Nota
¿Cómo fotografiar a un desaparecido?
Este ensayo fotográfico resume el trabajo final del taller Fotografiar la época, coordinado por Nacho Yuchark. Es el resultado de intentar responder colectivamente el desafío al que nos expone la desaparición forzada de Santiago Maldonado. En este texto, Claudia Acuña sintetiza los interrogantes que formaron parte de las hipótesis abordadas a lo largo de los cuatro encuentros y que apuntaron a reflexionar sobre la producción de imágenes en estos tiempos.

Fotografiar la época. Ensayo fotográfico colectivo. Trabajo final del taller coordinado por Nacho Yuchark
Uno.
¿Cómo fotografiar a un desaparecido? Y más difícil aún, ¿cómo fotografiar la desaparición forzada de Santiago Maldonado?
Esas fueron las preguntas que intentan responder estas fotografías, como ejercicio pero también como práctica: pensar la imagen y lo que representan, ahora y siempre.
Dos.
Preguntarse, bordar una respuesta colectiva y analizar esa respuesta es la propuesta que hacemos en cada espacio de entrenamiento de lavaca. En este caso, el taller que coordinó Nacho Yuchark con el título que dictó estas preguntas: Fotografiar la época.
La época que nos desafía a fotografiar a un desaparecido en democracia.
Tres.
“Nunca se ha establecido la relación entre lo que vemos y lo que sabemos”, nos advertía John Berger en Modos de ver, un bello texto que siempre conviene releer para tener presente que “lo que sabemos o lo que creemos, afecta al modo en que vemos las cosas”.
¿Cómo nos afecta, por ejemplo, la manipulación mediática que forma parte de la maquinaria que desapareció a Santiago Maldonado?
Y en particular, ¿cómo afecta a nuestra mirada al momento de hacer click, de recortar la realidad y poner en foco un pedacito del todo, que convertimos así en emblemático, significativo, especial?
Ninguna reportera gráfica tiene tiempo para pensar estas cosas cuando está en la calle registrando una marcha.
Ningún reportero gráfico tiene espacio para hacerse estas preguntas en pleno ajetreo de una cobertura y ni siquiera después, cuando selecciona qué fotos poblarán las redes, buscando ese gran motivador de esta época maquínica, el botón que nos señala “me gusta”.
Cuatro.
Esa manipulación que nos afecta la mirada, ¿comienza entonces con una intervención mediática que nos indigna o nos conmueve y termina con la cantidad de “me gusta” capaz de atrapar la imagen que producimos?
Otra pregunta posible:
¿Cómo nos afecta la mirada sobre Santiago la memoria, los 30 mil, el genocidio, su impunidad y, finalmente, su condena social, que conllevó un esfuerzo conmovedor y sostenido durante décadas y décadas y que, lejos de ser pasado, es presente, es noticia, es hoy, aunque no ocupe titulares de los diarios que La Nueva Provincia haya sido condenada hace apenas una semana por la falsedad de la información denigratoria de los y las desaparecidas que publicaba en los años del terror y la complicidad mediática?
Otra más:
¿Cómo nos afectan todas las imágenes creadas para sostener esa épica resistencia; aquellas siluetas de gruesos contornos negros, las fotos carnet en blanco y grises, los pañuelos blancos estampados alrededor de la Pirámide o la roja tipografía del Nunca Más que la desaparición de Santiago desmiente?
Podríamos seguir formulando preguntas, pero el punto que señalamos es otro: las múltiples afectaciones a las que estamos expuestos.
Todas esas múltiples, superpuestas y constantes afectaciones son lo que llamamos “la época”
Cinco.
Afectar es una palabra que tiene siempre una connotación negativa.
Refiere a una conmoción que nos produce algo tremendo, traumático, ajeno a nuestra voluntad, que nos altera.
Pero “afectar” también refiere a una sensación que nos conmueve.
En épocas de algoritmos digitales, debemos recordar que sentir nos convierte en humanos.
Sentir miedo, impotencia, inquietud, angustia, desesperación o dolor no es ni bello ni agradable. Es humano.
Seis.
La desaparición forzada tiene la capacidad de afectar del terror: se impregna. Sustrae del tejido social un cuerpo para afectar a todo y a todos. El sufrimiento que genera así al tejido social y a cada uno de sus componentes se enfrenta o se esconde, se niega o se resiste, se manipula o se expone.
Muy pocas veces se reconoce.
Siete.
La desaparición forzada es un acto brutal de abuso cuya víctima es un ciudadano y el victimario, el Estado. Como todo abuso implica violencia, humillación y silencio. El desaparecido se convierte así en la víctima de abuso en grado cero: no puede hablar, ni para defenderse ni para denunciar.
No puede gritar.
El desaparecido es aullido.
Ocho.
La voz de un desaparecido se construye socialmente. Nos habla a través de su familia -los únicos que se asumen trágica y públicamente como afectados- pero también a través de la prensa, las redes, las paredes, la tele, las marchas, la calle.
En esa voz social quién nos habla es la época. Su potencia para construir justicia o impunidad dependerá de qué exprese –en contenido y también en forma-, pero también de cuántas voces se expresen y por dónde lo hacen.
Aun así, no es la voz del desaparecido. Es la nuestra, la que con nuestros silencios y nuestras afirmaciones construimos.
Aun así, un desaparecido nos habla.
¿Cómo fotografiar esa voz?
Nueve.
Santiago nos habla a través de su imagen. Nos dice algo con la mirada, con la barba, con las rastas. Nos dice cosas que ni sabemos que estamos escuchando.
Nos dice, por ejemplo, algo importante: el alma habla con imágenes.
Nos dice así que en este mundo horrible en el que desaparece Santiago crear imágenes representa, quizá como ninguna otra producción de la época, hablar con el alma.
Así, la imagen de Santiago deja de ser mero aullido y se convierte en grito.
Diez.
Reconocernos como afectados por lo que esta época horrible nos hace sentir.
Sentirnos humanos.
Inseguros, cagones, imperfectos, pero obstinados.
Buscar las dudas, los no sé, los no me sale y desde ahí comenzar a probar cómo, a jugar cuándo y a sentir dónde.
Ser cada una, cada uno, único y, a la vez, todos, porque eso es lo que representa la mirada humana.
Saber que nuestro éxito es el abrazo, que vale más que todos los “me gusta” de la máquina.
Intentar que en cada una de las imágenes que creamos hable Santiago.
Esa es la propuesta que parió estas fotografías.
Ojalá sean escuchadas.
Nota
Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.
Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo.
Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.
Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.
Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.
Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.
El video de 3,50 minutos
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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