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Mi vecino, un desaparecido

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El sábado, en San Telmo, una procesión renovó el ritual de la memoria. A 27 años del golpe, el homenaje unió organizaciones de derechos humanos con nuevos movimientos sociales. Denunció los secuestros de ayer y los desalojos de hoy. Y consagró al barrio como el verdadero territorio de resistencia contra el poder y la desigualdad.

Los desaparecidos de San Telmo estuvieron, este sábado, presentes.

Trescientas personas lo gritaron 29 veces, una por cada militante popular del barrio que secuestró allí mismo la última dictadura.

Se hicieron presentes, además, no sólo en la memoria; también en cada una de sus viejas casas, donde esta procesión que recorrió más de seis kilómetros en tres horas, dejó estampada sus fotos, sus historias y sus sueños.

La marcha de homenaje a los desaparecidos de San Telmo se convirtió así en una gran aguja humana que se propuso coser y coser. Cosió la memoria para remendar el olvido. Cosió los sueños de ayer y de hoy para cerrar las pesadillas. Zurció tiempos distintos en un mismo territorio, el barrio, convertido en refugio de la resistencia contra el poder y la desigualdad.

A las cuatro de la tarde, el punto de partida es la Plaza Dorrego. Allí comienza a desplegarse la bandera de H.I.J.O.S., pero también la de la Asamblea vecinal de Plaza Dorrego. Están los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo, pero también los negros y rojos de la agrupación de trabajadores desocupados Movimiento Tierra y Liberación. Hay remeras del Che Guevara y también las diseñadas por el Taller Popular de Serigrafía, esas que dicen «Somos nosotros. 19 y 20 de diciembre». Están las siluetas de cartón de tamaño humano, las que evocan a los desaparecidos desde aquel siluetazo realizado a fines de la dictadura, y están también las poéticas pintadas del Grupo de Artistas Callejeros.

La militancia de ayer y hoy enhebran sus hilos.

La avanzada de la marcha es una especie de «brigada» universitaria, conformada por estudiantes de las agrupaciones independientes de la Universidad de Buenos Aires. Hay integrantes de El Mate, T.N.T y La Mariátegui, entre otras organizaciones. Los jóvenes caminan varios metros delante de la columna, pegando stickers en paredes y columnas de alumbrado. «Sin el golpe de Estado del 76… ¿habría chicos muriéndose de hambre?», pregunta una calcomanía. «En la dictadura no se enteraban de nada…, ¿se enterarán de lo que está pasando ahora?», cuestiona otra. «Faltan 30.000 militantes para cambiar el país», afirma una tercera.

La primera puntada ya está dada.

«Presente», se grita por primera vez en Defensa 1066, donde hace 26 años vivía Sergio Aneiros, escenógrafo del Teatro Discépolo. Desapareció el 16 de diciembre de 1977 a las 0.40. Hoy en ese lugar funciona la galería El Solar de French, donde los turistas y anticuarios se mezclan con mendigos y cartoneros.

La historia oficial indica que Buenos Aires nació en el actual Parque Lezama, mientras que otras teorías arriesgan que don Pedro de Mendoza plantó banderas en lo que hoy son las calles Paseo Colón y Humberto Primo. Las dos versiones localizan a esa primera y fallida fundación en San Telmo, una geografía marcada a fuego por la experiencia de ese conquistador que soñaba con El Dorado y se encontró con tierras inhóspitas y violentas. Sobre esa contradicción se sostiene, aún hoy, la fisonomía de este barrio que hace equilibrio entre las promesas de la gran ciudad y la condena de ser Rivadavia al sur. Desde sus orígenes, es un espacio en pugna: españoles/indios, inmigrantes/criollos, anticuarios/artistas vanguardistas, turistas/nativos, las casas recicladas y las ocupadas.

La aguja se clava en la puerta de la casa que habitó Paloma, la hija del pintor Carlos Alonso, hasta aquel 30 de julio de 1977, y por la de Adelina Gargiullo, una artesana de la Feria de San Telmo, secuestrada por doce civiles el 8 de julio de 1976. En cada casa, los manifestantes pegan una hoja con la foto del desaparecido, las circunstancias en que se produjo el secuestro y otros aspectos de su vida. Mientras encolan la papeleta que recuerda a Gargiullo, un hombre se asoma a la puerta. Es su hermano Carlos. «Yo estaba cuando se la llevaron. Todavía me acuerdo ese día», es lo único que alcanza a decir, visiblemente conmocionado.

Sobre el cordón, como en cada cordón, el Grupo de Arte Callejero pinta versos o frases de cantantes populares. «Cuando se descarta lo imposible, lo que queda aunque improbable debe ser la verdad», escriben frente a la mirada perdida de Carlos.

La parada siguiente es en Perú 923. En en el cuarto piso vivieron Graciela Verdecanna, Daniel Carricondo y Guillermo Ercolano, tres militantes del Partido Comunista Marxista Leninista que desaparecieron el 6 de diciembre de 1977. Ahora, en la puerta del edificio hay un pequeño cartelito que dice: «El departamento del cuarto piso ya fue alquilado». Una vecina, Vanesa no resistió la tentación y salió a la calle para ver de qué se trata esa bulliciosa manifestación. «Mi mamá vivió acá toda la vida y nunca comentó nada de todo esto», alcanza a decir, también conmocionada .

La marcha sigue por la calle Perú. Pasa por el teatro del Sindicato de Luz y Fuerza. Ninguna columna gremial sale para sumarse. Hubiera sido una postal de otra época.

Una cuadra más y la columna pasa por una casa desvencijada con un letrero que anuncia «Cooperativa de vivienda autogestionaria», compuesta por miembros del Movimiento de Ocupantes Inquilinos y de la Federación Tierra y Vivienda. Una postal de estos tiempos.

El primer descanso es en la plazoleta a la que le han zurcido el nombre del periodista desaparecido Rodolfo Walsh, el primero en denunciar públicamente que el plan sistemático de desaparición de personas se correspondía con un plan sistemático de destrucción de la economía nacional.

Los chicos de un merendero saludan desde unos balcones y piden que los saluden por el megáfono. Sus deseos son órdenes.

La columna retoma la marcha por la calle Tacuarí y se detiene frente al Círculo de suboficiales de la Gendarmería Nacional. «Milicos, muy mal paridos…», gritan todos hasta hinchar las venas. Desde adentro, dos mozos que trabajan en ese edificio aplauden y alientan a los manifestantes. ¿Conciencia social? ¿Cinismo? ¿Las dos cosas a la vez? ¿Otra costura?

Después, llega el momento de recordar a Raúl y Olga Decurger, estudiantes de abogacía y medicina. Tenían un hijo de cinco meses y desaparecieron el 29 de abril de 1977, cuando los sacaron por la fuerza de su hogar: San Juan 835.

La casa fue destruida. Y a su lado, en el solar vecino, funciona ahora la asamblea popular de Plaza Dorrego con sus talleres productivos, entre ellos la panadería que cocinó lo necesario para que ofrecer choripanes durante el festival con que se selló todo el recorrido.

Lo recaudado, dicen, servirá para restaurar la Plazoleta Rodolfo Walsh.

La costura sigue.

Cuando la marcha pasa por la Asamblea, un chico de ocho años toma el megáfono. La vocecita amplificada canta, entonces, pidiendo explicaciones a los militares: «Qué es lo que han hecho con los desaparecidos, la deuda externa y la corrupción.» Y se despide con una amable, pero también inquietante presentación: «Me llamo Manuel, soy de la asamblea, pero por suerte no tengo ningún familiar desaparecido».

La marcha llega a Piedras 1385, donde vivía Carlos Fernández, un actor al que todos conocían por su seudónimo: Polo Cortés. Estaba casado, tenía una hija de dos años y había sido candidato a Presidente de la Asociación Argentina de Actores por la Lista Naranja. Cuando todos estos datos están por ser pegados en el mármol que recubre la entrada del edificio, una señora mayor suplica en nombre de las paredes. «Pónganlo al costado, así no arruinan el frente», argumenta. Sin embargo, cuando advierte qué dice el cartel, su gesto es otro. «Yo vivía en el mismo piso-balbucea-. Yo le pasaba los llamados telefónicos por trabajo. Me acuerdo el día que se lo llevaron; la policía tapó la mirilla de mi puerta para que no vea nada». Un vecino que la escucha también quiere coser: acerca el nombre de otro desaparecido del barrio.

Antes de llegar a la última parada, la manifestación pasa por la comisaría 14, la misma donde estuvieron detenidos en febrero los desalojados del edificio Padelai y del Movimiento de Trabajadores Desocupados de San Telmo, la semana pasada. «Por una pizza reprimís a tu mamá», les cantan hoy.

Los reclamos vuelven a asociarse. También los verdugos, que no se dan por desanimados. A unas pocas cuadras de allí, otras dos organizaciones sociales corren el riesgo de ser las siguientes: ya tienen orden de desalojo la Asamblea Popular del Parque Lezama y el Centro Social y Cultural Tierra del Sur, donde dos decenas de jóvenes que viven en comunidad brindan talleres y actividades gratuitas para uno de los barrios más relegados de la ciudad.

Es el turno de Brasil 410, donde vivía Alicia Pais, militante de la Juventud Peronista y enfermera del Hospital Posadas, desaparecida el 1 de marzo de 1977.

«Presente» repiten otra vez los manifestantes.

Vecinos de distintas edades se asoman por diferentes balcones para sumarse al grito.

El recorrido termina en El Atlético, el centro de detención clandestina que está ubicado en Paseo Colón y Cochabamba. Por allí pasaron 1500 desaparecidos entre el 11 de febrero y el 28 de diciembre de 1977, cuando el edificio fue demolido para permitir el trazado de la Autopista 25 de Mayo. El gobierno de la Ciudad de Buenos comenzó a realizar excavaciones en el lugar como parte del Proyecto de Recuperación de la Memoria. Dos celdas ya están a la vista, debajo del nivel de la tierra.

Mario Villani, uno de los ex detenidos desaparecidos que pasó por ese campo, explica a los manifestantes cómo funcionaba ese lugar de tortura y muerte. Señala rincones, describe recorridos con el dedo, apunta hacia el pozo para descubrir a los ojos de todos las huellas de calabozos y salas de torturas.

Las Madres de Plaza de Mayo siempre dicen que a los desaparecidos hay que recordarlos con alegría. Nada de minutos de silencios, sino minutos de aplausos. No parece increíble, entonces, que mientras Villani nos hunde en las profundidades del Atlético, lleguen los sonidos que anuncian la murga y el folklore.

La costura culmina en una fiesta, que cierra el cierre de esta celebración.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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