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Norma Cuevas: “Para que no haya más chicas que mueran como Ana María, necesitamos que sea ley”

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La historia de Ana María Acevedo fue nombrada en la Cámara de Diputados y Senadores durante las discusiones plenarias. Era una joven de 20 años, de un pueblo al norte de Santa Fe, a la que cortaron la medicación para tratarle el cáncer porque estaba embarazada. Pidió a los médicos que le practicaran un aborto para volver al tratamiento, pero se lo negaron. Ana María murió el 17 de mayo de 2007. Su historia revela la necesidad urgente de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Su mamá, Norma, habló con lavaca luego que la Cámara Alta aprobara el dictamen. La votación será el 29 de diciembre.

Norma Cuevas: “Para que no haya más chicas que mueran como Ana María, necesitamos que sea ley”

Por Ines Hayes y Melissa Zenobi

Ana María Acevedo era una joven de 20 años, de Vera, una ciudad del norte de Santa Fe, a 250 kilómetros de la capital provincial. Cuando le dejaron de dar la medicación para tratarle un cáncer incipiente porque estaba embarazada y luego le negaron la posibilidad de abortar, tenía tres hijos, en edades entre cuatro años y ocho meses. “Se lo negaron por ignorancia, porque tenía todos los papeles firmados por el juez para que le hicieran el aborto”, dice en diálogo con lavaca Norma Cuevas, mamá de Ana María, mientras pinta el frente de su casa con las palabras que se hicieron carne en ella y su familia: “que sea ley, ya”.

Desde hace 15 años cuando su hija murió, sus nietos viven con ella y su compañero. “Hay otros casos como el de Ana, pero que no salen a la luz, no llegan a los medios”, dice Norma, hoy de 51 años. Si su hija estuviera viva, tendría 35, “porque esto pasó hace 15 años y ella tenía 20 años cuando se murió”, recuerda.

Ana María vivía con sus hijos en un barrio de casas construidas con planes oficiales cerca del cementerio. Los únicos ingresos de la familia eran de un programa social. Aunque sus padres eran analfabetos, lucharon porque Ana pudiera ir a la escuela, hizo la primaria y antes de enfermarse trabajaba como empleada en casas particulares.

Fue en mayo de 2006 cuando fue al Centro de Salud de Vera porque le dolía la boca. Si bien la dentista le sacó una muela y le dio antibióticos, los dolores siguieron y luego de varios meses, fue derivada a un hospital de mayor complejidad en la ciudad de Santa Fe, capital de la provincia, donde se le diagnosticó un sarcoma de cara y aunque le hicieron una cirugía, no se pudo extirpar la totalidad. Unos meses más tarde, empezó un tratamiento paliativo y rayos en el Servicio de Oncología del Hospital J.B. Iturraspe de Santa Fe.

Un tiempo después, Ana María quedó embarazada y los médicos decidieron dejar en suspenso la indicación de tratamiento y la derivaron al Servicio de Ginecología, donde permaneció internada unas semanas con analgésicos. En vísperas de Navidad, Ana solicitó el alta voluntaria, la dejaron ir, en ausencia del médico de guardia y sin indicaciones.

El 14 de febrero de 2007 Ana María regresó al Hospital Iturraspe acompañada por su madre, en busca de un certificado médico. El sarcoma era visible, presentaba dolor y continuaba su embarazo, de 13 semanas. Al verla, el médico indicó internación en el Servicio de Oncología y se realizó una interconsulta al Servicio de Ginecología en el marco de un ateneo: como resultado, los médicos decidieron suministrar medicación para el dolor pero en dosis que no afectaran al feto. Ocho días más tarde, el jefe del Servicio de Oncología presentó verbalmente la situación a una integrante del Comité de Bioética del hospital, solicitando que se tratara el caso. La reunión se realizó el 27 de febrero con la presencia de tres médicos del servicio de oncología, la asistente social y la psicóloga, un médico del servicio de obstetricia, un médico radioterapeuta ajeno al hospital convocado en calidad de experto y tres integrantes del Comité. El jefe del servicio de ginecología se excusó de participar porque era día de cirugía; que tampoco asistió el médico cirujano de cabeza y cuello del hospital Cullen. Cuando se planteó la posibilidad de llevar adelante un aborto, el jefe del Servicio de oncología contestó que no: “Por convicciones, cuestiones religiosas, culturales”. Seguidamente agregó que esa no era su postura, pero sí la que prevalecía en el hospital y ninguno de los profesionales presentes lo objetó. El obstetra agregó que a esa altura del embarazo (15 semanas) y en el estado general de la joven, los riesgos de realizarle un aborto eran muy grandes, por lo que no representaba una conducta viable.

Ana María regresó a Vera con un tratamiento que no le alivió el dolor. A fines de marzo, Norma y su compañero le pidieron al director del hospital que le hicieran un aborto para poder comenzar cuanto antes con el tratamiento para el cáncer, pero no lo hicieron. Finalmente, la incompatibilidad sanguínea de la joven con el feto determinó que el 29 de abril le provocaron el parto, con 22 semanas de gestación. La beba, de 450 gramos, murió a las pocas horas y la salud de Ana se deterioraba cada vez más: la primera sesión de quimioterapia derivó en una traqueotomía y poco después entró en coma farmacológico. Murió el 17 de mayo de 2007.

“Yo sigo con la lucha porque no quiero que les pase más a las chicas jóvenes y pobres, como le pasó a Ana y hay muchas chicas que no pueden hablar entonces salgo yo a hablar por ellas y por mis hijas, mis nietas, sobrinas”, dijo Norma a lavaca.

Mientras seguía pintando el frente de su casa, Norma agregó: “Esperemos que sea ley, que se garantice el derecho al aborto a quien lo necesite, para que no se mueran más chicas. Cuando empezamos a luchar por el caso de Ana, con abogadas de Derechos Humanos y de la Campaña, fuimos a una plazoleta en Santa Fe y la gente tiraba los papeles y nos decían de todo. Pero ahora, gracias a la lucha, mirá todas las que somos. Hay que salir y hay que andar, la gente me agradece, me manda mensaje por la lucha. Esperemos que ganemos, que sea ley, ésta tiene que ser la vencida”.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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