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Rosario: el asesinato es una religión cotidiana

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El homicidio del ex concejal de Ciudad Futura y pastor evangélico Eduardo Trasante, padre de Jeremías, uno de los chicos de un movimiento social asesinados en 2012 en Villa Moreno, Rosario. La cárcel, el contacto con los que mataron a su hijo, los juramentos narco en Rosario y la nota de MU en la que Trasante y otrxs familiares de las víctimas explicaban cómo movilizarse, cómo superar el odio, describían la realidad de los barrios y anrticipaban lo que sigue ocurriendo en tiempo presente.

Eduardo Trasante, quien como pastor evangélico atendió y asistió en la cárcel a los autores del crimen de su propio hijo, fue asesinado de un balazo en la cabeza, disparado con puntería y sin palabras en su casa de Rosario, provincia de Santa Fe.

Dijo alguna vez a MU sobre cómo hizo para evitar que lo ganara el odio frente a quienes balearon a su hijo Jeremías, que tenía 17 años: ”Lo que se piensa debe ser filtrado por el corazón. Aprendí eso. Pero aprender no es saber, sino aplicar lo que se sabe”.

Como pastor había trabajado siempre en los barrios y las cárceles, cercano a movimientos sociales como el 26 de Junio e integrando luego el partido Ciudad Futura.  

Este martes 15 de julio a las 14.47, según las cámaras callejeras, dos personas llegaron hasta el lugar y obligaron a la compañera de Eduardo a guiarlos hasta él. Un balazo dio en su mano: acaso un reflejo para cubrirse. La bala definitiva le perforó la frente.

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana
Eduardo Trasante en Villa Moreno. Uno de los motores de la movilización frente al Triple Crimen de Rosario. (Todas las fotos: Lina Etchesuri)

Los asesinos salieron seis minutos después, a las 14.53. No se conoce aún la causa, pero se sabe que no fue un robo. El diputado provincial y periodista Carlos Del Frade enmarcó el asesinato en lo que viene explicando hace años: “No fue venganza, esto es un mensaje político mafioso, para que no se desarticulen los enormes mercados de armas que hay, el narcotráfico y el lavado de dinero”.

Del Frade explicó que desde dentro de la cárcel sigue habiendo una lucha por el control del negocio narco: “Han juramentado tirar un muerto cada día para que se empioje la política y no se saque de lado las mafias de las fuerzas de seguridad”. La violencia narco podría ser considerada una epidemia, aunque mata mucha más gente que el Covid-19. Sus víctimas ni siquiera deben pasar por las terapias intensivas.

En seis meses hubo en Rosario más de 100 homicidios. Tal vez no sean todos casos el negocio narco, pero la contabilidad de los cadáveres, sin contar los feriados, se acerca a poder cumplir el juramento carcelario.    

Matando jóvenes

Eduardo Trasante era el padre de Jeremías, Jere, que tenía 17 años cuando en la en las primeras horas de 2012 fue asesinado también a balazos junto a dos de sus amigos, Adrián Patóm Rodríguez (20) y Claudio Mono Suárez (19), por una banda narco. Se lo conoció como el Triple Crimen de Villa Moreno. Se supone que fue un error: los narcos los confundieron con otra banda de “soldados” de la droga. Un libro de homenaje a los tres chicos muertos se llamó Soldaditos de nadie.

Otra posibilidad, tal vez no opuesta sino complementaria a la anterior: los chicos participaban en el movimiento social 26 de junio en el barrio, una de las instancias de contención y desarrollo de la vida en términos no delictivos que existen en esos (y tantos) territorios. La participación en el movimiento había cambiado la vida de esos jóvenes, por lo pronto alejándolos de la droga y el mundo narco. En barrios como Villa Moreno, el Estado sigue siendo muchas veces un fantasma o, peor todavía, un actor necesario para que el crimen fluya gracias a lo que hacen y dejan de hacer las policías.  

Trasante se dejó evangelizar de algún modo por lo social. Contó aquella vez a MU sobre la incidencia que tuvo en su hijo Jere el trabajo en el movimiento social: “Le hizo muy bien empezar en el M26 porque vimos un cambio extraordinario, muy particular: salir de las drogas, y con un entusiasmo que no había puesto ni en casa ni en los estudios”. 

Dijo también: “El triple crimen rompe el corazón del barrio, pero por todo lo que nos movilizamos con el apoyo del Movimiento, se generó una apertura y apoyo de la gente”.

Por esa masacre fueron acusados a fines de 2014 los integrantes de la banda Los Quemados, cercana a la de Los Monos: Sergio Quemado Rodríguez, 44 años, Daniel Teletubi Delgado (24), Brian Pescadito Sprio (26) y Mauricio Chupín Palavecino (23). Sprio terminó absuelto, Rodríguez quedó condenado a 32 años de prisión, Palavecino a 19 y Delgado a 26.

Trasante, como capellán carcelario durante casi 20 años, conoció a los que intervinieron en el crimen de su hijo.

Contó a MU: “Estuve con dos de la banda de Los Quemados. Uno se escondía. Al final hablamos, reja de por medio. Me preguntó por qué iba a hablar con gente como él, si yo sabía lo que había hecho. Le dije que mi tarea es una pasión por los privados de libertad. Que Dios me dio amor para llegar al preso. Se largó a llorar y cayó a mis pies. Yo podría haberle roto la cabeza contra la reja, o podría haber aceptado la oferta de los presos: si yo decía ‘mátenlos’, asesinaban a cualquiera de los que mataron a mi hijo. Pero uno camina otros principios. Sé que hay una justicia bastante injusta y corrupta, pero creo en otro tipo de justicia”.

Cuando le preguntamos si su trabajo en las cárceles le sirvió para detectar si los presos pueden cambiar a salir, dijo: “La mitad no”.

Luego de aquella conversación, Trasante se unió a través del 26 de junio al partido Ciudad Futura, lo nominaron primer candidato a concejal y ganó la banca en 2017. Un año después fue denunciado por acoso, por lo que renunció inmediatamente a su banca, se alejó de Ciudad Futura y se sometió a un protocolo contra el abuso machista. Otro de sus hijos también había sido asesinado tras una pelea en un boliche. Su primera esposa, la mamá de Jeremías, había muerto de un tumor cerebral. Así son las cosas, mientras habrá que ver de qué modo se comporta el poder judicial.

Aquí reproducimos aquella nota de MU. Una investigación y una conversación con Eduardo, el papá de Jere, Lita, mamá de Mono, y Maxi, hermano de Patóm, que prefigura mucho del presente en el que, efectivamente, aprender no es saber sino aplicar lo que se sabe.  

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana

Triple prueba

El asesinato de Jere, Patóm y Moro: la hora del juicio. Una pelea territorial de narcos sembró tres muertes que marcaron una diferencia: los chicos pertenecían a una organización social, sus familiares se movilizaron y lograron vencer la impunidad. Hoy acampan frente a Tribunales para garantizar que se haga justicia. Por Sergio Ciancaglini.

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana
Lita, mamá de Mono, Maxi, hermano de Patóm y Eduardo, padre de Jere y pastor evangélico: cuando el barrio enfrenta al crimen.

La banda de narcotráfico rosarino conocida como Los Quemados no la tiene fácil. Mientras esta nota está siendo escrita y leída, ocurre algo inusual: tal vez se haga justicia.

Rosario es la ciudad con más crímenes violentos del país. Es, a la vez, la que tiene la menor tasa de esclarecimiento: la mitad. Pero este 11 de noviembre comenzó el juicio oral y público por los asesinatos de tres jóvenes, obviamente pobres y de barrios periféricos. Y Los Quemados están probando la  textura del famoso banquillo de los acusados.

Los asesinados eran tres amigos de Villa Moreno: Jeremías Jere Trasante (17 años), Adrián Patóm Rodríguez (20) y Claudio Mono Suárez (19). Además integraban una organización barrial: el Movimiento 26 de Junio, cuestión que los había alejado de la oferta habitual de sustancias psicoactivas y alcohólicas. Tres jóvenes con el cerebro en funciones, y con ganas de hacer su vida.

No los dejaron.

Los narcos, como otras profesiones criollas, ejercen un mal mayor: la crueldad. Pero no son ajenos a un mal nada menor: la imbecilidad. La hipótesis más firme es que Los Quemados, buscando venganza, mataron a estos tres chicos por error.

¿Por qué en este caso se llegó a un juicio, contra los usos y costumbres locales? Para entender ese enigma, en la Agrupación Infantil Oroño, junto a la canchita de fútbol, en el mismo banco de madera en el que los chicos pasaron muchos minutos de sus vidas incluyendo los últimos, están Lita, mamá de Mono, Edu, papá de Jere y Maxi, hermano de Patóm.

Lita Gómez es la que empieza a contar algo que casi nunca se entiende: ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de un crimen?

Ser hijo es un trabajo

«El 1º de enero de 2012 a las 3 y media de la madrugada le avisaron a un sobrino que Mono estaba en la canchita, con otros pibes, herido. Yo vivo acá, a media cuadra. Estábamos en casa festejando el Año Nuevo con música, todos en ronda. Tengo 12 hijos, en realidad ya no, tengo 9. Estaba mi ex marido con su familia, mis nueras, mis nietos, los más chiquitos bailaban, la música estaba al palo así que no escuchamos. Mi sobrino salió corriendo. No me dijeron nada pero yo también salí corriendo. Todos venían para la canchita”.

Lita lleva los anteojos de lectura incrustados en el pelo, tiene un vestidito con el dibujo de una flor, y en la espalda la imagen de Jere, Mono y Patóm. Habla entrecerrando los ojos, como si estuviera viendo las imágenes de aquel infierno.   

“Cuando llegué, el Mono estaba allá (señala a unos 20 metros del banquito) tirado contra las casas. Decía que tenía frío. No había luz, estaba todo oscuro. Uno de mis hijos se sacó la remera para abrigarlo. Pero Mono estaba como mojado: cuando quisimos levantarlo nos dimos cuenta de que estaba lleno de sangre y barro, se ve que se había caído en la zanja”.

“Decía: ‘mami, tengo frío, miren que allá en el banquito están el Jere y el Patóm heridos. Vayan a ver’. En ese momento prenden la luz del club y se vio que había policías ahí, parados, con las manos atrás. Los chicos tirados en el piso. Jonathan, otro de mis hijos, fue a buscar el auto, lo cargaron al Mono, todo el camino decía ‘tengo frío’. Yo le decía: ‘Bueno Mono, aguantá’. El hermano le gritaba: ‘No te vas a morir’, y yo le decía ‘no me vas a dejar sola, aguantá’. Mono decía: ‘aguanto, pero me duele mami, y tengo frío’. Cuando llegamos al hospital me dijo ‘mami ayudame a respirar’. Levantó los brazos y me agacha la cabeza para que yo le de respiración. Le sentí fría la boca. Cuando me levanto para tomar aire, se le cayó la manito”.

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana
Junto a la cnachita, en el asiento donde estaban los jóvenes integrantes del Movimiento 26 de junio, asesinados cuando la banda de Los Quemados los confundió con “soldaditos” de otro grupo narco. (Foto Lina Etchesuri)

“Llegaron los médicos. Él era grandote, gordo. Lo suben a la camilla. Ahí trajeron a Patóm en un auto y a Jere en una chata. Un montón de gente lloraba. Al rato, me llamaron, me dieron la ropa y me dijeron que estaba muerto. Yo tiré la ropa y les dije que se fijen bien, ¿cómo va a estar muerto? Después no me acuerdo nada. Y después estábamos todos gritando, llorando, abrazándonos. En realidad no lo podíamos creer. Supe que le habían pegado como 8 tiros. Tenía balazos hasta en las manos”.

¿Por qué estaban en la canchita? “Era su lugar de encuentro, iban a salir los tres. ‘Gordita’, me decía así, ‘nos vamos a festejar a otro lado porque acá andan a  los tiros’. Le dije ‘cuidate’. Me dijo ‘vamos con los pibes, mañana te llevo a pasear’. Cuando yo le decía que buscara un trabajo me decía: ser hijo tuyo es todo un trabajo. Hacía los mandados, changas con el padre, peleaba con los hermanos, un chico grande, sin maldad”, dice Lita con una sonrisa, hasta que levanta los ojos que empiezan a inyectarse: “De golpe lo ves que se está muriendo, y él no quería, porque me decía: mami ayudame a respirar”.

La Itaka en el pecho

Maximiliano, el hermano de Patóm: “Me avisaron que mi hermano estaba herido, salí, estaba todo oscuro, y una señora me dice ‘andá a buscar un auto para llevarlo al hospital porque está la policía y no hace nada’. Llego con el auto y los policías estaban mirándolos. Estaba Patóm abajo del cuerpo del Jere. El Mono estaba más lejos, no lo vi. Mi hermano estaba lleno de sangre, me agacho para levantarlo y un policía me dice ‘no lo puede tocar’. Le grito: ‘pero está vivo, se está muriendo, llévenlo’. El policía me ponía una Itaka en el pecho. Lo empujé. A Jere lo pusieron en una chata, yo subí al auto a Patóm. Los policías se subieron al patrullero, y en vez de ir adelante para poner la sirena y poder ir rápido, iban atrás nuestro, como paseando”.

Maxi trabaja en una empresa de construcción, tiene 2 nenas. “En el auto mi hermano decía que le dolía la panza. Yo le gritaba que aguante. Y decía: ‘bueno, yo aguanto, pero manejá con cuidado, a ver si chocás y terminamos los dos en el hospital’. Llegamos, lo puse en la camilla y al rato viene un policía y me pregunta si soy familiar de Maximiliano Rodríguez, el hijo de El Quemado. Le digo que yo me llamo así, pero no soy esa persona. ‘Me confundí’, dijo y se fue. Al rato nos anunciaron que habían muerto. Dijeron que era por un ‘paro respiratorio’, o algo por el estilo”.

En Argentina los muertos por torturas o balas policiales, los chicos que cruzan descalzos la General Paz y son atropellados, casos como el de la canchita, o incluso quienes mueren de cáncer en los pueblos fumigados, entre otros rubros que se quieren disimular, suelen figurar fallecidos por paro cardio-respiratorio: otro aporte de la ciencia a la verdad.   

La doble venganza

El fusilamiento es el resulado de una secuencia que explica Pedro Pitu Rodríguez, amigo y compañero de los chicos, e integrante del Movimiento 26 de Junio que es parte del Frente Darío Santillán: “Había dos bandas que regenteaban bunkers. La de acá era la banda del Negro Ezequiel, marginal, pibes empastillados que le mejicaneaban kioscos a Los Quemados, una banda mucho más importante que trabaja con la de Los Monos”. Según ha sido evidente en Rosario, eso significa operar con la venia policial.

“Como les robaban los kioscos,y les espantaban a los clientes, el 29 de diciembre de 2011 Maximiliano Quemadito Rodríguez, y dos pibes más balean a uno de acá, Facundo Osuna, de la banda del Negro Ezequiel. El 1º de enero a la madrugada el Negro Ezequiel, con otros pibes en moto buscan al Quemadito, que estaba en su BMW con unas amigas. Le pegan 8 tiros. Se van y se esconden acá en el barrio. Pero no lo habían matado. Los amigos del Quemadito lo llevan al hospital, se ve en las cámaras de seguridad que hablan con el cabo policial, que anota la entrada y después la tacha para que Los Quemados puedan cobrar venganza y no aparezca ahí el motivo. Ahí estaba Sergio Quemado Rodríguez, el padre del Quemadito. Vienen para el barrio. Aparentemente el Negro Ezequiel y su banda habían estado acá, en la canchita, y se fueron sabiendo que venían a buscarlos. Ahí llegaron Mono, Jere y Patóm y Marcelo Moki Suárez, que iban a salir juntos. Llega el Quemado con su banda en una Kangoo, esto era todo oscuridad. Los chabones ven a los pibes, los confunden con los soldaditos del Negro Ezequiel, y los fusilan directamente, cobardemente. Moki pudo escaparse, y por eso es testigo en el juicio”.

Esa matanza dejó como acusados al Quemado Rodríguez, 44 años, Daniel ‘Teletubi’ Delgado (24), Brian Pescadito Sprio (26) y Mauricio Chupín Palavecino (23).

El Quemado dijo que no quiere asistir al juicio porque teme por su vida. En la puerta de los Tribunales, familiares y amigos de las víctimas hacen un acampe que hereda de todas las luchas por este tipo de crímenes un detalle notable: jamás las familias se tomaron venganza. Lo que exigen es justicia.

La pieza de la nena

Maxi: “Al principio decían que los chicos eran soldados, o barrabravas, que era un ajuste de cuentas. Ahí entendí que dicen eso para no hacer nada. Se mataron entre ellos, caso cerrado. Mi mamá decía: ‘nunca nos van a escuchar’. Pero apareció Pitu en televisión, explicó que eran pibes buenos y la policía tuvo que salir a retractarse. Nos vino una alegría, por lo menos paraban de mentir y salimos a la calle a mostrar que no eran narcos ni barrabravas, y a pedir justicia”.

Pitu: “Ponen en el noticiero lo del combate contra el narctráfico, y vienen a los barrios pobres como si el problema fuera acá y no en el centro, donde se consume y donde están los grandes desarrollos inmobiliarios que canalizan la plata, las concesionarias de autos y el poder. Mientras tanto, los kioscos siguen en los barrios porque tienen acuerdo con la policía. No es el tipo de narcotráfico que exporta desde el puerto: es la persona que tenía un maxikiosco en el 2001, y hoy vende la merca desde la ventana de la pieza donde duerme la nena”.

“Desde el punto de vista de los pibes, el narcotráfico les da una identidad: ser el más poronga del barrio. Si custodiás esta cuadra armado, el que pasa agacha la mirada. Una identidad que no te da la escuela, el club o el trabajo formal. El Estado tampoco compite con el narco, ni tiene este diagnóstico: no ofrece nada. Debería estar convocando a las organizaciones barriales para hacer políticas públicas. Pero desconocen olímpicamente lo que pasa en los barrios. La cuestión acá es utilitaria: cortar el eslabón de mando del narcotráfico. Tumbando bunkers no cambiás nada, reemplazás soldaditos, igual que el empresario que cambia al playero de la estación de servicio. El problema es pegarle a la gerencia”.

Maten al asesino

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana

Eduardo Trasante es pastor evangélico de la iglesia Vida para tu vida. Transmite serenidad, tiene una voz profunda y dicen que canta como los dioses, con perdón de la herejía. Pero su hijo Jeremías jamás vivió en la iglesia esa contención y alegría que encontró en el Movimiento 26 de Junio. Eduardo lo reconoció así en el libro Soldaditos de nadie, dedicado a Mono, Patóm y su hijo: “Le hizo muy bien empezar en el M26 porque vimos un cambio extraordinario, muy particular: salir de las drogas, y con un entusiasmo que no había puesto ni en casa ni en los estudios”. 

Para Eduardo “el triple crimen rompe el corazón del barrio, pero por todo lo que nos movilizamos con el apoyo del Movimiento, se generó una apertura y apoyo de la gente”. Pitu: “Fue el caso que permitió que se hable del narcotráfico, de la policía como reguladora de la economía delictiva. Con la teoría del ajuste de cuentas nunca se investigaba nada”.

Eduardo levanta la mirada y dice algo tremendo, con calma. “En el asesinato de mi hijo, para mí se hizo justicia. Un año después de lo de Jeremías, asesinaron al hijo del Quemado, el Quemadito, de un balazo que le explotó en la cabeza. No lo celebro. Conocí a ese chico como pastor, fui un papá para él mientras estuvo preso. Ni el padre iba a verlo. Pero siento que Dios hizo justicia”. Eduardo es capellán carcelario desde hace 17 años: “Estuve con dos de la banda de Los Quemados. Uno se escondía. Al final hablamos, reja de por medio. Me preguntó por qué iba a hablar con gente como él, si yo sabía lo que había hecho. Le dije que mi tarea es una pasión por los privados de libertad. Que Dios me dio amor para llegar al preso. Se largó a llorar y cayó a mis pies. Yo podría haberle roto la cabeza contra la reja, o podría haber aceptado la oferta de los presos: si yo decía ‘mátenlos’, asesinaban a cualquiera de los que mataron a mi hijo. Pero uno camina otros principios. Sé que hay una justicia bastante injusta y corrupta, pero creo en otro tipo de justicia”.

¿Cómo hizo para controlar el odio?

“Lo que se piensa debe ser filtrado por el corazón. Aprendí eso. Pero aprender no es saber, sino aplicar lo que se sabe”.

¿Cambian los presos al salir?

“La mitad no”.

Lita: “Estos no creo que cambien. Ojalá les den 50 ó 100 años”.

Le pregunto a Pitu cómo ve esa cuestión evangélica, desde una experiencia tan distinta como la de una organización con una perspectiva ideológica, política y militante. Se rasca la cabeza: “Es que también tenemos una fe religiosa, si querés, en que el cambio que anhelamos sea posible. Tenemos rituales, hacemos mística, en un plenario o un fogón te hermanás con los otros compañeros y es una experiencia visceral, religiosa, que te junta y te da un espaldarazo de valentía para seguir adelante. Así que no es tan distinto”.

Eduardo agrega: “Lo que es seguro es que sin la acción del movimiento y de los familiares, este hubiera sido un caso más, que pasaría totalmente desapercibido”. 

¿Cómo evitar que los chicos caigan en el negocio de los narcos? Lita: “En el Movimiento les mostramos que hay proyectos, que no discriminamos a nadie, que somos iguales, que hay otra forma de vivir”. Cuenta que las mujeres armaron una cooperativa que fabrica jabones, champúes naturales de ortiga, cremas de la caléndula y manzanilla. Hay talleres para chicos, radio abierta, deportes.

Pitu la observa: “Siempre decimos que queremos condenas ejemplares. Pero ojalá que en estos casos la sociedad encuentre que lo ejemplar es otra cosa: lo ejemplar son estos familiares que pudieron transformar todo el dolor en acción y en justicia”

Lita le sonríe: “Es que si nos quedamos esperando sentados nunca va a pasar nada”.

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4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

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Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

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La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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