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Agustina Fredes: justicia por la violación, impunidad por su femicidio

Matías José Acevedo, femicida de Agustina Fredes, fue condenado a 15 años – la pena máxima para el delito- por violar a la joven de 18 años en reiteradas oportunidades. Producto de esta violencia, Agustina falleció en el transcurso de un embarazo. Su familia festeja esta sentencia, pero reclama que se la conecte con lo que no dudan «fue un femicidio».
“Hoy siento que se hizo justicia”, dice Blanca Ozán, mamá de Agustina Fredes, después de conocer la sentencia en el juicio por la violación de su hija: el acusado, Matías José Acevedo, recibió 15 años de prisión, la pena máxima para el delito de «violación agravada”.
Después de tres jornadas que se desarrollaron la semana pasada, Acevedo -exintegrante del Ejército- fue condenado por abuso sexual con acceso carnal en un contexto de violencia de género. Acevedo escuchó la sentencia por videoconferencia desde el Penal de Batán, donde se encuentra detenido desde 2019.
Los jueces Mariana Irianni, Fabián Riquert y Juan Manuel Sueyro, del Tribunal Oral en lo Criminal N°3 de Mar del Plata, dieron por acreditado que Acevedo abusó sexualmente de Agustina Fredes en al menos tres oportunidades, entre septiembre de 2016 y los primeros días de febrero de 2017, y que además “se valió de violencia psíquica y física para ejecutar la acción contra la voluntad de la mujer”.
La fiscal que llevó adelante la acusación fue Romina Díaz, quien asumió hace poco más de un mes. El anterior fiscal era Juan Pablo Lódola; la familia de Agustina había pedido reiteradamente que lo aparten por su mal accionar en el inicio de la investigación.
“Los jueces y la fiscal se demostraron bastante interesados en el tema que estaban tratando, e hicieron su trabajo como se debe, como tienen que hacer todos”, dice a lavaca Blanca desde la ciudad costera. “Este juicio está terminado: seguramente ahora Acevedo va a apelar la sentencia, pero eso no me interesa. Desde mañana me voy a abocar a que se lo lleve a juicio por femicidio porque no quiero que quede impune”.
Fue femicidio
Agustina murió meses después de ser violada y torturada física y psicológicamente por su ex pareja, cuando tenía 18 años. El juicio que acaba de terminar se desarrolló por las denuncias que Agustina hizo antes de morir. El 28 de enero de 2017 hizo la primera denuncia. Un mes después, fue violentada y abusada nuevamente. Entonces lo denunció por segunda vez acompañada de su mamá.
Dos meses después, el 18 de abril de 2017, su familia tomó conocimiento de que Agustina estaba embarazada como consecuencia de estas violaciones. Le realizaron una cesárea donde le extrajeron el bebé, también el vaciamiento de su útero y ovarios. Cinco días después, el 23 de abril, su familia la llevó desvanecida al hospital Materno Infantil, pero luego fue trasladada al H.I.G.A. Allí les informaron que por la demora del traslado y la falta de oxígeno Agustina tenía muerte cerebral. El informe médico estableció que Agustina falleció por embarazo ectópico. Su madre Blanca calcula que su hija estaba embarazada de entre 10 y 12 semanas cuando falleció.
Blanca relaciona la muerte de su hija con la constante violencia que sufrió. Es por eso que ahora pide un nuevo juicio, en el que se investigue las causales de la muerte.
“Estamos haciendo pagar lo que le hicieron a mi hija, pero vamos a pedir un nuevo juicio para que se lo juzgue por el delito de femicidio. Tengo que presentar nuevas pruebas y elementos para pedir un nuevo juicio”, dice.
Durante el juicio, Blanca estuvo acompañada por Marta, Guillermo y Matías, mamá, papá y hermano de Lucía Pérez, por la Campaña Nacional Somos Lucía, por otras familias y organizaciones sociales. También, dice, siente que estuvo acompañada por su hija: “Estoy tranquila, y hoy mi hija debe haber tenido un poquito de paz en este primer paso que hemos dado juntas, porque ella va de mi mano. Sin ella no me hubiese acompañado y estado de mi mano, no hubiese llegado a estas instancias”.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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