Nota
La banalidad del mal
Un conductor alcoholizado atropelló a Gladys Romano y a Néstor Saracho, tras una de las Caminatas Lunares que organiza la Asamblea No a la entrega de la costa Quilmes Avellaneda. Gladys murió. Néstor está en terapia intensiva. La apuesta por la vida, arrasada por los zombies del sábado por la noche.
Gladys, Néstor, Tobías y Elba no podían saber que la muerte venía de frente.
El Honda Civic patente ROX 499 iba hacia ellos por la mano contraria de la calle Espora, hacia la costa del Río de la Plata en Bernal.
No se sabe la velocidad exacta. Pero fue la velocidad suficiente.
Elba caminaba con su amiga Gladys a su izquierda, el sábado 3 de marzo, a las 21.30. Conversaban sobre lo que habían recorrido y visto: una Caminata Lunar, de las que organiza todos los meses desde 2012 la Asamblea No a la entrega de la Costa Quilmes-Avellaneda.
Conocieron la selva marginal que nació junto al Rio de la Plata gracias a que los funcionarios y corporaciones olvidaron el lugar. Conocieron el humedal de la zona. Nieves Baldaccini, una de las inspiradoras de la Asamblea, les describió cómo la vida intenta ganarle a la muerte y a la contaminación.
Y vieron la luna llena, cara a cara y hasta por telescopio. Luego, Elba y Gladys volvían por Espora desde el río hacia el cruce de la autopista. La calle no tiene veredas ni senderos.
Detrás venían el hijo de Elba, Néstor Saracho, 36, junto al pequeño Tobías Saracho, 9 años. Néstor es otro de los motores de esa Asamblea. Y el telescopio es un aporte de Tobías para acompañar esas caminatas y mirarle los secretos a la luna.
De pronto algo ocurrió y Elba notó que Gladys ya no estaba a su lado.
Se dio vuelta, y Tobías también estaba solo. Gladys y Néstor habían desaparecido en un segundo.
La abuela tomó al nieto de la mano. Corrieron hacia atrás iluminándose con la linterna del teléfono. Las luces de la calle Espora estaban unánimente apagadas.
En ese universo oscuro, encontraron los cuerpos. Después Tobías dijo: “Un viento se llevó a papá”.
No había sido un viento. A las 21.35 el Honda Civic patente ROX 499 se cruzó descontrolada y criminalmente hacia la izquierda de la calle, y se llevó puestos –literalmente- a Gladys Romano y a Néstor Saracho, que quedaron desparramados sobre el asfalto unos 200 metros más allá, calcula Elba.
El conductor llevaba una remera amarilla. Dejó el auto y huyó, internándose en la zona del humedal. El parabrisas estaba roto. Su acompañante estaba dentro, paralizado, diciendo “no hice nada”.
El conductor fue finalmente apresado dos horas después, cuando quiso volver a buscar el auto. No se dio a conocer aún su nombre. Trascendió que su índice de alcoholemia era 1,8 (el máximo permitido es 0,5).
No tenía registro, el auto no era suyo. Por lo que se supo hasta ahora, tampoco está asegurado.
Gladys, que este 31 de marzo cumpliría 59 años, murió antes de llegar al hospital.
Néstor, cineasta, periodista, editor, fotógrafo, fundador de cooperativas, asambleísta (y todo lo demás) está desde entonces en coma inducido en el Hospital Isidoro Iriarte de Quilmes.
No fue un viento lo que atropelló a Gladys y a Néstor, sino los estilos de vida que sólo parecen poder propagar falsa distracción, verdadera ebriedad, falsa felicidad y verdadera muerte, mientras algunas personas como Gladys y Néstor intentan otra cosa: que el mundo sea un lugar menos oscuro.
Personas delicadas
En la sala de espera de terapia intensiva del Hospital Iriarte, esperando que le informen sobre su hijo, Elba cuenta: “Gladys era una amiga y compañera. Ella es auxiliar en una escuela técnica de Avellaneda y todos los compañeros la habíamos designado para ser candidata a Secretaria general de la junta interna de educación de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) por la lista Verde Anusate. Tiene dos hijos”. Elba no puede dejar de mencionar a Gladys en presente.
“Yo invité a Gladys a la caminata. Me había contado que en enero estuvo en Las Toninas viendo la Luna Roja. Le dije que la Asamblea organiza dos caminatas por mes, una de día, y otra cuando hay Luna llena. Quiso venir. La pasé a buscar con mi nieto Tobías y el marido nos acercó en el auto. Después hicimos la caminata juntas”.
Elba recuerda que, al regresar por Espora, no vieron venir el Honda negro.
Esteban, integrante de la Asamblea, relata: “Otros dos compañeros y yo íbamos 50 metros delante de ellos. Y el resto del grupo se había quedado
cerca del río charlando. Sobre Espora, sólo había luz en un puesto de seguridad de AYSA. El Honda venia de frente, pasó al lado nuestro, y a los pocos segundos escuchamos los gritos a nuestras espaldas. El choque fue a las 21.35, al minuto de lo ocurrido uno de mis amigos llamó al 911. Pudimos distinguir al conductor que tenía una remera amarilla y salió corriendo semiherido hacia una calle que da al campo”.
“Yo corrí hasta la garita de seguridad de AYSA y les rogué que llamasen a una ambulancia. La policía llegó a los 20 minutos y la ambulancia recién a la media hora. Durante ese lapso nos quedamos con Elba junto a Néstor y Gladys que estaban muy malheridos”.
Elba: “Habían caído los dos juntos. Néstor estaba muy golpeado pero hizo un gesto, como que no quería que Tobías esté ahí”.
Tobías no sólo no pensaba irse sino que le decía a Néstor: “Calmate papá, calmate”. Elba: “Yo les tenía una mano a Néstor y a Gladys. Pero ella estaba bañada en sangre y no se movía”.
Cuando hay silencio en la sala de espera, cuando hay tiempo de pensar o de recordar, Elba llora.
Esteban agrega que la policía en ningún momento insinuó salir a buscar al conductor del Honda, que se había escondido en la zona del humedal.
“El conductor volvió al lugar solo, a las 23:30. Mi amigo lo reconoció por la remera. Recién en ese momento la policía lo aprende, cuando se dan cuenta de que lo tienen ahì adelante. Lo llevan a la Comisaría 8° de Bernal. Allí nos tomaron declaración a nosotros tres, a la mamá de Néstor y también al acompañante del vehículo. Supimos que el conductor tenía 1,8 de alcohol en sangre, no tenía registro y tampoco era su vehículo. Yo pensaba: ‘además el tipo los atropelló y salió corriendo a esconderse’”. Edad del conductor, unos 37 años. El otro (también alcoholizado), arriba de 50.
En la pared de la sala de espera del hospital Isidoro Iriarte hay varias hojas A4 con la siguiente consigna: “Mantenga Limpio. Hay personas delicadas del otro lado”.
Crónicas emergentes
Néstor Saracho es una persona delicada. No en el sentido de la debilidad o la amenaza que hoy está afrontando, sino en el de la sensibilidad. “Siempre está armando cosas, apostando por la vida” dice Elena.
Ha formado parte del Movimiento de Fábricas Recuperadas, sabe lo que es enfrentar incluso físicamente a gendarmes y policías con sus compañeros de
cooperativas obreras que al final lograron ganar sus batallas legales y laborales.
Luego la pasión lo ha acercado a la comunicación audiovisual y a la idea de la autogestión.
Para bancar el tema ha sido capaz de trabajar de todo, incluso como personal de maestranza y limpieza en escuelas: cuando lo hizo, logró que una de esas escuelas se sumase a campañas como Ningún pibe nace para chorro.
Desde la casi nada y con muy pocos recursos materiales, pero enormes recursos personales, filma cortos como Los proyectores también sienten y Crónicas emergentes, que enlazan crónica y poesía: Saracho agarra una cámara y es capaz de hacer ambas cosas a la vez. Fue premiado en Chile, en el Festival Internacional de Documentales organizado en Santiago.
Una frase de Los proyectores, que el propio Néstor pronuncia en off: “Sin poder fluir libremente, hay un embotellamiento de sentimientos. Expresar los afectos está penado con terminar los días en una cárcel de máxima insensibilidad”.
Luego Néstor decidió que más que buscar trabajo, había que crearlo. Es uno de los fundadores e inspiradores de la excelente editorial Muchas Nueces, de libros para chicos, organizada como cooperativa de trabajo. Es también impulsor de la cooperativa Níspero Audiovisual.
Es además un promotor de todo el trabajo de la Asamblea de vecinos No a la entrega de la Costa Quilmes-Avellaneda, desde que entendió que los problemas sociales, ambientales y personales pueden tener la misma genética.
Con la Asamblea han logrado defender durante los últimos años esa zona de humedales y selva detrás del relleno sanitario del CEAMSE. Y siguen frenando proyectos inmobiliarios apoyados sin grietas por todos los gobiernos nacionales, provinciales y municipales de antes y de ahora, en beneficio de la multinacional Techint pero –detalle- sin el apoyo de la sociedad.
Las caminatas y las jornadas de trabajo en la selva marginal son un modo de que los vecinos conozcan el lugar del que quedaron aislados desde la época de la última dictadura. En la Asamblea dicen que allí está la mejor fuerza. “Cuando todos saben, el poder está en todos”.
Saracho, entre sus múltiples oficios, creaciones y actividades, hace 9 años se agenció el de ser padre. Anda orgulloso de Tobías, que lo dibuja a su papá con una cámara, saliendo a enseñarnos nuevas formas de mirar el mundo.
Otra hoja A4 en la puerta de la sala de terapia intensiva del Iriarte explica que los lunes, miércoles y viernes de 8 a 10 se puede ir a donar sangre.
Del otro lado hay alguien que hace lo de siempre: pelea por la vida.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas.
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

Revista MuHace 6 díasMu 209: Una de terror

ActualidadHace 1 semanaExtractivismo en Mendoza: movilización y rechazo ante la legislatura por el intento de votación del proyecto San Jorge

NotaHace 13 minutosEncuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

#NiUnaMásHace 2 díasAdiós a Claudia Rodríguez: la Trans andina que propuso politizar el amor

Mu207Hace 3 semanasRedes, IA, violencia, imaginación: Cora Gamarnik, las imágenes y los modos de ver

















