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A mi hijo no le gusta el fútbol

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A través de este cuento, el periodista y escritor Ariel Scher reflexiona sobre de qué hablamos cuando hablamos de fútbol. Una pregunta que interpela al periodismo deportivo pero también a padres e hijos que hablan de nombres y resultados sin detenerse en lo verdaderamente importante: el juego. La historia de «Pancho» y su hijo que pasa por Gallardo, Cappa, Bourdieu y Borges.

Por Ariel Scher* para lavaca.org
 
En nuestro club, todos y todas contábamos los buenos y los malos amores. Eso significaba que todos y todas reíamos y llorábamos. Todos y todas menos Pancho, el tipo que nos había enseñado que la única diferencia entre Beethoven o Picasso y nuestro empeine derecho consistía en que, con el empeine derecho puesto a disposición del fútbol, nosotros podíamos ser artistas de un arte propio además de testigos del arte de Beethoven y de Picasso. Pancho no reía y no lloraba y tampoco confidenciaba amores buenos o malos porque su tema era el juego del fútbol y de eso siempre nos hablaba. Todos y todas lo teníamos claro. Hasta que un día Pancho llegó al club y lloró.
 
Lo justificó sin amagar y sin gambetear: «A mi pibe no le gusta el fútbol».
 
En nuestro club, al principio, todos y todas no percibimos que acabábamos de oír una tragedia. Le contestamos a Pancho que al Negro Fontanarrosa, erudito en fútbol (y quién dude que lea No te vayas campeón, un manual de grandes equipos), le había tocado un hijo querible que ni mosqueaba frente al resultado del clásico de Rosario. «Eso es lo jodido -nos replicó Pancho, con una lágrima en cada pestaña-. Deberían verlo a mi pibe: anda vestido con un buzo del Borussia Dortmund, saluda a las novias por Facebook con caritas de Neymar, va a la cancha para cantar un rato y para putear más rato y memoriza resultado por resultado». Todos y todas en el club nos desconcertamos. «¿Y entonces?», indagó alguien. «Y, entonces, el problema es que le gusta todo eso pero no le gusta el juego. No le gusta el juego: no le gusta el fútbol», dijo. Dijo y volvió a llorar.
 
Ahí sí todos y todas advertimos que afrontábamos algo grave. Una mano dio play de inmediato a un video de la última conferencia de Marcelo Gallardo en la cual, decía el portal, se «enojaba» con la prensa. Lo que Gallardo decía, sin embargo, tenía que ver con lo que sentía Pancho: «Se habla mucho del resultado; del juego, no. Si River pierde jugando bien, de lo que se va a hablar es de que River perdió, no de que perdió jugando bien. No se va a hablar del juego. Y si vos ganás jugando mal, se dice: River ganó pero no le sobró nada. Eso es de lo que se habla». Otra mano acercó de inmediato un artículo reciente de Ángel Cappa -argentino, entrenador, un pensador que afirma que los modos de jugar retratan los modos de vivir- titulado «¿A quién le importa el juego?». Todos y todas en el club coincidimos en que mal de muchos no es consuelo de tontos sino la oportunidad de reflexionar sobre ese mal de muchos. Al interpretar ese texto que Cappa publicó en su blog, concluimos en que el hijo de Pancho no representaba una excepción de la época sino lo contrario, la consumación de una paradoja a la que dentro de un milenio se referirán pero vaya a saber si comprenderán los libros: el fútbol, juego entre los juegos de este tiempo, espectáculo central de una existencia que espectaculariza todo (¿hay algún acontecimiento humano que vean más humanos a la vez que, por ejemplo, la final de un Mundial?), atraviesa negocios y negociados, modas y consumos, sobremesas y ocios, pero no necesariamente por inquietud en el juego. De otro modo: el producto-fútbol está diseñado para requerir la atención de millones pero no para promover el interés por el juego-fútbol de parte de esos millones.
 
«Ya lo avisó Borges», se resignó Pancho, delante de todos y de todas, con el club hecho un asombro por esa cita, dado que Jorge Luis Borges se erigió en el crítico más emblemático del juego más emblemático de países como la Argentina y nunca saboreó las magias que habitan un córner o una tribuna. Pero lo avisó, cierto que lo avisó, en la revista Pájaro de fuego, en una vieja entrevista que Pancho hacía flamear debajo de sus lágrimas:  «Porque la gente cree que va a ver un espectáculo, pero no es así. La gente va a ver quién va a ganar. Porque si les interesara el fútbol, el hecho de ganar o perder sería irrelevante, no importaría el resultado, sino que el partido en sí fuera interesante». Dante Panzeri, maestro del periodismo como herramienta de la inteligencia, sacudiría a Borges señalándole que no se trata de nada de eso: «Ganar, es obvio. Descontado. Jamás se hizo nada en la vida para perder. Pero además de ganar, que es cuestión asimismo implícita en jugar bien, en jugar mejor, ¿qué es jugar al fútbol?, ¿para qué jugamos al fútbol? Para una satisfacción artesanal que tanto puede ser personal como de un conjunto de compañeros». Nada de eso, Borges, agregarían Cappa y muchos otros individuos que verifican cada día que en el fútbol caben afectos, identidades, pertenencias, pasiones, objetivos -bah, mucho de lo que Borges se perdió- que invitan a querer ganar, pero no sólo a ganar o, inclusive, a preguntarse cómo se consigue ganar. Lo que, además, respondería Cappa es lo que anotó en ese artículo: «Para poder disfrutar del juego, se necesita conocer, sentir, pensar». Y esas posibilidades -las posibilidades que no ejercía el hijo de Pancho-, se recortan, según Cappa, porque «el negocio fue apartando el juego de las preferencias de la mayoría hasta convertirlo en un trofeo nostálgico y ridículamente romántico».
 
A mi hijo no le gusta el fútbol

Foto: Nacho Yuchark

A Pancho tratamos de consolarlo con ese argumento desprendido desde Cappa: si el disfrute del juego requiere «conocer, sentir, pensar», ¿cómo se hace para estimular a disfrutar del juego en la sociedad del escándalo, de los efectos, de las resonancias, de los ecos y no de las tramas, de  la fugacidad siempre detrás de la fugacidad, de la industria del chisme, de las formas y no de los fondos, de la simplificación (que no es lo mismo que lo simple), de lo contrario al ciclo paciente que supone «conocer, sentir, pensar» sobre fútbol o sobre casi lo que sea? No todos y no todas en nuestro club manejábamos las teorías del sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien supo clavar los ojos en el gusto y en el deporte, entre mil cuestiones. No todos y no todas lo estudiamos a Bourdieu, pero todos y todas cazamos rápido que el problema de Pancho y del hijo de Pancho estaba vinculado a lo que un socio del club nos aseguró que explica Bourdieu: la subjetividad, eso que somos, no es natural, es una construcción social; el gusto o el disgusto ingresan dentro de esa construcción, una construcción que es resultado de las concepciones, de las acciones y de las disputas por y sobre el poder. «¿O sea que gente que ni conozco es la que tiene bastante que ver con que mi hijo y los hijos de otras y de otros tengan la relación de mierda que tienen con el juego de fútbol?», consultó Pancho, abastecido por Cappa, por Gallardo, por Panzeri, por Bourdieu y hasta por Borges. Lo de «mierda» no se lo convalidamos. El resto, sí. 
 
Una persona que reconoce que los empeines derechos cobijan la perspectiva del arte es una persona que no se rinde fácil. Así que Pancho se secó las lágrimas y emergió de nuestro club con la idea fija de dar pelea futbolera y cultural por su hijo y por más hijas e hijos. «El Mundial de Rusia -nos comentó al partir- es una oportunidad interesante». Nos enteramos de que, primero, llegó a su casa con un ejemplar de Tácticas de fútbol, el libro del ruso Boris Arkadiev, un director técnico que en la década del treinta hacía que sus jugadores fueran a galerías de pintura antes de los partidos más bravos. Y que luego pegó en living una frase polémica de Viktor Maslov, el más revolucionario de los entrenadores rusos, acaso precursor del fútbol total que en los setenta patentó Holanda: «La marca hombre a hombre insulta, humilla y desmoraliza al jugador que recurre a ella». El pibe se comprometió a prestarle atención a esos materiales, pero le pidió a cambio que le comprara el equipo completo que la selección de Rusia usará en su Mundial. «Ante la pobreza de lo que le muestran, el hincha terminó enamorándose de sí mismo», elaboró Norberto Verea, periodista y argentino, al que, quizás sin azares, llaman el Ruso. Nada de desanimarse: no es la primera vez en el devenir de la historia que una confrontación contra lo dominante exige esfuerzos sostenidos e inteligentes. En nuestro club, todos y todas soñamos con que algún día el juego vuelva a ser lo más importante del fútbol y que Pancho, con buenos o con malos amores, ría más de lo que llore.
 
*Ariel Scher es periodista y escritor. Su especialidad es el cruce entre literatura y fútbol. Lleva escritos una decena de libros; el último, Deportivo Saer. Además, dicta un recomendable curso de Literatura y deporte del que se puede obtener más info escribiendo a [email protected]

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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