Eso me da cierta libertad para determinar qué voy a fotografiar. Tengo una máquina absolutamente manual y revelo en mi casa. No entiendo, entonces, cómo diarios que trabajan con cámaras digitales no tuvieron imágenes antes que yo. Es muy claro que hubo ocultamiento de la información. Eso es absolutamente innegable. Por otro lado, también, quiero desmitificar esa idea de que el fotógrafo en particular o el periodismo en general, tienen por sí mismos un valor especial. Más que un homenaje al heroísmo del reportero gráfico, debería reivindicarse el valor de los que resistieron ese día, de los que pusieron el cuerpo sin ningún escudo ni protección. Y, sobretodo, resaltar el valor de ese pibe (Santillán) que sabiendo que lo podían matar (como minutos después lo hicieron) se quedó tomando de la mano a otro (Kosteki) que estaba caído en el hall de la estación. Eso es valor y eso es solidaridad.
En cuanto a nuestra tarea, creo que hay más opciones que quedarse sin trabajo o agachar la cabeza. De última podemos trabajar en otras cosas. Lo importante, en todo caso, es no perder la dignidad.»
Originalmente publicada en lavaca.org el 28 de junio de 2003.

Darío Santillán, antes de recibir el impacto

Mal herido, Santillán cae.

La gente, mira.

Maximiliano Kosteki es arrastrado por un oficial policial

El oficial levanta las piernas de Kosteki y las apoya sobre la columna del hall de la estación de trenes de Avellaneda

El oficial sonríe a la cámara. Kosteki agoniza

Santillán es arrastrado hacia la puerta. De espaldas, con gorra, el comisario Alfredo Franchiotti

Los policías arrastran a Santillán hasta la vereda, donde lo dejan tirado, a la espera de una ambulancia
Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
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