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El infierno que vivió Gustavo Castro en Honduras

Berta Cáceres es un emblema de la lucha contra megaminería en Latinoamérica y fue asesinada el 1 de marzo. Gustavo Castro estaba a su lado. En esta entrevista realizada por Gloria Muñoz Ramírez cuenta qué pasó, reconstruye los detalles de aquel día y cómo luego sufrió los mecanismos de la impunidad.

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Berta Cáceres es un emblema de la lucha contra megaminería en Latinoamérica y fue asesinada el 1 de marzo. Gustavo Castro estaba a su lado. En esta entrevista realizada por Gloria Muñoz Ramírez cuenta qué pasó, reconstruye los detalles de aquel día y cómo luego sufrió los mecanismos de la impunidad. Una nota imprescindible, publicada por Desinformémonos.

El infierno que vivió Gustavo Castro en Honduras
Gustavo Castro llegó apenas un día antes a La Esperanza, invitado para ofrecer un taller sobre alternativas para generar energía en las comunidades. Se alojó en la Casa de Sanación y de la Mujer, en el centro del pueblo. Descansó un rato. Luego lo recogieron para ir a cenar en el Centro Utopía, a las orillas de la ciudad, en el rancho en el que el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), ofrece capacitaciones, como a un kilómetro del pueblo. Entre las 7 y las 7:30 de la noche llegó al lugar la dirigente del Copinh, Berta Cáceres, emblema de la lucha contra los megaproyectos en Centroamérica, reconocida con el prestigiado Goldam Enviromental Prize, el “nobel” de los ecologistas. Gustavo tenía cinco años de no verla. Se saludaron en medio de las múltiples ocupaciones de Berta.
Por la noche de ese primero de marzo partieron juntos a la casa de Berta. Eran como las 11 con 15 minutos de la noche. Gustavo se sorprendió de lo aislada que se encontraba la casa de la luchadora lenca, una mujer amenazada en múltiples ocasiones por su lucha en defensa del Río Gualcarque. La casa se encontraba en un fraccionamiento a orillas de la ciudad, en una brecha de un kilómetro de longitud, con una pequeña caseta en la entrada.
“Berta, te están persiguiendo, te están amenazando, has tenido atentados y ¿vives aquí sola?”. Berta respondió que dos días antes se había ido su hija. Prepararon en media hora el taller y después ella se ofreció a llevarlo a su alojamiento. Ya eran más de las 12 de la noche. Lo dejó en la Casa de Sanación y le sugirió que al día siguiente se quedara en su casa para que pudiera comunicarse con su familia y adelantar su trabajo, pues ella tenía señal de Internet.
Nadie sabía que al día siguiente se quedaría en su casa. Había sido una invitación informal. Gustavo salió el 2 de marzo temprano con su mochila de viaje. “Esa fue la gran sorpresa de los sicarios, porque ni siquiera Berta sabía que yo me quedaría en su casa, a ella se le ocurrió en ese momento. Nadie del Copinh lo sabía. Vaya, ni yo sabía”.
El primer día del taller, la gente del Copinh habló claro y contundente sobre la lucha y la resistencia, sobre la necesidad de buscar alternativas, de construir autonomía, de defender el territorio, de dejar los territorios libres de megaproyectos. Terminaron cenando todos juntos y, al final, Berta le dijo a Gustavo que se fueran a descansar. Se trasladaron en auto y antes de llegar Berta sugirió que pasaran a saludar a su mamá. Doña Berta-madre, una luchadora y lideresa de la región, los recibió con gusto. Gustavo tenía muchos años de no verla. De ahí salieron como a las nueve y cuarto de la noche y se dirigieron a un restaurante del centro para tomar algo. Berta cenó, pues ella no había probado bocado.
Partieron rumbo a la casa de Berta y, a diferencia del día anterior, había un hombre en la casetita de entrada a la casa que daba acceso a los carros. El señor abrió el paso, Berta lo saludó y le preguntó por su salud. “Era una noche increíble, con un silencio sepulcral, no había nada, ni siquiera salía un perro”. Berta y Gustavo decidieron entonces descasar un rato en el porche de la casa, se fumaron un cigarro mientras ella terminaba la noche escribiendo un mail.
Ya muy cansados entraron a la casa y Berta le mostró su habitación. Eran como las 11 de la noche. Ella se retiró a su cuarto y Gustavo se recostó y se dispuso a trabajar. Serías las once con cuarenta minutos cuando escuchó ruidos. De repente, uno muy estruendoso en el portón, muy fuerte, como si se cayera algo. No pasaron ni dos segundos cuando empezaron a patear fuertemente la puerta de la habitación de Gustavo, quien con miedo la abrió y vió como un sujeto corría al cuarto de Berta, mientras el otro lo encañonaba directo a la cara, como a dos metros de distancia.
Todo en menos de un minuto. Se escuchó el forcejeo en el cuarto de Berta. Tres tiros. Gustavo le dice “tranquilo” al hombre que le apuntaba con una pistola plateada. Alcanzó a aventarse a la cama y el hombre lo siguió con la pistola. Le apuntaba nervioso. Disparó. Por una millonésima de segundo Gustavo movió la cabeza. “Si lo hubiera hecho un segundo antes, él se hubiera dado cuenta de que me estoy ciscando. Y si me hubiera movido una millonésima de segundo después, no la libro”.
“Iban directo a matarla. Estoy seguro de que no sabían que yo iba a estar ahí, no se la esperaban. Por eso no me asesinan inmediatamente como hacen Berta. El hombre que me apuntaba se esperó a que el otro hiciera el trabajo, a que la matara, y después ver qué hacían conmigo”.
Era casi imposible que el matón errara el tiro. De hecho, para él, le dio. El movimiento de Gustavo logró salvar la cabeza y la bala dio en la oreja, de donde de inmediato brotó la sangre. Gustavo se quedó tirado e inmóvil. El sujeto salió corriendo, dándolo por muerto. “Fue un milagro”.
Berta alcanzó a gritar “Gustavo, Gustavo” y él se dirigió hacia su cuarto, hasta el final del pasillo. Estaba tirada en el suelo. Le dijo “Bertita no te vayas, quédate conmigo, quédate conmigo…”. La veía cómo se iba yendo, con los ojos blancos. “Alcanzó a decirme que buscara el celular, que le llamara a Salvador”, su ex esposo.
Berta dejó de respirar en cuestión de un minuto. Gustavo regresó a su cuarto y empezó a marcar y marcar desde su celular a los amigos que conocía, para que llegaran a rescatarlo. “Tenía un pinche miedo, pero tenía que tranquilizarme, respirar, porque estaba solo. No había casas, no había nada. Pensé que estaba ya muerto. Aquello era una conejera donde estás a merced”.
Pasaron dos horas y media antes de que llegara la primera persona. En todo ese tiempo estuvo solo en el cuarto, en alerta, no sabía si regresarían los sicarios a rematarlo. Como no le contestaba nadie en Honduras, pensó en contactar a alguien en México. Vio la hora. Las , once con cuarenta y cinco. Podría encontrar a alguien despierto. Empezó a marcar a todos sus amigos, mensaje por mensaje. “Asesinaron a Berta, corran, estoy herido, avisen”. No contestó nadie.
Hasta las dos de la mañana empezó todo el mundo a conectarse. “Gus, Gus, no te apures, ya vamos contigo”, le dijo una amiga mientras él pensaba “éstos regresan, éstos regresan”. Fueron las dos horas más angustiantes.
Sus compañeros del Copinh fueron los primeros en llegar y lo sacaron “en friega”. Acarrearon a la gente que iba caminando a casa de Berta, todo en veinte minutos. “Nos quedamos frente a la casa. Yo dentro de una camioneta vieja de vidrios polarizados. Ya habían llegado también algunos policías. No sé quién les avisó”.
Empezaron a llegar militares, policías, prensa. Hasta las seis y media de la mañana Gustavo permaneció sentando en el sillón del copiloto de la camioneta. Nadie se percató de su presencia. Escuchaba que decían “parece que hay un testigo mexicano”, pues encontraron su maleta con la etiqueta de Aeroméxico con su dirección y nombre, todo. A esa hora sus compañeros del Copinh lo llevaron a una casa para curarlo.
A las siete de la mañana, sin saber quién les avisó que estaba en esa casa, llegaron un montón de policías. Tocaron la puerta y le dijeron al dueño de la casa que lo estaban buscando, pero “yo no me pensaba mover de ahí hasta que llegara la fiscal, que ya me había advertido: no se vaya con ningún policía. No declare usted absolutamente nada´”.
“Me estuvieron buscando por los hospitales, porque había dejado un montón de sangre en el cuarto. Al final me quedé en esa casa. Mientras tanto, en el Ministerio Público estaba toda la gente del Copinh y el cuerpo de Berta en una camioneta, en una bolsa, lleno de cobijas y alfombras”.
En esa casa los policías le solicitaron a Gustavo el retrato hablado de los asesinos. Le preguntaron cómo eran. Nada formal, le dijeron, como si fuera una plática. Y ahí empezaron las irregularidades.
“Esa madrugada todo el mundo entró a la casa de Berta, no resguardaron nunca el lugar. Entró medio mundo, el Copinh, reporteros, los policías que pisaron la sangre con sus botas, movieron el cuerpo. Todos sabían que habían alterado la escena del crimen. La gente estaba en el patio, ya las huellas no existían pues todo el mundo había pisado”.
Inició el calvario. Sin dormir desde el día anterior, sin comer nada, haciendo el retrato hablado, a las dos de la tarde llegó la fiscal a la casa y lo subieron a una patrulla escoltado rumbo al Ministerio Público, a donde llegó una abogada de la CONADEH, que es como la CNDH de Honduras.
El cónsul de México llegó a las ocho de la noche al Ministerio, pero ya se había comunicado con él desde las diez de la mañana. “La abogada CONADEH me dijo que ya había detenido a la policía, que no me iban a llevar, que yo tenía mis derechos. Afuera estaba lleno de policías. Tenía mucho miedo porque yo era testigo protegido y sabía que me andaban buscando para terminar de hacer el trabajo. El Ministerio Público era como todos los demás, “un cuartucho, un baño que se estaba cayendo, dos o tres sillas para que la gente se sentara”. Seguía Gustavo sin comer, sin dormir, con la ropa llena de sangre.
Pasaron muchas horas antes de que le tomaran su declaración ministerial. “¿Qué hicieron todo ese tiempo? ¿Por qué se tardaron tanto? Quién sabe”. Una de las principales irregularidades fue que lo empezaron a interrogar fuera de la declaración ministerial. La otra es que solicitó copia de su declaración ministerial y del video de la declaración y no se las dieron. Una más es que se robaron su maleta en el MP y no se la entregaron hasta veinticuatro horas después, para que pudiera cambiarse. La ropa ensangrentada la resguardaron para pruebas de ADN.
La maleta de Gustavo nunca fue custodiada. Pasó de mano en mano sin que nadie dijera nada, En esos momentos se temía que pudieran introducirle objetos que no traía. “Era como un rehén. Pusimos demanda, pusimos recursos, yo se lo dije al fiscal personalmente y a los fiscales especializados, pero nada”. Finalmente los abogados pusieron un recurso legal de cada una de estas anomalías.
Siendo testigo protegido, le pusieron a Gustavo algo que se conoce como “chacal”, una especie de sotana y capucha negra que cubre todo el cuerpo para que no pueda ser identificado. Pero su fotografía ya estaba en todos lados.
Cuando salió al Ministerio Público a rendir su declaración ante la juez, casi no podía ni ver.
“Todo el tiempo me sentí muy vulnerable y amenazado por los sicarios. En cualquier momento, mientras yo estuviera en Honduras, iban a intentar matarme. Y hasta hoy. Por eso no regreso”.
Para ese momento ya se sabía que el único testigo del asesinato se llamaba Gustavo Castro, que era el coordinador de la organización Otros Mundos Chiapas, que vivía en San Cristóbal de las Casas. Su fotografía circulaba ya en todo el mundo.
Y también para ese momento el Copinh y los familiares de Berta responsabilizaban del asesinato a la empresa DESA, encargada de la construcción de la represa Agua Zarca sobre el río Gualcarque. “Berta me contó de las amenazas que tenía y de las denuncias que había hecho. Para la gente estaba claro la ubicación de la empresa, sus matones, sus sicarios y las confrontaciones que habían tenido Berta, apenas unas semanas antes de su asesinato, con el dueño y los abogados”. El Copinh incluso denunció que el coordinador de fiscales es parte del despacho de abogados defensores de la empresa DESA.
En todo el proceso “lo que sientes, además de la amenaza física, es una indefensión total,. No hay una ley de víctimas en un país donde más de cien ambientalistas han sido asesinados y de ellos al menos una veintena contaban con todas las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. Obviamente no le van a dar el derecho a las víctimas”.
Tampoco hay en Honduras un reglamento para testigos protegidos. “Yo estaba a merced de cualquier arbitrariedad, sin una abogada que me defendiera, a merced del capricho político. No había poder humano ni andamiaje que pusiera orden. Después de cinco días y de no dormir, de diligencia tras diligencia, empiezan a cambiar las condiciones. De ser testigo protegido, paso a ser tratado como posible sospechoso”.
En la madrugada del día 3, el cónsul buscó un hotel para quedarse. Llegaron a un lugar inseguro, como a las dos o tres de la mañana. Al día siguiente tenían que ir en patrullas hasta Tegucigalpa. “Sólo tenía tres horas para dormir, pero no podía con tres policías pegados a la puerta. No podía cerrar los ojos a pesar del cansancio y con el dolor de la herida, pensando que iban a entrar otra vez los sicarios por la puerta”.
Al día siguiente, cuando creía que ya se iría, le informaron que había una diligencia para mostrarle unas fotografías, “por si reconocía a alguien”. Otra irregularidad. No hubo una diligencia adecuada. “Me mostraron puras fotos de gente del Copinh. Dije que ahí no estaba al que yo vi el día del asesinato y se fueron”.
Poco después llegó personal de la fiscalía de Tegucigalpa y le pidieron que se quedara para otra diligencia: la reconstrucción de los hechos. “Yo nunca había estado en eso, ni sabía qué implicaba. Accedí con la condición de que me dejaran despedirme de mamá Berta, darle un abrazo. Fui yo quien había visto a su hija morir unas horas después de haber estado con ella”.
Era el día 4. “No había dormido nada desde el día dos. No sabía que la reconstrucción de los hechos es más o menos a la misma hora que pasan las cosas, para ver condiciones de clima, luz y eso. A las diez de la noche me dijeron que íbamos a empezar. Yo ya estaba cayéndome, ya me iba a dormir. Me llevaron el “chacal” otra vez, patrullas y demás para irnos a la casa de Berta. Fue muy difícil”.
Ya había entrado mucha gente a la casa de Berta. Todo estaba mal. “Inició la reconstrucción y no sabía qué hacer. Nadie me decía nada. Por iniciativa empecé a narrar todo y a caminar, todos me perseguían con una grabadora. Lo volví a repetir todo, me acosté sobre la cama tal como lo hice ese día. Les di la trayectoria de la bala. Todo”.
“Ahora sí me voy, pensé, al terminar. A las siete de la mañana teníamos que estar en un campo de fútbol para que pudiera bajar el helicóptero que nos llevaría a Tegucigalpa. Nuevamente no dormí nada, tenía miedo”.
Se nubló el día y el helicóptero no pudo despegar de Tegucigalpa. A las once de la mañana deciden que lo trasladarán por tierra. Se disponen patrullas para acompañarlo. El sábado 5, entre las dos y tres de la tarde llegaron por fin a la embajada mexicana.
“Ni siquiera había tenido tiempo de llorar. Se trataba de estar vivo, despierto. Ese mismo día, el cónsul me dijo que había un vuelo a México vía Estados Unidos. Pero dije que no, prefería dormir y salir en vuelo directo”. A las nueve de la noche llamó la fiscal de La Esperanza para informarle que querían una ampliación de la declaración, “que no era nada para preocuparse… Los esperamos, pensé que en una hora terminaría todo”. Pero pasaron las horas y nadie llegó.
Gustavo tenía que estar a las cuatro de la mañana camino al aeropuerto. A las tres de la mañana la embajadora le dijo que se fuera a dormir un rato y a las cuatro lo despertaría. Lo hizo. Nadie de la fiscalía se presentó, “por lo que agarré mis cosas y nos fuimos para el aeropuerto”.
El cónsul bajó del auto y se dirigió al mostrador por el pase de abordar. Con él en la mano se encamino a tomar el avión. Pero antes, no por una entrada normal sino por una puertita, “salieron como moscas los policías, estaban escondidos. Me dijeron que no me podía ir, que eran de la fiscalía, que tenía que regresarme”.
“Yo estaba a punto de llorar. Traía tanto cansancio, días sin dormir. No me daban ninguna explicación y no entregaron ningún requerimiento. Con los días entendí que ellos querían convencerme de que me quedara, por eso me hablaban tan amables. Pensé en un secuestro, todo era totalmente irregular. La embajadora dijo que quería hablar con la fiscal y con derechos humanos, pero sólo contestaron que no me podía ir. Empezó la discusión con la embajadora y hasta entonces leen el documento con el requerimiento de la juez. Le dijeron a la embajadora que me podía acompañar, que ya estaba la patrulla. Ella pidió una copia del papel pero no se lo quisieron dar. Totalmente ilegal. Sacaron un segundo papel. Dijeron que tenía orden de aprehensión preventiva. En ese momento la embajadora me envolvió en sus brazos junto con el cónsul y dijo “de aquí no se mueve”. Dijeron que no había problema en que me acompañaran, pero que yo estaba detenido. La embajadora se la jugó. Y siguió la discusión. Cuando el fiscal se dio cuenta de lo que está pasando, le dijo a los policías que procedieron al arresto, pero la embajadora no me soltó. Había mucha gente de testigos, empezaba a amanecer. No se atrevieron a tocarme ni a esposarme”.
“Después se dio paso a la alerta migratoria. No sabía ahora qué hacer. Me dijeron que había que regresar a La Esperanza. Finalmente la embajadora y el cónsul me subieron a la camioneta y nos regresamos en friega. Era domingo seis”,
La Comisión de Derechos Humanos de Honduras llegó después a tomarle su testimonio por lo grave que había sido todo. Iban a disculparse. “Se disculparon con la embajadora, que iban a investigar todo lo que había pasado, que qué vergüenza. Hipócritas todos”.
“Apoyé la ampliación de la diligencia, sin saber bien lo que querían, pues ya les había dicho todo lo que sabía. Les dije que necesitaba más seguridad. Pedí chaleco antibalas y toda la protección. Me lo trajeron en patrullas y un montón de gente, incluso nos escoltó un grupo de inteligencia militar”.
Arreció entonces la crítica al gobierno de Honduras, que respondió que Gustavo quería escaparse. “Les estaba haciendo el favor de colaborar con sus propias irregularidades y se limpiaban conmigo diciendo que yo me quería fugar”.
“La fiscal me dijo que quería pedirme disculpas por lo que había pasado, que se sentía plenamente avergonzada, peor públicamente estaban filtrando otro tipo de versión. Esa noche no volví a dormir nada a pesar del cansancio, porque pensé que iban a llegar a asaltar a la embajada. Al otro día vamos otra vez a la diligencia. Llegamos como a las dos de la mañana y los abogados indican que antes de que suba al juzgado van a investigar qué tipo de diligencia quieren, pues no nos habían dicho nada, ni de qué se trataba ni en calidad de qué. Nos dijeron que no sería una ampliación de la declaración, sino un careo. Me pusieron otra vez la sotana negra y ahí vamos. Me metieron a un cuartito, pasaron horas. Entraban y salían el abogado, el fiscal. Era un careo con el viejito de la casetita de la casa de Berta, quien dijo otra versión y ahí lo tenían. Nos pusieron a la distancia, viéndonos de frente, la jueza por un lado, la parte acusadora, la defensa, atrás el cónsul. El pobre viejito se contradecía en todo. Al final dijo `bueno, quizás me equivoqué, quizá me confundí. Había tantas contradicciones que era obvio que estaba mintiendo. Decía que yo no era el que iba con quien me había rescatado, sino uno del Copinh. Pero de dónde iba a sacar eso si los vidrios de la camioneta estaban polarizados, no se podía ver nada, mucho menos a esa hora.
Todo iba encaminado a incriminar al Copinh”.
Después continuó el careo con Tomás, el compañero del Copinh que lo había rescatado. Sus versiones coincidieron en todo. Eran las once o doce de la noche. Al otro día lo citaron temprano para ver otro montón de fotografías. Nuevamente Gustavo no reconoció a nadie. “Era el momento de marcharme. Ya no había nada que pudiera hacer”.
Terminando el careo lo llevaron a la sala contigua, con la secretaria de la juez, donde le informaron que tendría que permanecer en Honduras 30 días más. “Los abogados pidieron copia de la argumentación y se las negaron. Así de ilegal. Al día siguiente regresaron a reclamar que estaba mal la fecha y mal escritos otros datos, y la jueza dijo que quitaba a mi abogada del ejercicio profesional. Metimos otro recurso y un amparo contra eso. Era ilegalidad tras ilegalidad”.
Esta es “la realidad que viven todos los días los hondureños, es la inseguridad jurídica, la impunidad absoluta y un miedo impresionante. Te sientes totalmente indefenso porque no hay nadie, ni la CIDH. Estás a merced de cualquier capricho político, una indefensión brutal”.
En los siguientes días se generó una red muy grande que exigió el traslado inmediato de Gustavo a México. Fue la presión lo que lo trajo de regreso. Pero allá se quedaron tantos.
Por eso el análisis, dice Gustavo, tiene que ser más amplio. “Detrás de todo esto está el capitalismo voraz que va por todo. Las transnacionales están adquiriendo un poder muy fuerte, de manera que en los tratados de libre comercio, las empresas buscan seguros de inversión. Que si violaron derechos humanos, les da igual, está asegurada su inversión, igual que si la gente se está muriendo de cáncer por la mina, que si deforestaron o construyeron una represa que mata un río como el Gualcarque.
“En toda América Latina hay mucha gente en defensa de sus territorios, su lucha no es por ellos, es por el beneficio de todos. Por eso la solidaridad debe ser general para todos, porque al final de cuentas es un beneficio común, aunque sólo algunos pongan el pellejo. La gente está defendiendo la salud, el agua, los territorios, la vida. La responsabilidad es pareja. Tiene que ser global, ya no tenemos tiempo, como decía Berta. No podemos hacer como que no pasa nada, ocultar la realidad, hacernos de los ojos que no ven. La lucha es de todos”.
Por lo pronto, hay un antes y un después para Gustavo. No hay lugar seguro para él. Ni en México, por supuesto, por eso anda “del tingo al tango”.
La nota, publicada en Desinformémonos.

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La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…

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Se cumplen hoy 47 años de la primera aparición de las Madres en la Plaza de Mayo. La fecha llega en un momento en el que lavaca ha puesto en marcha un registro fotográfico colaborativo sobre las actuales rondas de Madres: una forma de homenaje, sabiendo que la memoria no es hablar del pasado, sino comprenderlo para actuar en el presente y el futuro.

Esta es una recorrida entonces, con un resumen del antes, el durante y el después de la instauración del terrorismo de Estado. Cuenta el nacimiento de la organización de estas mujeres que salieron a reclamar por la vida y, frente al horror y la desaparición de sus hijos e hijas, y lograron lo que parecía inconcebible: transformar el dolor en acción. ¿Cómo lo hicieron? Un recorrido por las últimas décadas, y algunas cuestiones prácticas sobre los tejidos, los territorios, las brujas y los alumbramientos. El video que muestra parte de la historia.

Por Sergio Ciancaglini

La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…
La historia de las Madres de Plaza de Mayo.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos.

La historia suele ser infinita, ¿cómo contarla?

Habría que hablar de un siglo XX Cambalache, que empezó con el país granero del mundo, con trabajo para pocos, democracia para pocos, dinero para menos, alguna ilusión de tiempos mejores, seguida de décadas infames. Surgió luego un gobierno que generó una expectativa de más justicia, y más democracia. La política empezaba a estar en las calles, en las plazas, en la cabeza y en el corazón de cada persona.

Ese gobierno fue tumbado en 1955 por los poderes económicos, políticos y militares de siempre. Poco antes los golpistas habían bombardeado con la aviación militar a transeúntes inocentes en plaza de Mayo. Más de 300 muertos. Que hubiera más igualdad de oportunidades, o mejor distribución de la riqueza, era una maldición que había que mutilar. Tierra extraña; aquí siempre hubo una envidia al revés. Los ricos envidiaron a los pobres, odiaron que los pobres pudiesen mejorar.

En 1956 aquella dictadura fue pionera: secuestró ilegalmente a decenas de personas acusándolas de planear una rebelión. Los militares ordenaron los fusilamientos en los basurales de José León Suárez. Fue la Operación Masacre, como la llamó Rodolfo Walsh en un libro inolvidable. Lo que nadie sabía, ni siquiera Walsh, es que la Operación Masacre apenas empezaba.

Poco después, en una pequeña isla del Caribe frente a las narices de los Estados Unidos, hubo una revolución que se proclamó socialista. Los militares argentinos temieron que esa revolución fuese contagiosa, y gatillaron sus armas junto a los de todo el continente.

Siguieron los tiempos de proscripción política, censura, gobiernos civiles derrocados, gobiernos militares que se iban tumbando entre ellos, mientras las fuerzas armadas actuaban como tropas de ocupación en su propio país, como trincheras contra la democracia, en nombre de la lucha contra el socialismo.

Frente a eso, crecía la resistencia de quienes que no se resignaban al silencio, la censura, ni al olvido. Resistían los mayores, con una especie de nostalgia por el pasado. Y resistían también los jóvenes, como añorando el futuro, pero un futuro que querían construir con sus propias manos.

El surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo

Un argentino que había puesto la mente y el corazón para aquella revolución en la isla del Caribe, fue capturado y fusilado cuando quiso hacer algo parecido en Bolivia. Le decían Che. Los que lo mataron no sabían que lo estaban inmortalizando. El mundo se ponía violento. En todo el planeta oleadas de jóvenes salían a reclamar justicia, igualdad, rechazo a la guerra y la muerte, un mundo distinto.

En la Argentina las dictaduras seguían tropezando con las resistencias. Hubo un Cordobazo, un Rosariazo, la juventud se movilizaba pintando paredes y pintando proyectos. La democracia seguía presa. La violencia militar seguía libre. Nacieron las organizaciones guerrilleras, que quisieron agregarle armas a toda esa resistencia.

Tal vez esta historia haya que comenzarla, entonces, en 1972. El 22 de agosto en Trelew hubo una nueva versión de la Operación Masacre. Allí habían detenido a miembros de varias agrupaciones guerrilleras. Fueron acribillados a balazos, indefensos, con el falso pretexto de un intento fuga. Mataron a 16. Hubo tres que sobrevivieron por milagro, y contaron lo que había pasado. Tal vez en aquel momento, cuando el crimen fue evidente, los estrategas militares empezaron a diseñar la represión del futuro: matar sin evidencias.

Las movilizaciones protagonizadas fundamentalmente por la juventud, empezaban a ser gigantescas. La trinchera militar no soportó la correntada de tantos sueños, y en 1973 la vida pareció cambiar. Una multitud obligó a liberar a los presos políticos. La ilusión no duró demasiado.

Fue una danza alucinada.

Cámpora ganó las elecciones. Volvió Perón. En Ezeiza las patotas de la derecha peronista acribillaron a las columnas juveniles. Perón apoyó a esos grupos, contra la juventud. Cayó Cámpora. Asumió Lastiri que era el yerno de José López Rega. López Rega era ex policía, nazi militante, secretario privado de Perón, ministro de Bienestar Social, y astrólogo esotérico. Como si su brujería funcionara, concentró cada vez más poder. Lastiri llamó a nuevas elecciones que ganó Perón. Ocho meses después, murió Perón y asumió su esposa Isabel. La sociedad miraba aturdida, mientras el sistema de la muerte se instalaba alrededor de López Rega, que organizó a los matones policiales, militares y a las patotas de la derecha, para crear un monstruo al que llamaron Triple A. Alianza Anticomunista Argentina.

La Triple A era un escuadrón de la muerte, un grupo paramilitar con vía libre para salir a matar. Estudiantes, intelectuales, sacerdotes, artistas, sindicalistas, obreros: la sucesión de fusilamientos se hizo cotidiana, el terror empezó a ser la genética de cada día.
La lista es macabra. Cientos de víctimas. Por recordar algunos: Rodolfo Ortega Peña, diputado nacional y abogado de presos políticos. Carlos Mujica, sacerdote del Tercer Mundo, Silvio Frondizi, uno de los principales intelectuales que dio la izquierda argentina, Julio Troxler, que había sobrevivido a los fusilamientos de 1956. Atilio López, uno de los dirigentes del Cordobazo, que durante la breve etapa camporista fue vicegobernador de Córdoba.

Los bombardeos en Plaza de Mayo y la matanza en los basurales habían sido premoniciones.
Los fusilamientos de Trelew fueron una secuela.

La Triple A fue el perfeccionamiento del crimen mafioso.

El terrorismo de Estado y la desaparición forzada

Pero ahora imaginemos.

Imaginemos por un momento que hubiera miles de masacres como las de los basurales de José León Suárez. Imaginemos que hubiera de pronto miles de fusilamientos como los Trelew. Y miles de Triple A matando por las calles con absoluta impunidad.

Eso fue la dictadura militar, cuando los militares dieron el golpe de Estado para imponer la máquina de matar corregida y aumentada al infinito. Fue hace exactamente 30 años. Le pusieron un nombre que sería cómico, si no fuera tan patético. Proceso de Reorganización Nacional. El comunicado número uno que emitieron decía:

Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.

Más que nunca, la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Pero esta vez, además, inventaron una especie de acto de magia superior a los de López Rega. La magia más perversa que alguien pueda imaginar.

No más bombardeos, ni basurales, ni fusilamientos en cárceles, ni homicidios mafiosos a la luz del día.

Los perseguidos, las víctimas, iban a desaparecer.

No iban a estar más: secuestrados y esfumados de la noche a la mañana.

Los militares creían que al no haber cuerpos, al no haber pruebas ni quedar en evidencia, nadie podría acusarlos de crimen alguno.

Eso es el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas se dedicaron a la muerte clandestina, mientras en público sus jefes iban a misa a ser bendecidos, a comulgar, y a la salida sonreían. En sus discursos hablaban de la ley, el orden, la paz y el progreso.

Empezó la cacería. Zonas liberadas, gritos en la noche, secuestros de gente indefensa, la absoluta desaparición de la justicia.

Hay bibliotecas enteras que podrían leerse para entender lo que pasó. Pero hay también una carta. Apenas un año después del golpe Rodolfo Walsh –otra vez- escribió en la clandestinidad su Carta abierta a la Junta Militar, donde explicó lo que nadie se atrevía a decir.

Hablaba de un lago cordobés convertido en cementerio lacustre. De personas arrojadas desde aviones militares al Río de la Plata, cuyos cadáveres afloraban en las costas uruguayas. Denunciaba un sistema de tortura absoluta, intemporal y metafísica, aplicada tanto con métodos medievales como el potro o el torno, como con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana. Hablaba de las guarniciones y comisarías convertidas en campos de concentración. De las mentes perturbadas de los militares que torturaban. Decía, apenas un año después del golpe y en medio de la censura y el terror: “Quince mil desaparecidos y desaparecidas, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.

Pero hay otro párrafo, que cada día se entiende mejor. Le decía a los militares:”Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

Ahí estaba la clave para entender el crimen: la miseria planificada.

Walsh fechó esa carta el 24 de marzo de 1977, distribuyó varias copias, y un día después fue secuestrado por los militares.

Nunca más se supo de él.

Es otro desaparecido.

Érase una vez 14 mujeres: La historia de las Madres de Plaza de Mayo

En esa noche, hubo un parto.

En medio de la oscuridad, un alumbramiento.

Nació una historia.

Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje. Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron a las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio. Cada día era la esperanza de una noticia. Cada noche era la frustración del silencio.

Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.

La mayoría de las madres eran amas de casa: tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de vida a la búsqueda.

Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. De a poco, empezaron a cruzarse por los mismos laberintos, a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: la desesperación y la incertidumbre.

Ese fue un primer triunfo contra el aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror de estar solas. Pero fue mucho más que eso.

Un día, esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones y desinformaciones. Intuición femenina: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.

Una de esas mujeres dijo: Basta.

Y dijo: tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.

Y ese grupo de mujeres decidió que Azucena Villaflor tenía razón: su lugar sería la Plaza de Mayo.

La plaza sería el territorio de estas madres.

No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y muy céntrico.

No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.

No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar allí las carpetas, expedientes, cuadernos o que hiciera falta.

No tenían alfombras, sólo baldosas y unas palomas revoloteando.

No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando. No tenían teléfonos, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino.

No querían que las descubrieran. Ya que tenían los ovillos, llevaban agujas y tejían en la plaza, mientras iban pasándose información, inventando qué hacer, cómo buscar, cómo evitar la impotencia de no hacer nada. Penélope tejía esperando el regreso de su marido. Ellas tejían juntas las acciones para buscar a sus hijos y denunciar lo que estaba pasando.

La primera vez fue el sábado 30 de abril de 1977. Eran sólo 14 en la Plaza de Mayo. Como no había casi nadie, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las madres avisó, como atajándose de los malos augurios: “Viernes es día de brujas”. A la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían, para escaparle a las brujas.

La policía empezó a desconfiar. Por el Estado de Sitio, se impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente subversiva.

Para decir la verdad, en este caso tenían razón: buscar la vida era subversivo. Como pájaros de uniforme, los policías empezaron a revolotear alrededor esas mujeres que hablaban y tejían de los asientos de la plaza. Ordenaron: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Ellas se pusieron a caminar y a circular alrededor del monumento a Belgrano, en sentido contrario a las agujas del reloj: como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.

Marchaban, cada jueves, en las narices del gobierno dictatorial más temible. La plaza ya era el territorio de las Madres.

Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y vueltas. Consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas Madres Locas que andaban buscando a gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las madres locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.

En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: ¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos? No existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.

Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos y desaparecidas. Todos los que estuvieron pudieron verlas, identificadas con los pañales blancos en sus cabezas. Poco después hubo una marcha de los organismos de derechos humanos, que terminó con 300 personas detenidas, incluidos –por error- varios periodistas extranjeros. Gracias a tanta eficiencia, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría. En la comisaría las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías. Los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían “asesinos”, y seguían rezando. Amén.

El hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito. Diciembre de 1977, un oficial de la marina que se hacía pasar por hermano de un desaparecido organizó el secuestro y desaparición de tres de las madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos. Así era el coraje militar.

Las madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones.

El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a la que los militares habían liberado. Las otras madres le habían pedido que volviera a su casa, que ya no se arriesgara más. Esther no les hizo caso, decidió seguir junto a ellas hasta que encontraran a cada uno de sus hijos.

Dos días después, desapareció la mujer con nombre de flor. El terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. Desaparecían quienes buscaban a los desaparecidos y desaparecidas. Pero los militares habían sido selectivos: secuestraron a quienes todas siempre consideraron “las tres mejores madres”. Sin Azucena, había que elegir: seguir, esconderse, o volverse a casa. Para las madres no hubo demasiadas dudas: ahora no solo debían buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras. Lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.

Azucena había parido la idea de que las madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha. Y había dicho algo: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”. Así estaba socializó la maternidad, potenció a cada madre y le dio grandeza a cada minuto de resistencia.

Llegó el Mundial 1978. El fútbol tapando de gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras de la cancha de River seguían torturando gente en la ESMA. El mundial fue oxígeno para los militares: para seguir matando y seguir castigando cada vez a más gente con la miseria planificada. Las madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros. Cada una llevaba un diario enroscado para sacarse a los perros de encima, una de las pocas cosas útiles para las que servían los diarios de esa época.

Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías. Se les ocurrió una idea: cuando una iba presa, se presentaban todas y pedían ir presas ellas también. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera. Una vez fueron tantas las que exigieron ser detenidas, que tuvieron que llevarlas en un colectivo de la línea 60.

Madres locas, dirían los policías, que no sabían bien qué hacer: muchas veces las soltaban para sacárselas de encima.

Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas las demás se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cientos de documentos, cédulas y libretas cívicas, que la policía tenía que verificar. De paso, las madres se quedaban más tiempo en la plaza.

En 1979 llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También el fútbol jugó en contra. El mundial juvenil tenía a todos pendientes de Maradona, y los militares aprovecharon para que relatores de fútbol y periodistas radiales llamaran a la gente a Plaza de Mayo, y que de paso repudiaran a quienes hacían cola para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban “la verdadera imagen del país”. Decían: “los desaparecidos algo habrán hecho”, o “por algo será que se los llevaron”. Los hinchas, sin embargo, no molestaron a los que estaban esperando para hacer sus denuncias.

Ya era la época de la plata dulce, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, gracias a la miseria planificada de millones.

Los diarios y las revistas no sólo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas por los militares: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Confirmado: nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación, el tamaño de la crueldad.

En ese 1979 hubo otro parto, otro alumbramiento: las Madres decidieron crear la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Si todas estaban en peligro, esa era una forma de mantener la lucha viva. La casualidad, o el destino, determinaron que la asociación fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque parecían siete siglos.

Los militares asesinos argentinos inventaron un conflicto contra los militares asesinos de Chile, que a todos les servía para ganar tiempo en el poder. En esos días fue muy próspero el negociado de la fabricación de ataúdes, hasta que el Papa intervino. Secuestros clandestinos y desapariciones en la noche, permitían mirar para otro lado. Guerra abierta entre gobiernos tan vecinos y tan beatos era demasiado. Hasta para el Vaticano. Amén.

Seguían encontrándose en plazas y bares. Para que no las descubrieran cambiaban el nombre. Si iban a ir a Las Violetas, decían Las Rosas. Ellas mismas llevaban en sus carteras las carpetas, las denuncias, los expedientes.

Recién en 1980, gracias a los apoyos internacionales, las Madres pudieron tener una oficina. Pero también ese año decidieron volver a su territorio, la Plaza de Mayo, para nunca más abandonarla.

Fueron un jueves, al jueves siguiente las estaba esperando un escuadrón entero, con las armas gatilladas. Ellas cambiaban el horario, circulaban por donde no las veían. Poco a poco envolvieron a la Pirámide de Mayo con sus marchas que nadie podía detener. Llevaban diarios enroscados. Pronto aprendieron de sus hijos, y llevaban también botellitas de agua y bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar. Pero habían decidido transformar el llanto en acciones.

Los militares eran la rigidez y la violencia. Las madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. Los verdugos. Las madres eran la vida.

Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando apoyo afuera y adentro. Los militares llamaron a los viejos políticos a dialogar, como abriendo el paraguas frente a la crisis económica y a su propio desgaste. Pero las Madres estaban simbolizando dónde estaba la verdadera política, y quiénes eran sus nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron retomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia. Solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 horas seguidas.

Vinieron épocas de ayunos, de tomas de iglesias y catedrales. Los jóvenes, sobre todo, se conmovían. Nació la consigna “aparición con vida”.

El 30 de abril de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contra la situación económica, la miseria planificada, con la policía reprimiendo a todos. Dos días después, se llenó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido Malvinas, creyendo que así se iban a reciclar en el poder en una especie de brindis perpetuo.

Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente y asesinaban tirando cuerpos al río, no podían convertirse de un día para otro en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir eso, acusaron a las Madres de antinacionales. Ellas inventaron un cartel: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”. Muchos que acompañaban a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra, del lado de los militares. El tiempo mostró quién tenía razón sobre los guerreros, entre ellos el mismo que había delatado a Azucena, Esther y Mary.

La derrota de los militares resucitó la posibilidad de la democracia. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión, habían sido expertos en el arte de callar.

En 1983 hubo elecciones, Alfonsín llegó a la presidencia, y las madres hicieron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. En los afiches decían que esos hijos e desaparecidas habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.

El gobierno formó la CONADEP, la comisión nacional para la desaparición de personas. Las madres desconfiaron, no quisieron integrarla. Siempre prefirieron la calle, y no las comisiones. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.

En 1985 Alfonsín las citó, pero luego no las atendió porque tenía que ir al Colón, según la explicación oficial. Las Madres tomaron la Casa Rosada, y se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que hacía el gobierno, y la realidad. Y mostraban cómo el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando las riendas de sus propias decisiones.

Se hizo el juicio a las Juntas, pero sólo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. Los otros jefes militares recibieron penas bajas, o fueron absueltos. Las Madres opinaron del siguiente modo: se levantaron y se fueron de la sala de audiencias.

Seguían las acciones, marchas, escraches a los militares en sus casas, viajes y campañas en todo el mundo, la lucha contra las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, La lucha contra las rebeliones de Semana Santa y de los carapintadas, La marcha de las manos, La marcha de los Pañuelos, cuando taparon la casa de gobierno de pañuelos blancos, los premios internacionales.

El apoyo a los conflictos, a las huelgas, a los reprimidos y a los perseguidos.

Empezaban a hacer propia una idea: el otro soy yo.

Las Madres, además de denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, hicieron otra cosa: comenzaron a levantar las mismas ideas y sueños por las que esos jóvenes habían luchado.
Por eso sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.

Todas estas luchas se multiplicaron al infinito cuando Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, en democracia, la miseria planificada: privatizó el país, regaló el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos, y además los puso a gobernar con él. De paso indultó a todos los militares que habían sido condenados.

Hubo más de lo mismo cuando subió De la Rúa, y las madres estuvieron allí, nuevamente en la plaza, el 19 y 20 diciembre, cuando ese gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas hartas de tanta decadencia y de tanta mentira. Nuevamente las plazas se llenaron de balas, y de jóvenes muertos.

La historia reciente es más conocida, las Madres y su universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos. Las Madres y su flamante radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. La intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.

Y cada jueves, como siempre, las madres circulando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos. Las madres están dejando esa herencia.

Cómo convertir al dolor, en acción.

La parálisis y el miedo, en lucha.

La desesperación, en coraje.

Las lágrimas, en acciones.

Para acorralar a la muerte, como el primer día:

tejiendo luchas,
haciendo circular los sueños,
y alumbrando la vida.

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4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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