Mu172
La milonga de la vida
Crónicas del más acá. Por Carlos Melone.
Cura Malal tiene 104 habitantes.
Exactamente esa cantidad según el Censo 2022.
Casitas desparramadas en la inmensidad pampeana.
Allí, al sudoeste de la provincia de Buenos Aires, cerca de Coronel Suárez, en Cura Malal vive Mercedes.
Mercedes debe andar por los 40 y monedas si eso pudiese ser de interés para alguien, cosa que dudo.
Delgada como una espiga, ojos azabache, cordial y directa, dirige con su pareja actual (y vive allí) una pulpería llamada “La Tranca”.
La Tranca es de dimensiones relativamente pequeñas pero todos los viernes se arma la milonga. Gente de todas partes va a guitarrear, a cantar a todo folklore y por supuesto, a chupar y comer como corresponde a una argentinidad bien entendida.
Mercedes nació en Cura Malal, estudió una buena cantidad de años en la escuela Prilidiano Pueyrredón y tiene un taller en la parte trasera de la pulpería.
Ante mi pregunta sobre cómo lidiaba con borrachines que abundan en esas paradas de los viernes y no siempre son divertidos, me respondió sencillamente: “Les digo que están en mi casa y mi casa se respeta”.
Me cuenta que alguna vez un mamado se pasó de rosca y lo tuvo que echar. El fulano volvió al otro día arrepentido y culposo como un niño. Otro, pasado en copas, sufrió un reto y le dio tanta vergüenza que se fue y dejó de seña a su esposa y los chicos (porque van chicos y para Mercedes eso es muy importante).
Conversamos mientras un nutrido grupo de motoqueros, todos veteranos en motos imponentes, alegraban el ambiente (no era un viernes) hasta que uno de ellos se descompuso feo y lo tuvieron que llevar de raje a un hospital.
Los motoqueros de ruta son generalmente amables, divertidos, manejan con cuidado y siempre están dispuestos a dar una mano así que nos preocupamos mucho por el abollado (que después supimos que zafó de un infarto).
Se me dirá que la mía es solidaridad por empatía y no por principios éticos.
Nadie es perfecto.
En toda la eventualidad, Mercedes, calma y precisa, organizó la atención primaria del hombre y luego su rápido traslado en una camioneta a Coronel Suárez.
Todo sin dejar de contarme sobre la pulpería, la historia y ella misma.
No importa por qué llegué a Cura Malal.
Tampoco importa demasiado haber descubierto que la pulpería parece un juntadero de cosas viejas a la que te criaste.
No es así.
Hay una estética cuidada, espléndida y muy recatada, escondida.
Pero lo que importa es Mercedes, allí, en Cura Malal, que tiene 104 habitantes, donde el tren ya no para y la vida tiene un pulso desfalleciente.
Algunos dicen que Gerli es una metáfora aunque no se sabe muy bien sobre qué.
Otros dicen que es una analogía pero tampoco saben de qué.
Partida al medio (o más o menos) entre Avellaneda y Lanús, sus abigarrados habitantes, a la pregunta sobre qué hay en Gerli suelen responder “nada” y los más osados, “nosotros”.
Desde el ferrocarril Roca se puede ver la pequeña cancha de El Porvenir, club de fútbol hijo de sueños anarquistas y modestias proletarias.
En Gerli vive Ariel.
Músico profesional, especializado en folklore, fierrero de los off road, tiene una estanciera equipada que parece un tanque de guerra.
Más de 30 años de trayectoria con la música. Docente en escuelas, en su casa, en la vida. Músico que tocó con pesos pesados y no faltó ni falta a ningún evento solidario.
Nunca.
Retacón, con pinta otoñal (50 largos), pocas canas coronan la sonrisa pícara y acogedora. Si el viento del Oeste te hizo escorar la nave, la casa de Ariel es siempre un astillero.
Siempre.
Querido y admirado, su casa en sus cumpleaños se convierte en un show folklórico continuado de 24 horas.
Un show que tiene parcelas a lo largo del año y explota en el cumpleaños de Ariel, siempre con un ¡querido! antes del abrazo firme, rotundo.
Decenas van y vienen, comen y beben celebrando y celebrándolo. Cantan, tocan y bailan sin parar apoderándose de todos los espacios de la casa.
No importa si sabés bailar, si sabés tocar, lo que importa es si tenés ganas. Y en esa marea la cosa nunca se descontrola y cada quien hace lo que le gusta pero cuando llega el momento de los “que saben” naturalmente el oleaje se repliega y se escucha y se admira y se disfruta.
Mamados nunca faltan pero solitos van y se sientan en sillones en el fondo, en una suerte de apart etílico.
La casa de Ariel es una vieja casa chorizo que acondicionó a su (excelente) gusto hace ya algunos años.
Pero es mucho más que eso.
A veces Ariel rezonga. Que está cansado, que no tiene un mango, que no quiere organizar más peñas, que no quiere más cargar los bártulos a las 4 de la mañana después de algún show (un percusionista tiene bagayos abundantes y grandes), que está harto del negreo al que someten a los músicos, que su casa es un kilombo.
Su descripción del presente.
Y después arranca de nuevo con su sonrisa gardeliana.
Cura Malal y Mercedes.
Gerli y Ariel.
A veces parece que no hay otra cosa que intemperie.
No caeré en la tentación del hilo rojo.
De ninguna manera…
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