Mu155
Silencio de barrio
Crónicas del más acá, por Carlos Melone.
Vivo en Lomas de Zamora, república federativa asociada a la metáfora llamada Argentina, en el hospitalario (salvo excepciones, por qué negarlo) Conurbano Sur.
Mi barrio es eso: un barrio. Casas bajas; chalets y casitas clasemedieras; veredas anchas con parches de pasto; árboles y poco tránsito. A dos cuadras de donde vivo late el monstruo sureño: la avenida Hipólito Yrigoyen, intoxicada de vehículos hace ya muchos años y destinataria de creativas, multiplicadas, inflexibles puteadas de todos los que debemos transitarla.
La calle donde vivo se llama Monseñor Chimento, lo que me exime de mayores detalles. Y está interrumpida su traza por un colegio religioso de las Hermanas Azules que, según cuenta la leyenda, se pelearon con otras Hermanas Azules y armaron su colegio disidente. Entre Chimento y Las Hermanas Azules la ironía borgeana agoniza.
Con la cuarentena convocada, el barrio se sumergió en las nieblas del Hades.
Durante el día pero especialmente a la noche. El silencio aturde.
Ni los aplausos ¿agradecidos? al personal de medicina.
Ni los cacerolazos ya no me acuerdo por qué.
Ni el Himno Nacional Argentino.
Ni el intercambio de puteadas.
Ni La Internacional.
Ni Arjona.
Ni Beethoven.
Nada.
Silencio absoluto. Total.
Nada.
A la distancia, como una letanía según sople el viento (literalmente) se escucha un rumor confuso que viene de locaciones lejanas donde parece que sí ocurren estas cosas.
En mi barrio, silencio.
Lo más sensato es pensar que han muerto todos o que están trasmutando a zombies (a algunos mucho no les faltaba antes de la pandemia). La segunda hipótesis (concurrente con la primera) provoca incomodidad ya que las preferencias gastronómicas de los zombies no son las mías.
Pero es solo una hipótesis. Científica, eso sí.
El silencio solo se rompe cada tanto por el intercambio de dos canes de hogares diferentes que, pre pandemia, ya habían iniciado un diálogo cuyo contenido desconozco. Uno de ellos, de buen porte y linaje ausente, es una suerte de Pavarotti con faringitis. El otro, un petiso mal llevado y orejón, es Fito Páez cuando se entusiasma cantando el Himno. Ambos son, aleatoriamente, destinatarios de alguna lánguida piedra que jamás da en el blanco y cuenta con el desinterés absoluto de los implicados.
Lo demás, silencio.
Un mundo de zombies y de perros mamertos.
Ha sido un gusto conocerlos.
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Los días vacíos: postales de una ciudad en cuarentena
Crónica de cómo se vivieron en las calles de Buenos Aires los primeros días de la cuarentena por coronavirus. Las panaderas y canillitas, las personas en situación de calle. El hotel en cuarentena. Los controles policiales y las medidas oficiales. Los supermercados y las farmacias. Los perros y los balcones. Lo que se sientió en los cuerpos y en las calles vacías cuando las noticias sobre el coronavirus todavía formaban parte de una especie de irrealidad. Por Franco Ciancaglini
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Covid-31: la villa en plena pandemia
Crónica de la vida asediada por la pandemia en un barrio popular y mítico, donde la organización social –pese a las divisiones y traiciones que los gobiernos alientan y contagian– piloteó la falta de Estado. El crimen que significa la ausencia de planificación en un lugar en el que factores como el hacinamiento, la mala alimentación y la escasez del agua son claves. Retrato del barrio, sus voces, fiebres y resistencias. Por Claudia Acuña.
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Las master chef: comedores (y cocineras) populares frente al virus
Esta producción es un homenaje y una invitación a debatir el sentido histórico, político y estructural de una receta que se cocina en los barrios latinoamericanos: las ollas comunitarias como forma de pensar el presente y hacer posible la vida, también en plena pandemia. ¿Cómo se ve el mundo desde los ojos de las mujeres –y algunos hombres– que sustentan la alimentación cada día? La toma del poder, las risas y los “voceros” de lo social. ¿Con qué se cocinan terminologías como “empoderamiento” y “género”? La ingeniería cotidiana de las resistencias, y cómo se amasan utopías calientes y sabrosas. Por María Galindo.
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