Nota
Rosario: el asesinato es una religión cotidiana
El homicidio del ex concejal de Ciudad Futura y pastor evangélico Eduardo Trasante, padre de Jeremías, uno de los chicos de un movimiento social asesinados en 2012 en Villa Moreno, Rosario. La cárcel, el contacto con los que mataron a su hijo, los juramentos narco en Rosario y la nota de MU en la que Trasante y otrxs familiares de las víctimas explicaban cómo movilizarse, cómo superar el odio, describían la realidad de los barrios y anrticipaban lo que sigue ocurriendo en tiempo presente.
Eduardo Trasante, quien como pastor evangélico atendió y asistió en la cárcel a los autores del crimen de su propio hijo, fue asesinado de un balazo en la cabeza, disparado con puntería y sin palabras en su casa de Rosario, provincia de Santa Fe.
Dijo alguna vez a MU sobre cómo hizo para evitar que lo ganara el odio frente a quienes balearon a su hijo Jeremías, que tenía 17 años: ”Lo que se piensa debe ser filtrado por el corazón. Aprendí eso. Pero aprender no es saber, sino aplicar lo que se sabe”.
Como pastor había trabajado siempre en los barrios y las cárceles, cercano a movimientos sociales como el 26 de Junio e integrando luego el partido Ciudad Futura.
Este martes 15 de julio a las 14.47, según las cámaras callejeras, dos personas llegaron hasta el lugar y obligaron a la compañera de Eduardo a guiarlos hasta él. Un balazo dio en su mano: acaso un reflejo para cubrirse. La bala definitiva le perforó la frente.

Los asesinos salieron seis minutos después, a las 14.53. No se conoce aún la causa, pero se sabe que no fue un robo. El diputado provincial y periodista Carlos Del Frade enmarcó el asesinato en lo que viene explicando hace años: “No fue venganza, esto es un mensaje político mafioso, para que no se desarticulen los enormes mercados de armas que hay, el narcotráfico y el lavado de dinero”.
Del Frade explicó que desde dentro de la cárcel sigue habiendo una lucha por el control del negocio narco: “Han juramentado tirar un muerto cada día para que se empioje la política y no se saque de lado las mafias de las fuerzas de seguridad”. La violencia narco podría ser considerada una epidemia, aunque mata mucha más gente que el Covid-19. Sus víctimas ni siquiera deben pasar por las terapias intensivas.
En seis meses hubo en Rosario más de 100 homicidios. Tal vez no sean todos casos el negocio narco, pero la contabilidad de los cadáveres, sin contar los feriados, se acerca a poder cumplir el juramento carcelario.
Matando jóvenes
Eduardo Trasante era el padre de Jeremías, Jere, que tenía 17 años cuando en la en las primeras horas de 2012 fue asesinado también a balazos junto a dos de sus amigos, Adrián Patóm Rodríguez (20) y Claudio Mono Suárez (19), por una banda narco. Se lo conoció como el Triple Crimen de Villa Moreno. Se supone que fue un error: los narcos los confundieron con otra banda de “soldados” de la droga. Un libro de homenaje a los tres chicos muertos se llamó Soldaditos de nadie.
Otra posibilidad, tal vez no opuesta sino complementaria a la anterior: los chicos participaban en el movimiento social 26 de junio en el barrio, una de las instancias de contención y desarrollo de la vida en términos no delictivos que existen en esos (y tantos) territorios. La participación en el movimiento había cambiado la vida de esos jóvenes, por lo pronto alejándolos de la droga y el mundo narco. En barrios como Villa Moreno, el Estado sigue siendo muchas veces un fantasma o, peor todavía, un actor necesario para que el crimen fluya gracias a lo que hacen y dejan de hacer las policías.
Trasante se dejó evangelizar de algún modo por lo social. Contó aquella vez a MU sobre la incidencia que tuvo en su hijo Jere el trabajo en el movimiento social: “Le hizo muy bien empezar en el M26 porque vimos un cambio extraordinario, muy particular: salir de las drogas, y con un entusiasmo que no había puesto ni en casa ni en los estudios”.
Dijo también: “El triple crimen rompe el corazón del barrio, pero por todo lo que nos movilizamos con el apoyo del Movimiento, se generó una apertura y apoyo de la gente”.
Por esa masacre fueron acusados a fines de 2014 los integrantes de la banda Los Quemados, cercana a la de Los Monos: Sergio Quemado Rodríguez, 44 años, Daniel Teletubi Delgado (24), Brian Pescadito Sprio (26) y Mauricio Chupín Palavecino (23). Sprio terminó absuelto, Rodríguez quedó condenado a 32 años de prisión, Palavecino a 19 y Delgado a 26.
Trasante, como capellán carcelario durante casi 20 años, conoció a los que intervinieron en el crimen de su hijo.
Contó a MU: “Estuve con dos de la banda de Los Quemados. Uno se escondía. Al final hablamos, reja de por medio. Me preguntó por qué iba a hablar con gente como él, si yo sabía lo que había hecho. Le dije que mi tarea es una pasión por los privados de libertad. Que Dios me dio amor para llegar al preso. Se largó a llorar y cayó a mis pies. Yo podría haberle roto la cabeza contra la reja, o podría haber aceptado la oferta de los presos: si yo decía ‘mátenlos’, asesinaban a cualquiera de los que mataron a mi hijo. Pero uno camina otros principios. Sé que hay una justicia bastante injusta y corrupta, pero creo en otro tipo de justicia”.
Cuando le preguntamos si su trabajo en las cárceles le sirvió para detectar si los presos pueden cambiar a salir, dijo: “La mitad no”.
Luego de aquella conversación, Trasante se unió a través del 26 de junio al partido Ciudad Futura, lo nominaron primer candidato a concejal y ganó la banca en 2017. Un año después fue denunciado por acoso, por lo que renunció inmediatamente a su banca, se alejó de Ciudad Futura y se sometió a un protocolo contra el abuso machista. Otro de sus hijos también había sido asesinado tras una pelea en un boliche. Su primera esposa, la mamá de Jeremías, había muerto de un tumor cerebral. Así son las cosas, mientras habrá que ver de qué modo se comporta el poder judicial.
Aquí reproducimos aquella nota de MU. Una investigación y una conversación con Eduardo, el papá de Jere, Lita, mamá de Mono, y Maxi, hermano de Patóm, que prefigura mucho del presente en el que, efectivamente, aprender no es saber sino aplicar lo que se sabe.

Triple prueba
El asesinato de Jere, Patóm y Moro: la hora del juicio. Una pelea territorial de narcos sembró tres muertes que marcaron una diferencia: los chicos pertenecían a una organización social, sus familiares se movilizaron y lograron vencer la impunidad. Hoy acampan frente a Tribunales para garantizar que se haga justicia. Por Sergio Ciancaglini.

La banda de narcotráfico rosarino conocida como Los Quemados no la tiene fácil. Mientras esta nota está siendo escrita y leída, ocurre algo inusual: tal vez se haga justicia.
Rosario es la ciudad con más crímenes violentos del país. Es, a la vez, la que tiene la menor tasa de esclarecimiento: la mitad. Pero este 11 de noviembre comenzó el juicio oral y público por los asesinatos de tres jóvenes, obviamente pobres y de barrios periféricos. Y Los Quemados están probando la textura del famoso banquillo de los acusados.
Los asesinados eran tres amigos de Villa Moreno: Jeremías Jere Trasante (17 años), Adrián Patóm Rodríguez (20) y Claudio Mono Suárez (19). Además integraban una organización barrial: el Movimiento 26 de Junio, cuestión que los había alejado de la oferta habitual de sustancias psicoactivas y alcohólicas. Tres jóvenes con el cerebro en funciones, y con ganas de hacer su vida.
No los dejaron.
Los narcos, como otras profesiones criollas, ejercen un mal mayor: la crueldad. Pero no son ajenos a un mal nada menor: la imbecilidad. La hipótesis más firme es que Los Quemados, buscando venganza, mataron a estos tres chicos por error.
¿Por qué en este caso se llegó a un juicio, contra los usos y costumbres locales? Para entender ese enigma, en la Agrupación Infantil Oroño, junto a la canchita de fútbol, en el mismo banco de madera en el que los chicos pasaron muchos minutos de sus vidas incluyendo los últimos, están Lita, mamá de Mono, Edu, papá de Jere y Maxi, hermano de Patóm.
Lita Gómez es la que empieza a contar algo que casi nunca se entiende: ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de un crimen?
Ser hijo es un trabajo
«El 1º de enero de 2012 a las 3 y media de la madrugada le avisaron a un sobrino que Mono estaba en la canchita, con otros pibes, herido. Yo vivo acá, a media cuadra. Estábamos en casa festejando el Año Nuevo con música, todos en ronda. Tengo 12 hijos, en realidad ya no, tengo 9. Estaba mi ex marido con su familia, mis nueras, mis nietos, los más chiquitos bailaban, la música estaba al palo así que no escuchamos. Mi sobrino salió corriendo. No me dijeron nada pero yo también salí corriendo. Todos venían para la canchita”.
Lita lleva los anteojos de lectura incrustados en el pelo, tiene un vestidito con el dibujo de una flor, y en la espalda la imagen de Jere, Mono y Patóm. Habla entrecerrando los ojos, como si estuviera viendo las imágenes de aquel infierno.
“Cuando llegué, el Mono estaba allá (señala a unos 20 metros del banquito) tirado contra las casas. Decía que tenía frío. No había luz, estaba todo oscuro. Uno de mis hijos se sacó la remera para abrigarlo. Pero Mono estaba como mojado: cuando quisimos levantarlo nos dimos cuenta de que estaba lleno de sangre y barro, se ve que se había caído en la zanja”.
“Decía: ‘mami, tengo frío, miren que allá en el banquito están el Jere y el Patóm heridos. Vayan a ver’. En ese momento prenden la luz del club y se vio que había policías ahí, parados, con las manos atrás. Los chicos tirados en el piso. Jonathan, otro de mis hijos, fue a buscar el auto, lo cargaron al Mono, todo el camino decía ‘tengo frío’. Yo le decía: ‘Bueno Mono, aguantá’. El hermano le gritaba: ‘No te vas a morir’, y yo le decía ‘no me vas a dejar sola, aguantá’. Mono decía: ‘aguanto, pero me duele mami, y tengo frío’. Cuando llegamos al hospital me dijo ‘mami ayudame a respirar’. Levantó los brazos y me agacha la cabeza para que yo le de respiración. Le sentí fría la boca. Cuando me levanto para tomar aire, se le cayó la manito”.

“Llegaron los médicos. Él era grandote, gordo. Lo suben a la camilla. Ahí trajeron a Patóm en un auto y a Jere en una chata. Un montón de gente lloraba. Al rato, me llamaron, me dieron la ropa y me dijeron que estaba muerto. Yo tiré la ropa y les dije que se fijen bien, ¿cómo va a estar muerto? Después no me acuerdo nada. Y después estábamos todos gritando, llorando, abrazándonos. En realidad no lo podíamos creer. Supe que le habían pegado como 8 tiros. Tenía balazos hasta en las manos”.
¿Por qué estaban en la canchita? “Era su lugar de encuentro, iban a salir los tres. ‘Gordita’, me decía así, ‘nos vamos a festejar a otro lado porque acá andan a los tiros’. Le dije ‘cuidate’. Me dijo ‘vamos con los pibes, mañana te llevo a pasear’. Cuando yo le decía que buscara un trabajo me decía: ser hijo tuyo es todo un trabajo. Hacía los mandados, changas con el padre, peleaba con los hermanos, un chico grande, sin maldad”, dice Lita con una sonrisa, hasta que levanta los ojos que empiezan a inyectarse: “De golpe lo ves que se está muriendo, y él no quería, porque me decía: mami ayudame a respirar”.
La Itaka en el pecho
Maximiliano, el hermano de Patóm: “Me avisaron que mi hermano estaba herido, salí, estaba todo oscuro, y una señora me dice ‘andá a buscar un auto para llevarlo al hospital porque está la policía y no hace nada’. Llego con el auto y los policías estaban mirándolos. Estaba Patóm abajo del cuerpo del Jere. El Mono estaba más lejos, no lo vi. Mi hermano estaba lleno de sangre, me agacho para levantarlo y un policía me dice ‘no lo puede tocar’. Le grito: ‘pero está vivo, se está muriendo, llévenlo’. El policía me ponía una Itaka en el pecho. Lo empujé. A Jere lo pusieron en una chata, yo subí al auto a Patóm. Los policías se subieron al patrullero, y en vez de ir adelante para poner la sirena y poder ir rápido, iban atrás nuestro, como paseando”.
Maxi trabaja en una empresa de construcción, tiene 2 nenas. “En el auto mi hermano decía que le dolía la panza. Yo le gritaba que aguante. Y decía: ‘bueno, yo aguanto, pero manejá con cuidado, a ver si chocás y terminamos los dos en el hospital’. Llegamos, lo puse en la camilla y al rato viene un policía y me pregunta si soy familiar de Maximiliano Rodríguez, el hijo de El Quemado. Le digo que yo me llamo así, pero no soy esa persona. ‘Me confundí’, dijo y se fue. Al rato nos anunciaron que habían muerto. Dijeron que era por un ‘paro respiratorio’, o algo por el estilo”.
En Argentina los muertos por torturas o balas policiales, los chicos que cruzan descalzos la General Paz y son atropellados, casos como el de la canchita, o incluso quienes mueren de cáncer en los pueblos fumigados, entre otros rubros que se quieren disimular, suelen figurar fallecidos por paro cardio-respiratorio: otro aporte de la ciencia a la verdad.
La doble venganza
El fusilamiento es el resulado de una secuencia que explica Pedro Pitu Rodríguez, amigo y compañero de los chicos, e integrante del Movimiento 26 de Junio que es parte del Frente Darío Santillán: “Había dos bandas que regenteaban bunkers. La de acá era la banda del Negro Ezequiel, marginal, pibes empastillados que le mejicaneaban kioscos a Los Quemados, una banda mucho más importante que trabaja con la de Los Monos”. Según ha sido evidente en Rosario, eso significa operar con la venia policial.
“Como les robaban los kioscos,y les espantaban a los clientes, el 29 de diciembre de 2011 Maximiliano Quemadito Rodríguez, y dos pibes más balean a uno de acá, Facundo Osuna, de la banda del Negro Ezequiel. El 1º de enero a la madrugada el Negro Ezequiel, con otros pibes en moto buscan al Quemadito, que estaba en su BMW con unas amigas. Le pegan 8 tiros. Se van y se esconden acá en el barrio. Pero no lo habían matado. Los amigos del Quemadito lo llevan al hospital, se ve en las cámaras de seguridad que hablan con el cabo policial, que anota la entrada y después la tacha para que Los Quemados puedan cobrar venganza y no aparezca ahí el motivo. Ahí estaba Sergio Quemado Rodríguez, el padre del Quemadito. Vienen para el barrio. Aparentemente el Negro Ezequiel y su banda habían estado acá, en la canchita, y se fueron sabiendo que venían a buscarlos. Ahí llegaron Mono, Jere y Patóm y Marcelo Moki Suárez, que iban a salir juntos. Llega el Quemado con su banda en una Kangoo, esto era todo oscuridad. Los chabones ven a los pibes, los confunden con los soldaditos del Negro Ezequiel, y los fusilan directamente, cobardemente. Moki pudo escaparse, y por eso es testigo en el juicio”.
Esa matanza dejó como acusados al Quemado Rodríguez, 44 años, Daniel ‘Teletubi’ Delgado (24), Brian Pescadito Sprio (26) y Mauricio Chupín Palavecino (23).
El Quemado dijo que no quiere asistir al juicio porque teme por su vida. En la puerta de los Tribunales, familiares y amigos de las víctimas hacen un acampe que hereda de todas las luchas por este tipo de crímenes un detalle notable: jamás las familias se tomaron venganza. Lo que exigen es justicia.
La pieza de la nena
Maxi: “Al principio decían que los chicos eran soldados, o barrabravas, que era un ajuste de cuentas. Ahí entendí que dicen eso para no hacer nada. Se mataron entre ellos, caso cerrado. Mi mamá decía: ‘nunca nos van a escuchar’. Pero apareció Pitu en televisión, explicó que eran pibes buenos y la policía tuvo que salir a retractarse. Nos vino una alegría, por lo menos paraban de mentir y salimos a la calle a mostrar que no eran narcos ni barrabravas, y a pedir justicia”.
Pitu: “Ponen en el noticiero lo del combate contra el narctráfico, y vienen a los barrios pobres como si el problema fuera acá y no en el centro, donde se consume y donde están los grandes desarrollos inmobiliarios que canalizan la plata, las concesionarias de autos y el poder. Mientras tanto, los kioscos siguen en los barrios porque tienen acuerdo con la policía. No es el tipo de narcotráfico que exporta desde el puerto: es la persona que tenía un maxikiosco en el 2001, y hoy vende la merca desde la ventana de la pieza donde duerme la nena”.
“Desde el punto de vista de los pibes, el narcotráfico les da una identidad: ser el más poronga del barrio. Si custodiás esta cuadra armado, el que pasa agacha la mirada. Una identidad que no te da la escuela, el club o el trabajo formal. El Estado tampoco compite con el narco, ni tiene este diagnóstico: no ofrece nada. Debería estar convocando a las organizaciones barriales para hacer políticas públicas. Pero desconocen olímpicamente lo que pasa en los barrios. La cuestión acá es utilitaria: cortar el eslabón de mando del narcotráfico. Tumbando bunkers no cambiás nada, reemplazás soldaditos, igual que el empresario que cambia al playero de la estación de servicio. El problema es pegarle a la gerencia”.
Maten al asesino

Eduardo Trasante es pastor evangélico de la iglesia Vida para tu vida. Transmite serenidad, tiene una voz profunda y dicen que canta como los dioses, con perdón de la herejía. Pero su hijo Jeremías jamás vivió en la iglesia esa contención y alegría que encontró en el Movimiento 26 de Junio. Eduardo lo reconoció así en el libro Soldaditos de nadie, dedicado a Mono, Patóm y su hijo: “Le hizo muy bien empezar en el M26 porque vimos un cambio extraordinario, muy particular: salir de las drogas, y con un entusiasmo que no había puesto ni en casa ni en los estudios”.
Para Eduardo “el triple crimen rompe el corazón del barrio, pero por todo lo que nos movilizamos con el apoyo del Movimiento, se generó una apertura y apoyo de la gente”. Pitu: “Fue el caso que permitió que se hable del narcotráfico, de la policía como reguladora de la economía delictiva. Con la teoría del ajuste de cuentas nunca se investigaba nada”.
Eduardo levanta la mirada y dice algo tremendo, con calma. “En el asesinato de mi hijo, para mí se hizo justicia. Un año después de lo de Jeremías, asesinaron al hijo del Quemado, el Quemadito, de un balazo que le explotó en la cabeza. No lo celebro. Conocí a ese chico como pastor, fui un papá para él mientras estuvo preso. Ni el padre iba a verlo. Pero siento que Dios hizo justicia”. Eduardo es capellán carcelario desde hace 17 años: “Estuve con dos de la banda de Los Quemados. Uno se escondía. Al final hablamos, reja de por medio. Me preguntó por qué iba a hablar con gente como él, si yo sabía lo que había hecho. Le dije que mi tarea es una pasión por los privados de libertad. Que Dios me dio amor para llegar al preso. Se largó a llorar y cayó a mis pies. Yo podría haberle roto la cabeza contra la reja, o podría haber aceptado la oferta de los presos: si yo decía ‘mátenlos’, asesinaban a cualquiera de los que mataron a mi hijo. Pero uno camina otros principios. Sé que hay una justicia bastante injusta y corrupta, pero creo en otro tipo de justicia”.
¿Cómo hizo para controlar el odio?
“Lo que se piensa debe ser filtrado por el corazón. Aprendí eso. Pero aprender no es saber, sino aplicar lo que se sabe”.
¿Cambian los presos al salir?
“La mitad no”.
Lita: “Estos no creo que cambien. Ojalá les den 50 ó 100 años”.
Le pregunto a Pitu cómo ve esa cuestión evangélica, desde una experiencia tan distinta como la de una organización con una perspectiva ideológica, política y militante. Se rasca la cabeza: “Es que también tenemos una fe religiosa, si querés, en que el cambio que anhelamos sea posible. Tenemos rituales, hacemos mística, en un plenario o un fogón te hermanás con los otros compañeros y es una experiencia visceral, religiosa, que te junta y te da un espaldarazo de valentía para seguir adelante. Así que no es tan distinto”.
Eduardo agrega: “Lo que es seguro es que sin la acción del movimiento y de los familiares, este hubiera sido un caso más, que pasaría totalmente desapercibido”.
¿Cómo evitar que los chicos caigan en el negocio de los narcos? Lita: “En el Movimiento les mostramos que hay proyectos, que no discriminamos a nadie, que somos iguales, que hay otra forma de vivir”. Cuenta que las mujeres armaron una cooperativa que fabrica jabones, champúes naturales de ortiga, cremas de la caléndula y manzanilla. Hay talleres para chicos, radio abierta, deportes.
Pitu la observa: “Siempre decimos que queremos condenas ejemplares. Pero ojalá que en estos casos la sociedad encuentre que lo ejemplar es otra cosa: lo ejemplar son estos familiares que pudieron transformar todo el dolor en acción y en justicia”
Lita le sonríe: “Es que si nos quedamos esperando sentados nunca va a pasar nada”.
Nota
Cecilia Basaldúa: la sangre de un sospechoso
Mario Mainardi (en la foto tomada hoy), uno de los principales sospechosos por el femicidio de Cecilia Basaldúa cometido en Capilla del Monte, Córdoba, hace poco más de 5 años, finalmente fue citado por la fiscalía de Cruz del Eje para realizarle este martes una extracción de sangre. La abogada de la familia Basaldúa, Daniela Pavón, se enteró apenas un día antes de esta citación a Mainardi. El sospechoso (actualmente vive en Santa Fe) había sido encargado de alojar a Cecilia en Capilla, y fue la última persona que la vio con vida, el 5 de abril de 2020. Sobre su presencia hoy en Cruz del Eje, contó la abogada: “Sacó fotos a todo el edificio, selfis con tribunales de fondo y salió custodiado con personal de la policía de Córdoba. Se subió a un móvil y se fue”.
Las irregularidades y desinformación o manipulación en la causa han sido frecuentes en perjuicio de la familia y sus defensores (además de Pavón, el abogado Gerardo Batistón es querellante en nombre de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación). También ha significado un ocultamiento a la prensa. Audiencias para las que los testigos no eran notificados, falsos argumentos policiales para explicar su propia inoperancia, demoras incomprensibles en la causa, todos temas por los que hay iniciada una denuncia de la Dirección Nacional de Protección de Grupos en Situación de Vulnerabilidad de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, en la Dirección de Investigaciones de las Fuerzas de Seguridad. Además se solicitó a la Fiscalía de Cruz del Eje que la policía de Capilla del Monte, ya no sea la que realiza las notificaciones.
Queda pendiente ahora la información que se brinde a la sociedad sobre este trámite, que permitió ver a un sospechoso clave que nunca dio la cara. La causa ha sido siempre un laberinto sacudido en todo caso por numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad. Aquí publicamos la crónica de lo ocurrido hace menos de un mes, al cumplirse 5 años del hallazgo del cuerpo de Cecilia Basaldúa.
Fotos y crónica de María Eugenia Marengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Lúquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
Nota
Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld
Nota
Cien

Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día.
La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán.
En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.
En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas.

En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica.

En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.
En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.
Más información en www.observatorioluciaperez.org
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