CABA
Mi vecino, un desaparecido
Los desaparecidos de San Telmo estuvieron, este sábado, presentes.
Trescientas personas lo gritaron 29 veces, una por cada militante popular del barrio que secuestró allí mismo la última dictadura.
Se hicieron presentes, además, no sólo en la memoria; también en cada una de sus viejas casas, donde esta procesión que recorrió más de seis kilómetros en tres horas, dejó estampada sus fotos, sus historias y sus sueños.
La marcha de homenaje a los desaparecidos de San Telmo se convirtió así en una gran aguja humana que se propuso coser y coser. Cosió la memoria para remendar el olvido. Cosió los sueños de ayer y de hoy para cerrar las pesadillas. Zurció tiempos distintos en un mismo territorio, el barrio, convertido en refugio de la resistencia contra el poder y la desigualdad.
A las cuatro de la tarde, el punto de partida es la Plaza Dorrego. Allí comienza a desplegarse la bandera de H.I.J.O.S., pero también la de la Asamblea vecinal de Plaza Dorrego. Están los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo, pero también los negros y rojos de la agrupación de trabajadores desocupados Movimiento Tierra y Liberación. Hay remeras del Che Guevara y también las diseñadas por el Taller Popular de Serigrafía, esas que dicen «Somos nosotros. 19 y 20 de diciembre». Están las siluetas de cartón de tamaño humano, las que evocan a los desaparecidos desde aquel siluetazo realizado a fines de la dictadura, y están también las poéticas pintadas del Grupo de Artistas Callejeros.
La militancia de ayer y hoy enhebran sus hilos.
La avanzada de la marcha es una especie de «brigada» universitaria, conformada por estudiantes de las agrupaciones independientes de la Universidad de Buenos Aires. Hay integrantes de El Mate, T.N.T y La Mariátegui, entre otras organizaciones. Los jóvenes caminan varios metros delante de la columna, pegando stickers en paredes y columnas de alumbrado. «Sin el golpe de Estado del 76… ¿habría chicos muriéndose de hambre?», pregunta una calcomanía. «En la dictadura no se enteraban de nada…, ¿se enterarán de lo que está pasando ahora?», cuestiona otra. «Faltan 30.000 militantes para cambiar el país», afirma una tercera.
La primera puntada ya está dada.
«Presente», se grita por primera vez en Defensa 1066, donde hace 26 años vivía Sergio Aneiros, escenógrafo del Teatro Discépolo. Desapareció el 16 de diciembre de 1977 a las 0.40. Hoy en ese lugar funciona la galería El Solar de French, donde los turistas y anticuarios se mezclan con mendigos y cartoneros.
La historia oficial indica que Buenos Aires nació en el actual Parque Lezama, mientras que otras teorías arriesgan que don Pedro de Mendoza plantó banderas en lo que hoy son las calles Paseo Colón y Humberto Primo. Las dos versiones localizan a esa primera y fallida fundación en San Telmo, una geografía marcada a fuego por la experiencia de ese conquistador que soñaba con El Dorado y se encontró con tierras inhóspitas y violentas. Sobre esa contradicción se sostiene, aún hoy, la fisonomía de este barrio que hace equilibrio entre las promesas de la gran ciudad y la condena de ser Rivadavia al sur. Desde sus orígenes, es un espacio en pugna: españoles/indios, inmigrantes/criollos, anticuarios/artistas vanguardistas, turistas/nativos, las casas recicladas y las ocupadas.
La aguja se clava en la puerta de la casa que habitó Paloma, la hija del pintor Carlos Alonso, hasta aquel 30 de julio de 1977, y por la de Adelina Gargiullo, una artesana de la Feria de San Telmo, secuestrada por doce civiles el 8 de julio de 1976. En cada casa, los manifestantes pegan una hoja con la foto del desaparecido, las circunstancias en que se produjo el secuestro y otros aspectos de su vida. Mientras encolan la papeleta que recuerda a Gargiullo, un hombre se asoma a la puerta. Es su hermano Carlos. «Yo estaba cuando se la llevaron. Todavía me acuerdo ese día», es lo único que alcanza a decir, visiblemente conmocionado.
Sobre el cordón, como en cada cordón, el Grupo de Arte Callejero pinta versos o frases de cantantes populares. «Cuando se descarta lo imposible, lo que queda aunque improbable debe ser la verdad», escriben frente a la mirada perdida de Carlos.
La parada siguiente es en Perú 923. En en el cuarto piso vivieron Graciela Verdecanna, Daniel Carricondo y Guillermo Ercolano, tres militantes del Partido Comunista Marxista Leninista que desaparecieron el 6 de diciembre de 1977. Ahora, en la puerta del edificio hay un pequeño cartelito que dice: «El departamento del cuarto piso ya fue alquilado». Una vecina, Vanesa no resistió la tentación y salió a la calle para ver de qué se trata esa bulliciosa manifestación. «Mi mamá vivió acá toda la vida y nunca comentó nada de todo esto», alcanza a decir, también conmocionada .
La marcha sigue por la calle Perú. Pasa por el teatro del Sindicato de Luz y Fuerza. Ninguna columna gremial sale para sumarse. Hubiera sido una postal de otra época.
Una cuadra más y la columna pasa por una casa desvencijada con un letrero que anuncia «Cooperativa de vivienda autogestionaria», compuesta por miembros del Movimiento de Ocupantes Inquilinos y de la Federación Tierra y Vivienda. Una postal de estos tiempos.
El primer descanso es en la plazoleta a la que le han zurcido el nombre del periodista desaparecido Rodolfo Walsh, el primero en denunciar públicamente que el plan sistemático de desaparición de personas se correspondía con un plan sistemático de destrucción de la economía nacional.
Los chicos de un merendero saludan desde unos balcones y piden que los saluden por el megáfono. Sus deseos son órdenes.
La columna retoma la marcha por la calle Tacuarí y se detiene frente al Círculo de suboficiales de la Gendarmería Nacional. «Milicos, muy mal paridos…», gritan todos hasta hinchar las venas. Desde adentro, dos mozos que trabajan en ese edificio aplauden y alientan a los manifestantes. ¿Conciencia social? ¿Cinismo? ¿Las dos cosas a la vez? ¿Otra costura?
Después, llega el momento de recordar a Raúl y Olga Decurger, estudiantes de abogacía y medicina. Tenían un hijo de cinco meses y desaparecieron el 29 de abril de 1977, cuando los sacaron por la fuerza de su hogar: San Juan 835.
La casa fue destruida. Y a su lado, en el solar vecino, funciona ahora la asamblea popular de Plaza Dorrego con sus talleres productivos, entre ellos la panadería que cocinó lo necesario para que ofrecer choripanes durante el festival con que se selló todo el recorrido.
Lo recaudado, dicen, servirá para restaurar la Plazoleta Rodolfo Walsh.
La costura sigue.
Cuando la marcha pasa por la Asamblea, un chico de ocho años toma el megáfono. La vocecita amplificada canta, entonces, pidiendo explicaciones a los militares: «Qué es lo que han hecho con los desaparecidos, la deuda externa y la corrupción.» Y se despide con una amable, pero también inquietante presentación: «Me llamo Manuel, soy de la asamblea, pero por suerte no tengo ningún familiar desaparecido».
La marcha llega a Piedras 1385, donde vivía Carlos Fernández, un actor al que todos conocían por su seudónimo: Polo Cortés. Estaba casado, tenía una hija de dos años y había sido candidato a Presidente de la Asociación Argentina de Actores por la Lista Naranja. Cuando todos estos datos están por ser pegados en el mármol que recubre la entrada del edificio, una señora mayor suplica en nombre de las paredes. «Pónganlo al costado, así no arruinan el frente», argumenta. Sin embargo, cuando advierte qué dice el cartel, su gesto es otro. «Yo vivía en el mismo piso-balbucea-. Yo le pasaba los llamados telefónicos por trabajo. Me acuerdo el día que se lo llevaron; la policía tapó la mirilla de mi puerta para que no vea nada». Un vecino que la escucha también quiere coser: acerca el nombre de otro desaparecido del barrio.
Antes de llegar a la última parada, la manifestación pasa por la comisaría 14, la misma donde estuvieron detenidos en febrero los desalojados del edificio Padelai y del Movimiento de Trabajadores Desocupados de San Telmo, la semana pasada. «Por una pizza reprimís a tu mamá», les cantan hoy.
Los reclamos vuelven a asociarse. También los verdugos, que no se dan por desanimados. A unas pocas cuadras de allí, otras dos organizaciones sociales corren el riesgo de ser las siguientes: ya tienen orden de desalojo la Asamblea Popular del Parque Lezama y el Centro Social y Cultural Tierra del Sur, donde dos decenas de jóvenes que viven en comunidad brindan talleres y actividades gratuitas para uno de los barrios más relegados de la ciudad.
Es el turno de Brasil 410, donde vivía Alicia Pais, militante de la Juventud Peronista y enfermera del Hospital Posadas, desaparecida el 1 de marzo de 1977.
«Presente» repiten otra vez los manifestantes.
Vecinos de distintas edades se asoman por diferentes balcones para sumarse al grito.
El recorrido termina en El Atlético, el centro de detención clandestina que está ubicado en Paseo Colón y Cochabamba. Por allí pasaron 1500 desaparecidos entre el 11 de febrero y el 28 de diciembre de 1977, cuando el edificio fue demolido para permitir el trazado de la Autopista 25 de Mayo. El gobierno de la Ciudad de Buenos comenzó a realizar excavaciones en el lugar como parte del Proyecto de Recuperación de la Memoria. Dos celdas ya están a la vista, debajo del nivel de la tierra.
Mario Villani, uno de los ex detenidos desaparecidos que pasó por ese campo, explica a los manifestantes cómo funcionaba ese lugar de tortura y muerte. Señala rincones, describe recorridos con el dedo, apunta hacia el pozo para descubrir a los ojos de todos las huellas de calabozos y salas de torturas.
Las Madres de Plaza de Mayo siempre dicen que a los desaparecidos hay que recordarlos con alegría. Nada de minutos de silencios, sino minutos de aplausos. No parece increíble, entonces, que mientras Villani nos hunde en las profundidades del Atlético, lleguen los sonidos que anuncian la murga y el folklore.
La costura culmina en una fiesta, que cierra el cierre de esta celebración.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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