Nota
MU en Chubut: Lo que se pierde y lo que se transforma con el fuego
Crónica desde El Hoyo, uno de los epicentros de los incendios, donde cientos de familias perdieron sus viviendas y muchas cosas más. La voz de las y los vecinos, desesperados; el trabajo de los brigadistas, que aseguran nunca haber vivido una experiencia así; la muerte de personas, vegetación y vida, como parte de los daños incalculables. La falta de luz y agua, pero también de presupuesto y previsibilidad, como parte de los combustibles. Y la organización social como el único rebrote que va reconstruyendo un tejido de vida, en medio de las cenizas, mientras los troncos siguen prendidos, el humo se mete en los pulmones y se sabe que el fuego sigue ahí, latente.

Por Francisco Pandolfi para lavaca.org. Fotos de Nacho Yuchark
Hay un instante en el que todo cambia. Los olores, los sabores, los colores. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, la mirada es la que cambia, y todo se transforma. El degradé de verdes, —más oscuros, más claros, más opacos, más intensos— que embellece a la ruta nacional 40… desapareció.
Los pinos, ardieron. Los cipreses, se destruyeron, Los radales, se quemaron. Los ñires, ya no están. O sí, ahí están, inertes, como decenas de especies y cientos de miles de árboles que yacen negros, marrones, grises, escuálidos, caídos, conformando un paisaje que late a pasado.

Hay un momento en el que la nariz se empieza a llenar de humo, las vías respiratorias de hollín. Y suben al cerebro raudamente. Y bajan al pecho precipitadamente. Y envuelven todo el cuerpo, como un sopapo de realidad que ya no se ve tan nítida porque una cortina de humo invisibiliza el cerro Piltriquitrón, como la prueba concreta de que aún hoy permanecen encendidos varios focos de incendio en la zona.
Sí, el fuego está ahí, latente.
Hay un centímetro en que la vida se convierte en muerte; impacta la diferencia en ese límite particular, en esa frontera no imaginaria. Incontables hojas y ramas secas, innumerables piñas tiradas. Troncos que no terminan nunca de apagarse, como quien resiste a dejar de respirar. Troncos niños, troncos jóvenes, troncos adultos; el fuego no distingue edades, no discrimina. Se lleva todo puesto.

Desde el martes, la Comarca andina integrada por Lago Puelo, El Hoyo y el Bolsón atraviesa, quizá, las horas más tristes de su historia y desde lavaca viajamos a mirarlas, a contarlas, a sentirlas. Las imágenes son desgarradoras; los testimonios, un puñal. Cada persona conoce mínimo a alguna familia que lo perdió todo, o que sufrió en carne propia la destrucción de su vivienda y con ella, de muchas cosas más. Este es el caso de Giuliana Vila, vecina del barrio Bosques al Sur, toma que se asentó a mitad del año pasado y que fue derribada por el fuego.
Giuliana tiene una impotencia que la carcome por dentro y una necesidad palpable de exteriorizarla: “Nadie nos vino ayudar el día del incendio; los mismos vecinos nos evacuaron. Ahora hay cinco móviles en la entrada del barrio y el martes no apareció ni un policía a avisarnos que el fuego nos estaba llegando. De hecho, salí de mi casa casi con las llamas encima”. Y sigue destilando broncas y repartiendo responsabilidades: “El Estado está ausente porque es cómplice. Esto no fue un accidente, fue un intento de homicidio, no le importaba si nos moríamos. Hubo muchos focos en simultáneo para distraer a los bomberos, todo fue premeditado”.

Kilómetros y kilómetros de tierra arrasada; en el llano y en las alturas. Una serie de manzanos destruidos por ahí; la ceniza blanca que duele un poco más allá; raíces de árboles añejos al desnudo, como esas heridas que no cicatrizan jamás; y una camioneta roja que pasa a toda velocidad y de un sacudón rompe el silencio de la tensa calma, con un ruido de sirena ensordecedor. La secuencia se repite una, dos, decenas de veces. Toda la comunidad pulsa en alerta permanente, mientras los servicios de luz, gas, agua y telecomunicaciones se reestablecen lentamente en las casas que no se transformaron en ruinas.
Al costado de la ruta 40, una veintena de brigadistas forestales del paraje Las Golondrinas permanece a la intemperie, parados, bien cerquita unos de otras como si estuvieran en una asamblea, o como quienes necesitan darse calor, o ánimo en este caso. El martes pasado, mientras la dotación se encontraba combatiendo diversos focos, el fuego convirtió su base en un puñado de escombros.

Víctor Flores tiene 44 años y es el encargado de la central de brigadistas. Desde el 3 de febrero de 1998 ejerce su vocación. “Jamás había vivido algo similar a lo que pasó en las últimas horas. Hay situaciones muy complejas en el bosque, en la montaña, pero cuando hay tantas personas en juego, tantas casas, te supera todo”, confiesa. Y rememora lo que fue el martes 9 de marzo, fecha que tampoco podrá olvidar: “Empezó a las 7 de la mañana, cuando con cinco compañeros más fuimos a El Maitén para apagar ese incendio. Ya sabíamos que iba a ser complejo el día por el fuerte viento que se pronosticaba. Alrededor de las dos de la tarde nos avisan que también se estaba incendiando Golondrinas, así que nos volvimos, pero ya el fuego era impresionante. Y a la hora nos avisan de otro foco en Radal. No pasó demasiado tiempo hasta que se nos quemó la central”.

A menos de 100 metros de la base extinta, un brigadista observó a una mujer tirada en el suelo. Una bombera le realizó los primeros auxilios, luego la subieron a la camioneta conducida por Víctor y la llevaron al hospital de El Bolsón. “A simple vista notaba que no estaba bien; tenía quemaduras sobre todo en los brazos y en las piernas”, recordó. Ayer, luego de estar cuatro días internada en terapia intensiva, falleció por las graves quemaduras.
La señora, de quien aún no se reveló su identidad, no es la única víctima fatal. El jueves, en la zona de Buenos Aires Chico, de El Maiten, su familia encontró sin vida a Sixto Liempe Garses, peón rural de la comunidad mapuche que desde el inicio de las quemas estaba desaparecido. En esa misma localidad se emplaza la Comunidad Mapuche Cañio. Allí denuncian a diario, sin ninguna respuesta, que hay focos de incendios cercanos que aún no se cesaron y que ponen en riesgo el escaso bosque nativo que queda. “De Defensa Civil lo único que nos contestaron es que sólo podían evacuarnos; desde Bomberos y la Brigada Forestales, que vendrían y no lo hicieron”, detalló Marilin Cañio, integrante de la comunidad que observa cómo detrás de su territorio hay por lo menos siete focos de un humo que crece en el cerro Mesa.

Sí, el fuego está al acecho. En el barrio Cerro Radal, de Lago Puelo, se erige un cartel sobre la banquina de la ruta provincial 45, que dice: “Sector Reforestado con Especies Nativas del Bosque Andino-Patagónico”; en una segunda línea, se lee: “Especies plantadas: Ciprés de la cordillera, Raulí, Roble Pellín, Coihue”. Detrás del pálido chapón, las “especies plantadas” son una manta oscura.
En frente vive Silvana. Y vive en su casa, que está de pie. Increíblemente de pie. Al costado derecho, pinos oregones, cipreses, radales, ñires, quemados. Al costado izquierdo, suelo allanado. Detrás, el flamante paso de las llamas. Y su casa de pie, cercada por el fuego, pero ahí, increíblemente levantada, como si no hubiera pasado nada. “Había salido a correr cuando una amiga me llama y me avisa que se estaba incendiando mi casa. Llegamos juntas y el fuego estaba por prender en el techo. Un machimbre ya estaba ardiendo y mi amiga lo apagó con un bidón de agua potable que yo había comprado. Si no lo tenía, perdía todo, porque ya nos habían cortado la luz y el agua”, cuenta Silvana, médica que hace diez años decidió mudarse de la Ciudad de Buenos Aires para ganar en tranquilidad.
Tras ahogar los chispazos más cercanos, se fue rápidamente de su hogar amenazada por el calor agobiante. Pero antes de partir, se agarró una mochilita con la computadora portátil, su título de médica, el estetoscopio “y lo más importante”: una foto de su mamá y su papá.
Foto: Nacho Yuchark
No alcanzan los ojos para mirar. Ni los oídos para escuchar todo aquello que ya no está, y lo que ahora dicen las y los vecinos. Ya se relevaron más de 300 casas destruidas y a cada paso hay una historia de vida que implora resurgir, literalmente, de las cenizas. También se perdieron centenas de fuentes de trabajo. Como ese taller mecánico que hace unos días tenía 14 autos en su interior y hoy es una serie de esqueletos tiesos. O como ese vivero hecho trizas, que bien podría simbolizar a toda la Comarca.
En distintos puntos montañosos el humo sigue amenazando con volverse chispa, llama y fuego. Los 30 grados que se pronostican para hoy no ayudará en su aplacamiento. Tampoco colaboran los muchísimos kilómetros de cables de luz colgando sobre los bosques, como si fueran parte de una ruleta rusa.

Mientras tanto, en las distintas rutas y caminos ya no se perciben kayaks con destino a algún lago encantador, ni vecinas y vecinos vendiendo tortas fritas o dulce de frambuesa para parar la olla.
En su reemplazo, hay miles y miles, ¡y miles! de donaciones provenientes de diversos puntos del país, esparcidas por los lugares más afectados.
Acá, bien lejos de los flashes porteños, sólo la organización social dibuja una mueca esperanzadora, en la cara de una tierra arrasada por el fuego, y algunas otras cosas más.


Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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