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Crónica del más acá

Domingo casi perfecto, soleado, fresquito (¿por qué el servicio meteorológico no usa la palabra fresquito? Es tan precisa…). Atravieso la sabana africana del conurbano y llego a la Capital. A Palermo. A la muestra de diseño y arquitectura de Casa foa (Fundación Oftalmológica Argentina). Argentinos bienpensantes y solidarios, que recaudan fondos para financiar investigaciones y capacitación de profesionales en el área de la oftalmología, digo en una espantosa obviedad.
En su página web incluso no hablan de “mujeres” que tuvieron la iniciativa sino de “señoras”, qué tanto, a ver si las cosas quedan claras.
Llego a la vieja estación Palermo del ferrocarril. Bellas jóvenes (muy bellas), arregladas como para un casamiento en el Alvear Palace me reciben muy sonrientes, me cobran los 20 correspondientes a la entrada y junto con una señora que lleva en su cuerpo tantas cadenas como pecados tengo en mi alma, entro.
Tenía razón mi mamá: salgo tan poco.
Recorro los stands, organizados cuidadosamente en ambientes para la casa (no su casa ni la mía; la casa de otros, de ellos, no sé si me explico).
Incluso, debido a urgencias terrenales, me dirijo a baños que son baños, pero también parte de la muestra; baños inmaculados, modernos, con canillas que no parecen canillas, piletas que tampoco parecen piletas y receptáculos vidriados (opacos) que me inquietan un poco. Dudé algunos instantes sobre si debía hacer lo que debía hacer y resolví arriesgarme cuando un señor japonés salió del habitáculo con la evidente soltura del conocimiento acerca de los fines para los que estaban los baños.
Hay gente, mucha gente, gente elegantemente vestida como al descuido y gente que no. La gente es parte de la muestra, una parte involuntaria y atractiva como siempre lo es el paisaje humano. Cuerpos tostados, levantados aquí y allá, hasta las panzas parecen elegantes, mirá vos.
¿Qué hay para ver? En principio, lo que jamás tendré (y vos tampoco, no te hagas ilusiones, ya te dije). Muebles y ¿cosas? en líneas algo híbridas, qué sé yo, una cosa de “modernidad” sin demasiada identidad pero linda, eso sí. Equilibrio entre las líneas rectas y las curvas en el diseño; colores claros y oscuros, todos en su mayoría sobrios, salvo un desopilante loft naranja y verde furioso y un baño con alfombras, lámparas con tulipas y caireles (¿!) y la bañera rodeada de tules… Mirá vos.
Uno de los ambientes era un ¡estar para coleccionistas! Heladeras que parecen ataúdes metálicos con botoneras, bidets difícilmente identificables como tales y, salvo excepciones, un tono de cero de extravagancia. “Ellos” parecen transitar un camino de cierta sobriedad, aunque poco glamorosa.
Nada de espectacularidad. Camas pequeñas (¿por qué?¿falta imaginación?), distintos tipos de sillas, sillones y asientos que me hacen dudar acerca de su concepto de comodidad, pero esta gente sabe, ¿no?
Ah, iluminación localizada sobre lo que sea (mesas, escritorios, piletas) y el resto, difusa. Una belleza vea. En el medio, un yuyal que los paisajistas denominan “Pradera” donde emergen animales hechos con restos de metalurgia por Regazzoni, para mí realmente bellos, tal vez lo mejor de la muestra, pero uno sale tan poco que mejor que no opine.
Incluso, caminando por un sendero al aire libre, me sobresalté ya que de una (aparente) piedra ¡¡salía música!! Una paquetería electrónica.
Imagino que aquí están todos los grandes estudios de arquitectura y, como no podía ser de otra manera, un stand de Clarín en el medio de la muestra
Al finalizar el recorrido comí un riquísimo helado que me salió una fortuna mientras pensaba acerca de los mundos paralelos y por supuesto, me manché el pantalón con chocolate. Mundos que no se tocan, sí, que no se tocan, sin caer en declamaciones apologéticas o de posibles intentonas incendiarias para con todo lo que estaba allí (yo incluido).
¿Dónde está el Otro? Incluso para “ellos”. Porque los diseños y los amoblamientos y las líneas y los colores parecían para lucirse por sí y para sí. Entonces pensaba: ¿y las personas? Por ahí me equivoco porque de arquitectura entiendo lo mismo que de física nuclear.
Nada. O tal vez todo.
Veía espacios al aire libre (arquitectura paisajística) con pelotas gigantes de colores o cámaras de neumáticos igualmente gigantes, botellas puestas en un macetero (aquí sí hay colores fuertes) y recordaba los varios baños vidriados que observé (¿una especie de Gran Hermano refinado?).
Uno debe ser justo, si tal cosa fuese posible, y admitir que no hay demostraciones de ostentación. Parecen estar lejos de aquella clase que Juárez Celman (él mismo parte de ella) denominó “farolera”.
No muestran, son.
A la salida, el saqueo se completó cuando compré un catálogo muy caro que es una suerte de compendio de las “empresas a las que les interesa el país” y un par de notas completamente sosas (con el correspondiente cd).
Una joven rubia, de sonrisa petrificada y pintada como los celtas en pie de guerra, me despidió con un saludo.
Perdí de vista a la Sra. De las Cadenas y me volví pensando cómo se escribe una crónica sobre estas cosas.
Llegué a Constitución y no había trenes.
Uff.

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